1992
100 años de una pasión
Daniel Plaza, primer oro olímpico El 31 de julio de 1992 la madre de Dani Plaza no encendió una vela a María Inmaculada en su casa de El Prat de Llobregat, como hacía siempre que su hijo competía, sino dos, por aquello de que estábamos ante unos Juegos Olímpicos y toda ayuda podría ser poca. Las dejó allí y, junto a su marido, se fue al Estadio para verle. Era el primer día de competición para el atletismo en los Juegos Olímpicos de Barcelona y Dani consiguió la primera medalla de oro de la historia del atletismo español. A las 19:15 horas de aquel inolvidable 31 de julio, con 26 grados de temperatura y una terrible humedad del 88%, 42 atletas de 24 países comenzaron a marchar para recorrer 20 durísimos kilómetros. Duros tanto por las condiciones climáticas como por la fuerte pendiente que dibujaba la antesala de la meta, una escalada de 1.460 metros que terminaba en la pista del Estadio Olímpico de Montjuïc. Dani Plaza, que el día 3 de ese mismo mes había cumplido 26 años, ya tenía un historial más que interesante. Duodécimo en los Juegos Olímpicos de Seúl 1988, plata en los Europeos de Split 1990 y tercero en los Mundiales de Tokio 1991, aunque descalificado minutos después de llegar a la meta, mientras atendía a los periodistas en la zona mixta. Pero, pese a todo ello, Dani no era el favorito en la Ciudad Condal. La mejor marca mundial del año la tenía el sueco Stefan Johansson (1h18:35.2), y todas las miradas estaban puestas en el veterano marchador italiano Maurizio Damilano (35 años), que figuraba segundo en la lista mundial (1h18:54) y que había sido oro en Moscú 1980 y bronce tanto en Los Ángeles 1984 como en Seúl 1988. Mirando al ránking mundial, Plaza era duodécimo (1h20:42) y ni siquiera el primer español, ya que Valentí Massana ocupaba la quinta posición (1h19:25). Tras darse la salida, por el kilómetro cinco pasó un grupo en el que estaba Plaza con un tiempo parcial de 19:50. A mitad de la prueba (40:06), ese grupo se había reducido a los españoles Plaza y Massana, el chino Mingcai Li, Damilano y uno de los mejores marchadores de todos los tiempos, el polaco Robert Korzeniowski (que posteriormente acabaría retirándose), mientras que por detrás marchaba el canadiense Guillaume Leblanc a sólo un segundo de diferencia. Hasta que
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la ruptura se produjo en el kilómetro 15, con Plaza (1h00:31) y Massana (1h00:32) poniendo la mente en la todavía lejana meta, mientras que Damilano aguantaba a diez segundos y su compatriota Giovanni de Benedictis iba cuarto a 29 segundos del líder. Poco a poco los españoles se fueron distanciando y todo apuntaba a un doblete en lo más alto del podio, pero a falta de unos 800 metros para la meta Massana fue justamente descalificado, tal y como él mismo reconocería después. Por su parte, Plaza llegó al Estadio como un héroe, pues no en vano era hombre de la tierra, nacido en el Prat de Llobregat, a pocos kilómetros de la Montaña Mágica. En ese momento se acordó de lo que le había repetido una y otra vez Jordi Llopart, su entrenador y quien ya sabía lo que era ser subcampeón olímpico: “Dani, si quieres hacer historia tienes que ganar, porque de lo contrario siempre estaré por delante de ti”. Y ganó. Justo al entrar al Estadio miró hacia atrás. “Quería saber qué distancia le sacaba a Valentí, para ver si podía ir ya más tranquilo o no”. Pero no le vio. “¿Dónde está?”, se preguntó. Desconocía que su rival había sido descalificado. Su vuelta a la pista fue emocionante, enlazando la bandera española y la señera. Era la primera de las cuatro medallas que la Selección iba a colgarse al cuello. Para ello habría que esperar casi una semana, pero luego llegarían en cascada: día 6 de agosto, plata de Peñalver en decatlón; día 7, bronce de Javier García Chico en pértiga; y el día 8, oro para Fermín Cacho en 1.500 metros. Antes de que llegara todo aquello, aquel último día del mes de julio 1992 Dani Plaza todavía no podía ni imaginarse que estaba abriendo las puertas al mayor éxito internacional del atletismo español. Tan sólo sabía que había hecho historia. Y cuando abrazó a su padre, emocionado, no conocía aún que aquel hombre que lloraba sólo había visto una pequeña parte de su carrera. La última. Porque antes había tenido que acudir a toda velocidad a su domicilio de El Prat de Llobregat para comprobar que las dos velas a María Inmaculada no habían incendiado las cortinas, según temía la madre del nuevo campeón olímpico.