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Otros pobladores

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Otros pobladores

Los atardeceres de las noches caribeñas se iluminan con la suave luz azulada de los cocuyos (ca). Desde antiguo su aspecto y su aprovechamiento llamaron la atención de los cronistas, que nos han regalado bellas descripciones tanto del cocuyo, o cucuyo, como de las costumbres indígenas en torno a él, costumbres que fueron pronto adoptadas por los españoles:

Así que destas luciérnagas acá hay muchas […]. Mas hay una especial, que se llama cocuyo, que es cosa mucho de notar. Este es un animal muy noto en esta isla Española y en todas las otras cercanas a ella; el cual es de especie de escarabajo. […] Tiene los ojos resplandecientes como candelas, en tal manera, que por donde pasa volando, torna el aire vecino tan claro, como lo suele hacer la lumbre. […]. En tal guisa, que encerrado en una cámara escura, resplandece tanto, que se vee muy bien leer y escrebir una carta; e si juntan cuatro o cinco destos cocuyos e los atan o ensartan, sirven tanto como una bastante lenterna en el campo, o por los montes, e do quiera, siendo noche bien escura. Acostumbran tener presos e retenidos estos cocuyos para el servicio de las casas e cenar de noche a su resplandor, sin haber nescesidad de otra lumbre. E así lo hacían también en el tiempo pasado algunos cristianos, por no gastar sus dineros en aceite para los candiles, que era en aquella sazón muy caro, o porque no lo había. Y cuando veían que por enflaquecerse el cocuyo, o por la congoja de su prisión, se amortiguaba o iba desfalleciendo aquella virtud resplandeciente, soltábanlos e tomaban otros para otros días siguientes.151

A partir de la voz caribe el español dominicano desarrolló el derivado cocuyera para designar una vasija agujereada que permitía el paso de la luz que emitían los cocuyos que se mantenían en su interior. Este derivado se aplica además a cualquier superficie que esté cubierta de agujeros. Forma parte también de la locución hecho una cocuyera, para referirse a una persona que tiene muchas heridas.

La naturaleza antillana también guarda muchas pequeñas sorpresas. Que se lo digan si no a los que se asustan del guabá (t), un arácnido de aspecto impactante pero inofensivo que habita bajo las piedras. Voz antillana indígena parece ser también la que está en el origen del nombre del abujo, o abuso, insecto pequeñísimo de color rojo y picadura dolorosa.

El que levanta el más humilde bohío o la edificación urbana más sofisticada sigue teniendo muy presente al comején (ara ant), insecto que hoy como antaño destruye la madera. Así nos lo describe Gonzalo Fernández de Oviedo:

Hay otras que se llaman comixén, las cuales son pequeñas, e tienen las cabezas blancas, e son muy perjudiciales en los edeficios, así en los muros e paredes, como en las maderas e cubiertas e suelos de las casas. Estas salen de la pared, como minero que paresce que mana, y la penetran e discurren por lo edificado e por donde les paresce, e por los maderamientos, e llevan hecho un camino o senda de bóveda, e hueco, tan grueso como una pluma de escrebir […]. E donde se para esta su labor o van a dar estas sendas, se encepan e hacen un ayuntamiento de la mesma materia o pasta de que son estas sus trancheas o bóvedas, tan grande como la cabeza de un hombre, e como una botija que quepa media é aun una arroba de agua e más. E algunas veces, cuando en árboles hacen estas sus poblaciones, las hacen tan grandes cuanto un hombre lo podrá abrazar o poner los brazos en circuito.152

Entre las hormigas destacan las bibijaguas o jibijaguas y las jibijoas, cuyos sonoros nombres indígenas antillanos siguen vigentes en el español dominicano.

El azote insistente de los jejenes (ara), insectos de picadura muy irritante, mantiene vigente la voz prehispánica. Gonzalo Fernández de Oviedo muestra su conocimiento de la naturaleza antillana en su descripción de cómo la picadura del jején puede llegar a atravesar el tejido de una calza:

Mosquitos hay muchos, e tantos en algunas temporadas, que dan fatiga […]; mas en el campo en algunas partes hay tantos, que no se pueden comportar; y los peores de todos son unos menudísimos que llaman xixenes, que es cierto que pasan la calza algunos dellos, e pican mucho.153

Bartolomé de las Casas nos cuenta de un remedio infalible para evitar la plaga de jejenes durante la noche, unos mosquiteros de lienzo o algodón:

Con todos los bienes y fertilidad questa provincia tiene, abunda de una poca menos que plaga más que otra y es de muchos mosquitos de los que los indios llamaban xoxenes, que son tan chequitos que apenas con buenos ojos, estando comiendo la mano y metiendo un agrijón que parece aguja recién quitada del fuego, se ven. Están comúnmente por toda la ribera de la mar y la tierra cercana a ella desta isla, por la mayor parte, donde es la arena muy blanca, pero ninguno hay destos la tierra dentro. Para defenderse dello hay buen remedio y es tener escombrado de árboles y de yerba el pueblo, y los aposentos para dormir algo oscuros; y lo mejor de todo es tener unos pabelloncitos que se hacen con doce o quince varas de angeo o lienzo o de algodón, para que ni en poco ni en mucho impidan el sueño.

De nada sirven los mosquiteros para las niguas (t), insecto parecido a la pulga que penetra bajo la piel, descrita por Pedro Simón como «una casta de pulgas pequeñas que se crían en tierras templadas, porque el mucho calor, o frío no les dexa criar. Éntranse en la carne, y allí oban, y son penosíssimas, y más si las dexan llegar a grandes, por su mucha comezón». Mucho más explícita es la referencia que a las temidas niguas y sus consecuencias hace Gonzalo Fernández de Oviedo, contra las que solo sirve tener bien barrida la casa:

La nigua es una cosa viva e pequeñísima, mucho menor que la menor pulga, que se puede ver. Pero, en fin, es género de pulga, porque, así como ella, salta, salvo que es más pequeña. Este animal anda por el polvo, e donde quiera que quisieron que no le haya, hase de barrer a menudo la casa. Entrase en los pies y en otras partes de la persona, y en especial, las más veces, en las cabezas de los dedos, sin que se sienta hasta que está aposentada entre el cuero e la carne e comienza a comer de la forma que un arador e harto más; y después, cuanto más allá está, más come. De manera que, como acuden las manos rascando, este animal se da tanta priesa a multiplicar allí otros sus semejantes que, en breve tiempo, hace muchos.154

Como se desprende de los fragmentos que nos han servido para ejemplificar la paulatina adopción de los indigenismos para expresar en lengua española las realidades naturales del entorno antillano, la lectura de los crónicas de la etapa colonial es una fuente inagotable de conocimiento sobre el proceso de contacto lingüístico que tuvo lugar en las Antillas y, especialmente, sobre la naturaleza y la vida en las islas del Caribe.

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