1982
100 años de una pasión
Milán, cosecha del 82 A primera hora de la tarde del domingo 7 de marzo de 1982, como preámbulo a la última jornada de los Campeonatos de Europa en pista cubierta, en el Palazzo dello Sport de Milán sonó la Sinfonía del Nuevo Mundo de Antón Dvorak. Parecía un anuncio de lo que iba a venir, porque en sólo 45 minutos España iba a descubrir un nuevo mundo: conquistó cinco medallas (dos de oro, una de plata y dos de bronce), cuando sumando las conseguidas en las doce ediciones anteriores de esta competición únicamente llegaba a siete, con un solo oro. Una revolución que colocó a la selección española en la tercera posición del medallero masculino, descontando la marcha que entonces sólo fue prueba de exhibición, y en la cuarta posición en la clasificación total.
ron quintos en 3.000 metros y salto de altura respectivamente, mientras que Javier Arques terminó sexto en 60 metros. Una revolución que se iba a confirmar unos meses después en Atenas, cuando los españoles lograran otras cinco medallas en los Europeos al aire libre que contrastaban con la única medalla que se había logrado hasta ese momento en la historia de esta competición. Sí, una sinfonía del Nuevo Mundo.
Por una parte, en los 800 metros la medalla de oro fue para Antonio Páez, que como hemos visto en el momento destinado a recordar ese logro ya había sido campeón en Viena 1979, mientras que el bronce fue para Colomán Trabado: éste dominaba la prueba, pero Páez atacó duramente a falta de ciento cincuenta metros, le adelantó rompiéndole el ritmo y finalmente fue también alcanzado por el alemán Klaus-Peter Nabein, quien le arrebató la plata. Por otro lado, en 1.500 metros José Luis González y José Manuel Abascal pulverizaron al alemán Thomas Wessinghage, que seis meses más tarde se proclamaría campeón de Europa de 5.000 metros en Atenas, y protagonizaron uno de sus duelos más bellos, decantado a favor del toledano por su mayor velocidad terminal que le iba a terminar convirtiendo en el rey del medio fondo bajo techo. Finalmente, en los 400 metros la medalla de bronce correspondió al madrileño Benjamín González (47.41), que llegó a la final tras ser tercero en su serie (47.43) y pasar apuradamente por tiempos. Benja batió en ambas ocasiones el récord español con cronometraje electrónico, y como anécdota podemos destacar que la prueba sólo tuvo siete competidores, con el soviético Alim Safarov, líder del ránking, fuera de la final. Se abrían nuevos horizontes para el atletismo español. Y no sólo por las cinco medallas, que hicieron que el diario francés “L’Equipe” titulara “El cuarto de hora español”, sino por los ocho finalistas que contrastaban con el récord anterior en este aspecto y que estaba en cinco: junto a los citados medallistas, Paco Sánchez Vargas y Roberto Cabrejas fue-
100
Benjamín González