·'Puerto ~ca y el ¿7'((,ito de la juventud Por. MARIA.NO PICON SALAS
Si pudiera reducir a una categoría, a una esencia, todo el conjunto de impresiones gratísimas, todo este regalo que me ha deparado a los sentidos y al espíritu la hospitalidad de Puerto Rico, es el maravilloso mito de juventud con que nació a la vida histórica; mito de juventud que del dorado sueño poético de vuestro misterioso conquistador J uan Ponce de León, pudiera convertirse y ya me atrevería a decir que se está convirtiendo, en aspiración consciente del pueblo puertorriqueño. Perdido en tierras, mares y soledades nuevas y muy diversas a las de la vieja poesía clási.ca, el hombre de España que realizara en el siglo XVI la gran aventura de nuestro Continente, forjó mitos en los que inscribía su exposición simbóli ca, sueño de espacio o de reposo, aquel "plus ultra" o más allá, aquel país o humanidad distinta de la que habían dejado en la ya colmada y rencorosa Europa y en la que debían reconciliarse todos los odios, rivalidades· y humilladones de un mundo que ya en aquel magnífico instante del Renacimiento comenzaba a sentirse angosto. En mi país venezolano, enorme, dulce y áspero a la vez, con el tumulto de sus ríos, la soledad de sus llanuras, la brava tierra roja, en continua erosión de sus desiertos, los grandes espacios sin hombres; fué el mito del Dorado, de las cúpulas de Oro y los palacios de pórfido de la nación de los Omaguas, lo que animó en infatigables cabalgadas, en expedidones que todavía nos asustan, el descubrimiento y la posesión de la tierra. Y hasta los alemanes calCuladores, de mentalidad ya capitalista que mandara Car·los V en J 520 para que contabilizaran
la codicia, sufrieron también el tremendo espejismo del mito. Abandonaban sus factorías costeras, sus encomiendas de indios ya reducidos, para sumergirse en el Continente, en la selva a buscar la inalcansable tierra del Gran Dorado. Del mismo modo aquellos españoles que después de cruzar desde Panamá hasta el extremo sur de Chile la enorme gradería continental que levantan los ~~ . des, llegaron a la úl~i1:1a Thule, al_ s1t10 mismo donde la America del Sur Junta en fragor ele olas y de tempestades sus dos océanos, forjaron la imaginaria Ciudad de los Césares cuyas dulces campanas que llaman a la paz Y a la plegaria parecían ofrecer a los aventureros manchados de tanta sangre, una promesa de perdón. Ya no se podía caminar más; ya materialmente se habían agotado las tierras en trance de descubrimiento. Al final de la· gran aventura restábale al conquistador la zona siempre inédita, el descubrimiento de su propia alma. · En esta tierra balsámica de Puerto Rico, frente a este maravilloso arco insular que una nostalgia parecida denominara las "Islas Vírgenes", es decir las que esperan nueva Historia y nuevas peripecias humanas, surgió y debía surgir aquel mito de juventud de vuestro Juan Ponce de León. Y me ha seguido, me ha preocupado en los inolvidables días que supo ofrecerme vuestra hospitalidad. Lo he visto como una cosa viva no sólo en la belleza de vuestro paisaje, sino en la juvenil fuerza y entusiasmo combativo de vuestras gentes. Lo he visto en las hermosas muchachas, llenas de libros, de preguntas,