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Nuevas realidades, nuevas herramientas

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Pie de página

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Nuevas realidades, nuevas herramientas

La llegada a América supuso para la lengua española el encuentro y la relación intensa con una realidad geográfica y humana desconocida para ella hasta entonces. La lengua debe estar a la altura histórica de lo que supuso para Europa la irrupción histórica de América en su panorama histórico, social y cultural. Francis Scott Fitzgerald lo considera «el último y el más grande de todos los sueños humanos» y lo describe así en su novela El gran Gatsby: «Durante un fugaz momento lleno de magia, el ser humano tuvo que contener la respiración en presencia de aquel continente, obligado a realizar una contemplación estética que ni entendía ni deseaba, cara a cara, por última vez en la historia, con algo proporcionado a su capacidad de asombro».15 Superar el asombro y responder a la necesidad de nombrar esta nueva realidad obliga al español a desarrollarse. Surgen así los americanismos, nuevas palabras y nuevas acepciones de las palabras de siempre, que nacen en tierras americanas y enriquecen el caudal de voces de la lengua española. En el periodo comprendido entre 1492 y 1650, que Juan Antonio Frago considera la «etapa fundacional» del español americano, el léxico del español de América desarrolla su personalidad propia, que sigue manteniendo con el paso de los siglos.

La lengua utiliza todos los recursos lingüísticos posibles. Se adaptan las palabras de las que se dispone, las palabras patrimoniales, creándoles nuevos significados. Cuando estas ya no son suficientes y empiezan a conocerse mejor las lenguas indígenas, hacen su entrada los préstamos de voces prehispánicas. Y las primeras y las que arraigan con más fuerza y persistencia son las palabras indígenas antillanas, las palabras taínas y caribes, con origen en el tronco arahuaco. Los cronistas empiezan por tratar de explicar el nuevo vocabulario con el que se han encontrado recurriendo siempre a la referencia española; Juan Antonio Frago nos explica que esto ocurre «cuando el escritor aun no se siente familiarizado con el exótico vocabulario, quizá tampoco con la realidad objeto de su designación, y cuando asimismo tal vez teme que esas extrañas palabras no serán comprendidas por sus lectores».16

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