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100 años de una pasión
María Vasco, primera medalla olímpica femenina Dentro del lento camino hacia la igualdad de género en el deporte, Sídney 2000 fue la primera vez que los 20 kilómetros marcha de mujeres se incluyeron en el programa olímpico: hasta 1992 la marcha femenina ni siquiera había formado parte de la competición y, tras dos presencias de la prueba de 10 kilómetros en Barcelona y Atlanta 1996, la cita australiana supuso un importante paso más para igualar los programas atléticos de hombres y de mujeres. Fiel a la identidad del atletismo español en la que la marcha siempre ha sido uno de sus elementos más importantes, en Barcelona 1992 el primer equipo femenino tuvo una gran actuación, con Mari Cruz Díaz, Encarna Granados y Emilia Cano en los puestos 10, 14 y 22, respectivamente. Y en Atlanta 1996 una joven María Vasco consiguió terminar en la posición 28, mientras que Encarna Granados tuvo que abandonar por problemas respiratorios. En la línea de salida de Sídney, el equipo español formado por María Vasco, Eva Pérez y una experimentada Encarna Granados, que acumulaba su tercera participación olímpica, ya sabía de la severidad que habían mostrado los jueces en la prueba masculina. Con una táctica perfecta de menos a más y dosificando las fuerzas hasta el final, María Vasco pasó por el kilómetro 10 en decimotercera posición a 18 segundos de la cabeza de carrera. Por delante, pronto se destacaron las chinas Wang Liping y Liu Hongyu, la italiana Elisabetta Perrone, la noruega Kjersti Plaetzer y la australiana Jane Saville, hasta que el quinteto se quedó en trío y las tres primeras, Hongyu, Perrone y Saville, fueron descalificadas sucesivamente. La última, la australiana, tuvo que asumir la crueldad de verse eliminada en su propia casa cuando ya encaraba la entrada al Estadio Olímpico. Heredera del estilo que nació en su pueblo de Viladecans alrededor de atletas tan talentosos como Valentí Massana o Mari Cruz Díaz y cuyas principales señas de identidad eran una técnica perfecta y un dominio absoluto de la situación, María Vasco llegó al estadio pensando que iba en cuarta posición cuando una moto de televisión le informó que ocupaba el tercer puesto y que el bronce sería suyo, solo superada por la china Wang Liping y la noruega Kjersti Plätzer. Por detrás, Encarna Granados y Eva Pérez terminaron en mitad de la clasificación en los puestos 20 y 27.
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Los brazos al cielo con los puños cerrados y la sonrisa infinita de María Vasco llegando a la meta en el Estadio Olímpico de Sídney dieron al atletismo femenino español la primera medalla olímpica. Otro hito más en el camino que había iniciado oficialmente Carmen Valero en Montreal 1976, que continuaron Teresa Rioné e Isabel Mozún en Los Ángeles 1984 y que desde Seúl 1988 convirtió en una constante la presencia de atletas españolas en cada cita olímpica, siempre como recuerdo al sueño olímpico de todas las pioneras que les habían precedido y que a duras penas podían haber soñado con un instante así. Por fin una medalla olímpica tenía el rostro de una atleta española: “Salí a vaciarme, pero con la precaución de guardar siempre un poco de energía y contando con las descalificaciones de las demás, siempre a mi ritmo – recordaba la propia María Vasco -. Era mi gran oportunidad, porque no me bastaba con estar en los Juegos. Me decía: ¡Venga Mari, venga Mari! y, pensando que iba cuarta, cuando los de la moto de Televisión Española me dijeron que iba a ser bronce, no me lo creí. En ese momento empecé a flotar. Se me nubló la vista. Y ya no sabía ni dónde estaba la meta. Me acordé de mi marido, de todo lo que hemos sufrido juntos, y me puse a llorar de felicidad”.