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Tesoros de aguas saladas y dulces
by CENTRO LEÓN
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Tesoros de aguas saladas y dulces
Las aguas del mar Caribe guardan extraordinarios tesoros. Bartolomé de las Casas atribuye origen indígena al término tiburón y describe así a los de las Antillas:
Hay en la mar y entran también en los ríos unos peces de hechura de cazones o al menos todo el cuerpo, la cabeza bota y la boca en el derecho de la barriga con muchos dientes, que los indios llamaron tiburones, bestia bravísima y carnicera de hombres. El mayor terná de luengo diez o doce palmos; de gordo, por lo más, poco menos que un hombre. Tronzan una pierna de hombre y aun de un caballo dentro del agua. Son muy golosos, con que cualquiera cebo que pongan de carne o pescado en un anzuelo de cadena, luego caen y se toman; historias hay de lo que tragan; cualquiera cosa que se eche de los navíos a la mar y aunque sea estiércol lo engullen sin dejar nada.143
El patrimonio léxico de nuestra lengua conserva las voces manatí (ca o ara) y carey (t); su vigencia depende de que sepamos proteger la vida de estas especies en peligro de extinción. Al manatí lo pone en riesgo el aprovechamiento de su carne, del que ya nos habla Pedro Simón 1627: «Es un pece de agua, y tierra, porque sale a ella a pacer. Es redondo al modo de una pipa. Tiene el hozico como de buey. Péscanlos por la mucha manteca que sacan, que sirve de muchas cosas, y la carne sacan, y secan, y no es mala comida».
El carey y la caguama (ca), una tortuga marina caribeña de mayor tamaño, están protegidos para evitar el consumo de sus huevos y el aprovechamiento de la materia córnea que cubre sus escamas. Este material precioso, que se denomina también con el término caribe carey, ha sido muy apreciado por su belleza en joyería o taracea. Hernando de Vallejo relata en 1623 los regalos que la reina hace al príncipe de Inglaterra a su llegada a Madrid: «El Principe se boluio a su quarto, al qual baxo luego el Mayordomo mayor de la Reyna, con un gran presente que su Magestad le embio en unos baules de carei, con guarniciones de oro».144
En las aguas dulces de los ríos antillanos viven infinidad de peces. Bartolomé de las Casas nos los describe así: «Estos ríos y arroyos en muchas partes y diversas partes de la tierra que ocupan, hacen muchas veguetas y hoyas graciosísimas y delitables, que no parecen sino pintadas en un paño de Flandes. Todos estos ríos y todos los de esta isla están de pescados plenísimos».145 Entre ellos se destacan, por su aprovechamiento, los que son comestibles. Los dajaos (t) lo son, aunque Bartolomé de las Casas los describa como de «poca sustancia»: «Otros que se llaman dahos (la media luenga) son pequeños como pequeños albures, menos que un jeme, y tienen los huevos tan grandes y mayores que los de los sábalos y esto es lo principal que tienen de comida, porque lo otro todo tiene poca sustancia».146
También de agua dulce y comestibles son las biajacas, denominación actual de lo que en las crónicas es el término indígena diahacas: «Hay asimismo los que llamaban los indios diahacas (la media luenga); estas son como mojarras de Castilla, difieren algo de mojarras en tener las escamas preticitas y las mojarras son todas muy blancas; estos pescados son también sabrosos y muy sanos».147
La camiguama (ant) nada formando grandes bancos que disimulan su pequeñísimo tamaño, que no impide que sea muy apreciada por su sabor, como el macabí (ant), de piel espinosa, y el carite (ant), pez comestible con un hocico largo y dentado, del que Antonio Sánchez Valverde dice que es «un pez regalado que crece hasta la estatura de un hombre».148 Parece tener también origen prehispánico la voz guabina, para referirse a un pescado de río comestible:
Hay otros que llaman guabinas (la media sílaba breve), las cuales tienen cuasi el parecer de truchas en la escama, especialmente cuanto a las pinturas, puesto que son las pinturas o manchitas negrecitas, y el pescado dellas muy blanco; es sanísimo y delicadísimo pescado, que se puede y suele dar a los enfermos como si fuesen pollos.
Los cangrejos, ya sean estos de mar o de río, reciben el nombre genérico de jaiba, de posible origen arahuaco; su carne fue siempre apreciada para el consumo humano: «Y los yndios, donde quiera que andoviesen, se manternían, avn que no tuviesen labranças; que comen muchas rrayzes con que se sustentan, e donde quiera ay rrios e arroyos, donde tomasen pescado e xaybas, con que se pudiesen sustentar a su manera».149 Bartolomé de las Casas los describe con lujo de detalles gastronómicos:
Hay en los arroyos también unos cangrejos que sus cuevas tienen dentro del agua, que los indios llamaban xaybas. Estos cangrejos o xaybas tienen dentro, en el vaso o caparacho, ciertos huevos y cierto caldo que parece cosa guisada con azafrán y especias y así tiene el color y el olor y el sabor de especias, mayormente cuando están llenas, que es con la luna nueva, porque entonces están sazonadas; hanse de comer asadas, porque cocidas irse hía […] el caldo y no serían tan buenas.
La palabra jaiba, de uso general en el español dominicano con la acepción referida al cangrejo, ha desarrollado también en esta variedad dialectal dos acepciones figuradas, propias del registro coloquial, para referirse a una persona lista y astuta o a una persona tramposa y marrullera; ambas acepciones están en el origen de la creación del sustantivo derivado jaibería para designar la astucia o la marrullería.150 Origen caribe se le atribuye a la palabra maquey, usada en el español dominicano para referirse al cangrejo ermitaño.