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La realidad humana

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Pie de página

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La realidad humana

Si la llegada de la lengua española al Caribe la puso en contacto con una nueva realidad, las gentes y sus lenguas fueron parte esencial de ella. Los pueblos antillanos y los idiomas que usan exigen al español la adopción de sus propios términos para nombrarlos: arahuaco, taíno, caribe, o el derivado caníbal (de caríbal). Desde muy temprano el vocablo caribe se especializó para referirse a los indígenas más belicosos; así lo registra Pedro Simón: «Caribe. Es cosa áspera, brava, y de mala digestión, y assí llaman con este nombre a los indios indómitos, y de estas calidades». Entre las pocas referencias al cuerpo humano se ha mantenido en el español dominicano rural la voz guataca, a la que Augusto Malaret atribuye origen indígena, que designa la oreja.

A diferencia de la pervivencia y la vitalidad del sustantivo cacique, el sustantivo naboría (t), referido a los indios considerados como personal de servicio o doméstico, se quedó en las crónicas y no pasó al español general: «El dicho señor alcalde mayor hizo traer antel a sauasteanjco yndio criado e naboria del dicho solis e estando delante el dicho juan de morales ynterpetre syendo preguntado el dicho yndio çerca del caso en lengua castellana claramente depuso».50

Como esta, otras muchas palabras indígenas antillanas designan exclusivamente instituciones prehispánicas que solo conocemos como realidades históricas y tienen un ámbito de uso especializado en obras históricas o antropológicas. Así sucede con la palabra cemí, que denominaba a los dioses o espíritus antillanos, o con la voz areíto (t), que designaba una ceremonia ritual cuya trascendencia cultural nos describe Pedro Mártir de Anglería en sus Décadas del Nuevo Mundo:

Hay entre ellos la eterna costumbre de que, principalmente en las casas de los caziques, los boicios o sabios les instruyan de memoria los hijos en el conocimiento de las cosas. En esta enseñanza atiende principalmente a dos cosas: la una general, del origen y sucesión de las cosas; la otra particular, de las hazañas que en guerra y paz hicieron sus padres, sus abuelos, bisabuelos y todos sus ascendientes. Ambas clases de preceptos las tienen compuestas en ritmos en su lengua, y les llaman areitos, y, como entre nosotros los citaristas, así ellos, con atabales hechos a su modo, cantan sus areitos y danzan al son del canto: al tambor le llaman maguei. También tienen areitos de amores, y otros lastimeros, otros bélicos, con sus respectivas sonatas acomodadas.51

Las crónicas nos hablan del uso de objetos como el dúho (ca), ‘asiento bajo de madera o de piedra’, que Gonzalo Fernández de Oviedo describe como «banquillos de palo». Fray Pedro Simón describe sus diferencias con las sillas castellanas: «Es una silla baxa en se sientan los indios, de una hechura extraordinaria de las nuestras, que tiene su respaldo desde el asiento caydo atrás, y el asiento no está llano, sino levantado […]». En el español dominicano pervive la denominación ture, al parecer originada en este indigenismo, para designar una silla baja sin brazos.

La cohoba, también voz antillana, era esencial en las ceremonias rituales. Diego de Alvarado da su parecer sobre las costumbres de los indios en 1517 y reseña cómo los indios la comparaban con el vino que llegaba de Castilla:

Lo que de los dichos caçiques e yndios conosçia que ser aficionados hera al juego de batee e areytos e cohobas e tomar yervas para hechar del cuerpo todo lo que an comjdo e çenado e lo que agora al presente dellos conosco es ser afiçionados al vino porque dize que es mejor cohoba que la suya […].52

La voz antillana guanín, para referirse al oro de baja ley y a las joyas fabricadas con él, es otra de esas palabras que usamos para denominar realidades históricas o arqueológicas. Solo las encontramos en las crónicas y en las primeras descripciones del Nuevo Mundo: «Esto era cierta especie de oro baxo que llamaban guanín, que es algo morado, el cual cognoscen por el olor y estímanlo en muncho».53 En la actualidad están limitadas al ámbito académico y, como los referentes que designan, han dejado de tener pervivencia en el habla cotidiana.

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