1964
100 años de una pasión
Areta, saltador olímpico El gran Luis Felipe “Pipe” Areta es historia de nuestro atletismo. Protagonista tanto en salto de longitud como en triple salto, es el atleta español que mejor ha combinado los saltos horizontales y prueba de ello son sus varios records (¡superó el de triple salto en dos metros!) y títulos nacionales en cada uno de ellos. Además, en 1968 consiguió su mejor marca en triple salto bajo techo (16,47 metros), una marca que tardaría catorce años en ser igualada por el también donostiarra Ramón Cid en 1982, y siete más en superarse, lo que consiguió el abulense Santiago Moreno en 1989. Nació en San Sebastián el 28 de marzo de 1942. Como buen donostiarra se inició en el deporte practicando fútbol en la Playa de La Concha, pero pronto se sintió atraído por el baloncesto. A los quince años se apuntó en el Club Cantábrico (actual Club Atlético San Sebastián), un equipo promovido por José Antonio Gasca, quien le animó a practicar el atletismo, una de las secciones del club, argumentando que le resultaría beneficioso para el baloncesto. Su irrupción en el triple salto en 1959 determinó su futuro. Sin haber cumplido los diecisiete años se trasladó a Madrid para estudiar, comenzó a entrenar bajo la tutela de José Luis Torres, y en octubre de ese mismo año superó con 14,54 metros un récord de España que tenía ocho años de antigüedad. Lo que perdió el deporte de la canasta lo ganó el atletismo. Y una fulgurante progresión le permitió acudir al año siguiente a los Juegos Olímpicos de Roma 1960, pero su juventud pudo más que su potencial y se tuvo que conformar con los tres saltos de la calificación. Como dijo en una entrevista: “Quedé más o menos por la mitad”. Para los Juegos Olímpicos de Tokio 1964, los primeros que se disputaron en Asia, la delegación española estuvo formada por seis atletas: Fernando Aguilar en 5.000 y 10.000 metros; Francisco Aritmendi en 5.000 metros; Luis María Garriga en altura; Rogelio Rivas en 100 metros; Ignacio Sola en pértiga; y Luis Felipe Areta. Los cinco primeros fueron eliminados en las clasificaciones previas, pero la historia de Areta fue algo diferente. En Tokio 1964 todavía era muy joven, pero ya contaba con experiencia olímpica, marcas de nivel internacional y una preparación específica que incluyó una estancia de varios meses en Italia. Inscrito para los dos saltos, sus mayores esperanzas se centraban en el triple, programado en primer lugar. Se pedían 15,80 para pasar directamente a la final. Pero hizo un primer salto de 15,41, después un segundo nulo y en el tercero no completó la carrera. Visto y no visto. Otra vez más o menos por la mitad.
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El día del salto de longitud amaneció tormentoso. En esas condiciones, el pasillo de ceniza donde se disputaban los saltos se hallaba en muy malas condiciones: anegado y muy blando. Solamente cuatro atletas lograron la mínima de calificación y para completar la final tuvieron que ser repescados otros ocho; Areta fue uno de ellos. Esa misma tarde, la final transcurrió en condiciones parecidas. Areta la inició con un salto de 7,20 metros, lo que le permitió situarse en sexto lugar. Su siguiente salto le hizo mejorar un puesto; una situación que el atletismo español no había vivido nunca antes. En esa época solamente los seis primeros accedían a las rondas de mejora, por lo que el tercer intento era determinante. Con 7,34 metros Areta mejoró la marca, pero no la posición: al ser el primero en saltar, sus opciones quedaban a expensas de los demás finalistas. Su sufrimiento iba a ser eterno. Él mismo lo relataba después: “Detrás de mí el francés Jean Cochard hizo 7,44, con lo que yo pasaba a ser sexto. Quedaban por saltar otros diez atletas, muchos de ellos con mejores marcas, de más de ocho metros. Miraba de reojo al marcador, y si veía salir un siete y luego un dos veía que ese tampoco me había adelantado y daba un suspiro”. “Así llegó el último, un ghanés de casi dos metros que tenía una marca de más de 8 metros – continuaba recordando el saltador español -. Saltó. Me pareció que todo se había ido al traste. Cuando miré el marcador, un escalofrío me recorrió el cuerpo. Primero salió un siete, luego un tres ¡y luego un cero! Lo había conseguido, estaba en la finalísima y como mínimo sería sexto. Fue una gozada. Luego no conseguí mejorar, pero hice un nulo de 7,70 metros que si hubiera valido me hubiera colocado en cuarto lugar”. Fue una pena, porque acercarse a su marca personal en esas condiciones hubiera sido magnífico. Recordemos que el campeón, el británico Lynn Davies que cuatro años después fue el abanderado británico en México 68, ha pasado a la historia del atletismo mundial por su hazaña en las difíciles condiciones de Tokio, al mejorar su tope nacional y derrotar a los favoritos, Ralph Boston e Igor Ter-Ovanesyan. Hubiera sido un sueño para el deporte español ver a “Pipe” Areta tras ellos. Areta todavía disfrutaría de una tercera participación olímpica en los Juegos de Tokio 1968, donde participó en una de las mejores finales de triple salto de la historia y donde quedó en décimo segunda posición con un mejor salto de 15,75 metros. Cuatro años después puso fin a su trayectoria atlética y comenzó sus estudios de teología ordenándose sacerdote.