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J. Tatiana Toro Serrano
Quito - 1980
Érase una vez una abogada quiteña del siglo pasado, con ideales de justica.
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Desde pequeña estuvo inmiscuida con la pintura y la música. Sus primeras composiciones literarias nacen con la admiración al simbolismo francés y se reflejan a través de poemas a la muerte. Algunos están guardados en un baúl victoriano. Cuando fallece su padre, decide dar un salto al cuento. De manera obstinada y testaruda inicia con esta nueva etapa. Una pretensión, una aventura…
El Bosque de Lepette
Oskaar Naess, conocido como Darkness, cursaba el sexto semestre de Derecho. Era el último hijo y el único que vivía con sus padres. Compartía muchas horas con su papá leyendo, escuchando a los Beatles y jugando ajedrez. Todas las madrugadas, salían a trotar hasta el amanecer, en una fuerte preparación para el Ironman del año entrante.
Para Oskaar, el lugar más místico y atractivo del vecindario era el bosque cercano a su casa: el Bosque de Lepette. Generalmente después de su entrenamiento contemplaba el amanecer desde un perfecto ángulo hacia aquel lugar. En cuatro años corriendo a su alrededor, nunca se topó con animales o personas paseando por ahí. A diferencia de lo que él pensaba, el bosque les causaba a muchos una extraña sensación.
Una madrugada, como de costumbre, agarró la sudadera, amarró los cordones de sus zapatos, y tomó su Ipod. Aquella ocasión salió sólo, con lo mejor de Xandria. Abrió el portón y empezó a correr con toda su alma como si estuviera en la recta final.
Aproximadamente veinticinco minutos después, llegó al bosque de Lepette, cerca de su mirador favorito. Allí decidió cambiar su ruta, y adentrarse en el bosque escuchando.
This is the moment my redemption. This is the day that all the stars align I gain my momentum Every endeavour every measure led the way to overcome and say: I am here today!
Mientras sus pasos lo llevaban más lejos entre la maleza, la canción no le permitió escuchar el sonido de un animal.
Oskaar volvió a su casa al anochecer, no quiso hablar con sus padres y fue directamente a su habitación. Al día siguiente, envió una carta al decanato de su facultad, solicitando el retiro temporal de la carrera por causas de salud.
Cuando sus padres se enteraron, intentaron hablar con él para descubrir las verdaderas causas de su retiro y hacerlo entrar en razón. Sabían que no podía estar enfermo.
Una sola mirada del muchacho bastó para que ninguno pronunciara palabra al respecto. Una voz interna imperativamente les decía que aceptaran. Al mirar a los ojos de Oskaar sintieron por primera vez miedo y asintieron con la cabeza.
Oskaar se encerró en sí mismo. Abandonó los juegos y las lecturas con su padre. Sin embargo, seguía haciendo ejercicio. Incluso triplicó las horas de entrenamiento. Eso lo mantenía cada día más alejado de casa.
En la luna nueva se sentía como un humano más, con nostalgia de lo que fue. Las noches de luna llena, sobre todo, era imposible dar con él.