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C. La tertulia del café

casos, lo único que interesa es haberlo hecho teniendo al lado a la mujer amada.

C. La tertulia del café.

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Hay ideas que, superando edades, han acompañado el pensamiento de Floreal. Una de éstas incide en lo esencial de este capítulo y dice que “En los tiempos que vivimos, no es una exageración a rmar que existe una gran masa social interesada o en nada o sólo en sus personales motivaciones. La tertulia permite intercambiar opiniones sobre los más variados temas, en un fraterno encuentro donde con uyen distintos pensamientos y puntos de vista, con un interés común: analizar diversos problemas locales y, eventualmente, esbozar una solución consensuada.”

Por años en el Café del Centro, hasta su cierre a nes de 2017 y luego en un café ubicado al fondo del Pasaje López, vecino a la ex Notaria Brady, de lunes a sábado y de 11.00 a 13.00 horas, ha sido usual encontrar a Floreal como el eje articulador de una mesa, que congrega a parroquianos de las más diversas actividades, pero que tienen algo en común, ¡la edad!. Los septuagenarios forman mayoría. Otros, ya pasaron por esa categoría y a los menos, les queda poco por llegar. Ahí la norma ha sido compartir un cortado, un té o una limonada, con personajes habituales como abogados, clérigos, comerciantes, empleados, empresarios, exejecutivos, médicos, profesores, etc. Componen esta cofradía, además de Floreal, los sacerdotes Juan Gálvez, Juan Agustín Bravo y Benito Arredondo y los laicos Luigino Claps, Hiber Riquelme, Nicolás Ávalos, Rafaél Mella, Rafaél Visedo, Carlos Gaytán, Ottorino

Ovalle, Manuel Castro, Luis Enrique Silva, Víctor Morales, Osvaldo Maya, Francisco Pescio, Jorge Molina, Antonio Cáceres, Carlos Espinosa, Aquiles Cerda, Claudio Arce, Domingo Claps, Claudio Briceño y el autor de este texto1. Algunos de ellos son de asistencia diaria, otros, con frecuencia intermedia y los menos, con presencia esporádica. Los religiosos con su “dominus vobiscum” y su sola presencia, imponen la nota de ponderación y sobriedad en las conversaciones, aunque ésta no llega a constituirse en una censura y, respetando sus investiduras, cada uno expone su punto de vista según su particular óptica, respecto de distintos asuntos que se comentan o analizan. En todo caso, es necesario destacar que Juan Agustín es un sacerdote altamente sintonizado con el tipo de conversación que se establece entre los contertulios y hasta, en oportunidades, sin ningún tapujo comparte el lenguaje, no exento de alguna irreverencia que se impone en la mesa.

Obviamente, es deber indicar que cuando no están presentes los buenos amigos pastores, el coloquio tiende a relajarse y discurre también hacia temas varoniles más mundanos.

Toda colectividad logra de nir su propio per l, entre tanto el mundo y sus circunstancias provee y hasta parece condicionar el diálogo de ciertos individuos al paso de los años. En el caso de Floreal, esta constante asoma categórica cuando se re ere al tema de Educación y Sociedad en su dimensión ética. En ese plano sus ideas han logrado el peso especí co de re exiones depuradas por la experiencia y el paso de los años. Su formación profesional en la Universidad de Chile le dio los fundamentos del pensamiento de

1 Al momento de imprimir este libro habían fallecido Francisco Pescio, Luigino

Claps, Floreal Recabarren y Juan Agustín Bravo.

Andrés Bello, a la par que, por espiritualidad y su temprana vinculación con algunos preceptos demócrata cristianos, potenciaron un rico ideario pedagógico que, muchos de sus discípulos reconocen aún como determinante en sus vidas.

Temas habituales de conversación en la tertulia, son los típicos de todo grupo de personas informadas del acontecer local, nacional e internacional.

Cada uno expresa su opinión o su “receta” para solucionar los problemas e inquietudes que se plantean. Estas van, desde las últimas noticias, proyectos y actuaciones de las autoridades locales, hasta los sucesos más relevantes que periódicamente afectan al país y al mundo.

Dado que en Antofagasta se aprecian problemas, que persisten por décadas como la basura en las calles, los perros vagos, el comercio ambulante, los ruidos molestos en zonas residenciales, la anarquía en la zona céntrica, la despreocupación por áreas verdes, la carencia de estacionamientos y el transporte público entre otros, algunos de los integrantes del grupo, que han conocido diferentes realidades, no trepidan en comparar esos escenarios con los nuestros, destacando las iniciativas vigentes en otras latitudes, para solucionar tales falencias.

Es unánime, entre los contertulios, la opinión que nuestra ciudad ha perdido el honroso cali cativo de “La Perla del Norte”, que la identi có hasta los años 60, por su limpieza, orden y amabilidad de la población. Cada uno de los asistentes, en honor a la experiencia y las canas que peinan, anhelan una administración municipal, cuyos proyectos, obras e iniciativas, lleven a Antofagasta al sitial nacional que tuvo y que merece recobrar.

Todos los que han sentido a Antofagasta como su querencia, le tributan una incondicional admiración. A

nes de diciembre de 1956, el copiapino-taltalino-antofagastino, Salvador Reyes recordando su infancia en la crónica “El niño y el mar”, escribió que “...los puertos con alma y con carácter como Antofagasta no pierden nunca sus elementos emotivos: los renuevan. Si para nosotros hubo la barra, la isla con su varadero de faluchos y su farito, frente al Hotel Maury (desaparecido también) y tantos otros rincones de poesía, para los niños de hoy existirá un mundo personal, en el que no necesitan guía. Y se me ocurre que el antiguo muelle de pasajeros, transformado ahora en caleta de pescadores, con sus redes, sus chalupas, sus enormes alcatraces, es uno de esos parajes mágicos en que otros niños —parecidos al que nosotros fuimos— seleccionan las imágenes que acondicionarán su destino. Vivir una infancia marítima es un privilegio. Pero el generoso mar nos da más todavía: aunque los años pasen, siguen soplándonos su aliento de libertad y de eternidad; esa emoción, ese impulso de ir cada vez más lejos, de jugarse el destino, de arriesgar la última esperanza”.

Vueltos a las circunstancias antofagastinas, el traslado, renuncia o despido de alguna autoridad —ejecutivo privado o personero público—, que haya jugado un papel signi cativo en la comunidad, da pie como para lamentar o justi car la situación por la que atraviesa el personaje. También el fallecimiento de algún destacado vecino no se deja pasar. El conocimiento que uno o más de los presentes tenía de él, de sus actividades, su familia, su aporte comunitario y en general, sus vivencias y trayectoria, son comentadas y reconocidas.

Suele suceder que el diálogo de la tertulia adquiera la exquisitez y prolijidad de una verdadera crónica oral, en la cual se entremezclan, como un tejido armónico, perso-

najes de las más variadas categorías, actividades, sucesos y paisajes urbanos de una vida citadina pretérita, que algunos poco y nada conocieron, pero que igual se solazan al imaginar la atmósfera reinante en Antofagasta, cuando ésta era apenas una pequeña urbe provinciana.

De la memoria de los mayores y de los avecindados más antiguos, encabezados por Luigino, Floreal, Juan, Nicolás y Francisco van des lando, en este racconto, señeros apellidos ligados al sector empresarial en general, como Lucksic, Pérez Zujovic, Cellino, Coronata, Gómez Gallo, Rasmilic, Claps, Gordo, Santolaya, Anelli, Sánchez, Rivas, Carmona, Korlaet, Granic, Papic, Cicarelli, Rendic, Kutulas, Artal, Mayol y Abaroa entre otros.

Los recuerdos se remontan a momentos y circunstancias culturales de 40, 50 o 60 años, ocasión propicia para cederle la palabra a Osvaldo Maya utilizando unas de sus páginas escritas que, seguramente ya olvidó. Los hitos que pone, como hombre de letras son, 1957 año en que muere Gabriela Mistral y también los años iniciales de la Universidad del Norte. Según sus palabras, entonces fue común entre los estudiantes de pedagogía en Castellano la preocupación por los escritores de renombre. Al respecto especi ca que “...las jóvenes mentalidades hispanoamericanas estaban entre sorprendidas y admiradas por la obra del mexicano Juan Rulfo. Su fama ya era total, sobrepasaba a muchos notables de las letras en español y se cimentaba en algunos cuentos publicados en revistas y dos textos: “El llano en llamas” (Cuentos, 1953) y la novela “Pedro Páramo” (1955). Eso y más era una realidad cuando apenas estaba en la mitad de su vida”.

La camaradería universitaria daba para todo y, en este caso, “La admiración por Rulfo era, a la par, compleja

y algo contradictoria. Esto último, porque entre sus lectores creaba la impresión del hombre común; algo así como un “Juan Pérez”, uno más de los tantos existentes (Su nombre real era Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno)”.

En otra parte de estas páginas, nuestro amigo desliza la siguiente idea: “En la realidad del relato de Rulfo, la vida es tal porque allí está la muerte. El bien existe para que se note el mal. La fealdad vale mostrándose del brazo de la belleza. Comala, el mítico poblado que Rulfo creó para sus personajes, convalida la creencia en un Paraíso. Para que el hombre sea gregario, su tributo es la soledad, etc.” La condición gregaria, desde siempre, ha movido multitudes. Si algo se respira en la tertulia del Café, lo que resalta es, precisamente, esa condición.

Antofagasta, por años, testimonió preocupaciones culturales de variada naturaleza. Poseía poca población, muchos problemas y con escasos automóviles circulando, que estacionaban (¡sin problemas!) en calle Prat, y con una extensión poblacional que apenas sobrepasaba el balneario hacia el sur, donde el Autoclub era un aislado oasis costero, teniendo como frontera norte la actual Vega, donde recién comenzaba a insinuarse la población Lautaro. Se rescata de esa época, entre otros y quizás sólo por parte de los más exigentes, el auténtico espíritu comunitario que se podía apreciar en servidores públicos, parlamentarios, empresarios, comerciantes y vecinos en general. ¡¡Qué tiempos aquellos!!

En una reunión social, alguien me sindicó como integrante del Grupo Los Castores. Al inquirirle del porqué de dicho apelativo, no supo aclararme quien lo había instituido ni su origen. Al pesquisar, me informé que había

sido la ocurrencia de una joven dependiente del Café del Centro. Según su explicación, el grupo tendría cierta similitud con aquellos roedores semi acuáticos que abandonan su guarida cuando brilla el sol y asumen sus labores diarias, retornando a ella para aparearse (?). Al indagar en Wikipedia sobre estos animales, hasta pude re ejar cierto orgullo por ese cali cativo con el cual nos habían bautizado, ya que estos animales “son reconocidos por tener gran habilidad natural para construir diques en ríos y arroyos, y sus hogares, llamados castoreras, en los estanques que se crean a causa del bloqueo de las corrientes de agua y que, a pesar de la gran cantidad de árboles que talan, no suelen perjudicar el ecosistema en el que viven, por el contrario, lo mantienen saludable, pues sus diques proveen una gran cantidad de bene cios”. Asimilé esta característica con la actitud de los integrantes, quienes, en sus respectivas áreas de acción, cual más, cual menos, han transitado por la vida desarrollando un trabajo digno, dentro de sus reales capacidades humanas, técnicas o profesionales.

Aun cuando a la mayoría de quienes participamos de la tertulia en torno a Floreal, no nos une una amistad de años, salvo algunas excepciones, la rutina de compartir en el café a mediodía se ha transformado en parte de nuestro quehacer. De los dos o tres días a la semana en los cuales algunos nos dejamos caer por allí, tenemos la fortuna de compartir con agrado, respeto y cordialidad una simple conversación, con un grupo de amenas personas y mejores seres humanos, liderados por la empatía y sociabilidad que otorga la gura de Floreal. No es excepcional que una dama o caballero, residente en la ciudad o que esté de paso por ella, ya sea conocida (o) de él o un exalumno, al

ingresar al café, se dirija directamente a Floreal y lo salude muy cálida y respetuosamente, ya sea para preguntarle por su salud o para agradecerle sus clases y los valores que le entregó en ellas.

En las conversaciones son habituales los tópicos relacionados con la salud, ya que, dado al tramo etario al que pertenecen los asistentes, nunca está de más pasar un dato que pueda interesar a algunos. Ya sea de un nuevo medicamento, de algún especialista o del último avance en el tratamiento de una dolencia o enfermedad. Y si de tomar una pastilla se trata, de inmediato interviene alguno de los presentes y, simulando inocencia, emite un balbuceante ¿es de color azul? (en alusión al Viagra). En algunos casos, estos temas se adornan con intervenciones chacoteras, sobre todo si —¡Dios tenga piedad de estos pecadores!— se trata de consultar a un urólogo.

Como en toda reunión de “machos”, tampoco escapan los temas alusivos a la virilidad, esa capacidad, para algunos ya aletargada y para otros... en vías de. Así las cosas, en cada oportunidad en que la conversación o alguna intervención “deja en bandeja”, una réplica o aclaración, da pie para que alguna observación en doble sentido surja de inmediato. Aunque muchos lo duden, dado el promedio de edad de esos participantes, las bromas y, en algunos casos cachiporreos, no se quedan atrás y las tallas brotan con espontaneidad.

Floreal no le saca el cuerpo al tema y, me atrevo a opinar que, jamás lo he apreciado gozando y riendo más, mientras participa activamente de estas hilarantes chanzas. Si uno quisiera caracterizar este tipo de coloquios, tendría que recurrir al nombre del libro de Vicente Pérez Rosales: “Recuerdos del pasado”, a pesar de que algunos

de los presentes, estén convencidos que ese pretérito... aún no ha llegado. En los últimos tiempos su conversación, con algunos de nosotros, ha ido adoptando un dejo de malicia antes desconocida y, al respecto, es posible sostener que dicho cambio es atribuido a cierta in uencia de los integrantes más “jóvenes” del Café, como Hiber, los dos Rafael y yo, quienes con frecuencia salpicamos nuestras intervenciones y la de los demás, con aclaraciones, insinuaciones de doble sentido y todo tipo de expresiones que él ha ido incorporando a su léxico, sin reserva alguna. Me permito suponer que estos momentos de sana distensión e hilaridad, son para Floreal un verdadero remanso, en el que logra evadirse, por instantes, del drama de soledad, que lo acompaña desde la partida de su compañera. Durante el segundo semestre del 2016, acaparó la atención del grupo, la elección presidencial en Estados Unidos. Para mentes provincianas, lo que llamó la atención fueron los medios propagandísticos utilizados y, en particular, el léxico del candidato plutócrata que, sin ningún ltro mental, se refería a realidades que, por urbanidad y sana convivencia, bien merecen planteamientos con altura de miras. Todos compartían la simpatía por Hillary Clinton, aunque sin un gran convencimiento, mientras que nadie adhería a Donald Trump. Finalmente, todos nos equivocamos.

También, la ola incendiaria que afectó a vastas zonas del centro y sur del país, en el verano de 2017, fue comentario reiterativo, elucubrando sobre sus posibles causas o lamentando las pérdidas humanas; opinando sobre las operaciones desarrolladas para contenerlos; asombrándose de los aviones gigantes utilizados para combatir el fuego, etc.

Obviamente, tampoco quedan fuera de estas conversaciones, ciertos temas en los cuales, cada uno de los chilenos se considera una voz autorizada —por no decir la más cali cada de todas— éstos son: la política, la economía y ¡por supuesto!, la selección de fútbol. En el primero de ellos, a pesar de que hay distintas posiciones que se mani estan abiertamente, jamás se ha llegado a un clima de confrontación, ya que, aunque han existido divergencias, éstas no consiguen enrarecer el ambiente de respeto y cordialidad que existe. En el segundo tema, cada uno tiene “su fórmula” de cómo solucionar absolutamente todos los problemas del país, con posiciones que recorren, literalmente, el movimiento del péndulo, pero sin llegar a sus extremos. En el tercero, es sabido que cada chileno tiene a or de piel a su selección. Luego, imaginariamente ataviado con la vestimenta de un connotado entrenador, ponti ca con su opinión respecto de la selección ideal y del esquema de juego a emplear para que el país conquiste campeonatos mundiales. Respecto de este último tema, aun cuando se sabe que Floreal no es un entendido en el deporte de “la pelotita”, como suele él imitar a un relator deportivo, igual participa, al menos como un atento oyente.

Lo misceláneo de la conversación diaria, no siempre se enriela hacia las últimas noticias y trivialidades. A menudo surgen ideas de realizar determinadas actividades entre algunos de los participantes, como han sido, en años recientes, los viajes de quienes comparten la mesa del café o también la frecuente asistencia a eventos artísticos, culturales, patrimoniales, etc.

Si alguno de los tertulianos, requiere de un dato para solucionar algún problema, la respuesta “yo te puedo ayudar”, no se hace esperar.

También hay gestos y manifestaciones de desinteresada amabilidad. Por ejemplo, el de Nicolás para con Luigino, a quien, normalmente, acompaña de vuelta hasta su negocio, luego de haber compartido con él en el café. O como cuando uno de los concurrentes habituales se pierde unos días y alguno pregunta “y ¿qué es de...?” Quien sabe lo que sucede con el ausente, es el encargado de informar, ya sea que anda por la capital, fuera del país o ha estado enfermo (aspecto no infrecuente, entre los que comparten la mesa). En esta última causal, a mediados del año 2016, se detectó la ausencia de Ernesto Araya, que era un asistente frecuente del café, a quien se le apreciaba débil y enfermo. Esta situación provocó la inquietud solidaria de Floreal e Hiber, quienes se consiguieron la dirección donde vivía y lo fueron a visitar.

Comprobaron que residía con una hermana mayor (de 80 y más respetables años), sin mucha movilidad y cierta incapacidad para ocuparse integralmente de él, pues se encontraba postrado, casi inapetente, estimándose que, de continuar en tal situación, era dable prever un incierto futuro. Nuestros amigos se preocuparon de trasladarlo al Hospital Regional, recinto en el cual lograron estabilizarlo. Indudablemente, una circunstancia como la descrita no es muy frecuente y sólo se produce cuando en el entorno de quien lo está pasando mal, existen personas en las cuales el sentido de fraternidad está muy enraizado en su espíritu y naturaleza. Muy pronto llegaron a Antofagasta los hijos de Ernesto, quienes se hicieron cargo de la situación. Lamentablemente su estado general de salud ya era irreversible y al poco tiempo, falleció.

No menos destacable, es una iniciativa que han liderado Antonio e Hiber, quienes junto a un grupo de

vecinos de Antofagasta, sensibilizados por las carencias que presentaba la región para atender en urgencia y en el servicio de pediatría materno infantil formaron, a nes del año 1999, la Corporación de Amigos del Servicio de Pediatría del Hospital Regional, Amisep.

Su preocupación era facilitar la atención médica pediátrica a niños con distintos padecimientos, puesto que a las familias que sufrían alguna enfermedad complicada de un hijo, no les quedaba más alternativa que llevarlo a Santiago, ya que localmente no había especialistas, con el enorme costo económico que esto implicaba. Además, se debe considerar que en esos años no existían los bene cios que otorga actualmente el Auge.

Durante la trayectoria de la corporación, a través de cuotas sociales de sus integrantes y de una serie de actividades destinadas a recaudar recursos, ha contribuido con diversos trabajos y servicios destinados a mejorar las instalaciones de pediatría del hospital, además de dotar de juguetes y elementos de entretención para las salas de tratamiento de los niños internados. Dentro de los eventos desarrollados, destacan un par de conciertos de Roberto Bravo, quien apoyó entusiastamente la iniciativa.

El desafío de Amisep, es contar en la ciudad con un recinto especialmente dedicado a la atención de recién nacidos y niños del norte grande y, en lo posible, que pudiera también entregar servicios a infantes de los países vecinos. Su empeño llegó a concitar el interés de las autoridades locales de hace unos años atrás, al punto que Serplac avanzó hasta el nivel de preinversión del proyecto. Incluso en esa época el ministro de salud de Ricardo Lagos, Pedro García, recibió a sus representantes y al conocer el proyecto les anticipó su apoyo a la iniciativa.

Incidentalmente en esa fecha, se comienza a posicionar en la agenda local la construcción de un nuevo hospital regional y el sueño de Amisep queda desplazado. Actualmente, aún con el nuevo recinto hospitalario en operación, se aprecia un dé cit de infraestructura pediátrica, debido fundamentalmente al crecimiento poblacional explosivo que ha experimentado la ciudad. Esta situación ha derivado en que algunos de sus integrantes estén proponiendo destinar parte de las instalaciones del antiguo edi cio para generar una unidad pediátrica complementaria a la que existe en el Hospital Regional. Indudablemente los desvelos, desafíos y perseverancia de los miembros de esta iniciativa merecen un amplio reconocimiento ciudadano.

Otro caso no menos admirable es el que han protagonizado Rafael Mella y Carlos Gaytán, con Ronald Cámara Rojo. Este personaje, de 85 años, es conocido como “El Mono Relojero”, por haber sido el reparador o cial de los relojes institucionales más importantes de la ciudad (Plaza Colón, Municipalidad, EPA, ex Correo, FCAB, Iglesia San Francisco, Reloj Marcador en el Estadio regional de Antofagasta y otros). Rafael lo conoció al ingresar, por un corto tiempo, a colaborar en la Municipalidad hace unos años atrás, cuando lo contactó para que reparara dos relojes de la casa edilicia. Carlos Gaytán por su parte, antiguo trabajador en la Municipalidad, lo conocía por más de 50 años. Ambos sienten un especial afecto por Ronald, a quien, a pesar de juzgarlo un personaje de difícil trato, parco, hosco y huraño, lo consideran un anciano honesto, inteligente, creativo y generoso.

Ronald, heredó el o cio de joyero de su padre y de relojero de un tío. O cios que requieren paciencia y prolijidad,

cualidades aplicadas en los diversos trabajos que en su larga vida ha ejercido y en su local comercial, la “Relojería Moderna” en calle Prat, al llegar a 14 de febrero. Nunca se casó y vivió siempre con su madre hasta que ésta falleció, hace unos 35 años.

Algunos años atrás, Ronald, sufrió una descompensación violenta y fue trasladado al hospital regional, lugar donde permaneció por dos meses. En esas circunstancias Rafael y Carlos tomaron conocimiento de su estado y se acercaron a él.

Lamentablemente, Ronald sufre del mal de Diógenes, o sea, es un acumulador compulsivo. Mientras permanecía en el hospital, Rafael y Carlos, se dieron el trabajo de ordenar, limpiar y botar unas 15 camionadas con basura cachureos que mantenía en su vivienda. En su casa, ubicada en la Población Norte, Avenida Carlos Oviedo Cavada, no había un metro cuadrado disponible para sentarse. Estaba repleta de los más variados cachureos. Todos los recintos mostraban un estado deplorable e insalubre. Aún Rafael y Carlos no se explican, cómo la casa de Ronald, que no tenía una super cie muy amplia, había podido albergar tanto. Eso sí y como un silencioso homenaje a su profesión, tenía unos 40 relojes de pared, la mayoría muy antiguos y casi todos funcionando.

Luego de permanecer dos meses internado en el hospital fue dado de alta, pero aún no estaba en condiciones de salud como para retomar su vida normal y, tampoco podía regresar a su casa porque ésta estaba en plena reparación. Para salvar la situación, lo trasladaron por cuenta del Servicio de Salud Antofagasta al hospital de Tocopilla donde estuvo un mes y medio internado y luego pudo

regresar a la ciudad y ocupar de nitivamente el pequeño departamento construido para él.

Los dos amigos, en suma, se metieron a fondo en la situación. Le administraron sus cuentas y pagos. Le construyeron un nuevo departamento interior que incluye un buen dormitorio, servicios y una sala donde pueda trabajar en su rubro. Le ordenaron y limpiaron toda la vivienda y la vendieron “con usufructo”, que le permite a Ronald vivir en ella hasta su muerte, sin pagar nada. Por esta operación recibió una cantidad su ciente para cancelar los arreglos de la casa y quedarse con una respetable suma en el bolsillo.

Hoy Ronald reside en dependencias dignas y ha retomado su o cio de relojero. Rafael y Carlos lo visitan y lo llaman por teléfono con frecuencia por si requiere alguna ayuda. Es así como Ronald, superando quizás el período más complicado de su vida, puede ahora pasar sus días con una mayor tranquilidad. Sin duda alguna que, aunque el exclusivo mérito de esta espectacular acción humanitaria recae en Rafael y Carlos, de algún modo re eja el ambiente que se ha logrado establecer en torno a la mesa de la tertulia del café.

Floreal también ha conocido de la solidaridad que el mismo transmite. En ocasiones en que algún problema de salud le ha aquejado, las muestras de amistad y compañerismo se han hecho presente, fundamentalmente acompañándolo o trasladándolo a diversos lugares. En estos apoyos ha contado con la especial disposición de Rafael Visedo, Hiber, Rafael Mella, Luis Enrique y mía.

Uno de los tertulianos más inquietos del grupo es Luis Enrique, abogado santiaguino, ya retirado, que desempeñó

su profesión por 38 años, en diversas instituciones de Talca. Avecindado en Antofagasta desde el 2010, a la que llegó con su esposa, María Angélica, siguiendo los pasos de su hija mayor, Macarena, también abogada. Él está normalmente actualizado en la lectura del momento y es quien recomienda películas y documentales con contenido y, especialmente, se muestra interesado de lo nuevo que se instala en la zona. De su inquietud surgió la posibilidad de visitar las instalaciones del Complejo Solar Cerro Dominador, al que acudimos un grupo y tuvimos la oportunidad de interiorizarnos de la tecnología de punta en cuanto al aprovechamiento de la radiación solar, para generar energía eléctrica, a través de la tecnología fotovoltaica y termo solar. Luis Enrique se muestra muy interesado en la política mundial, ámbito en el cual postula el reinicio de una nueva etapa de la Guerra Fría. A pesar del relativo poco tiempo que lleva en la zona, se ha interiorizado en diversos aspectos del historial local, llegando a contribuir con charlas de interés en el Centro de Investigación Histórico Cultural “Isaac Arce Ramírez”, CIIAR.

Un asistente habitual es Víctor Morales, quien, por su trayectoria laboral, posee un amplio conocimiento del desarrollo minero de la región. Es sabido que ubicarse en el desierto es una tarea complicada, en el caso de Víctor impresiona la capacidad de orientación que tiene. Conoce cada camino y huella, cada cerro y quebrada, cada planicie y vestigio de mina abandonada. Siempre tiene su voluntad dispuesta cuando se trata de visitar alguna zona que pueda interesar a algún integrante del grupo.

Otro partícipe de la mesa cafetera, que aparece de vez en cuando es Radomir (Rado) Petricio, hijo de croatas, extrovertido, simpático, un típico y exitoso empresario

self made. Aplaudido por unos y discutido por otros. Sus teorías, posiciones y propuestas las avala según su experiencia, sus contactos, sus lecturas y sus constantes viajes al extranjero.

Por un buen tiempo, durante las dos décadas nales del siglo XX, sobresalió como un valiente y pertinaz denunciante del centralismo brutal que agobiaba a la zona. Él sostenía que la autoridad central, con su desinterés por la región, había impuesto el criterio que Antofagasta era un campamento. Intentó, infructuosamente, re otar el Centro para el Progreso, aglutinando a un puñado de personalidades en su entorno, entre los cuales se encontraba Floreal. En esa época dirigía El Mercurio local, el periodista Rodolfo Garcés, quien puso el diario a disposición del proyecto. Editoriales, columnas de opinión y entrevistas de algunos de los integrantes del grupo, no lograron seducir a una masa crítica importante como para materializar el desafío y éste murió antes de nacer.

Llegó un momento en que Rado, se convenció que su voz era como una gota de agua en el desierto y que nada lograba con sus reiteraciones. Se aburrió, jó su residencia o cial en Santiago y vuelve de vez en cuando, como él dice, en “comisión de servicio” a Antofagasta.

Cada cierto tiempo, también a este círculo social arriba algún coterráneo hoy residente en otras latitudes. Es lo sucedido en el verano del año 2018 cuando Raúl Muñoz Espinosa, hidrólogo antofagastino avecindado en Brasil por casi 40 años, se integró al grupo invitado por su amigo Nicolás. Este era conocido de todos los mayores de la tertulia. Por su sociabilidad, no tuvo problema en incorporarse en el coloquio como si fuera uno de sus más asiduos participantes. Como académico en la Universidad

del Norte publicó en la revista “Norte” allá por la década de 1960: “Captación de agua en la Provincia de Antofagasta” y “Algunas características de las nieblas en Portezuelo, Antofagasta, Chile”, artículos que aún se recuerdan entre algunos de los universitarios de esos años. A todos los que no le conocíamos, nos impresionó por su seriedad, su mesura y su interés en diversos tópicos locales. En una cena de camaradería que compartimos, hizo uso de la palaba, agradeció la invitación, valoró la tertulia y efectuó un emocionado llamado a no despreocuparnos de ella, porque en su apreciación, el ambiente, el tipo de conversación, lo transversal de las opiniones y el respeto que se respira entre los contertulios, no es fácil de encontrar en otros grupos.

En el verano del 2019, Antonio Cárdenas introdujo al círculo a su hermano mayor Spiro, quien andaba de paso por la ciudad. Este, puntarenense de nacimiento, había permanecido 47 años en Puerto Natales, desempeñándose en el Banco del Estado, en la Gobernación y como secretario de un senador por dos décadas. Además, ejerció el cargo de concejal de dicha austral comuna, en representación del partido comunista, al que renunció, tras la caída del muro de Berlín.

Spiro es un hombre sencillo, asertivo, amistoso, culto y dueño de una gran capacidad de adaptación social. Es un buen polemista político, de discusión serena y de un amplio léxico.

Desde su óptica socio económica, tiene la asombrosa particularidad de proferir durísimas críticas a Pinochet y su política neoliberal y una defensa acérrima a la expresidenta Bachelet, pero las expresa con una voz calmada, un tono no confrontacional y con un gesto gentil, cerrando

sus argumentaciones, con una corta pero contagiosa risilla, entre tímida y nerviosa, como buscando la aprobación o solicitando excusas por lo proferido, que no logra alterar a quienes di eren de él.

Este invitado, tuvo la virtud de impregnarle a la conversación, permanentes espacios de distención a través de oportunas intervenciones de no y original humor. Sin lugar a duda, su presencia, aunque fugaz, refrescó la amenidad del grupo.

Indudablemente el estallido social que ha afectado al país a partir de mediados de octubre de 2019, ha sido un tema recurrente y de alta preocupación. Todos los cafeteros, en mayor o menor grado, comparten las demandas que la ciudadanía ha catapultado como una prioridad nacional, pero todos, sin excepción, categóricamente rechazan la violencia y el vandalismo que lamentablemente han distorsionado las originales marchas pací cas. En el último tiempo, lo que ha acaparado la inquietud de los tertulianos, obviamente ha sido la pandemia provocada por el coronavirus. Los habituales encuentros sociales diarios, han disminuido drásticamente y son pocos quienes aún se aventuran a pasar por el café. La mayoría, dado el grupo etario al que pertenecemos, hemos aceptado disciplinadamente las instrucciones de guardar cuarentena en nuestros hogares. El celular ha sido el medio a través del cual nos enteramos de la situación de cada uno de los integrantes del grupo.

La Tertulia del Café es, por cierto, un círculo sui géneris donde todo lo imaginable tiene su lugar. Vale como un acogedor escenario que cautiva con la diversidad de sus eventos. Pero, en el entorno antofagastino y su diario acontecer la tertulia o Grupo Castores, constituye un fra-

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