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D. Política de puertas abiertas para la ciudadanía
relacionada con una Junta de Vecinos del sector norte, aledaños al Cerro La Cruz, pretendía la creación de una cancha de fútbol.
Las di cultades económicas se dejaban sentir. El movimiento de tierra tenía un alto costo. Para el caso, Floreal conversó con un contratista de apellido Terrazas, gran emprendedor que, con su habitual generosidad, ofreció todas las maquinarias para que la iniciativa se realizara adecuadamente. De este trabajo colectivo, destaca un hecho: los pobladores y deportistas elevaron una propuesta para que la cancha a inaugurar llevara el nombre del alcalde. Floreal se esforzó por consensuar una solución diferente pero no tuvo eco en los pobladores. En esa época su esposa esperaba a su primer hijo, y si ésta era niña le pondrían María Claudia y como Floreal no logró que los pobladores desistieran de bautizar la cancha con su nombre, les propuso que ésta se llamara como su hija. Aún dicho recinto deportivo es conocido con el nombre de María Claudia, aunque el apellido se perdió en el tiempo.
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D. Política de puertas abiertas para la ciudadanía.
En su etapa de alcalde, Floreal nunca dejó de realizar visitas a terreno (estilo que lo caracterizó en todos sus roles de representación popular). Su deseo era tener una visión real y directa de los problemas que presentaban distintas zonas de la ciudad y de este modo facilitar y priorizar toda posible solución requerida. También sostuvo una política de puertas abiertas a todos los sectores de la comunidad. Al respecto cuenta una situación que se suscitó
en la ciudad con los burdeles que en ella funcionaban. En esos años los prostíbulos se concentraban en el sector norte, cerca de la población Bellavista. Acaeció que, en una oportunidad, a un mayor de Carabineros de apellido Giles, se le ocurrió hacer una redada nocturna con un gran contingente policial. Sacó a todas las internas con camas y petacas de los locales, además de los parroquianos que se encontraban con ellas. Sus argumentos fueron: los reclamos por peleas, ruidos molestos y los consiguientes disturbios que afectaban al vecindario.
Al otro día, el o cial se paseaba ufano por el centro de la ciudad, como un general victorioso después de una batalla, sacando pecho por la purga moral emprendida. Mientras tanto, los dueños de los burdeles y sus residentes no sabían a qué atenerse. El o cial le fue a informar a Floreal sobre la medida que había tomado y éste sólo se limitó a escucharlo, sin aplaudirlo ni criticarlo, porque él veía venir más de algún problema. Los hechos se sucedieron rápidamente y las y los perjudicados, comenzaron a movilizarse para llegar hasta la autoridad alcaldicia con el planteamiento de sus problemas. Pero no faltó un diputado, Hugo Robles, que se adelantó y tomó la bandera de la defensa del sector perjudicado ante el mayor de carabineros, argumentando que las asiladas eran buenas madres, mujeres que ayudaban en sus casas, que estaban educando a sus hijos, que, si se clausuraban sus recintos de trabajo, quedarían cesantes, etc. El o cial, al escuchar tal defensa, exclamó exaltado: “Señor diputado esas mujeres no son señoritas, ¡son putas!”. Hasta ese momento Floreal no había intervenido en el problema, aun cuando las dueñas de los prostíbulos le habían solicitado audiencia y él las había postergado. Pero llegó el momento en que ya
no pudo escabullir más el bulto y no le quedó otra que recibirlas en su despacho. Se le atiborró la o cina con las propietarias de las casas de remolienda. Quien lideraba la delegación era, ¡por supuesto!, “La Tía” Adriana Morales, la cual arrastraba el mito de ser prima del expresidente Juan Antonio Ríos Morales. Ésta, “respetable” dama de lenocinio, no tenía pelos en la lengua. Llevaba la voz cantante del grupo y expuso con vehemencia y argumentos, los problemas que su rubro laboral enfrentaría: la cesantía de músicos, de campanilleros, de cocineros, de mozos, de lavanderas, de taxistas, etc. “Entienda, señor alcalde, que se trata de buenas mujeres trabajadoras. Son excelentes y van a quedar en una situación de mucha indefensión... Y, ¿quiere que le diga algo más íntimo?...... y acercándose al oído del señor alcalde, con femenina discreción, le dijo: “además, son todas democratacristianas.” ¡Plop! Obviamente esta última acotación de doña Adriana Morales era una presión indebida y calculada que, en Floreal, no causó ninguna in uencia respecto del tema en cuestión. De lo que sí estaba convencido, era de la existencia del problema. Él tenía interés en intervenir para buscar una solución racional, tanto para el rubro en cuestión, como para los residentes de los barrios donde operaban estos locales.
Hay que acotar que, en esa época, “las niñas del salón”, eran controladas sanitariamente y debían exhibir un carnet vigente para ofrecer sus servicios. El documento lo entregaba el Servicio de Salud y en él constaba que la que ejercía tal o cio, carecía de infección alguna. Floreal propuso crear un barrio rojo, al estilo de otras ciudades del mundo, pero como no logró que la idea prosperara a nivel de regidores, nalmente la idea no pasó más allá.
De todas formas, algo se hizo para compatibilizar la convivencia de los prostíbulos con los sectores residenciales. Floreal comentó que aconsejó a Adriana Morales que el gremio debía ubicar sus locales en otros lugares de la ciudad, donde ojalá no existieran tantas casas vecinas. Una ubicación lo más aislada posible y que, además, intentaran controlar que no se produjera tanto bullicio y escándalos en la vía pública.
La sugerencia de Floreal no cayó en saco roto. La ubicación tradicional de los burdeles fue dejada de lado y éstos se instalaron, en distintas zonas de la ciudad, aislados unos de otros, lo que amainó considerablemente el bullicio, los escándalos y la aglomeración que suele producirse cuando están concentrados en un solo lugar. Una zona que debió acoger a varios de estos locales era conocida como “el barrio de los chanchos”. A pesar del nuevo emplazamiento de las casas de tolerancia, igual hubo vecinos que reclamaban por su presencia en sus barrios.
Mientras tanto, los más viejos de la ciudad, recordaban nostálgicos que, en 1939, por ejemplo, el Cabaret Broadway, de Adamson 80, se consideraba “El mejor del Norte de Chile, con la mejor sala de baile, con regia iluminación y orquesta de ocho profesores, dirigida por el aplaudido violinista Artemio Hidalgo.” La distinguida concurrencia era atendida “De 10 P.M. a 5 A.M.”, según su propietaria, doña Julia Flores.
La vida nocturna y la bohemia antofagastina, siempre han dado que hablar. En una oportunidad a Floreal no le quedó más que recibir a una junta de vecinos, de la población Punta Brava, que le plantearon los problemas derivados de la existencia de uno de los locales en su barrio, poniendo énfasis en los malos ejemplos dados a sus
hijas por la presencia de prostitutas en sus calles: “Señor alcalde, usted debe clausurar dicho local”, sentenciaron con energía. Floreal, con su tranquilidad habitual, respondió que iba a analizar el caso. Buscaría una solución que comunicaría oportunamente ¿Qué hizo? Tomó contacto con quien administraba el local denunciado. Le explicó que debía encontrar una alternativa para continuar trabajando en el lugar y, de ser posible, una solución que garantizara la tranquilidad del barrio y dejara satisfechos a los vecinos. En caso contrario, se vería en la obligación de clausurarlo. Quien manejaba el lenocinio, fue enfático al decir: “gracias, señor alcalde; déjelo en mis manos. Le prometo que voy a encontrar una solución que deje contento a todo el mundo”.
Al tiempo, la junta de vecinos antes mencionada consiguió una entrevista con Floreal y éste supuso que iba a recibir de parte de ellos, una queja mucho más dura que la formulada en la primera entrevista. Además, el individuo que le prometiera solucionar el problema, no se había aparecido por la Municipalidad y él, honestamente, se olvidó del tema. Pero ya no tenía escapatoria. Imposibilitado de posponer la reunión, se dispuso a recibir las críticas, que, por lo demás, consideraba muy justi cadas. La sorpresa fue mayúscula. Los vecinos, con una actitud muy distinta a la del anterior encuentro, le expresaron agradecimientos por haber intervenido en el problema, al tiempo que le especi caban que, en su barrio, a pesar del señalado prostíbulo, reinaba una convivencia extraordinaria. Nada de escándalos, bullicios, ni ebrios en la calle. Nada de demostraciones en la vía pública que pudieran cali carse de malos ejemplos para sus hijos. ¿Qué había sucedido? Simplemente que el administrador que manejaba la casa
de remolienda, según los vecinos, se había convertido en un verdadero “padrino” del sector. Ahora lo habitual era que cuando alguien estaba enfermo, le compraba los remedios o bien, si se presentaba una emergencia por ir al hospital, simplemente lo enviaba en un taxi. Colaboraba con las festividades del 18 y las de Navidad que programaban los vecinos y, para satisfacción espiritual, cuando fallecía alguien del barrio, la primera corona con las más delicadas palabras de condolencias que llegaba, eran en nombre de las asiladas...
Floreal, luego de escuchar a los vecinos y quedar solo en su o cina, concluyó en que, si bien había conocido a un tipo sin mucha educación ni cultura, había estado frente a un individuo con una empatía extraordinaria, con una tremenda capacidad de relacionarse y sobre todo, con un manejo sicológico a la altura de una persona superior. En Floreal, hombre sumamente espiritual —¡Ojalá!, dicen los árabes—, esta experiencia de buen vivir debió quedarle grabada a fuego.
Algunas obras emblemáticas de su período alcaldicio fueron: propiciar la construcción de la Avenida Miramar y de la Circunvalación. También ejecutó el recorrido de bajada de La Portada e inició la construcción del Teatro Municipal, cuya propuesta fue adjudicada a un empresario de apellido Nicoletti, quien había calculado mal los costos y en de nitiva dejó botado el edi cio en obra gruesa, el cual se retomó para su terminación a inicio de la década del ochenta.
Además, señala Floreal: “Respecto de las áreas verdes, ejecuté la plazoleta que está a la entrada del puerto, una en la Población Oriente y otras que ya no recuerdo. En mi período de alcalde nunca rechacé las buenas ideas
que me proponían los regidores. Un buen ejemplo fue la idea que se le ocurrió al regidor Horacio Marul Perreta, a propósito del evidente dé cit de árboles que exhibía Antofagasta. El propuso y lideró la agrupación Amigos del árbol y yo lo apoyé de inmediato. Desde la municipalidad debimos adquirir camionadas de árboles desde Arica y Copiapó para materializar la campaña. Esta iniciativa absolutamente novedosa y que hasta hoy no ha sido imitada, arborizó diversos sectores de la ciudad, donde aún se puede disfrutar de la sombra protectora que generan las especies plantadas”.
“Otra de las gestiones que llevé adelante como alcalde en el año 1966, fue conmemorar el centenario del poblamiento de Antofagasta o sea la llegada del Chango López, a pesar de que la fundación de la ciudad, o cialmente le correspondió a Bolivia en 1868”. Esta iniciativa no estuvo exenta de polémica, ya que su camarada Juan de Dios Carmona, diputado a la fecha, opinaba que Antofagasta debía celebrar los cien años en 1979 cuando las tropas chilenas desembarcaron en sus costas. Floreal salió con la suya y realizó un festejo a nes de año. Carros alegóricos, concursos de cuentos y fotografías, grabación de un disco con el himno de Antofagasta y una serie de otras actividades de entretención para la comunidad vieron la luz gracias a su porfía.
También le correspondió inaugurar el Hospital Regional Leonardo Guzmán.
En el ejercicio del cargo viajó una vez al exterior, invitado a Alemania a una capacitación sobre administración municipal.
En 1967 es nuevamente elegido regidor con la más alta votación, pero no logra alcanzar la Alcaldía, ya que ésta la obtiene el militante comunista, Germán Miric Vega,