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B. Episodios del diario vivir

egos gigantescos. Otros, no por estatura, suelen sobresalir. Pero, dado que la carne es débil, no logran ese consenso indispensable para gozar de aceptación. La desesperación se apodera de ellos y tiemblan ante el anonimato. La crítica, de vez en cuando, igual que la fortuna, suele jugar alguno de sus reveses.

Sin embargo, la vida, como la función, debe continuar. De aciertos y errores se llega al in nito y los años, no por su levedad, son los encargados de certi carnos si alguna vez estuvimos disponibles para los demás. El prójimo omnipotente en su majestad ha de pronunciarse. Floreal Recabarren, hombre público de estos tiempos —los de la comunicación para los incomunicados—, es un típico nortino y de él, más de algo es digno de un párrafo.

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B. Episodios del diario vivir.

Un día cualquiera en la vida de “un personaje” se integra en una totalidad de rasgos que, sólo una vez interrelacionados, revelan la condición única de quien, atendidos sus atributos, ha sido incluido en esa especial categoría.

Hasta este día nuestro personaje es un gran madrugador. Nunca le ha incomodado esta práctica que, en sus años de profesor, le permitía llegar primero que sus colegas, antes del inicio de clases en el establecimiento.

Una vez despierto, sintoniza Radio Cooperativa con sus noticias. Varias son las habitaciones de su casa donde tiene radios que satisfacen su auténtica y añosa pasión por ellas y sus programas informativos.

Su desayuno, entre 07.30 y 08.00 horas, es frugal: té o café; pan, queso, mantequilla o mermelada, sin mezcla de

dulce y salado. Allá por nes de año, es el pan de Pascua su preferido. En tiempos de su matrimonio lo habitual, al término de semana, era que él preparara desayuno y se lo llevara a su esposa a la cama.

Alrededor de media mañana, es normal que se dirija al centro de Antofagasta, a “conversar” un café, a un trámite cualquiera o a reunirse con alguna persona o grupo, que lo ha contactado para solicitarle un apoyo por algún trabajo relacionado con la historia local.

Su paso, acorde con la época a la que pertenece, siempre ha transmitido la sutil distinción de los caballeros de antaño. Viste, según las circunstancias, a veces “encorbatado”, porque el compromiso social lo exige; otras, con sobria casaca que, habitualmente, lo favorece. En verano se le divisa con juveniles poleras de vistosos colores que armonizan con su carácter jovial y su espontánea sonrisa. Una vez en el centro es común que se relacione con una amplia gama de personas, desde comerciantes ambulantes, ejecutivos de empresas, aseadores municipales, camaradas de partido, empresarios, empleados de comercio, colegas, exalumnos, estudiantes, dueñas de casa o simples vecinos que, al saludarlo con respetuosa deferencia, se quedan con un gesto de satisfacción al verse correspondidos en su saludo. Reacciones distintas, son las mínimas; pero, como en cosas de brujas, “que las hay, ¡caray!”. Para él, lo frecuente es que, tras esa rutina de urbanidad, con una leve y afable sonrisa, se pregunte, ¿a quién habré saludado? Y es normal esa inquietud, aun cuando su competencia mental e intelectual a sus más de noventa años, es digna de elogios y que demuestra en cada charla, artículo, trabajo e incluso conversación en que interviene, sin duda que el tiempo va opacando su capacidad de retener ros-

tros y nombres de tantas personas a las que ha enseñado, con las que compartió trabajos o, simplemente, conoció en circunstancias ligadas a los diversos cargos y funciones públicas que ha desempeñado en su largo camino.

Hay quienes pasan por la vida casi sin dejar huellas. También existen los que dejan una valiosa estela en sus círculos más cercanos donde se han desenvuelto. Otros, trascienden su entorno. Su impronta resulta imborrable, no tan sólo entre los que le rodean, sino también en la comunidad a la que pertenecen, debido a la multiplicidad de actividades, cargos y actuaciones desarrolladas y en las que su participación ha sido relevante. Si un factótum es un personaje distinguido por servicial entre los demás, nuestro personaje pertenece a esta selecta categoría. Algunos se re eren a él como señor Recabarren o como don Floreal, otros, más cercanos, como Reca o Floro y para los más íntimos es simplemente Pocho. En Antofagasta es, para muchos, el personaje que más lejos está del anonimato. Pero, para los jóvenes, ¿quién es Floreal? ¿Cuál ha sido su trayectoria? ¿Por qué en la comunidad nortina se le profesa afecto, respeto y admiración?

Adentrarnos en su vida será, sin duda, transitar un camino de sueños, incertidumbres, desafíos, di cultades, éxitos y fracasos (como los de muchos ante situaciones similares). Lo singular, en este caso, es la actitud con la que este personaje ha enfrentado la vida. Su proceder ha estado indeleblemente marcado por una cristiandad a toda prueba, una consecuencia a ultranza, una gran calidad humana, un entusiasmo de adolescente, una abierta tolerancia, un irrestricto sentido de responsabilidad y, tal vez, lo más destacable, por una paz y alegría de vivir que

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