1920
100 años de una pasión
Amberes, la primera aventura olímpica Las primeras manifestaciones atléticas se vivieron en España a finales del siglo XIX, vinculadas a diferentes actos festivos, y ya el nacimiento de las primeras federaciones regionales supuso la celebración de las primeras competiciones regladas (con los Campeonatos de cross y pista en 1916 y 1917 respectivamente). Y la constitución de la Real Federación Española de Atletismo en 1920 supuso el lanzamiento definitivo del atletismo español, cuyo primer paso fue su afiliación a la Federación Internacional para poder participar en los Juegos Olímpicos de Amberes 1920. Después del éxito de los Juegos Olímpicos de Estocolmo en 1912, todo parecía dispuesto para que la siguiente edición se disputara en Berlín 1916, pero la I Guerra Mundial paralizó todo y dejó una Europa desolada. Tras el fin de la contienda, en abril de 1919 se anunció oficialmente que Amberes, la ciudad mártir, sería la sede de los Juegos Olímpicos de 1920 con la intención de honrar a las víctimas y hacer de la competición un símbolo de la paz recobrada. Pero, aunque la ciudad belga se sobrepuso a la destrucción y consiguió organizar todo lo necesario en un tiempo récord de 18 meses, la reconciliación deportiva no fue completa por la renuncia de la Unión Soviética y la ausencia de Alemania y las potencias perdedoras. Mientras tanto, en España, ajena a las disputas en el tablero internacional y con la declaración de estricta neutralidad del gobierno de Eduardo Dato, la vida deportiva transcurría al ritmo que marcaban aquellos pioneros que tuvieron que inventarlo todo. Bajo la dirección del entrenador alemán Erwin Kossak, afincado en Madrid desde el estallido de la guerra, en la primavera de 1920 se convocaron tres pruebas de selección olímpicas en Barcelona, Madrid y San Sebastián que finalizaron con diversos récords nacionales incluidos. Los atletas preseleccionados se concentraron en la localidad guipuzcoana de Fuenterrabía (Hondarribia en euskera) durante todo el mes de julio y, tras el Campeonato de España en el estadio de Atocha de San Sebastián y una nueva concentración en Fuenterrabía, 14 valientes atletas iniciaron un viaje en tren desde Hendaya hacia lo desconocido, atravesando todo el destruido corazón de Europa.
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Tras una breve parada en París, a su llegada a la ciudad belga los atletas fueron recibidos y alojados por el doctor Javier Bartrina Costa, delegado del Comité Olímpico Español, comenzando la verdadera aventura que siempre simbolizan las primeras veces. Después de un acto religioso en la catedral de Amberes en recuerdo a los caídos durante la Gran Guerra, la ceremonia inaugural se desarrolló en el Estadio Olímpico con la presidencia del rey Alberto I de Bélgica. Los atletas desfilaron bajo sus respectivas banderas y aquella ceremonia incluyó por primera vez dos elementos que desde entonces se convirtieron en parte fundamental del olimpismo moderno: la bandera olímpica, adoptada en el Congreso de París 1914, y el juramento olímpico de los deportistas. En el caso del debut español, aquella primera ceremonia olímpica fue todavía más especial, y el atleta y boxeador José García Lorenzana tuvo el privilegio de ser el primer abanderado de la historia de nuestro país. El 15 de agosto de 1920 el lanzador elgoibarrés Inazio Izagirre se convirtió en el primer atleta olímpico español de la historia con su participación en la prueba de jabalina y a continuación llegaron las participaciones del resto del equipo, con la primera clasificación para una final olímpica de un atleta español a cargo del marchador Luis Meléndez y dos actuaciones que, dentro de sus pruebas, no se mejorarían durante los 100 años siguientes: Félix Mendizábal, que fue quinto en su semifinal de 100 metros y Miguel García, que finalizó cuarto en su carrera de cuartos de final de la prueba de 400m.También en estos Juegos tomó parte en las pruebas de 1.500 y 5.000 metros el legendario atleta Juan Muguerza, cuyo nombre dio origen años más tarde en Elgoibar a una de las pruebas de campo a través más tradicionales de España. Relegados a las últimas posiciones en sus respectivas pruebas, aquellos pioneros, acostumbrados a ser los más rápidos y los más fuertes, tuvieron que enfrentarse a la realidad de ver que estaban muy lejos de los atletas del otro lado de los Pirineos, encabezados por el mítico Paavo Nurmi y el resto de finlandeses voladores, pero aquella primera aventura olímpica quedará para siempre como una de las grandes historias que hoy forman parte de lo que es el atletismo español.