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En el agua

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En el agua

La vida antillana estaba estrechamente relacionada con el agua. La abundancia de ríos, lagos y lagunas en la República Dominicana y su condición isleña la vincula necesariamente con este elemento. La palabra antillana jagüey (ant) se adoptó en la lengua española para referirse al pozo de agua dulce, natural o artificial. Gonzalo Fernández de Oviedo registra la polisemia de este sustantivo prehispánico, que es usado también para designar cierto tipo de árbol de corteza colorada: «Otras cortezas de árboles coloradas hay en esta isla Española, las cuales llaman xagüey […]; e danles este nombre, porque en esta lengua de Haití el árbol que descortezan para esto le llaman xagüey, y a un charco llaman xagüey asimismo».88

Del entorno marino el español tomó prestada la palabra cayo (ar) para nombrar las islas arenosas del mar de las Antillas, en las que crece el mangle (ca o ara), un arbusto extraordinario que Simón describe como «un árbol que nace a las orillas del mar, y en llegando a su altura, que no es mucha, le nacen de las ramas unos callos, que cayendo a la tierra, se asen a ella y le sirven como de rayzes por lo qual se dize que hecha las rayzes en las ramas». A partir de estas voces antillanas se forman los sustantivos colectivos cayería ‘conjunto de cayos’ y manglar ‘terreno poblado de mangles’. Derivada de la palabra arahuaca cayo se conserva en el español dominicano el sustantivo cayuco para referirse a una embarcación artesanal de pequeñas dimensiones. Se denominan también cayucos varias especies de cardones de tallo alto y grandes flores blancas. Sin duda, entre las realidades indígenas que más llamaron la atención estuvieron las canoas (t) y las piraguas (ca). El interés por las canoas era inevitable en gentes que tenían una relación directa con la navegación, ya fuera por su profesión o por las largas travesías oceánicas a las que se veían obligadas en su traslado a tierras americanas. La fascinación que Simón sintió por las canoas se trasluce en su definición:

Es un modo de barca hecha de una pieça, porque solo se haze de un tronco de árbol cavado, y puesto en proporción, de manera que se va angostando desde en medio, que es ancha de una vara y más para ambos extremos, hasta que remata en puntas altas del agua con su modo de popa, y proa. Navéganse con esta los ríos, y aun las costas del mar, y son algunas tan grandes, por ser valentíssimos los árboles de que se hazen, que van veynte, y más hombres en ellas, y muchas mercadurías.

La palabra canoa fue de introducción muy temprana y generalizada. Llega hasta las cartas de emigrados a Indias, como esta de 1574 en la que el curtidor Alonso Ortiz le describe a su mujer, residente en Zafra (Badajoz), su negocio de compra y venta de cueros de novillos: «[...] nos las traen en una canoa por el agua a la puerta que quando nos levantamos muchas vezes estan esperando a la puerta de mi casa [...]».89

Una experiencia antillana insoslayable debió ser el huracán, lo que provocó la rápida y definitiva adopción del término taíno. Pedro Simón supo describir el fenómeno atmosférico: «Es lo mismo que vientos rezios, o contrarios, con que se causa tormente en la mar, y aun en la tierra quando derriba árboles y casas»; y también dar cuenta de la procedencia del término indígena y de su adopción en la lengua española: «Es vocablo de los indios de las islas de Santo Domingo, y sus vezinas, de quien lo tomaron los castellanos».

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