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E. Lecciones del pasado familiar
Pero, no siempre las cosas han sido así. Sólo a dos años del nacimiento de Floreal, en la “Concentración Pedagógica Regional de Rica Aventura.” Sí, de la o cina salitrera Rica Aventura, se dijo: “En nuestros pueblos norteños de vivir áspero, donde el mercantilismo ambiente descuida lamentablemente el aspecto espiritual de nuestros niños y, a veces, les hace desarrollarse en promiscuidades inauditas, la escuela debe neutralizar, como hemos dicho, los efectos perniciosos del hogar, formando hábitos sólidos por medios que hieran con intensidad y en forma placentera el sentimiento infantil. Saquemos al niño del ambiente de lucha y de vicios, alejémosle de esta realidad prematura para su edad, y, con honda fe en el poder de las fuerzas espirituales bien dirigidas, hagamos que sus almas se empapen en la alegría de vivir y vibren con las bellezas que a su alrededor palpitan. Será la más segura base para construir el edi cio macizo de su personalidad.”
Todo sistema educacional ha de evaluar periódicamente ¿cómo llega al sentimiento de los educandos? Los medios tecnológicos, las disposiciones curriculares y los recursos metodológicos actuales, ¿garantizan la intensidad y ese desenvolvimiento placentero en las labores que otorgan sentido al diario quehacer pedagógico?
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E. Lecciones del pasado familiar.
María Inés, su madre, era una mujer de carácter. Poseía un rostro bonito. En su diálogo, el chiste oportuno era habitual. Cariñosa con su hijo y nada de castigadora. Pero, en una ocasión le propinó una bofetada que sirvió para una lección de nitiva.
“Yo estaba terminando el sexto año de preparatoria y creo que en mal momento, le dije: ¡mamá no quiero seguir estudiando, voy a entrar a trabajar para ayudar en la casa!” La idea de Floreal, según creía, ponía en evidencia un hecho normal en jóvenes de hogares aquejados por tribulaciones económicas. Muchos de ellos, entonces sólo aspiraban a acceder al mercado laboral como aprendices para, de este modo, contribuir a las necesidades familiares.
Lo único que se sintió fue la sonora bofetada. “¡Ni por nada vas a hacer eso! ¿Cómo se te puede ocurrir? Escucha bien lo que te voy a decir —mientras, con gesto imperativo le señalaba el muro de la habitación—, allí tendrás una caja fuerte especial. No podrás abrirla, no encontrarás en ella dinero, ni joyas ni nada material de valor. Ahí hallarás algo que te servirá el resto de tu vida. Quiero que allí cuelgues un diploma, un título universitario, el gran tesoro que te acompañará el resto de tu vida. En él tendrás apoyo para tu desarrollo pleno, tus aspiraciones y, probablemente, tu felicidad. Sólo eso anhelo para ti. ¡Sácate de la cabeza esa idea; termina tus estudios y luego, ingresa a una carrera en la universidad!”. Luego de estas premonitorias palabras, madre e hijo se abrazaron sin contener las lágrimas. La lección caló hondo en Floreal. Fue un gran acicate para su formación profesional.
El carácter matriarcal de la sociedad chilena de esos años, hoy quizás olvidado, fue la salvaguarda de generaciones. Los adultos de entonces, según se decía, los que se habían hecho a sí mismos, se desempeñaban en o cios que sólo daban para subsistir en un medio laboral cargado de injusticias que eran atribuidas a “la cuestión social obrera” que venía del siglo anterior. Los idearios sociopolíticos empezaban a cambiar. Muchas familias de
los hombres que se desentendían del rol paternal, laboralmente pasaban al anonimato de los desocupados que hasta debieron recurrir a las ollas comunes y a la caridad popular.
Una madre de carácter era una verdadera garantía social y Floreal, consciente de ello, al evaluar la actitud aquí expuesta, despertó a una situación que, quizás involuntariamente, no había sopesado.
Debía esforzarse en el colegio, única forma de convertirse en un estudiante de una carrera profesional de provecho. Ya en el primer año de humanidades, el cambio era mani esto. La enseñanza de su madre, sin lugar a duda, pesaba en su conciencia.
María Inés había sacado el carácter, decisión y temple de su madre. El paso del tiempo sólo con rmará el hecho. Para Floreal, su madre era muy cariñosa y merecía una respuesta similar de parte de él. Con esa que no le correspondía de la misma forma. Esta actitud aún le pesa, ya que su vida entera la dedicó a sus hijos. Por debilidades de su esposo, se esforzó para aportar la seguridad que éste no brindaba a su hogar.
La provinciana vida de Floreal le deparaba ocasionales inquietudes. Una de ellas lo situó ante el origen de su apellido. Según uno de sus primos, los Recabarren de su rama familiar no llegaron de España, sino de Cuba. Juan Bautista, su padre era oriundo de Chillán. En la década del 20, ingresó a la Escuela de Subo ciales del Ejército. Su primer destino fue Arica para reforzar la frontera norte. En opinión de Floreal, “frente a un arti cial con icto con el Perú, levantado por el presidente de la época, Juan Luis Sanfuentes, ante el temor de la pérdida de la presidencia por parte de los conservadores, cuyo candidato
o cialista, Luis Barros Borgoño, ordenó la movilización de las tropas hacia el norte, por indicaciones del ministro de guerra Ladislao Errázuriz Lazcano. Este falso con icto conocido como “la Guerra de Don Ladislao”, de nada sirvió para lo que fue urdido, ya que, en de nitiva, Alessandri fue designado Presidente de la República por un Tribunal de Honor.”
Al poco tiempo Juan Bautista fue destinado al Regimiento Esmeralda de Antofagasta, como “sargento de sables” (Floreal escuchó eso de su progenitor) y se retiró en el año 1926, muy in uenciado por María Inés, a quien nunca le satis zo la ocupación de su esposo.
Floreal, siempre dispuesto a apreciar algo bueno en el prójimo, con generosidad lial acota que su padre tenía mucha facilidad para los números, de modo que, comenzó a desempeñarse en tareas administrativas relacionadas con contabilidad. Esto le permitió iniciar un periplo laboral transitando por la Empresa de Ferrocarriles y el Comisariato, logrando recalar, nalmente, en la Compañía de Tabacos, donde se desempeñó como vendedor. Su facilidad de palabra y el ser buen conversador, le favorecieron en el cometido de esta especialidad. Otra faceta que debió in uir era el buen genio de Juan Bautista y el ser muy educado en su forma de relacionarse, incluso Floreal a rma que jamás él le escuchó una expresión grosera.
Su padre, aunque de baja estatura, era buen jugador de básquetbol y lo practicaba en el Green Cross. En el desaparecido Club Chile, jugaba tenis, deporte al cual integró a su hijo. También fue bombero, aunque en la práctica, Floreal jamás se enteró de que hubiera participado en un incendio.
La diversidad de sus atributos le hacía ser muy enamoradizo. En los recuerdos de Floreal, hay un retrato anecdótico al respecto. En oportunidades en que una dama con ciertos atractivos, llegaba a casa para requerir los servicios profesionales de una curación o una inyección por parte de María Inés, él junto con abrir la puerta, anunciaba la presencia femenina con voz impersonal, diciendo: “señora María, la buscan...” Era su forma de no evidenciar su condición de esposo de la dueña de casa, al mismo tiempo que enviaba un mensaje subliminal a la atractiva visitante de que él no era casado y que estaba disponible (?).
Caso aparte lo constituía su a ción al juego. Era asiduo jugador de póker en el Club de la Unión. Gran parte de su vida antofagastina la pasó en él malgastando su dinero, incluso a costa de postergar necesidades de su familia.
Otro rasgo suyo fue desvivirse por las actividades del club Green Cross, al que apoyaba con pasión, al extremo de prestar todo tipo de enseres de su casa, cuando estos se requerían para alguna actividad especial, los que, después, raramente retornaban. En una oportunidad, en palabras de Floreal, el club necesitaba una vitrina para exponer los trofeos ganados en diversos eventos deportivos. A Juan Bautista se le ocurrió la magní ca idea de ofrecer la que tenía en casa. María Inés se opuso a las pretensiones de su esposo. La posición fue reforzada por Floreal, entonces de 15 o 16 años, quien, diligente, para evitar que su padre cumpliera su cometido, sacó la vitrina del comedor y como pudo se la llevó al patio. Apresuradamente la amarró con una cuerda. Luego, se encaramó al techo y la elevó cuanto pudo lejos de las manos paternas. La escena, casi surrealista, es digna de una película de Fellini: mientras
el padre reclamaba el mueble, el hijo sosteniéndolo en el aire, lo alejaba de su alcance.
Juan Bautista, ¿fue un padre ausente? Vivió subyugado por la preocupación de pasarlo bien en pasajeras relaciones extramaritales. Departía con amigos y hasta soñaba que las cartas le darían esa fortuna que nunca llegó. Íntimamente Floreal recuerda a su padre, no como un mal hombre, era un ser humano cualquiera, con defectos y debilidades. La voluntad y fuerza necesarias para reaccionar y superarlas, nunca lo acompañaron. Sin embargo y esto lo entiende bien Floreal, Juan Bautista profesaba gran cariño por su familia, en especial por sus hijos. Con frecuencia, llegaba a casa con sorpresas que entusiasmaban a todos: un día podía ser una radio; otro, una compotera y, alguna vez, hasta un nuevo comedor. El hombre, indudablemente, tenía conciencia de sus fallas y por ello, compensaba a su familia con estos gestos o detalles, como la única forma de atenuar situaciones que pudieran ameritar un reproche de su esposa.