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Alejandro Proaño

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Aldo Pesantes

Aldo Pesantes

Quito – 1990

Ingeniero en Petróleos graduado en la Escuela Politécnica Nacional.

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Sus obras se basan en las pesadillas, desencuentros, pasiones y vicios de personajes afectados por la realidad. Una realidad absurda que los derrota con facilidad y crea un divorcio entre el ser humano y su entorno. De este conflicto nacen las ideas que pretenden sintetizar el pensamiento humano, tratar de explicar las más viles bajezas de nuestra especie hasta el más maravilloso sentimiento de amor. Todo ello con el fin de encontrar una respuesta al aullido interno de por qué nuestra voluntad nos permite seguir viviendo, aun si parecemos personajes controlados por el destino que caminamos cegados a medio paso entre el cielo y el infierno, la divinidad y el más puro sentimiento de dolor y soledad.

Juntos

La luna cubre los espacios entre las copas de los árboles con su incipiente claridad. Se filtra por la silueta de los troncos y permite observar a una jovencita que huye aterrorizada. Se la ve correr entre los árboles, rodeándolos, para esquivar el paso brutal de sus temores.

Al salir del laberinto de la floresta, la joven se encuentra perpleja ante un escueto riachuelo, sin ninguna protección. Su instinto de supervivencia ha sido dominado por el miedo, paralizando su cuerpo. De un momento a otro, su respiración se convierte en un torbellino que ahoga sus pensamientos y fecunda un mar de lágrimas.

El encuentro es inevitable. El ser que pervierte su cordura está frente a ella: pensativo, concentrado, esperando el mínimo cambio en aquella noche invariable para mostrar su verdadera esencia. Con delicadeza, limpia las lágrimas de la jovencita mientras percibe aquel perfume de piel, tan familiar, que en su memoria se convierte en un recuerdo confortante.

Despacio, acerca para sí el fino rostro de la chica y ella ve, horrorizada, una suerte de ojo que cuelga en medio de una cara putrefacta. De un empujón, aparta el cuerpo de su presencia y mira, incrédula, una segunda cara, esta vez masculina, con los mismos detalles grotescos de heridas y descomposición de su compañera. La escena es inverosímil, dos cuerpos

unidos por la zona abdominal, con los intestinos y órganos escurriendo por sus costillas, cubiertos por miles de magulladuras y signos de putrefacción.

—¡Siamés! ¡Siamés! —Grita, mientras la realidad se convierte en ficción después de un sueño perturbador.

Las horas transcurren inexorables y la ansiedad de la chica crece de manera apremiante, mientras piensa: ‹‹desde que tengo conciencia, todas las noches, he sido perturbada por esta maldita pesadilla, por esta horrible figura. Me busca por los lugares más recónditos del sueño, como si quisiera decirme algo. Trata de acariciar mi piel y manipular mi alma. No sé por qué lo siento así y eso es lo que más me asusta. No quiero recaer en esa alucinación. No quiero despedazar mi juicio››.

La mañana siguiente, acude a un hipnotizador para hacer una terapia de regresión y resolver los enigmas que esconden sus pesadillas. El hipnotizador le pide que se recueste en un sillón y recita las siguientes palabras, con el sonido de su reloj de fondo… tic, tac… tic, tac.

—Cierra los ojos y comienza a relajarte. Toma aire y expúlsalo lentamente. Concéntrate en tu respiración. Con cada respiro empiezas a sentirte más relajada. Imagina una brillante luz sobre ti. Concéntrate en esa luz como si fluyera desde tu cuerpo. Permítete flotar, como si cayeras profundamente, en un estado mental muy tranquilo. Ahora, según cuente desde el diez al uno, sentirás más paz y calma. Diez. Nueve. Ocho. Siete. Seis. Entrarás a un lugar seguro donde nada podrá hacerte daño. Cinco. Cuatro. Tres. Dos. Uno…

La espiral del tiempo se detuvo en un único pensamiento: ‹‹¿Un siamés posee dos seres individuales con propias almas? o ¿Una simple alma gobierna el destino de un cuerpo unido por mucho más que piel y órganos?››

—¿Qué ves? —Pregunta el hipnotizador.

—Una luna hermosa color plata, que llega a los lugares más apartados de la arboleda. Camino entre los árboles y no veo al siamés. Por primera vez, me interno en el bosque sin miedo, ni dolor. Continúo mi viaje sintiendo las cosquillas de la hierba en mis pies.

—¿Nada perturba tu estancia en el bosque? —Indaga el hipnotizador, mientras cruza una pierna en su sillón de cuero.

—No, —responde la jovencita— estoy en el riachuelo, pero se ha convertido en un río de aguas cristalinas.

—¡Concéntrate! Sigue el camino del río y busca al siamés —exige el hipnotizador.

—Estoy extasiada en este sueño. Creo que nada en este paraíso podrá herirme. Siento recorrer el viento susurrándome un beso con forma de flor.

El hipnotizador meditaba cada palabra de la jovencita. Medía sus expresiones para advertir algún signo escondido. Mientras recorría con la yema de los dedos su barba, se produjo un violento cambio que desterró el equilibrio de la sesión. Ella se retorcía, bruscamente, de pies y manos. Gritaba por el dolor que alguien le infringía en su sueño. Entonces, el hipnotizador observó, aterrado, cómo las heridas se fueron marcando en la piel de la joven. Totalmente asustado, gritó:

—Voy a contar desde el tres hasta el uno. Cuando llegue al uno, despertarás y olvidarás esta pesadilla. ¡Tres, dos, uno! —Un destello gigantesco encegueció la habitación por un instante; después, todo regresó a la normalidad.

El hipnotizador se acomodó los lentes y no daba crédito a lo que veía. El siamés había aprisionado a la chica con unas riendas que atravesaban sus mejillas, desfigurando su belleza, y permitiéndole manipular las cadenas de un destino que dictaba que era el momento adecuado para volver a juntarse, los tres, como antes, y ahora para siempre.

Inmóvil por el miedo y el sentimiento de muerte, el hipnotizador no pudo hacer nada ante la rasgadura que profanó su vientre. Cayó al suelo, con los intestinos al aire, intentando cubrir la herida con sus manos ensangrentadas. El siamés se arrodilló ante el cuerpo efímero y devoró, con asquerosa voracidad, los restos de lo que alguna vez fue una persona.

La jovencita observaba la escena sin lograr pensar de forma coherente, aunque intuía que su alma permanecería atada al siamés por toda la

eternidad. La criatura se levantó y caminó, llevando consigo a la chica que se convertía en algo maligno: un ser sin sentimientos, un ser que solo respondería a sus instintos. La jovencita soltó una lágrima que se deslizaba lentamente por su mejilla y pensó que su lamento ya jamás sería abatido por el abrazo sobrecogedor de un ser amado.

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