La pandemia no es una oportunidad para actos egoístas Elsa María Echeagaray Valenzuela, 14 años Municipio: Cd. Obregón, Instituto Cumbre del Noroeste
Érase una vez, una gran y hermosa pradera en la que convivían plantas, bichos y animales
de todo tipo. La vista era hermosa, parecía que las nubes sólo visitaban cuando la lluvia era necesaria; y en la noche, la Luna y las estrellas brillaban al ritmo del cantar de los grillos. Era un lugar pacífico donde la armonía y el respeto eran los principales gobernantes. Las hormiguitas marchaban en busca de comida, las mariposas aleteaban en el cielo, los animales jugaban entre ellos, las flores bailaban con gracia siguiendo la fuerza del viento, y las catarinas disfrutaban del paisaje al lado del tronco de un árbol, su hogar; mientras chismoseaban y comían la deliciosa cena que su tía había preparado llena de ilusión y amor. —¡La cena está deliciosa tía! Esta vez sí que se ha lucido, comentaba uno de sus sobrinos, mientras se atragantaba con el exquisito platillo. —¡Muchas gracias sobrino! Usted siempre tan lindo. —A usted tía. —Oigan. ¿Alguien sabe dónde está Vanco?, preguntó su madre, quien lo había estado buscando desde hacía unas horas; aunque sabía que debía estar lejos, explorando la enorme pradera, que, con su pequeño tamaño, se hacía ver aún más grande. —Seguramente está explorando, comentó su hermano. —Ni lo busque, ya sabe cómo es. En un rato vendrá. No se preocupe. De repente, salió Atenea, quien en toda la reunión se la había pasado escondida, leyendo las noticias, puesto que últimamente anunciaban más tragedias. 107