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Un mundo de frutas

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Pie de página

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Un mundo de frutas

Bartolomé de las Casas es fuente abundante de descripciones sobre los frutos encontrados en las Antillas y de la Española nos cuenta que en ella había «algunas frutas silvestres por los montes y dellas muy buenas, ninguna empero doméstica, porque no curaban de tener huertas ni frutales los indios […], sino que cuando las topaban acaso, las comían».95 Muchos de los indigenismos antillanos adoptados por nuestra lengua para nombrarlas no pasaron al español general; han quedado circunscritos al español del Caribe insular o se restringen a una variedad dialectal concreta, cubana, puertorriqueña o dominicana. Las frutas y sus nombres recorren caminos paralelos. Las realidades que designan siguen siendo parte del entorno natural antillano y, en el caso de los árboles frutales y de sus frutos, parte de la vida diaria; sin ellos la alimentación caribeña no sería la misma.

Una refrescante champola no puede elaborarse sin guanábana (t); esta voz antillana designa el árbol y su fruta, similar a la chirimoya, que Simón describe como «una fruta grande, y llena de puntas defuera, y dentro, una carne agria, que algunos dizen es algodón en vinagre». El español dominicano la mantiene con estas acepciones y ha creado la locución verbal coloquial caer como una guanábana, que describe visualmente la acción de desplomarse por el cansancio o el susto o la de perder una posición destacada. De características similares es la fruta llamada anón o anona (ca), del árbol del mismo nombre, cuya denominación indígena, aspecto y sabor describe con lujo de detalles Bartolomé de las Casas, quien sin duda tuvo la oportunidad de saborearla:

Había otra mucho buena y suave, muy sabrosa, puesto que no odorífera, tan grande como un membrillo, que no es otra cosa sino como una bolsa de natas o mantequillas, y así es blanco y más ralo o líquido que espeso, como manteca muy blanda, lo que della es comestible. Tiene dentro algunas pepitas negras y lucias, como si fueran de azabaja, tan grandes como piñones con sus cáscaras aunque muy más lindas. La cáscara o bolsa en que está lo comestible es como entre verde y parda, la cual llamaban los indios annona (la penúltima luenga).96

Pedro Simón añade el dato de su consideración de fruta muy saludable, incluso para los enfermos: «Es una fruta que la carne se come dellos, es como manjar blanco tiene muchas pepitas negras, es tan saludable, que a un muy enfermo se la dan por regalo».

El indigenismo guayaba (ara) designa una fruta que se consume fresca y en conserva. Bartolomé de las Casas registra, como en tantas ocasiones, el nombre prehispánico y su pronunciación original: «Había que llamaban guayabas, la penúltima silaba luenga, i estas son mui odoriferas, sabrosas también».97 Simón nos habla de su aprovechamiento en Santo Domingo para la alimentación de los animales y de cómo la proliferación de guayabos, término especializado para designar el árbol, causaba graves daños en la tierra:

Es una fruta colorada, por de dentro, y defuera del tamaño de mançanas, con unos granillos no pocos, ni blandos, suelen comerla los animales, y de los granillos, que echan en el estiércol, nacen luego guayabos, y suele desta manera echarse a perder la tierra, y hazerse tan espessos, que no se puede beneficiar el ganado, ni halla que comer, porque debaxo deste árbol mo se cría yerva como se ha visto todo en la isla de Santo Domingo.

La voz jobo (ca), escrita hobo en los textos antiguos, reflejando una posible aspiración inicial en lengua caribe, designa el árbol y su fruto. Curiosamente tanto la definición que de él ofrece Simón como la que consultamos en el Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española98 hacen referencia a su parecido con las ciruelas: «Es una frutilla amarilla al modo de ciruelas. Suelese comer a necesidad, porque no es muy sabrosa, un dulce que tiene y es nociba a la cabeça. Llamase también asi el arbol, que es muy grande y común». Similar parecido se le busca al caimito (ara) por su color morado, aunque su tamaño lo acerca a la naranja: «Caimitos. Es una fruta morada al modo de çiruelas chavacanas. Dase solo en tierras calientes en unos hermoíssimos árboles, es muy sabrosa aunque al comer se pega a los labios una leche, que tiene; ay otros blancos, y todos son gruessos, como medianas naranjas». Una nueva coincidencia entre Pedro Simón y el diccionario académico, que define así el caimito: «[…] fruto redondo, del tamaño de una naranja, de pulpa azucarada, mucilaginosa y refrescante». Gonzalo Fernández de Oviedo describe su aspecto interno y externo y añade la nota costumbrista de su venta en las calles de Santo Domingo cuando es temporada:

Echa una fructa morada, prolongada, e tamaña como el trecho que hay, en un dedo, de coyuntura a coyuntura; pero no tan gruesa como el dedo, sitio poco más que un cañón de una pluma de un buitre. De dentro es blanca como leche e zumosa, […] más espesa que leche y pegajosa. […]. Fructa es sana e de buena digestión, y en estas plazas de Sancto Domingo se vende harta della en el tiempo que la hay.99

Describe además la utilidad de la madera del árbol que lo produce, del mismo nombre: «La madera de este árbol es recia e buena para labrar, si la cortan en menguante e la dejan algunos meses curar, e que no se labre verde, segund dicen

carpinteros e los maestros de tal arte».100 Pero, sin duda, lo más particular del caimito es el aspecto de sus hojas, que, según Gonzalo Fernández de Oviedo, lo hacen fácilmente reconocible, y que tienen una curiosa aplicación tradicional:

Caimito es un árbol el más conoscido en el mundo para quien una vez le hobiese visto; porque, sus hojas tiene cuasi redondas, e de la una parte están verdes e de la otra de una color que paresce que están secas o como chamuscadas; e así, aunque esté entre mucha espesura de árboles, se conosce y es muy diferenciado entre todos ellos. […] Una propriedad tienen las hojas deste árbol, muy singular, y es que aquella parte dellas que paresce seca (e no lo es), sino leonada, es algo vellosa, e a quien con aquella parte se acostumbrara a estregar los dientes, se los limpiará, e páralos muy blancos.101

Emilio Tejera registra en su diccionario Indigenismos que esta peculiaridad de las hojas del caimito ha dado lugar en Santo Domingo a la expresión tener dos caras, como la hoja del caimito, aplicada a una persona que no muestra coherencia en su comportamiento o en sus afirmaciones.102

A veces las frutas permanecen, pero su aprovechamiento cambia. Así sucede con el fruto llamado tuna (t), conocido también en español como higo de Indias o higo chumbo, de piel cubierta de espinas, cuya valoración, más allá del sabor, nos cuenta Simón: «Una frutilla colorada, no de mal sabor, aunque toda muy llena de perniciosas espinas. Suelen servir de alfileres a las indias, que no alcançan caudal para comprar los nuestros». También cubierto de espinas está el cactus llamado pitahaya (ant), o su variante pitajaya, y su fruto, cuyo color amarillo o rojo intenso parece explicar la locución dominicana como una pitahaya para referirse a una cara ruborizada.

El interior de la fruta llamada guama (ant), en forma de vaina chata, contiene unas semillas ovales, cubiertas de una pulpa cuyo color y dulzura hacen que Pedro Simón la describa como «una carne blanquísima como algodón, y dulces, que algunos le llaman algodón en azúcar». En el español dominicano el antillanismo guama tiene también una acepción para referirse coloquialmente al peso, la moneda corriente dominicana. Guarda parecido con la guama el fruto del árbol llamado jina, o gina (ant). El término caguasa (ant) denomina tanto a la enredadera, una variedad

de pasionaria, como a su fruto, al que se le atribuyen propiedades medicinales. El caimoní (ant) es apreciado por el dulzor de sus pequeñas frutillas agrupadas en forma de racimo y que adquieren un hermoso color rojo cuando maduran.

Las referencias para el aspecto o el sabor de las frutas eran, inevitablemente, aquellos de las frutas conocidas para los españoles; así lo hemos visto para el caso de los jobos o los caimitos. Los hicacos (t) se comparan con manzanas pequeñas o con ciruelas claudias; así en Simón se describen como «una fruta como mançanas pequeñas, de buen parecer, y algo sabrosas, pero muy floxas y casi huecas de manera que casi no son otra cosa que huesso y cáscara. Dase en árboles baxos, y con abundancia solo en tierras calientes orillas del mar»; o en el Diccionario de la lengua española como: «fruto en drupa del tamaño, forma y color de la ciruela claudia». La tradición culinaria dominicana recuerda un sabroso dulce elaborado con los hicacos, verdes, rosados o negros.103

El fruto del árbol llamado mamey (t) fue, sin duda el preferido por el padre Las Casas: «La mejor de las cuales, y quizá de gran parte del mundo, eran los que llamaban mameyes».104 De nuevo Simón echa mano de sus referencias españolas para describirlo y lo compara con el melocotón y el durazno: «Es una fruta de tierra caliente, grande redonda, el cuerpo áspero y pardo, la carne colorada y buena. Sabe algo a la del melocotón, cómese en vino, por ser fría. Tiene un gruesso guesso, y algunas vezes dos, y más, agujereados, como los de durazno. Son los árboles muy bellos». El color anaranjado de la pulpa de este sabroso fruto es el responsable de que el término mamey se use en el español dominicano como adjetivo para referirse a este color. La lengua popular lo refiere también coloquialmente a una persona de trato afable o a una cosa fácil de hacer. El sustantivo mamey forma parte además de la locución verbal acabarse el mamey, utilizada para expresar de forma coloquial que una situación llegó a su fin.

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