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Anexos: Testimonios
TESTIMONIOS
Mi padre me enseñó a expresar la opinión.
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Entre muchas cosas que agradezco a mi padre, está el amor a la lectura. Recuerdo que desde niña nos leía cuentos en la noche. De las historias ya no me acuerdo. Sólo tengo la sensación de ese espacio juntos, cuando él era mi héroe y cada una de sus palabras, era la verdad absoluta, cuando inundaba todo con su sabiduría. Luego, cuando éramos más grandes, inventó un premio dominical. Tampoco recuerdo cuál era el premio. Eso no importaba. La idea era contar una noticia que hubiésemos leído durante la semana.
Mentiría si digo que me preocupaba leer a diario para así tener una noticia que destacar. Prefería, un día antes, buscar rápidamente algo que pudiera constituirme en la estrella de la semana. Al momento de contar la “noticia destacada”, llegaban las preguntas y los comentarios sobre el tema elegido. Recuerdo las risas cuando mi hermano menor presentaba las noticias más truculentas y sanguinarias. El tema no importaba, la idea central era acostumbrarnos a leer e instruirnos”.
Ahora entiendo que esos espacios desarrollaron en mí, la habilidad del lenguaje convincente. Conversar fue siempre un encuentro familiar, lúdico y afectuoso. Leer fue una oportunidad de descubrir mundos in nitos y
misteriosos. Agradezco enormemente y de corazón, esa diáfana lucidez de mi padre.
Claudia Recabarren Raby. Sicóloga.
Mi papá, un hombre de amor.
Corría el año 1982 cuando se nos presentó la posibilidad de participar en un programa de intercambio en Alemania por un año. La idea era que dicho viaje lo hiciéramos en conjunto con mi hermana. Esta era una situación difícil no sólo por el tiempo en que estaríamos distanciados, sino por el costo que debía asumir la familia por esta aventura. Mis padres no lo dudaron e hicieron todos los esfuerzos posibles para que viajáramos. Y nalmente lo hicimos... Estuvimos un año fuera. Cada una en un lugar distinto aprendiendo y viviendo una experiencia inolvidable.
Al volver a Chile, sólo nos estaba esperando mi madre en Santiago. Papá se había quedado en Antofagasta. Antes del viaje de retorno a nuestra casa, mi mamá se reunión con nosotras para contarnos qué había ocurrido mientras estudiábamos en Alemania. Papá había sido despedido de la Universidad, situación que mantuvieron en absoluta reserva durante el año que estuvimos fuera. La pregunta era: ¿cómo habían podido costear todos los gastos que esto implicó? La respuesta llenó de lágrimas nuestros ojos... Mi padre había trabajado en una tienda vendiendo juguetes para poder obtener recursos.
Esto lo re eja de cuerpo y alma. Un gran hombre, lo que no solo se demuestra por su excelencia profesio-
nal, sino por su sencillez, entrega a los que quiere y amor incondicional por su familia. Siempre ha actuado con la frente en alto, mirando a los ojos y desarrollando con orgullo todo lo que hace...¡¡ese es mi papá!!
Cecilia Recabarren Raby. Abogada.
Un viaje inolvidable.
Me pidieron que relatara una experiencia vivida con mi padre. Fue difícil escoger una sola. Cada día con él se vivían cosas diferentes, y a veces inigualables. Por ejemplo, siendo mi profesor, en sus clases, al estudiante más asertivo, le regalaba las llaves del auto y cuando nos íbamos, no recordaba dónde las había dejado, lo que nos hizo recibir más de un reto de parte de mi mamá, por llegar tarde al almuerzo.
Una experiencia que atesoro es nuestro viaje especial a las Termas de Liquiñe, cercanas a Panguipulli. A ese viaje nunca estuve invitado. Fue programado para que lo realizaran mis padres. Pero, por motivos de salud de mi mamá, resultó que fui elegido acompañante. Toda una experiencia. El viaje estaba considerado hacerlo en auto desde Antofagasta, por lo que mi padre me pasaría a buscar a Santiago, ya que entonces estudiaba allí.
Cómo olvidar esas eternas clases de geografía durante cada kilómetro recorrido: “Valles transversales, cordillera, provincia, regiones, etc. No sólo tenía que escucharlo, sino que recordarlo, porque a la vuelta del viaje se venía la prueba oral. Por cada “no me acuerdo” venía un reto. La clase más especí ca fue la de su querido Chillán de sus
primeros años de vida, hasta que la dejó por el desastre del terremoto. Llegando a Chillán lo primero que hicimos fue visitar su antiguo barrio y la ubicación de su casa.
Luego seguimos camino al sur, ahora con clases de historia y de los asentamientos mapuches, etc. Así llegamos a las termas, nuestro destino nal. Tras unos días, ya de vuelta, volvemos a pasar por Chillán donde yo le comento: —“mira papá esa es la calle donde tú vivías”. Él haciendo valer lo por ado y “Jalisco”, que lo identi ca, su respuesta fue: —”No, ahí no es...”, negación que nos costó una buena discusión y quedamos sin almuerzo. Pese a haber parado en el mercado chillanejo, él, consumido por su enojo, “amurrado” decide no almorzar. Yo, con hambre, terminé comprando pan y tomates. Como era mi turno de chofer, conduje hasta la salida de Chillán. Una vez estacionado, al dar mi primer mordisco lo que escuché fue: —“Chatito, dame una mascadita”.
Ese viaje resultó inolvidable, la compañía de mi padre, su gran inteligencia y entusiasmo para contar cada historia, hizo de él un viaje imposible de olvidar. ¡Ah...! La razón, respecto de la localización de la que había sido su casa en Chillán, ¡la tenía yo!
Gonzalo Recabarren Raby. Diseñador grá co.
MI querido hermano.
Hasta el día de hoy me acompañan tus sabias palabras, tu rectitud, consecuencia y honestidad. Tu amor por la poesía que recitabas día a día mientras almorzábamos,
otorgándole a cada una de ellas la tonalidad exacta, la pasión o la ternura requerida para su declamación. De esos tiempos, ¿recuerdas estos versos?: “Mi patria es dulce por fuera pero amarga por dentro....” Puedo escribir los versos más tristes esta noche...” Pasan por mi mente la Mistral, Rubén Darío y algunos poetas caribeños. ¡Qué lindos recuerdos¡ Otras veces nos hacías sonreír, mientras cantabas algún bolero de Leo Marini o de Lucho Gatica.
Recuerdo cuando viniste Antofagasta de vacaciones de verano con el grupo “Os palmeiras du Macul”. En esa ocasión entonaron una canción siguiendo el ritmo con golpes de palmas sobre la mesa del comedor, con tanto entusiasmo, que la destartalaron. ¡Era el único mueble bonito que teníamos en casa¡ Sin embargo nuestra amorosa madre, lo dejó pasar.
Por último, cito tus palabras que te retratan como el gran hombre que eres: “La palabra amor es un vocablo vivo, corre, salta, brinca, juguetea, por los lugares más apartados del planeta, por tierras donde la abundancia se derrama y por otras donde la riqueza se vuelve esquiva.”
María Eugenia Recabarren Rojas. Profesora de Historia, Geografía y Educación Cívica.
Re exiones sobre el rol de Floreal Recabarren en nuestras vidas.
Si hubo una falencia en mi vida por la pérdida de nuestros padres a una edad muy temprana —mi madre muere cuando yo tenía 10 años y mi padre cuando cumplí los
14—, fue la de no tener referentes en quienes apoyarme, de personas mayores a la hora de tomar decisiones o de cómo enfrentar nuestras vidas. Allí, el rol de Floreal fue clave... Recuerdo una carta que él me envió mientras yo ya vivía en Santiago y estaba de lleno en la Universidad. Debo haber comentado con él cierto desajuste en mi vida en esos momentos. Después de hablarme de la vida y de sabios consejos, él termina así su mensaje: “Pienso que esta carta pudiera parecerte vanidosa, Dios quiera que no te entregue esa sensación, porque no es mi propósito; ¡¡¡qué vanidad!!!... la de las hormigas expuestas permanentemente a morir aplastadas. Yo pretendo otra cosa. En la misa se dice ¡¡¡arriba los corazones!!!!.... Dios nos quiere sonrientes, comprensivos y felices con lo que nos entrega, sea esto bueno o malo, este domingo pediré a Dios por ti”.
El remate de su carta re eja el espíritu y el alma de Floreal, bastó esa re exión para apropiarme de ella y ponerla en práctica en cada decisión y cada etapa de mi vida.
Santiago Raby Pinto. Arquitecto.
Un enorme corazón.
Conocí a Floreal en Taltal cuando yo tenía 10 años (hace 56 años), ocasión no muy afortunada para él ya que venía llegando desde Antofagasta para visitar a su polola de entonces, mi hermana Magaly, y yo recién me había accidentado con una hélice confeccionada con lata de conserva que me había hecho una herida en uno de mis ojos. Las
indicaciones del boticario eran que debía viajar de urgencia a Antofagasta dada la gravedad de la lesión. Es así como lo conocí y como supe de su gran corazón ya que él decidió llevarme al hospital de Antofagasta al día siguiente, por consiguiente, de pololeo nada. Una vez llegados al hospital me dejó al cuidado de su tía Ester, que en esa época trabajaba como enfermera del hospital, para que pudieran operarme de urgencia. Gracias a esta noble acción de Floreal pude recobrar parte de la visión. En los días siguientes de la operación me acogió en su casa de calle Matta y junto con sus amigos que me visitaban regularmente (entre ellos el alegre Gordo Mandaleris), hicieron que me sintiera como en casa.
Dos años más tarde, para entonces ya casado con Magaly, y considerando que mis padres habían fallecido, me acogió nuevamente en su casa de calle Armando Carrera de la Gran Vía cuando llegué a estudiar al Liceo de Antofagasta. Compartimos por alrededor de 5 años, en algunas ocasiones me pasaban a buscar el viernes al Liceo y nos íbamos a su casa de Hornitos (un carro de ferrocarril acondicionado). Fueron días de pesca del sargo con su amigo Joaquín Vial y de sacar machas con la Magaly que recuerdo con mucho cariño.
Luego en 1969 fue elegido diputado por la segunda región, partió a Santiago junto a Magaly y los 3 niños. Sin embargo, una vez más, me acogió en su casa y viví con ellos en 1971 cuando llegué a estudiar ingeniería en la Universidad de Chile. Vivíamos en la calle Celerino Pereira 1843, en un barrio tranquilo de la comuna de Ñuñoa. Fueron años convulsionados por la efervescencia política de la época y nuevamente su accionar me ayudó, esta vez sin proponérselo, era el año 1971 y junto a un grupo de parlamentarios mediaron para que pudiésemos
salir de la toma de la escuela de ingeniería, después de constatar lesiones en una comisaría supo que yo estaba entre los estudiantes.
Después de no haber sido reelegido como diputado en las elecciones parlamentarias de 1973, decidieron con Magaly volver a vivir a Antofagasta, donde tuvo que reinventarse como profesor de la Universidad y luego formar el Preuniversitario que mantuvieron por muchos años, nunca más volvimos a vivir juntos, pero hemos mantenido una fraternal relación a través del tiempo. Tiempo después de su partida de Santiago, con mi señora Carmen lo recibimos en muchas ocasiones en nuestro departamento cuando venía por razones de su trabajo o para investigar en la Biblioteca Nacional. Siempre fue muy grato recibirlo porque era un entusiasta de las cosas que realizaba, nos contaba de sus proyectos y siempre estaba atento a escuchar las opiniones de Carmen como educadora del Santiago College, o sólo para conversar cosas triviales como el costo de la luz en Santiago versus Antofagasta, siempre atento a descubrir injusticias para denunciarlas a través de la prensa. Siempre ha sido un gran y entretenido conversador, sobre todo cuando habla sobre la época del auge del salitre en el norte de Chile.
Cuando falleció Magaly, un 27 de febrero de 2009, en la misa que se hizo en la Parroquia Madre de Dios, que junto a ella habían ayudado a construir, Floreal le realizó una hermosa, valiente y emotiva declaración de amor al revelarse contra la voluntad de Dios por habérsela llevado de su lado que nos llegó profundamente a todos los acompañantes.
Floreal siempre se ha caracterizado por ser una persona amable, simpática, de buen corazón. Atento a las arbitrariedades contra los más desposeídos. Enemigo de las
injusticias y valiente para denunciarlas. Él junto con mi hermana Magaly, estuvieron presentes en parte importante de mi vida. De él aprendí sobre nobleza, integridad, honradez, perseverancia y humildad, que me han ayudado en mi desarrollo como persona y como profesional.
Sergio Raby Pinto. Ingeniero civil.
Recuerdos de mi hermano Floreal.
Floreal fue muy bromista, siempre estaba organizando bromas y siempre terminábamos riéndonos incluso la victima de la broma. Era gran amigo de mi hermano Gonzalo desde que estudiaban en el Liceo de Hombres de Antofagasta. Terminados los estudios secundarios, Floreal partió a Santiago a estudiar Historia en la Universidad de Chile, y así fue como llegó a nuestra casa. Desde el primer día, Pocho, como le llamábamos, fue un hermano más para nosotros. Con gran sentido del humor y una innegable simpatía conquistó a toda la familia, siempre haciendo bromas. Estas se sucedían casi a diario. Recuerdo algunas: Teníamos un amigo de apellido Pinto, que era muy tímido y corto de genio y que a veces se unía a nosotros para jugar canasta, juego al que era muy a cionada mi madre. Pocho la había bautizado como Sarita, nombre de una actriz que siempre hacía el papel de madre en las películas (Sara García, actriz española que desarrolló una amplia carrera cinematográ ca en México). Ella aceptó el sobrenombre con humor y muchas veces la llamábamos Sarita, pero solo nos aceptaba a nosotros
que la llamáramos así. Un día nuestro amigo llegó a jugar canasta y Pocho le dijo a Pintito que llamara Sarita a mi madre pues le gustaba ese nombre. Este ni corto ni perezoso se re rió a mi madre diciéndole “Usted parte doña Sarita”. El pobre recibió una fuerte reprimenda de mi madre que no aceptaba que otra persona la llamara así. Pintito se sintió avergonzado, mientras nosotros esbozábamos una indisimulada sonrisa, pero pronto vino la explicación y todos reímos de buenas ganas.
En otra oportunidad aparecieron ratones en la casa. Mi madre se consiguió prestado un gato con un vecino. En la misma época Pocho estaba dibujando unos mapas que le habían pedido en la facultad. Cuando los tuvo listos los dejó en el escritorio para llevarlos a su escuela. Esa misma noche, el gato se orinó en los planos. Pasado el mal momento organizó con nosotros un des le con pancartas desde el living hasta la cocina de la casa pidiendo la salida del gato... y no hubo más gato, en medio de risas, incluida las de mi madre.
Sergio Puebla Leeson. Arquitecto.
El maestro que me condujo a la Historia.
Con los años las huellas del pasado se hacen difusas; sin embargo, recuerdo nítidamente mi paso por el Liceo de Hombres de Antofagasta. Tuve allí excelentes profesores, desde el primero al sexto humanidades. Era un Liceo excepcional, formador de varias generaciones que pasamos por sus aulas. Allí conocí a don Floreal Recabarren, el Maestro que me acercó a la Historia.
Sus clases eran iluminadoras, además de hacerlas con entusiasmo y con un sentido de la comunicación que nos divertía y las hacía tremendamente entretenidas. A esto habría que agregar que jamás faltaba a la verdad disponible en aquella época. Inspirado en su ejemplo, ya en cuarto humanidades me percaté que la Historia era la disciplina que quería estudiar.
No fue sólo la calidad del profesor lo que me cautivó. Don Floreal tenía una opción política que nunca inter rió en sus clases. Era un hombre íntegro en el más pleno sentido de la palabra. La política también me interesaba; aunque desde una posición distinta a la suya. Con él aprendí uno de los principios básicos de la democracia: el respeto por quien piensa distinto y que nadie tiene derecho a imponer sus formas de asumir la vida.
En estricto rigor, el ejemplo del Maestro no sólo me conectó con la Historia. Creo que paulatinamente me fue acercando a la docencia. Cuando terminé la Enseñanza Media tenía claro que quería ser profesor de Historia con el propósito de replicar el ejemplo del Maestro que enseñaba en el Liceo de Hombres de Antofagasta.
Los años pasaron y dejé de verlo. Lo recordaba a la distancia desde el momento en que me trasladé a Valparaíso a estudiar Pedagogía en Historia en la Universidad de Chile. Esos recuerdos me acompañaron por cuanto lugar pasé más adelante. Ese joven que quería ser profesor, para repetir el ejemplo de don Floreal, se fue aproximando cada vez más a la Historia, postergando su primer anhelo. Mucho contribuyeron a esto otros dos grandes Maestros: Sergio Villalobos y Mario Góngora.
Cuando en 2012 obtuve el Premio Nacional de Historia traté de ubicarlo. Finalmente nos reunimos en la
Feria del Libro de la Estación Mapocho en un homenaje que la Universidad de la Frontera y la Universidad Academia de Humanismo Cristiano me rindieron a propósito de ese Premio. Lo reconocí de inmediato. Tuvimos una larga conversación durante la cual me re rió lo difícil que le resultó terminar sus estudios. La situación económica le impidió seguir regularmente los cinco años de estudio. Me relató, además, el drama del terremoto de Chillán de 1939, que vivió siendo un niño cuando su familia vivía en esa ciudad. Fue un reencuentro con el pasado. Allí, frente a mi tenía al profesor que me inculcó el cariño por la Historia.
Desde entonces me volví a encontrar con él varias veces en Antofagasta. En esas ocasiones pude apreciar el respeto y cariño que la ciudad sentía por él. Don Floreal pasó el umbral del profesor, para convertirse en el Maestro de varias generaciones, entre las cuales me incluyo con mucho orgullo. Espero haberle transmitido el cariño y admiración que sentí por él.
De su muerte me enteré casi de inmediato. Una mano amiga de mi lejano norte, tomó el teléfono y me llamó. Volví al pasado y lo recordé en las salas de clases de las calles 14 de febrero, Orella y Ossa. Los años desgastaron su cuerpo, pero no el recuerdo de sus alumnos. En ese momento me encontraba en mi refugio escribiendo un libro que espero se publique pronto. Me hubiese gustado hacérselo hecho llegar. No se pudo. Tuve que conformarme con estampar en la página que redactaba el texto que aparecerá en ese lugar:
“En este punto, hoy martes 16 de junio de 2020, a las 20.30 hrs, me avisan desde Antofagasta, la muerte de un paro cardiaco de mi profesor Floreal Recabarren, ocu-
rrida hace una hora y media, el primer Maestro que me condujo a la Historia. En estas páginas lo he mencionado varias veces y lo seguiré haciendo. En homenaje a él hago un alto en mi escritura”.
Hasta siempre querido Maestro.
Jorge Pinto Rodríguez Premio Nacional de Historia 2012, Universidad Católica de Temuco.
Para Floreal, colega y amigo.
En 1984, año en que conocí a Floreal, vivía un momento muy especial en relación con mi desempeño profesional, puesto que había sido exonerada de la Universidad Católica del Norte. En circunstancias tan cruciales recibí una llamada telefónica que me sorprendió. El emisor se presentó como Floreal Recabarren, personaje que conocía por referencias, pero no personalmente. Él estaba organizando un grupo para preparar la PAA y se había comunicado con Patricia Bennett, quien rechazó su ofrecimiento, pero terminó recomendándome. Mi negativa a tan intempestiva proposición, fue categórica. Crear una institución que facilitara el paso de la Educación Media a las Universidades, era algo que ni siquiera había imaginado.
Él insistió en un próximo encuentro para dialogar y conocernos. A esa reunión concurrieron dos profesionales más. Floreal fue puntual. Disponía de poco tiempo. Asignó tareas especí cas para la semana siguiente. Se despidió, sin darme la palabra para reiterarle mi inicial negativa.
Sólo mi sentido de responsabilidad me indujo a regresar con “mi tarea realizada”. El carisma y el poder de persuasión de Floreal, fueron determinantes. Terminó convenciéndome para un trabajo, codo a codo, durante 20 años.
El antiguo C.E.A. (Centro de Estudios Académicos) o el Reca (así lo llamaron los alumnos), funcionó en una casona de calle Uribe. La O cina de la Dirección —el cali cativo suena algo pretencioso—, estaba entre dos salas. Una, con vista a la calle, era utilizada para sus clases que siempre tuvieron una alumna más, yo, que desde mi escritorio, escuchaba todo y si la curiosidad me superaba, podía observar al profesor, y/o a los alumnos, por algún estropicio de una vieja puerta con vidrios empavonados de un muro medianero.
Con la excepción de un par de casos, no he conocido a un profesor más ameno, motivador y respetado que Floreal. La pedagogía no tenía secretos para él. Iniciaba su clase y todos los alumnos, atentos y concentrados, estaban pendientes de sus palabras, de los mapas y de otros materiales, algunos rústicos, que complementaban sus exposiciones. Mientras hablaba, no volaba una mosca. Siempre supo en qué momento contar un chiste, o lanzar una talla, que relajaba. Los alumnos, reían a carcajadas. Él retomaba su clase, ahora en medio de un respetuoso silencio. De improviso, la amenizaba hablando otros idiomas —es lo que él pretendía—; se desplazaba entre los alumnos y, encaramado en mesas o sillas, esceni caba heroicas batallas o cantaba, apasionado, viejas y pegajosas canciones de alguna campaña política que eran coreadas, alegremente, por los alumnos. Luego, la clase proseguía. Creo que ha sido un profesor excepcional. Nunca escuché
queja alguna. Sus alumnos llegaban felices y trataban de no perder clases.
Gracias a este notable maestro y gran motivador, sus alumnos aprendían a aprender y, sin notarlo, quedaban habilitados para cambios cualitativos y de real superación personal.
En el C.E.A., Floreal fue un e ciente director, probo, criterioso, con acendrados valores, gran sentido de responsabilidad, justicia y tolerancia, capaz de crear ambientes gratos. Aportaba armonía y respeto por la diversidad. Su buen humor y facilidad para relacionarse con todos creaba cercanía y una uida comunicación. Los académicos y demás funcionarios trabajaban con gusto, identi cándose con la institución y daban lo mejor de sí para sacar adelante y de modo destacado, la misión de educar.
Quiero señalar que me siento agradecida de conocer a Floreal y compartir, durante treinta y cinco años, tantas enriquecedoras experiencias en el ámbito laboral. Es grande el agradecimiento de que la vida, o el destino, me haya permitido estar cerca de una persona tan íntegra, que ha destacado y aprobado con sobresaliente la totalidad de los compromisos asumidos: familiares, sociales, profesionales, políticos, religiosos, etc.
Y, para nalizar, quiero expresar, cordialmente, mi respeto, admiración y el inmenso cariño que siento por Floreal. Además, mi sentido deseo de que la vida le siga regalando salud, sabiduría y nuevas realizaciones.
Orieta Véliz Castillo, profesora de Castellano.
Floreal “hace” la ciudad.
Floreal ha estado cerca de mi madre, Meche Chacc, y de mí, desde, al menos, mi adolescencia, porque él desde siempre ha amado el teatro y, como el mismo me cali ca con acierto, soy, como mi madre “teatrero”. Floreal es de ese mundo también y como todos nosotros con la pampa y el mar pegados a la piel.
Es el hombre que enhebra las hilachas felices del pasado, sin tampoco olvidar los ratos, días y años tristes de la ciudad. Floreal entonces “hace la ciudad, el Antofagasta que tanto, tanto quisiéramos ser”.
Eric Goles Chacc. Ingeniero matemático y Escritor. Premio Nacional de Ciencias Exactas 1993.
Al encuentro de Floreal Recabarren Rojas.
Voy a tratar de “encontrar” a Floreal Recabarren Rojas, en lo que se re ere a mi condición de habitante de Antofagasta. No ha sido un vecino persistente en mi horizonte. Su gura envuelve relatos de otros y vivencias personales. En estas últimas nos apoyaremos. Un primer encuentro fue en la segunda mitad de la década de 1970 cuando se incorporó como profesor hora en la Escuela de Historia de la Universidad del Norte. Su apellido llamaba a confusión con la gura de su hermana María Eugenia, am-
bos docentes de Historia. Se comentaba, principalmente por su amigo y correligionario Sergio Adolfo Contador V. académico en la Universidad del Norte, su memoria de prueba para optar al título de Profesor de Historia, Geografía y Educación Cívica de la Universidad de Chile, sobre el movimiento del proletariado en Tarapacá y Antofagasta en el periodo salitrero, inédita, y que había sido dirigida por Hernán Ramírez Necochea, un referente en la historiografía marxista clásica. Esto despertaba curiosidad, toda vez que en la campaña política de marzo de 1973 habíase mostrado Floreal, como candidato a diputado, como un tenaz y rme opositor a la Unidad Popular. Y ¡había estudiado el movimiento obrero!, no se entendía, quizás, en aquellos tiempos “de trinchera política”, que no guardaba conexión un objeto de estudio con las ideas contingentes. En esta misma impresión de imágenes, recuerdo el impacto mediático, posiblemente el más fuerte en el norte, cuando se veri có en la dictadura la denominada Consulta Nacional en 1980, y Floreal demostró, mediante limpiarse el entintado de su pulgar, que se podía votar varias veces y hacer fraude en el acto electoral sin garantía alguna.
De esa vez, comienzo a per lar en Floreal un ademán cívico interesante en momentos difíciles. Una consistencia de un hombre público en cuanto a sus valores. Recuerdo que con un amigo en común Eduardo Köning, profesor de Historia, Geografía y Educación Cívica de la Universidad de Chile, incorporado a la Universidad del Norte, en la década de 1970, constituían dos referentes de la disidencia a la dictadura militar en el mundo académico, provenientes de la Democracia Cristiana. Ambos mostraron dignidad política, probidad intelectual, que
eran valores apreciados en aquel entonces por la juventud.
En 1978 organizamos con mi hermano Luis Gustavo en el Centro Español una serie de conferencias, donde por única vez Oscar Bermúdez Miral, el extraordinario historiador del salitre, dio una exposición sobre Juan López. Allí estuvo Floreal, junto a Mario Bahamonde, Andrés Sabella, etc. Fue un momento de pequeño faro en momentos que se vivía el “apagón cultural”, por la censura impuesta.
En lo emotivo y más cercano en lo humano guardo varias experiencias. Una de ellas, fue cuando fuimos colegas en el Colegio San Luis en 1986 y ambos fuimos desvinculados por el P. Guillermo Marshall S.J., por negarnos a aceptar el ofrecimiento de jornadas completas. Floreal ya estaba asociado a Orieta Véliz Castillo con su Pre Universitario, en calle Uribe. Otro momento que conservo fue cuando retornó la democracia y nombrado alcalde de Antofagasta. Colaboré en cuanta actividad cultural que coordinaba Osvaldo Maya con Sergio Gaytán bajo los auspicios y/o patrocinio de la Municipalidad.
Siempre me ha parecido que Floreal constituye una bisagra del Antofagasta de antaño, pobre en recursos materiales, con una identidad de sus vecinos que promocionaba el ayuntamiento y una febril actividad cultural, y el Antofagasta de hogaño, sin cuidado de sí mismo, comenzando por sus habitantes e instituciones. Floreal hace resonar la vitalidad de un espíritu regional y local que se anidó en su juventud y que defendió en su labor pública.
Frente a lo efímero de las conductas cívicas contemporáneas, a mi entender, Floreal guarda —y promociona— celosamente el cuidado de lo común, que es la ciudad, y la preservación de una identidad regional, que se
asoma en nuestras quebradas y en el extenso litoral que poseemos.
José Antonio González Pizarro. Doctor en Historia por la Universidad de Navarra. Profesor Titular de la Universidad Católica del Norte. Miembro de la Academia Chilena de la Historia-Instituto de Chile.
Floreal, una amistad en torno a Clío.
Este comentario intenta contar ¿cómo y por qué llegué a conocer al colega y amigo Juan Floreal Recabaren Rojas? De partida, debo advertir que no tuve la suerte de tenerlo como profesor, tampoco como vecino de barrio, ni jamás fuimos presentados, formalmente por algún conocido y menos por algún correligionario partidario o parroquiano de Iglesia. Nuestra cercanía y punto de encuentro ha sido la Historia y en concreto, la disciplina histórica, la historiografía.
El primer recuerdo que tengo de él, tiene que ver con un suceso noticioso que se convirtió en un hecho histórico nacional y, localmente constituye un hito político en los anales de Antofagasta. El acontecimiento en cuestión, corresponde al plebiscito de 1980, cuando el profesor Floreal Recabarren, militante de la Democracia Cristiana, demostró al país y al mundo que se podía votar en más de una oportunidad en los centros de votación del régimen. De manera natural y sencilla, él constató que el proceso electoral estaba viciado desde su origen. En mi hogar
—predominantemente de izquierda— la noticia siempre fue recordada. Hoy al hacer memoria, creo que de allí surge la primera evocación a su persona. En esos días de adolescente —al interior de mi familia— yo reconocía la entereza moral de un “ex alcalde de Antofagasta”.
Tras la crisis económica de 1982 comencé a experimentar los primeros esbozos de rebeldía y libertad en el Preuniversitario de la Universidad del Norte. Allí presencié las primeras manifestaciones de protesta popular, los apagones, los pan etos y los rayados en los muros contra el Dictador. En ese ambiente, me interesó la Historia, el tiempo pasado y, sobre todo, aprender y enseñar sobre el acontecer de la humanidad. Saber sobre Democracia y Socialismo, volcarme hacia la antigüedad clásica y la Europa industrial y contemporánea. Lamentablemente, en la ciudad las Ciencias Sociales y las Humanidades habían sido clausuradas, por poco rentables y subversivas.
Durante la transición a la Democracia me trasladé a la capital y allí consolidé enfoques y temas historiográ cos, inclinándome hacia la Historia Regional. En seminarios especializados y en la tesis de Licenciatura me avoqué a leer y analizar lo que más pude sobre historiografía antofagastina y, con sorpresa, volví a reconocer el nombre de Floreal Recabarren, quien aparecía, comúnmente mencionado en libros y comentarios de revistas especializadas.
El verano de 1994, se me ocurrió pasar a visitar al profesor Recabarren. Para ello me dirigí a su reconocido Preuniversitario, apodado “El Reca”. Sin consulta previa, ni protocolo de antecedentes, me acerque al lugar. Tras un rato de espera, me atendió muy cordialmente y después de varias horas, de amena conversación, tuvo la con anza de compartir conmigo documentos inéditos, aquellos “tesoros o reliquias”
que todo investigador —que se aprecie de tal— posee.
Con el nuevo milenio, retorne a Antofagasta, de nitivamente. Recuerdo que él fue uno de los primeros que conoció mi decisión. En esos días me incorporé como docente en la Carrera de Turismo y Relaciones Públicas; allí impartía clase de Historia y Geografía de Chile y métodos y prácticas de las Ciencias Sociales. Simultáneamente, me daba el tiempo para investigar en el Archivo y la Biblioteca Municipal.
Así comenzó la cercanía con Floreal; quizás por las similitudes que compartimos; ambos somos antofagastinos; los dos, profesores de Historia con estudios en Santiago y regresamos a la ciudad para aportar, con nuestra formación, a la educación local. Igualmente, optamos por la investigación de nuestro terruño; aunque él, lo ha vivido en primer plano, como protagonista y autoridad de Antofagasta contemporánea y postmoderna.
En esta etapa, he compartido con él varios encuentros e iniciativas en torno a nuestra Historia y la educación de ella. En principio, a través de proyectos incipientes, como la Historia del Mineral de Caracoles en marzo de 2001, el cual no prosperó. A pesar de ello, las tertulias sobre Historia e historiografía continuaron, con mayor razón y sentido formal, cuando ambos participamos como académicos en la Universidad José Santos Ossa, en la Carrera de Historia y Geografía. Allí fue cuando me pidió que le digiera “Floreal”; de manera más informal, porque éramos colegas, compartíamos investigaciones y frecuentaba su hogar.
Esta situación de horizontalidad, al principio me costó asumirla; pero en la cotidianeidad, se naturalizó nuestra relación de amistad y con dencia.
De la cual me siento orgulloso y agradecido, porque me ha permitido contar con su con anza, consejos y retos que me han ayudado a crecer como persona.
Héctor Ardiles Vega. Profesor de Historia y Geografía. Encargado del Área de Investigación Histórica y Biblioteca Patrimonial del Museo de Antofagasta. Presidente del Centro de Investigación Histórico Patrimonial Isaac Arce Ramírez (CIIAR).
Tener una misión.
Chile es un país que tiende a ver con pavor el paso de los años y con cierto desprecio a los viejos.
En la sociedad del “Me gusta”, las arrugas están demodé y la tercera edad aparece, cuando mucho, cargada de estereotipos y caricaturas de la que pocos de aquellos que habitan el ocaso de sus existencias logran escapar.
Pero la investidura del tiempo es un traje prodigioso si sabe ser llevado. Juan Floreal Recabarren Rojas, es un ejemplo. ¿Cuál podría ser la diferencia? ¿Qué hace tan distinto a un hombre que se acerca al centenario de vida?
Tiene una exitosa historia que lo avala desde lo público: Fue alcalde cuando ni siquiera se pagaba por ello, fue diputado, consejero regional, pudo ser senador; pero también fue propietario de un café, de un preuniversitario, vendedor, padre, esposo, buen hijo, un hombre alegre por decisión y amigo empedernido de la amistad y el Norte Grande.
Fue todo eso, pero por sobre todo es un hombre que conocedor del pasado, vive en el presente y se proyecta al
futuro: esa es la piedra angular... Soñar, tener una misión.
Tal don, creo, tiene su origen en su vocación docente, porque hay que convenir que aquella es su identidad más potente; y aunque dejó las aulas, continúa enseñando, desde su tribuna de columnista, historiador o atendiendo a todo aquel que lo necesite, ya sea para documentarse de algún antecedente pretérito, o empaparse de su opinión siempre sabia de la contingencia.
Don Floro es la memoria viva de Antofagasta y debemos dar gracias por ello. Su generosidad, valentía y pasión son ejemplo de las mejores características de una generación de chilenos que forjó el país moderno, trabajando duro, apoyando la democracia, la libertad y creyendo en la dignidad de las personas.
Nada es casual; ningún esfuerzo ha sido en vano. La vida de don Floreal es un ejemplo cabal de aquello.
Víctor Toloza Jiménez. Periodista. Ex Director diario El Mercurio de Antofagasta. Director de Comunicaciones y Admisión Universidad Católica del Norte.
Floreal.
“La vida no es la que vivimos, sino la que recordamos para contarla”.
Gabriel García Márquez.
En el Primer Año de mi ingreso a Pedagogía en Castellano de la Universidad del Norte cursamos un Primer Año
Común a todas las Pedagogías, especie de Propedéutico en que aparecieron los personajes más notables para una mechona conmocionada.
Y entre la variada gama de profesores increíbles, apareció Floreal, joven profesor de Historia de sólo 38 años, recién asumido como alcalde de Antofagasta. Recuerdo su hiperactividad pedagógica que llenaba todos los espacios y todas las mentes con una pasión contagiosa.
En un momento lo veíamos avanzar en puntillas de pies relatando pasajes desconocidos de la historia universal del siglo XX para, repentinamente, dar un brinco sobre el escritorio y desde allí concluir la observación que interesaba. La voz alcanzaba decibeles peligrosos y los cambios de tono contribuían al misterio de la historia. ¡Cómo no aprender, entonces!
La plasticidad de su relato nos hacía ver barcos, trenes y aviones y escuchar los arrebatos de las guerras. De repente, giraba cual bailarín clásico y enfrentando a un alumno, planteaba una pregunta que nos hacía pensar. Los recursos tecnológicos de hoy no asomaban todavía sus narices, pero el divino entusiasmo hacía que quedásemos prendidos de las palabras y que entendiéramos que la Universidad era un privilegio. Todavía era el tiempo del asombro. Nacía el debate y la aparición de estructuras mentales que posibilitan la expansión del pensamiento.
Floreal nos acostumbró al goce de aprender, nos mostró la palabra que convoca.
Hoy lo leo y lo veo haciendo mil cosas, con la misma agilidad mental de ayer. Los años son un equipaje que impide los brincos físicos, pero nunca los intelectuales. Para mí, sigue siendo ese alcalde que corría entre la Mu-
nicipalidad y la Norte, el que nos inculcó una pedagogía participativa y fascinante. Laureles para Floreal. Patricia Bennett Ramírez.
Profesora de Castellano. Docente de la Universidad de Antofagasta. Miembro del Consejo Regional de la Cultura las Artes y el Patrimonio. Miembro de la Academia
Chilena de la Lengua, correspondiente por Antofagasta.
Un personaje entrañable.
No es difícil referirse a Floreal Recabarren, ya que tengo el honor de conocerlo casi toda mi vida. Mis recuerdos vienen desde mi época de estudiante del gran Liceo de Hombres de Antofagasta. Aunque no tuve la fortuna de tenerlo como profesor, pude apreciar su siempre dispuesta amabilidad de relacionarse y conversar en los recreos, con cada alumno que se le acercara en las horas de recreo. Aparte de responder todo tipo de preguntas relacionadas con sus materias, contaba anécdotas personales súper entretenidas, que solo él sabía si eran verdaderas, pero que todos quienes las escuchábamos quedábamos literalmente boquiabiertos con sus magní cas historias.
Recuerdo que fue un pilar fundamental el año 1966 en poner de acuerdo a los clubes Unión Bellavista y Portuario Atacama, que debían postular a Antofagasta con un nombre común si querían que la Asociación Central de Futbol, aceptara que un equipo representante de la ciudad participara en la competencia profesional de segunda división. Gracias a su gestión, logra conseguir el consenso de los dirigentes en torno al nombre de Club de Deportes Antofagasta Portuario. Esta actuación, fue uno de los
motivos que lo llevaron a ser presidente del club, y por qué no decirlo, uno de sus fundadores. Con esto no quisiera excluir a nadie, pero la lista de presidentes y directores del club, en esos años fueron connotadas personas de nuestra ciudad.
Fue regidor, dos veces alcalde, diputado, concejal y consejero regional, representando a la Democracia Cristiana. Destaco su orientación política, porque en una de mis campañas políticas, se me ocurrió solicitar a destacadas guras locales que grabaran unas palabras sobre mi persona y una de ellas fue don Floreal. Era un gran desafío, ya que él militaba en una tienda contraria a la mía, pero dije, nada se pierde con preguntarle y fui a su café en plena calle Prat donde se reunían los políticos de turno y saludaban a todos los parroquianos que circulaban a medio día por ahí. Ahí estaba don Floreal, como un gran conversador rodeado de varios amigos. “Me acerqué a él tiritando de pies a cabeza y le dije: ¿Don Floreal usted podría decir unas palabritas hacia mi persona y que lo pueda grabar? Su respuesta inmediata me dejo perplejo: ¡Pero claro pues muchacho, si te conozco de toda una vida y eres muy jugado por nuestra ciudad, con gusto echa a andar la grabadora no más!”. Comento esta anécdota, porque es difícil encontrarse con personas con tan inmensa calidad humana y tolerancia política.
Recuerdo que el día 14 de febrero del año 2004, siendo concejal de la Ilustre Municipalidad de Antofagasta, me correspondió hacerle entrega de la máxima distinción que otorga la ciudad, el Ancla de Oro, al gran Floreal Recabarren Rojas. Para mí fue uno de los actos por los que siento más orgullo, en mi paso por el servicio público.
Por el largo tiempo que conozco a Floreal Recaba-
rren, reconozco en él a un hombre bueno, honesto, sencillo, inteligente y con un tremendo cariño y amor por nuestra ciudad.
Constantino Za rópulos Bossy. Empresario. Ex Gobernador Provincial.
Desde el puesto de vigía.
Recogiendo las anécdotas que siempre nos cuenta mi padre, aparece una referida al profesor de historia, geografía y economía política, historiador y político, Juan Floreal Recabarren.
Eran los tiempos en que papá estudiaba y se preparaba para las pruebas de n de año en el mítico Liceo de Hombres de Antofagasta, la cuna de los más ilustres “Diablos Rojos” que engalanan la historia regional.
El profesor titular era nada menos que Mario Bahamonde Silva, hombre austero, letrado, poeta y escritor de citas oportunas, con el dedo siempre indicando algo más allá de esta realidad. Pero, justo en ese año, debió asumir la rectoría de esta institución, reemplazando en el cargo a Santiago Seguel, teniendo que dejar los cursos que tenía y distribuirlos entre sus colegas de entonces.
Cuenta mi padre que Juan Floreal Recabarren fue nombrado profesor titular, en reemplazo de Bahamonde. Y su llegada al curso no estuvo exenta de grata sorpresa para los estudiantes: Recabarren se presentó al curso y declamó una extensa apología del valor de la enseñanza, la necesidad de entender la historia y el arte, haciendo
especial hincapié en que cada uno debería convertirse en un amante de las letras y el patrimonio.
Pero eso no fue todo.
Llegado el tiempo de los exámenes, apareció Recabarren con su tenida impecable, pidió ayuda a algunos estudiantes para que pusieran una silla encima de la mesa del profesor y, ni corto ni perezoso, se encaramó cual muchacho y se sentó a vigilar que nadie se tentara en mirar hacia el lado durante la toma de su prueba.
Hasta ahora —rememora mi padre— es una de las imágenes más impactantes e imperecederas que guarda de esos años lejanos: Recabarren, observando desde la altura, cual vigía atisba la presencia de costa desde la cofa de una carabela, constituye uno de sus recuerdos preferidos.
Asegura mi padre que se veía lejano, imponente y no daban ganas de sacar ni un miserable “torpedo”. Era un vigía seguro de su tarea, sabedor que todos los muchachos que miraban sorprendidos a su profesor, llegarían a ser grandes hombres para esta ciudad del ancla invertida que siempre tiene personas y anécdotas maravillosas.
Víctor Bórquez Núñez. Periodista, Escritor y Comentarista de cine. Doctor en Proyectos de Comunicación, mención Cine.
Un personaje al trasluz.
Nunca lo tuve como profesor. Si fuimos colegas en el colegio San Luis. Me correspondió llevarlo al colegio a impartir la cátedra de Historia de Chile en los cursos superiores. Somos amigos de muchos años con el Pocho, como
le llamamos familiarmente. Profesor brillante, un mejor maestro, compadre con mi hermano mayor Julio. Político, profesional, de vida sobria, sencilla y austera.
Alcalde de Antofagasta por dos periodos y diputado por uno. Siempre ha defendido al norte con fuerza y autoridad. Un “Patricio” de la política. Un personaje que se ha jugado siempre por grandes tareas. Con un amor profundo por su familia, católico practicante y demócrata cristiano a carta cabal. Antofagasta le debe mucho a Floreal.
Educador ilustre. Por años fue rector del Liceo Nocturno de Antofagasta. Lo he conocido como un hombre muy atento y servicial, siempre disponible. Hoy es el único representante histórico de Antofagasta, legitimado por una vida prolí ca en afectos y sueños. Dueño de una gran calidad humana.
Cristo ha sido siempre el centro de su vida. Ha puesto en el Señor toda su fe y con anza, aun en medio del dolor de haber visto partir a su querida esposa Magaly hace algunos años.
A sus 93 “abriles” Floreal nos sigue dando cátedras de humanidad. Tenemos una deuda con él. Rendirle en vida un maravilloso homenaje que trasunte nuestro reconocimiento en su persona, expresarle la alegría de que Dios aun lo tiene entre nosotros y demostrarle la gratitud de un pueblo por su entrega a la ciudad y a la región.
Dios lo llamó a una linda misión, la que ha sido su vocación de servicio a los demás.
El legado de Floreal es seguir regalándonos cordialidad, afecto, alegría, una sana amistad y el carisma de haber sido siempre un amigo leal y consecuente con sus ideas.
Presbítero Juan Gálvez Zuleta.
Floreal Recabaren, un referente de la historia del norte.
En 1975 conocí a Floreal en la Sede Antofagasta de la Universidad de Chile, cuando ingresé como académico en el departamento de Ciencias Sociales en donde Floreal era profesor de la Cátedra de Historia.
El contacto con él me hizo ir conociendo la historia pasada y reciente de esta zona de la cual no sabía mucho y llegué a conocer mucho más, gracias a su guía y entusiasmo natural que ha tenido siempre por enseñar.
Largas charlas sobre la historia del norte, el patrimonio mueble e inmueble y los modos de vida de las distintas comunidades de la macrozona norte, me permitieron conocer al académico, político y regionalista que entregaba a través del quehacer académico, su contribución al acervo cultural de la región.
Como historiador quiso hacer historia, formando parte de los gobiernos comunales, como Regidor y Alcalde en dos períodos. Desde ahí colaboró como hombre demócrata y libre pensador con proyectos socio educativo culturales que se desarrollaron en Antofagasta en la década del 90, en particular con un Programa de Identidad y Patrimonio Regional que montó la Universidad José Santos Ossa por esos años.
Su impronta se tradujo en estudios e investigaciones que derivaron en la creación de la Carrera de Pedagogía en Enseñanza Media Mención Historia.
En lo personal siempre sentí que su presencia dio
prestigio y solidez al proyecto, ya que elevaba la discusión académica en el seno de esta nobel institución.
Jaime Valenzuela Acuña. Diseñador grá co. Ex Rector Universidad José Santos Ossa.
Su paso por la Municipalidad de Antofagasta.
Conocí personalmente a don Floreal el año 1990 en dependencias de la Municipalidad de Antofagasta, cuando asumió como alcalde designado, en el inicio de la transición a la democracia, en donde yo desempeñaba el cargo de Directora de Control.
Por aquella época no existían en las Municipalidades cargos de con anza del alcalde, pero a diferencia de otros alcaldes designados del país, don Floreal no contrató, en calidad de honorarios, a personas de su con anza para hacer la labor de los directores de las Direcciones Municipales, pasando por sobre los funcionarios a cargo. Por el contrario, él asumió que debía trabajar con los directores en ejercicio, en este caso un grupo de personas bastante heterogéneo en cuanto a profesión, edad y género, situación que naturalmente produce incertidumbre, nerviosismo y tensión en ambas partes.
En la primera reunión que sostuvo con el cuerpo directivo de la Municipalidad, del cual, como indiqué, yo formaba parte —siendo la única mujer del grupo y la más joven—, quedó demostrada su calidad humana y capacidad de liderazgo, con rmando a todos en sus cargos, y con ó en que podíamos trabajar juntos por el bien de la comuna. Todos agradecimos esa con anza.
Durante su mandato, su capacidad de liderazgo fue puesta a prueba, por cuanto el aluvión que azotó la ciudad el 18 de junio de 1991, descrito como el mayor desastre que ha sufrido Antofagasta, el que signi có la muerte de 91 personas, 17 desaparecidas, pérdidas materiales por aproximadamente US $71 millones y la destrucción de 493 casas, le signi có un enorme desafío no exento de críticas de todos los sectores, como él mismo ha señalado.
Ningún alcalde está preparado para enfrentar una catástrofe de tal magnitud, no obstante la Municipalidad con don Floreal a la cabeza, y junto a todos los funcionarios municipales, hicimos nuestro máximo esfuerzo, trabajando intensamente durante ese período para que tanto las adquisiciones realizadas con fondos municipales, como la recepción de la ayuda material que se recibió del Gobierno y de particulares, fuera distribuida y entregada de la forma más transparente y oportuna a los damni cados.
Durante este proceso ciertamente tuvimos nuestras diferencias, ya que las normas de excepción que rigen en caso de catástrofe, fueron decretadas por el Gobierno por el plazo solo de una semana desde ocurrido el aluvión, de manera tal que posterior a ese período regía toda la normativa legal sobre adquisiciones y administración de recursos materiales y nancieros vigente en tiempos normales. Esta situación tensionaba las relaciones laborales por el deseo del alcalde Recabarren de dar rápidamente solución a las demandas por parte de la comunidad, y por mi parte, dada la función de la Dirección de Control de velar por el cumplimiento de la normativa. Sin embargo, a pesar de la presión y de la opinión de algunos “asesores”, don Floreal, consciente de su deber de salvaguardar
los fondos públicos, acogió mis sugerencias respecto de los procedimientos para llevar un adecuado control de la entrega de los bienes materiales, y del procedimiento de adquisiciones en ese período de crisis.
Es así que, terminado su periodo como alcalde, la revisión de las rendiciones de cuenta por los fondos municipales, por los aportes nancieros del Gobierno y de privados, no tuvieron reparos por parte de Contraloría Regional Antofagasta.
Soy y seré siempre una agradecida de haber tenido el privilegio de trabajar con don Floreal Recabarren, con quien hasta el día de hoy nos une un gran respeto y cariño, ya que entendió la función que desempeñaba esa jovencita de 33 años, que ostentaba el cargo de Directora de Control, y hasta en una ocasión me dijo “Ud. señora tiene más pantalones que algunos directores...”, a los cuales, por supuesto, no nombró.
El amor por la comuna, de la cual fue alcalde en dos oportunidades, se ha visto re ejado en cada una de las actividades que llevó y lleva a cabo hasta el día de hoy. Asimismo, tiene un gran cariño a la Municipalidad como institución, ya que regularmente concurre al Edi cio Consistorial para saludar a los antiguos funcionarios —entre los que me cuento—, siendo recibido con gran cariño, porque eso se merece nuestro ex jefe don Juan Floreal Recabarren Rojas, ex Alcalde de la comuna de Antofagasta.
Cecilia Aqueveque Sánchez. Ingeniera comercial. Directora de Control de la Municipalidad de Antofagasta.
Un político diferente.
El profe Floreal ha ido escribiendo parte de su vida en las salas de clases, en el parlamento, en la municipalidad, en las páginas y las calles de su querida ciudad y en el corazón de muchas personas. Como pocos, no paga con la misma moneda.
En septiembre de 1970, correspondía efectuar elecciones presidenciales y parlamentarias en el país. A nivel local, la directiva nacional de la Democracia Cristiana se jugó la opción de elegir tres diputados e incluyó en la papeleta a Cesáreo Castillo M., mi padre, Floreal Recabarren R. y Pedro Araya O. Las encuestas indicaban que don Floreal se impondría por un amplio margen de preferencias, que don Pedro Araya sería elegido y que Cesáreo Castillo se perdía. Sin embargo, cálculos electorales indicaban que si se producía una buena distribución del caudal de votos que obtendría la DC, sus tres candidatos podrían ser elegidos. Esta alternativa requería que, entre los candidatos jos, hubiera un gesto de nobleza expresado en un llamado a parte de sus adherentes a votar por Cesáreo Castillo. Fue Floreal Recabarren quien públicamente llamó a seguidores a privilegiar a Castillo en la votación, sacri cando drástica y fatalmente su propia votación. En de nitiva, fueron elegidos Araya y Castillo, perdiéndose Recabarren.
Eso no fue todo, con el devenir de los años, unos preferimos a Carmen Frei y otros a Waldo Mora, por eso estamos como estamos, sin saber distinguir los re ejos de
los “valores para siempre” que sostienen personas como Floreal.
César Castillo Lilayú. Máster en Gerencia Pública. Ex Intendente Regional.
Registros íntimos.
Floreal llegó a mi vida despacito, fuimos vecinos por largo tiempo, nos saludábamos por la naturaleza propia de cada uno, él me sonreía y yo le devolvía la sonrisa por sencilla cortesía. Él era parte de la sonomía de mi barrio, un amable vecino.
Así pasó el tiempo, sin ahondar ninguno de los dos en la vida del otro. Hasta que leí una entrevista en donde exponía la dolorosa pérdida de Magaly, fue en ese instante en el que empecé a descubrir quién era él, cuando conocí su historia de amor y su abrupta viudez. Fue entonces, que comenzamos a conversar a momentos, en el cruce de una calle, en la la del supermercado, en esos breves espacios cotidianos en donde coincidíamos.
Me enterneció su historia y comencé a darme tiempo para compartir con él. El inclaudicable amor hacia su mujer, la rebelión ante su muerte, los cuestionamientos existenciales, el dolor latente y su capacidad de superar aquel desgarro para reinventarse por amor a la vida, al disfrute, al respiro. Esa tozudez para vencer la soledad e intentar ser feliz, me hicieron admirarlo. Así fue como nos hicimos amigos.
En el proceso en que comenzamos a cimentar nuestra amistad, me correspondió enfrentar mi propia viudez, fue entonces que una sencilla y humana acción, terminó de enraizar nuestros afectos. Era el primer día del padre para mis hijos, el mayor tenía catorce años y el menor nueve; Floreal me llamó y comenzó a hablarme de la legendaria torta que le había preparado su hija, una maravilla del recetario de Magaly, de ésas con las que sobrevivieron las penurias de los ochenta. Me dice “Pame, vengan con los niños a tomar once, está exquisita esta torta que me preparó Claudia para el día del padre, acompáñenme, los espero”.
En ese tiempo de incertidumbre, a pocos meses de la muerte de mi compañero por dos décadas, Floreal nos invitó a compartir con él la bendición de estar vivos, nos obsequió una certeza y compartimos muchos domingos con mis niños, los cuatro construyéndonos la alegría.
He tenido la fortuna de conocerle en profundidad, de caminar junto a él en tiempos difíciles, de conversar desmenuzando incógnitas, de celebrar esfuerzos y alegrías, me ha compartido sus expertas radiografías de actualidad local e internacional, hemos leído poesía, me ha secado alguna lágrima y yo le he hecho reír.
Sé que para muchos Floreal es un personaje, el exalcalde, el hombre de la política de antaño, el profesor, el historiador, el maestro. Para mí, es mucho más que todos esos roles que tan bien ha cumplido. Es un hombre en permanente evolución, constantemente trabajando para desarrollarse y adaptarse a los tiempos. Él es un hombre bueno, uno de esos maravillosos seres humanos en los que la bondad e inteligencia se conjugan, para expresarse en
su más amplia dimensión y con la férrea voluntad de contribuir a hacer del mundo un lugar mejor.
Pamela Ramírez Figueroa. Periodista. Directora Ejecutiva de la Corporación Pro Antofagasta, Proa.
El Preuniversitario del Reca.
Era 1985 y la oferta académica era ín ma en comparación a la que existe hoy. Sólo disponíamos de tres universidades privadas, todas en Santiago y ellas aún no eran una opción para la gran mayoría de quienes egresaban de la educación media.
Los resultados de la Prueba de Aptitud Académica aún se publicaban en los diarios con los nombres de los estudiantes y ello, indudablemente, constituía una presión adicional para obtener buenos resultados.
Eran los años en que se implantaba la prueba obligatoria de Historia y Geografía de Chile —distinta de la Prueba Especí ca de Ciencias Sociales—, aplicada por igual a los estudiantes y que era causa de preocupación para todos quienes no eran “humanistas”
En ese escenario nacían los primeros preuniversitarios. Todos pequeños, familiares y casi siempre guiados por educadores destacados; muy lejos de la industria que son hoy.
Sinceramente no recuerdo si el preuniversitario tenía algún nombre. Si lo tenía, no era importante, solo era el preuniversitario del Reca, como cariñosamente lo llamaban los alumnos que tenían la suerte de conocerlo y reco-
nocerlo como destacado profesor y valiente líder político.
El centro de toda la actividad del preuniversitario eran las clases del Reca. Era en ellas, en donde utilizando todo tipo de recursos, principalmente histriónicos para llamar la atención de sus alumnos y enfocarlos en aquello que quería transmitir. No era raro que se parara sobre una mesa, que gritara, cantara o que actuara como alguno de los personajes históricos a los que se refería en sus clases.
Sin desmerecer para nada sus clases de historia universal, es en sus clases de historia y geografía de Chile en las que, relacionando episodios y anécdotas de la historia con la compleja situación política de la época, podía apreciarse la estatura de Floreal Recabarren, tanto en su dimensión formadora como personal.
Pero existe otra faceta de Floreal Recabarren que es preciso destacar. El jamás ha dejado de ser profesor de quienes tuvimos la suerte de ser sus alumnos. Pasan los años y en cada encuentro, no sólo continúa interesándose en las vidas de todos quienes fueron sus alumnos, lo que en sí mismo es meritorio considerando que hemos sido muchos, sino que además continúa siendo en muchos sentidos nuestro profesor.
Rodrigo Marín Eterovic. Abogado. Socio Parraguez y Marín Abogados.
Ciudadano, líder, maestro, amigo.
Floreal germinó en el desierto al igual que su nombre y también lo ha hecho germinar de múltiples maneras. Como ciudadano ha estado identi cado con nuestra ciudad
desde muy joven y esa identidad la convirtió en permanente compromiso. Toda causa noble y justa de Antofagasta, también ha sido suya, empezando con la educación y formación de niños y jóvenes, que ha sido el centro de su vida.
Luchar por el progreso y bienestar de quienes nos arraigamos en este desierto desde el servicio público, fue la segunda senda donde canalizó su compromiso vital. Siempre con su sello educador, moderado, inspirado en el idealismo social cristiano sin ningún interés personal, que no fuera el bien común.
Frutos y huellas imborrables han quedado impresos en obras de adelanto, libros y en especial en los corazones y mentes de quienes hemos tenido el gran honor de conocerlo y compartir con él sus grandes ideales.
Iván Simunovic Petricio. Empresario.
Una sucinta apreciación de un educador excepcional.
La presente, sucinta y modesta evocación a la gura del maestro, será expuesta en tres partes. La primera corresponderá a los años en que le conocí en calidad de estudiante de la Carrera de Pedagogía en Historia, Geografía y Educación Cívica, en la lamentablemente extinta, pero prestigiosa Universidad José Santos Ossa.
En segundo lugar, expondré mi vinculación en calidad de profesional, y nalmente, haré referencia a la persona, aunque es muy difícil disociar esta consideración de las dos anteriores.
En este breve retorno al año 2004, ejercicio que nos facilita la memoria, recuerdo estar en presencia de un hombre que se acercaba a sus 80 años de vida. Llegaba siempre muy temprano por la mañana, bien presentado y con una puntualidad que mis congéneres parecían desconocer. Reza el proverbio que las apariencias engañan y sinceramente este es el caso, pues pronto don Floreal o “Reca”, tomaba asiento, cuestión que llevaría a la conclusión aventurada de que un caballero, ya con la testa poblada con la nieve del tiempo, podría no tener la energía de antaño..., nada más alejado de la realidad. Su vasto conocimiento de la Historia de Chile, ramo que me impartió, combinado con una agilidad mental digna del mayor encomio y su proverbial capacidad de encantarnos con pasajes o anecdotarios de nuestro pasado patrio, hacían de su cátedra un espacio para la conversación y la re exión.
El momento de las disertaciones lo rememoro simpático, pues el maestro parecía dormir mientras se realizaban las exposiciones, que en el momento de nalizar, demandaban de los estudiantes respuestas a las certeras preguntas, agudos comentarios o críticas siempre constructivas del que en ese momento estaba desempeñando el papel de evaluador.
Ya siendo profesional, (2016), me invitó en dos oportunidades a participar en el proyecto de puesta en valor y rescate del Archivo Histórico de Libros de Sesiones de la Ilustre Municipalidad de Antofagasta. Diariamente, me visitaba a mí y al segundo al mando, mi querido amigo por más de dos décadas, Jorge Abraham Olmos Ramírez, a las diez de la mañana en punto, para conversar, requerir algún dato y saber cómo estábamos. También he
participado por casi una década junto al maestro en el directorio del Centro de Investigación Histórico Cultural Isaac Arce Ramírez, (CIIAR), en donde hemos tenido la oportunidad de discutir temáticas relevantes vinculadas a las muchas actividades realizadas por nuestra agrupación, siempre en pos del rescate de la identidad, la memoria local y el educar a través de variadas instancias.
Finalmente, y por espacio de cerca de un decenio, he tenido el incomparable privilegio de conocer al ser humano detrás del gran formador, historiador, alcalde y diputado de la República. Por sobre todo, le caracteriza la modestia del hombre sabio que comparte su sapiencia, tiempo y grata conversación. En justicia, también destaca su caballerosidad, sentido práctico y espíritu conciliador. Aprendí a conocer a un hombre amante de su familia y orgulloso de la misma, enamorado de la vida y muy determinado a la hora de defender sus principios, cuestión que le distingue y honra.
José Miguel Aguirre Giménez. Periodista y Profesor de Historia, Geografía y Ciencias Sociales. Magíster en Ciencias Sociales
Criterio y humanidad en una empresa estatal.
Conocí a don Floreal Recabarren en los años 60, como profesor en el Liceo de Hombres de Antofagasta y como alcalde de la ciudad. Mucho tiempo después trabajé con él en la Empresa de Servicios Sanitarios de Antofagasta, ESSAN S. A., siendo yo Gerente General y él miembro del Directo-
rio de dicha Empresa, durante los años 2002 y 2003.
Trabajamos en la preparación de la Empresa para el traspaso de su concesión al sector privado, de acuerdo con una política decidida a nivel nacional por el Gobierno de Chile.
Aunque nunca estuvo de acuerdo con la privatización de la Empresa, trabajó lealmente aportando todo su criterio y conocimiento para que este traspaso se realizara de la mejor forma posible y que no afectara a los trabajadores.
Por el conocimiento que tuve de él como profesor en el Liceo, como autoridad pública y como director en la empresa, debo destacar su conocimiento de la historia de Antofagasta y del país, su rmeza para defender la ciudad y la región, su claridad para entender la actividad social y su sensibilidad y empatía con las personas.
Renato Agurto Vargas. Ingeniero civil. Ex Gerente General de ESSAN.
Floreal Recabarren, mi profe (aunque nunca me hizo clases).
Hacer una referencia a Floreal Recabarren se convierte en todo un desafío. Quizás ni siquiera lo sabe, pero durante todo mi ejercicio profesional, él ha estado presente. Nunca me hizo clases, pero siempre está ahí, cerca, como un referente de estilo, convicción y el valor de una buena conversación.
Cada vez que lo necesito, él está. Disponible para un consejo de vida o un simple dato, riéndose de lo cotidiano y defendiendo las causas que considera justas, por convicción y por conocimiento.
Floreal es testigo y protagonista de nuestra historia pasada y presente. Cada etapa de su vida se vincula con nuestro bagaje como ciudad y él jamás ha quedado indiferente a eso. Sin dudarlo ha entregado su tiempo y esfuerzo en buscar mil maneras de mejorar nuestra calidad de vida como habitantes de un territorio común, que es donde a anzó sus raíces.
Una vez me dijo “la épica de vivir en el desierto no es una metáfora, es una realidad que aún seguimos defendiendo”. Su re exión puso en mi mente imágenes de hombres y mujeres trabajando contra toda adversidad solo por cumplir sus sueños de alcanzar una mejor vida. Esa impronta de los primeros habitantes sigue en pie en la actualidad. Nuestra Antofagasta querida nos va enamorando con sus atardeceres soñados y la playa como escenario de un coqueteo continuo entre oportunidades in nitas y trabajo incesante.
Él es el mejor ejemplo de aquello: cada arista de su vida está relacionada con la entrega al prójimo mediante su continua labor que mezcla su alma docente y su vocación política y de historiador. Tiene absolutamente claro que la vida es cíclica y que si queremos mejorar nuestro futuro debemos entender a cabalidad cómo fue nuestro pasado y qué nos motiva en el presente.
Siento que con el paso natural del tiempo, nuestro Floro fue relajándose y aprendiendo a soltar, a desapegarse. Es que no debe ser fácil mantener los bríos a pesar de los obstáculos que le va imponiendo el destino solo para atestiguar que uno a uno los va venciendo o al menos, va logrando evadirlos, inteligentemente, sin pausa, pero sin prisa.
Mi querido Floreal, mi profe, aunque nunca me hizo una clase de esas tradicionales pero que me entrega lec-
ciones que ni siquiera se imagina. Que se ríe fuerte y se apasiona cuando de ende sus ideas. Que es capaz de demostrar sus emociones sin vergüenza. Que es testigo y protagonista. Que casi sin saberlo, marcó la vida de muchos que hoy le agradecemos por ser como es, por brillar, por estar.
Claudia Zazzali Contreras. Periodista. Jefa de Asuntos Externos, Compañía Minera Lomas Bayas.
Cuando educar es lo importante.
Remontémonos al año 1958, junto a mis compañeras estábamos en sexto humanidades (equivalente a cuarto medio) en el Instituto Santa María, congregación de monjas alemanas, muy cultas y sumamente estrictas que eran nuestras profesoras, con excepción de tres docentes laicos, entre ellos Don Floreal Recabarren, a quien nosotras llamábamos cariñosamente Reca. Nuestra sala de clases quedaba en el segundo piso, tenía ventanas al pasillo, por donde caminaba una monja, para observar nuestro comportamiento y el del profesor. Sin ninguna duda Reca fue el mejor profesor que tuve, tanto en el colegio como en la Universidad. Poseía un talento extraordinario para trasmitir los conocimientos. Uno que recuerdo con especial cariño fue cuando nos tocó estudiar la Revolución Francesa y el papel que desempeñó en ella Napoleón Bonaparte, mientras nos pasaba la materia, simulaba ser este personaje, se paseaba por el pasillo de la sala con la mano en la espalda, la dramatización era tan buena que nos
imaginábamos que Napoleón estaba en la sala. Cuando terminaba de exponer, hacía en la pizarra un cuadro sinóptico donde se destacaban las causas de la Revolución, sus consecuencias, etc. El resumen era tan didáctico que no necesitábamos estudiar.
Pero nuestro profesor no se contentaba con hacer clases entretenidas y teatralizadas, por supuesto que no, ya que su vocación era educar en el sentido profundo de la palabra. El pretendía formar personas con opinión y argumentos. Personas enteradas de la Historia, pero también de la coyuntura. Es así que dirigió una Academia, orientada a alumnas de los últimos años de humanidades, que funcionaba los días sábado por la tarde en la sala de profesores, donde se planteaban libremente distintos temas del acontecer nacional y mundial. La asistencia era voluntaria, sin evaluación, los temas eran elegidos por las propias alumnas y desarrollados por ellas mismas, para luego pasar a una etapa de discusión y análisis. Lo destacable para la época, es que no era común contar con programas extraprogramáticos, sobre todo donde el profesor no recibía ninguna remuneración y solo perseguía contribuir en la formación integral de sus alumnas. Pasaron los años y nos encontramos como compañeros de trabajo en la Universidad de Antofagasta, donde continué disfrutando de sus conocimientos y sabiduría.
Doris Martinic Galetovic. Asistente social. Ex docente Universidad de Antofagasta.
Un gran maestro.
En mis tiempos de estudiante de humanidades por la década de los sesenta en el Liceo de Hombres, tuve uno de los grandes maestros de Historia. En los recreos de las 10:00horas lo llamábamos “El lechero”, ya que vigilaba la entrega de un vaso de leche a todos los estudiantes. Era muy pintoresco pues su vehículo era el mismo modelo de la Pata Daisy en las películas y las tiras cómicas. Siempre con su sonrisa a or de labios. Lo que hasta el día de hoy ha quedado en mi retina, es el recuerdo de como realizaba sus clases de Historia. Nos entregaba sus conocimientos como si hubiese sido partícipe de la historia de Roma, las Guerras Púnicas, etc. Su relato era tan asombroso que parecía que estuviéramos viendo una película de la época. Pero lo más impresionante era como el cuidaba sus propias pruebas o exámenes hasta el día de hoy se me vienen a la mente sus locuras, se paseaba por la sala de clase y de repente salía corriendo hacia el fondo y le decía a un compañero sentado al nal “estas copiando” y el alumno respondía sorprendido “no profe, no estoy copiando” y él le respondía sonriendo “era por si lo estabas haciendo”. Otras veces se subía arriba del banco y mirándonos a todos nombraba a un alumno y le decía “sin copiar, no lo intentes”. Luego exhibía su sonrisa socarrona haciéndonos ver que solo era una de sus bromas lo cual hacía más distendida la prueba. Luego cuando ingresé a la Sede Antofagasta de la Universidad de Chile, lo tuve nuevamente como profesor junto a otros grandes maestros como Juan Panadés, Antonio Obilinovoc, Miguel Bello y Mario Quiróz por nombrar algunos... luego de un par de años al recibir mi título de Profesor de Educación Ge-
neral Básica, mención Ciencias Sociales, fui uno más de sus colegas, trabajamos juntos en el Grupo de Historia de la Universidad de Antofagasta, por muchos años, se publicaron libros y se hicieron exposiciones fotográ cas de nuestra ciudad y región . Doy gracias a Dios por tenerlo aún como amigo. Gracias Don Floreal por enseñarme y formarme en mi vida profesional, admiraré siempre su humildad y especialmente la forma en que usted aún puede pararse ante un público y dar una charla de nuestra ciudad con sus respectivas fechas. Gracias Don Floreal
Ottorino Ovalle Ortiz. Profesor de Educación Básica Mención Ciencias Sociales. Administrador Educacional y Profesor de Fotografía.
Don Floreal Recabarren Rojas/ Floro/ Pocho.
Tuve la oportunidad de trabajar en el proyecto de puesta en valor de las actas municipales de Antofagasta, junto a Pauline Contreras, Jorge Olmos e Isabel Correa, Floreal, historiador y docente fue el aglutinador de este equipo de trabajo apoyándonos y brindándonos respaldo en la propuesta como en labores propias de cada miembro, ante los problemas intervino constantemente para encontrar soluciones efectivas. Mi labor fue la digitalización y respaldo de dichos documentos mediante una estación artesanal de fotografía. La plani cación consideraba extensión y difusión; del material obtenido y las actividades realizadas. Esto para el acceso libre a los documentos por parte investigadores, estudiantes y comunidad en general. Este desafío pudo ser posible durante cuatro etapas gracias al