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Árboles muy diferentes
by CENTRO LEÓN
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Árboles muy diferentes
La naturaleza antillana fue motivo de admiración y extrañamiento para los ojos europeos que la contemplaban por primera vez. Así nos cuenta el Diario del primer viaje de Cristóbal Colón: «Y vide muchos árboles muy diformes de los nuestros, d’ ellos muchos que tenían los ramos de muchas maneras y todo en un pie, y un ramito es de una manera y otro de otra; y tan disforme, que es la mayor maravilla del mundo cuánta es la diversidad de la una manera a la otra».105
Esta realidad natural provocó que la lengua española necesitara de un rico caudal de voces que la nombrara. Las lenguas antillanas prehispánicas tenían estas palabras y muchas de ellas fueron adoptadas por el español y siguen nombrando las especies propias de los ecosistemas caribeños. La riqueza del léxico campesino, tan fecundo en palabras tradicionales que nos hablan de flora y de fauna, de la tierra, al fin, está en las «palabras de noble solera», como escribió el insigne filólogo Rafael Lapesa. Los indigenismos son, sin duda, palabras de noble solera cuyo uso y vigencia puede verse mermado por el paulatino abandono del medio rural y el alejamiento del campo y de su conocimiento.
La denominación indígena de la caoba (ca) se adopta tempranamente, como le sucedió a la mayoría de las voces indígenas que se referían a árboles y arbustos de relevancia para el aprovechamiento humano. Su valor maderero destaca en los escritos coloniales: «Caobán es un árbol de los mayores e mejores e de mejor madera e color que hay entre todos los de esta Isla Española».106
Se mantiene en el léxico dominicano referido a la flora el indigenismo bijao (t), que todavía denomina hoy una planta de hojas anchas, parecidas a las del plátano común, descrita ya por Simón, quien nos aporta el dato de que su cogollo servía como alimento y sus hojas se utilizaban para fabricar cubiertas para las canoas:
Lo blando del cohollo es muy blanco, y largo, que parece puerro. Suele remediar la hambre de los soldados en las jornadas, aunque no son muy sabrosas, antes desabridos. Con estas grandes ojas hazen toldos y cubiertas a las canoas para cubrir, y reparar las mercadurías que vienen en ellas del agua, y de las demás inclemencias del cielo.
La madera de la enorme ceiba (t) era aprovechada para la fabricación de canoas de una pieza, aunque Simón aclara que las hechas de este material no eran las mejores. Antonio Sánchez Valverde, en su obra Idea del valor de la isla Española, habla de la «sutilísima pelusa o lana» que contiene la mazorca o espiga de la ceiba con la que se hacen «suavísimos colchones y almohadas».107
En las crónicas de Indias se relata la historia de una ceiba singular por su tamaño que llegó a dar nombre a una población cercana a Santo Domingo llamada Árbol Gordo. Conservamos dos testimonios casi novelescos. Bartolomé de las Casas describe el tamaño de las ceibas: «Hay en esta isla […] unos árboles que los indios desta isla llamaban ceybas (la y letra luenga), que son comúnmente tan grandes y de tanta copa de rama y hoja y espesura que harán sombra y estarán debajo del quinientos de caballo, y algunos cubrirán muchos más». 108 Consciente de que será difícil para sus lectores creer en sus palabras, Las Casas insiste:
De ser comúnmente grandísimos y grosísimos y admirables ninguno debe dudar ni tener por exceso que aquél fuese tan grande, porque en esta isla en la ribera de Hayna, ocho o diez leguas de Sancto Domingo yendo hacia la Vega, hobo uno que llamaban el árbol gordo, y cerca dél se asentó una villa de españoles que la nombraron así, que si no me he olvidado, cabían dentro de sus concavidades pienso que trece hombres y estaban cubiertos, cuando llovía, del agua, y a mí en él acaeció lo mismo, y creo que no lo podían abrazar diez hombres, si, como digo, no me he olvidado.109
Gonzalo Fernández de Oviedo relata la historia de la misma ceiba, que había oido contar de boca de Diego Colón:
En esta isla Española hobo una ceiba, ocho leguas desta cibdad (donde ha quedado el nombre de Arbol gordo), del cual yo oí hablar muchas veces al Almirante don Diego Colom, e le oí decir que él con otros catorce hombres tomados de las manos, aún no acababan de abrazar aquella ceiba que llamaban árbol gordo. Este árbol peresció e se pudrió, e muchos viven hoy que le vieron e dicen lo mismo de su grandeza.110
En el paraje Monte Adentro, entre los municipios de Licey y Tamboril, en la provincia de Santiago de los Caballeros sigue en pie una centenaria ceiba que es considerada el árbol de mayor tamaño de los que existen en territorio dominicano. Su longevidad y sus dimensiones le han merecido la consideración de monumento natural.
La madera del yaití (ca) y de las distintas variedades del abey (ant) es apreciada por su dureza y suele emplearse en carpintería o para la fabricación de horcones y postes de cercas; también se destaca la utilización en ebanistería de la madera del jobobán (ant). De la rojiza madera del ácano (ara), o ácana, y de la cabima, o cabirma, se aprecia su resistencia; de la macagua (ca), el aprovechamiento de sus frutos para la alimentación de los animales domésticos y el valor artesanal de su madera. Gonzalo Fernández de Oviedo la describe así: «Macagua es un gentil e grande árbol. Su fructa es como aceitunas pequeñas; el sabor es como de cerezas. La madera deste árbol es muy buena para labrar. Tiene la hoja muy verde e fresca».111
La ausuba, también conocida como caya, tiene una madera valorada por su dureza para la construcción y en la crónica de Francisco López de Gómara se aprecia el uso de su fruto para hacer una suerte de licor: «No conocían el licor de las uvas, aunque avía vides; y assí, hazían vino del maíz, de frutas y de otras yervas muy buenas, que acá no las ay, como son caymitos, iaiaguas, higueros, auzubas, guanábanos, guaiabos, iarumas y guaçumas».112 Augusto Malaret le atribuye origen indígena antillano a la voz capá, 113 que designa varias especies de árboles corpulentos de buena madera para la carpintería. Las yayas (t), árboles de tronco recto y resistente, comparten su denominación indígena en las Antillas.
Bartolomé de las Casas nos habla del aprovechamiento ancestral del copey o cupey (t): Hay un árbol en estas tierras que se llama, en lengua de indios desta Española, cupey […] su raíz es sin algun ñudo muy lisa y derecha […] de la cual se han hecho muy buenas lanzas».114 En otro punto de su obra se refiere a la utilización de las hojas del copey como superficie para escribir en sustitución del papel cuando este escaseaba:
Es mui verde i escura i hermosa, gruesa como un real i tiesa, no floja, i por esto con un alfiler, i mejor con un palillo agudo, escribe el hombre todo lo que quiere, i luego señálase la letra amarilla, de un sudir o zumo cuasi como el de la zabila i desde a poco tórnase la letra blanca; deste papel, i péndolas, por falta del de Castilla, los tiempos primeros en esta isla usábamos.115
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Pedro Mártir de Anglería propone una hipótesis arriesgada respecto a la hoja del copey: «Debemos juzgar que este árbol es aquel en cuyas hojas los caldeos, primeros inventores de las letras, significaban sus pensamientos a los ausentes antes de que se inventara el uso del papel».116
La ataibaba (ant), un arbusto ornamental apreciado por el color y olor de sus flores, se conoce también en el español dominicano como alelí, voz de origen árabe. El manibarí (ant) es parecido a la verdolaga española y en el español dominicano es palabra aguda, aunque Bartolomé de las Casas no la recuerda así: «[…] verdolagas, y estas me acuerdo que llamaban los indios maníbari, la penúltima breve».117 Del maricao (ant), también conocido como maricao cimarrón, se aprovecha la madera para tablazones y leña. Las mayas (ant), gracias a las espinas de sus hojas, son muy valoradas como setos vivos, llamados mayales.
La madera de la baitoa (ant) se trabaja con facilidad a pesar de su dureza. Augusto Malaret incluye un curioso dato etnográfico en su Lexicón de fauna y flora: «Es creencia de los campesinos del Cibao que si una vaca se pierde en el monte, y se derriba una baitoa, la vaca acude al olor que despide el árbol derribado».118 Al yagrumo (ant) ya se refiere Bartolomé de las Casas cuando describe como la fabricación de balsas con su tronco:
Una vez, un indio de aquéllos (y allí lo refiere Pedro Mártir) tomó cierto árbol muy grueso, que se llamaba en lengua desta isla
Española yauruma (la penúltima sílaba luenga), el cual es muy liviano y todo güeco, y sobre él debía de armar con otros palos alguna balsa, muy bien atados con bexucos, que son ciertas raíces muy recias, como si fuesen cordeles.119
Del guaymate (ant), al que se conoce también como ojo de buey y ojo de burro, se utilizan como cuentas sus semillas de color negro, duras y lustrosas. La guajaca (ant), planta epífita que crece sobre los árboles, se usa como estropajo o para arreglos florales. La madera de la cigua (ant) se apreciaba por su ligereza y flexibilidad, pero además porque con su carbón podía fabricarse pólvora, como nos relata Gonzalo Fernández de Oviedo:
Y entre los otros provechos a que sirve y eis muy apropriado material, es para la cosa más perjudicial de todas cuantas el ingenio de los hombres ha hallado e inventado, para abreviar la vida e ruinar los edeficios e muros e casas fuertes, mediante la pólvora. En la cual yo he fecho experimentar, en esta cibdad de Sancto Domingo de la isla Española, a los artilleros que Su Majestad tiene en esta fortaleza, el carbón desta cigua; y el carbón de este árbol es excelente y se hace muy singular pólvora con él, y le loan por el mejor que se pueda hallar o haber para esto que he dicho.120
La adaptación del indigenismo original y su pervivencia en la lengua española a lo largo de siglos provoca con frecuencia numerosas variantes ortográficas para una misma palabra. Así sucede con guázuma, guásuma, guásima y guásimo (t), todas para referirse a un árbol alto de copa frondosa con racimos de flores amarillas y fragantes; o con guara o guárana (ant), nombres de un árbol de tronco liso y gris y fruto en forma de baya. El árbol denominado baría (ant), que suele llamarse también con la variante maría, probablemente por etimología popular, se utiliza por su madera para la construcción y por su fruto para alimento de los cerdos.
Similar variación se registra en hibuera, hibuero, higüera, higüero, güira, güiro (ara), variantes gráficas del mismo origen antillano para denominar al árbol que produce un fruto en forma de calabaza ovalada, de corteza dura, con el que, una vez vaciado y secado, pueden fabricarse cuencos o vasijas que adoptan el mismo nombre.
La misma utilidad tiene el fruto del totumo (ant), llamado totuma. En el español dominicano se utiliza figuradamente el sustantivo totuma para referirse a un bulto en el cuerpo o a una protuberancia en cualquier superficie. A veces la denominación de origen indígena se mantiene aunque la especie a la que se aplica actualmente parece diferir de aquella que describen los cronistas de Indias. Ese puede ser el cáso del córbano, descrito por Gonzalo Fernández de Oviedo como «poderoso árbol e de fortísima madera»121 y del cual Rafael Moscoso afirma en Indigenismos que el que se conoce en la región dominicana del Cibao es de madera blanca y blanda.122
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