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G. Centro de Estudios Académicos, C.E.A

Aparte de la inmensidad del amor de Floreal por Magaly, éste no deja de reconocer el respeto que siempre sintió por ella, destacando el liderazgo que ejerció al interior de su familia, el apoyo incondicional que le brindó en su dedicación a la política y el realismo, entrega y perseverancia con que asumió diversas crisis económicas familiares. En síntesis, Floreal honestamente con esa que jamás pudo haber tenido otra mujer como esposa que Magaly. A modo de despedida y en los primeros momentos de su partida, Floreal echó mano a un acróstico:

Me gritaste en el silencio de la nada Amarré mi mundo en tu recuerdo Gusté de un beso que no fue Aligeré mis penas en tu rostro inocente Lloré en tus hombros inertes Yo y tú. Tú y yo... para siempre.

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Floreal ha declarado que quisiera que en su tumba se grabara el siguiente epita o: “Magaly y yo unidos en la eternidad”.

G. Centro de Estudios Académicos, C.E.A.

Floreal, al borde de los sesenta años, jamás se había planteado la opción de convertirse en empresario. No estaba en su ADN hacerlo, ni se sentía preparado para ello. Sin embargo, como en todo orden de cosas, hubo un argumento que lo hizo re exionar sobre el tema.

A inicios de la década de los 80, el gobierno militar consideró necesario incorporar determinados conocimientos de Historia en la Prueba de Aptitud Académica. Floreal pensó que esta medida, requeriría de especialistas que prepararan a los alumnos cuya aspiración fuera una buena cali cación en su postulación universitaria y se preguntó ¿y por qué yo no puedo participar en esta oportunidad?

Él se consideraba un buen profesor. Con el tiempo y múltiples experiencias, había adquirido una sólida reputación docente; ahí radicaba su fortaleza. Pero, también tenía claro, que sólo con esta capacidad, no bastaba para involucrarse en la creación de un establecimiento que debía manejarse con criterio empresarial. Éstas eran palabras mayores. No obstante, el entusiasmo por emprender, que por primera vez se había apoderado de él, no fue or de un día y, aunque carente de conocimientos técnicos para evaluar, desde cero, el proyecto que le estaba quitando el sueño, puso manos a la obra, sin tener claridad ni orientación de la forma en que operaban dichas instituciones.

Lo primero que se le ocurrió, fue tomar contacto con algunos de sus conocidos. Necesitaba antecedentes de la operación de estos planteles. Así llegó a un “preuniversitario” ubicado en calle Uribe, entre Ossa y 14 de febrero, frente al antiguo terminal de buses de la empresa Tramaca. Allí prestaban servicios Carlos Espinosa y Tomislav Ostoic, destacados profesionales antofagastinos, quienes aportaron la información que requería.

Los tiempos eran difíciles y el punto débil de éstos estaba en su administración académica y el nivel de sus profesores. Estas circunstancias se traducían en una muy

baja matrícula. Floreal, con ado en la potencialidad de su proyecto, aventuró un interrogante: ¿ambos estarían dispuestos a participar en la creación de un nuevo instituto? La propuesta no tuvo un eco positivo.

Este inicial traspié no debilitó la idea del emprendimiento que ya se había instalado en la cabeza de Floreal. El próximo paso fue tomar contacto con la conocida profesora de castellano, Patricia Bennett, a quien le planteó el proyecto. En ese momento ella no estaba en condiciones de embarcarse en una empresa propia, pero le recomendó que conversara el tema con su colega, María Orieta Véliz Castillo.

Floreal algo conocía de esta profesional: responsable, de trato serio y exigente, con su ciente experiencia en la dirección de equipos docentes universitarios en la carrera de Castellano y con una buena imagen entre sus colegas. En una llamada telefónica le expuso su idea, ante lo cual ella pidió un tiempo para evaluar su proposición, pero él insistió en hacer una reunión previa. Ella aceptó asistir con la clara decisión de rechazar su propuesta. Iniciada la sesión, Floreal amplió la idea que tenía del proyecto. Acto seguido, repartió tareas y, sin permitir un respiro, rápidamente se retiró. Así, Orieta no tuvo la oportunidad de plantear su rechazo y se vio obligada a cumplir con lo asignado y así, probarse en ese campo.

Sin duda que esa súbita y casi improvisada propuesta, no estaba exenta de riesgos. Ninguno de los dos había estado involucrado antes en una actividad empresarial con características pedagógicas. Si bien Floreal con aba, y con razón, en sus aptitudes y trayectoria como docente, carecía de las herramientas y experiencia de administra-

ción básicas para dirigir una institución educacional. Sopesando las variables a favor y en contra, tanto él como ella, coincidieron en que valía la pena arriesgarse y llegaron a un acuerdo para hacerse cargo del preuniversitario donde se desempeñaban Espinosa y Ostoic, cambiándole el nombre por el de Centro de Estudios Académicos, C.E.A. Inicialmente los socios fueron Floreal, Orieta y Douglas Fuenteseca, profesor de matemáticas, que sólo estuvo ligado al Centro un par de años.

El C.E.A. abrió sus puertas en marzo de 1984, en calle Uribe 975, tercer piso. En esta ubicación se mantuvo hasta marzo del año 1991, fecha en la cual se trasladó a calle Copiapó N° 1184. Floreal rememora las circunstancias y argumentos del cambio de domicilio. “El Centro, desde sus inicios, dio muestras de ser una institución prometedora. Estaba bien administrado. Había logrado consolidar un excelente cuerpo docente. Sus alumnos obtenían buenos puntajes en la Prueba de Aptitud. Recibía más solicitudes de matrículas de las que podía atender y contaba con una adecuada validación comunitaria”. En ese momento Orieta le propuso la adquisición de una propiedad para ampliarse y, además, no pagar arriendo capitalizando el pago de dividendos. Floreal entre dubitativo, inexperto y temeroso, le dijo “¿y de dónde sacaremos la plata?”, a lo que Orieta lo tranquilizó, limitándose a contestarle “ese problema déjamelo a mí”. Ella disponía de una reserva que aportó como ahorro previo, y el saldo necesario, lo obtuvieron mediante un préstamo bancario. De esa forma, el C.E.A. se puso pantalones largos, comenzando a operar en una espléndida casona, que les permitió ampliar la cobertura de asignaturas a impartir y aumentar, considerablemente, la matrícula. Así, el

Centro que, en sus inicios, tímidamente atendió una treintena de alumnos, en su punto más alto llegó a contar con más de 200.

Según Floreal, todas las aquezas que él tenía las suplió con creces Orieta. “No podía haber tenido una socia mejor, asegura. Ella, para gran sorpresa y fortuna mía, poseía una capacidad extraordinaria para organizar y administrar, aspectos en los cuales yo, francamente no pateaba. Hicieron una muy buena pareja: Floreal por su experiencia y prestigio era la cara externa del instituto, aspecto que concitó una excelente atracción de estudiantes hacia el establecimiento. Con seguridad muchos de los alumnos que se matricularon, lo hicieron por una decisión de sus padres que valoraban la trayectoria de Floreal. Parte de la comunidad llegó a conocer al Centro de Estudios Académicos, como “El Pre del Reca”.

Floreal es enfático en sus recuerdos: “Orieta, aparte de hacer clases, llevaba las cuentas y me informaba, en detalle, de todo el movimiento del instituto. Yo no heredé las cualidades de mi padre, quien se desempeñó e cientemente en tareas administrativas y contables, por consiguiente, jamás me involucré en estas materias. Ella repartía los bene cios y yo recibía y ni revisaba los resultados, con aba plenamente en su capacidad e idoneidad. Nunca tuvimos un problema por dineros, cuando hay con anza ¿por qué debía haberlos? Pagamos el préstamo al banco y no teníamos deudas. Nos ampliamos creando nuevas y mejores salas de clases y o cinas administrativas. Orieta hizo maravillas, ocupándose de todo. Le imprimió un sello de excelencia a la dirección del C.E.A., con una preocupación constante en la actualización de los contenidos y metodologías de las asignaturas que impartíamos,

incorporando cursos de reforzamiento, para atender las reales necesidades de cada alumno”.

En acotación de Orieta: “La preparación de los profesores, su responsabilidad, metodología, entrega y compromiso, en cada una de las asignaturas, permitió signi cativos logros en el acceso de alumnos a las carreras y universidades de su preferencia e incluso, al término exitoso de su formación profesional. También in uyó en los resultados el alto nivel de exigencia a los alumnos y la atención preferente de aquellos aspectos de citarios advertidos al ingresar al C.E.A.” Ella también ha señalado que “le satisfaría mucho agradecer profundamente a cada uno de los profesores y personal administrativo por toda su entrega y compromiso con la institución, ya que el éxito podría haber sido esquivo si no se hubiese contado con su profesionalismo y excelencia. Todos ellos fueron el alma de esta empresa.”

La combinación Floreal-Orieta fue, desde un comienzo, exitosa. La más optimista de las proyecciones que habían hecho, fue cumplida; más aún, en algunos casos, la sobrepasaron. Las matrículas del primer año en que comenzaron a operar fueron rápidamente copadas y esa fue la tónica en los años siguientes.

Durante el funcionamiento del C.E.A. pasaron por sus salas más de 50 profesores que impartieron las asignaturas de Historia y Geografía, Ciencias Sociales, Matemáticas, Lenguaje y Comunicación, Biología, Física y Química. Además, contaban con áreas de Orientación, Psicopedagogía y Psicología, como apoyo personalizado a los estudiantes matriculados.

Los primeros docentes (1984) fueron:

Historia y geografía de Chile.

Floreal Recabarren Rojas (socio). Ciencias sociales (Especí ca). Floreal Recabarren Rojas. Matemáticas (Aptitud). Douglas Fuenteseca Sierra (socio durante el año 1984). Matemáticas (Especí ca). Aníbal Gálvez Zuleta. Lenguaje y comunicación. María Orieta Véliz Castillo (socia).

Biología.

Marcos Cikutovic Salas.

Por un buen tiempo, el Centro no tuvo una gran competencia en Antofagasta. Esta circunstancia fue determinante para que, en absoluta reserva de sus socios, se abriera un registro de alumnos becados, cuya única exigencia para serlo, fue la dedicación y el logro de resultados que los favorecieran en sus aspiraciones.

El C.E.A. fue una institución educacional concebida para apoyar a todo estudiante que aspiraba a obtener un puntaje adecuado en conformidad con las exigencias del sistema de ingreso a las universidades chilenas, especialmente a aquellos que rendían la prueba por segunda vez.

Esta iniciativa pedagógica regional tiene, en el tiempo, características especí cas. Satis zo una evidente necesidad educacional de la Región. En la aplicación de sus cánones formativos, un e ciente profesorado adecuó sus metodologías a los reales niveles de conocimiento de cada alumno para integrarlos a todos en una dinámica donde las necesidades, junto con ser captadas, eran su cientemente recti cadas, permitiendo a los alumnos no sólo la

integración de nuevos conocimientos, sino también una enriquecedora contextualización. La pedagogía de “enseñar a aprender”, a la par que agiliza los aprendizajes, concede a los educandos la seguridad de manejar conocimientos que, re exivamente, le abren universos de interrelaciones y juicios personales.

Mónica Gámez Díaz, ingeniera geomensora de la Universidad de Antofagasta, opina que “mi preparación en el C.E.A fue una oportunidad que me permitió complementar y reforzar mi conocimiento para superar el gran desafío de la PSU. En el instituto me relacioné con un grupo de grandes profesores que se caracterizaban por su real vocación de enseñar. En todos ellos pude apreciar un auténtico interés por resolver cualquier duda surgida en cada una de las actividades programadas. Lo justo es decir que valía la pena escuchar y aprender de cada uno de estos profesores”.

Con ideas de más de tres décadas, hoy se habla mucho de realidades “inclusivas”, el C.E.A. pudo compensar gran parte de las anomalías que estaban debilitando un sistema educacional ya en esos días en severa crisis.

En la conciencia de quienes hicieron el Centro, una idea estaba muy de nida. El mundo había cambiado. Sin embargo, por un imperativo de la razón, los cambios se perciben en un entorno donde la novedad de éstos se realza por la indispensable presencia de ese acervo cultural cuya permanencia garantiza y le da el ser a la tradición. Siempre será bienvenido lo nuevo, porque una vez inserto en la temporalidad, surcará las mismas aguas que, en su oportunidad, ya fueron hendidas por lo que, en derecho, ha sancionado la tradición. Tempranamente el C.E.A. forjó una tradición de calidad. Lo bueno de antaño y algo

de lo nuevo de ahora —esto es lo normal—, son indispensables al momento de percibir el progreso, porque el auténtico cambio no es una anulación de lo existente.

Quizás al reproducir esos pensamientos, alguien suponga que nada nuevo se ha dicho hasta el momento. Si así fuera, aprovechemos la ocasión para jar la atención en esta página de “La Prensa” de Tocopilla que el 22 de octubre de 1929, decía que: “En el país se está operando un gran movimiento de la educación pública, sobre la base de investigaciones cientí camente encauzadas (...) Durante años estuvimos lamentando la ine cacia de la escuela especialmente en la pampa salitrera, donde se creía cumplido el deber para con los niños dándoles los rudimentos de la enseñanza primaria sin hacer nada para formar su espíritu, para habilitarlos como obreros de la colmena humana.” Desde lejos viene el clamor. Algo había que hacer para dar paso a los cambios. El C.E.A. hizo lo que hizo, en conformidad con este tipo de ideas.

Según opina Orieta, en esa amplia perspectiva de conocimientos pedagógicos especializados, el C.E.A. siempre fue un todo armónico y dinámico, gracias a sus profesores, docentes de lujo, cuya responsabilidad y compromiso fue un sólido respaldo para el funcionamiento y prestigio del Instituto.

Entre tanto, los tiempos habían cambiado. Se vivía el tercer milenio. Otro orden de cosas se dejaba sentir. Tanto Floreal como Orieta, estimaron que el futuro les depararía una dura competencia. Nuevos criterios de gestión se imponían y, al considerar aventurado continuar, decidieron retirarse de la actividad. De nitivamente “El Pre del Reca” cerró sus puertas el año 2004, contando con una matrícula que rondaba los 100 alumnos. La contri-

bución socioeducativa del C.E.A. para la región, se había cumplido. Los alumnos bene ciados con su formación, aún en estos días reiteran un agradecimiento que, en sus emocionadas palabras, testimonia el inmenso valor que le asignan a esa etapa formativa en sus aulas.

Posteriormente los socios vendieron la casona, en el año 2007. El íntimo convencimiento de haber cumplido una tarea pedagógica y social, más el reconocimiento de quienes fueron sus alumnos, no obstante, el tiempo transcurrido, es aún motivo de satisfacción para quienes se responsabilizaron de su dirección y para todos los que, con su participación, le dieron un per l y una notoria e ciencia.

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