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A. Verdades de un antofagastino

A. Verdades de un antofagastino.

La motivación para escribir estas páginas se asocia, de manera natural con estas palabras: “Ante la vida cotidiana no es necesario re exionar demasiado: estamos para los demás. Ante todo para aquellos de cuya sonrisa y bienestar depende nuestra felicidad, pero también para tantos desconocidos a cuyo destino nos vincula una simpatía.” Palabras simples para lo más grande: la vida de uno y todos los hombres del mundo. Palabras sencillas escritas por Albert Einstein en 1930 cuando ya por años, disfrutaba la fama de su Teoría General de la Relatividad. La idea no es nueva, viene del mundo clásico, ya los griegos juzgaron la simplicidad y la unidad, como fundamento de toda obra de arte.

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Entender que la vida del hombre es un “estar para los demás” es adentrarse en una vía segura para conocer algunos episodios concernientes a los 93 años de Juan Floreal Recabarren Rojas. Casi tres cuartas partes del siglo XX y lo que va del actual, es tiempo su ciente para asumir la responsabilidad de dedicarle algunas páginas.

Durante todos estos años, las tierras del Norte chileno han cambiado. Sus realidades existenciales, en la conciencia de sus actuales observadores y en porcentaje bastante signi cativo, son sólo recuerdos. Donde se mire

está la marca de su condición transitoria, así como el sello de sus hombres transeúntes. Las palabras que dieron vida a esas realidades en el diálogo, ya ni se entienden. Parte importante de la conciencia sociopolítica nacional se gestó en la inmensidad de la pampa salitrera, en los puertos nortinos, en los minerales del cobre, etc., pero hoy, a eso, poco peso doctrinario se le reconoce. Más allá, otras eventualidades sólo crearon absurdos. El recorrido del tren Longino superaba el Gran Despoblado de Sur a Norte y viceversa. Las líneas navieras de otrora, levaban anclas incluso hacia lejanas fronteras. La postmodernidad impuso el avión, y, como Santiago es Chile, hoy no existe ferrocarril ni navieras y para salir del país, es necesario ir a embarcarse a la capital.

Hubo y hay cambios. La actual idea de “Pueblos fantasmas”, es un buen ejemplo. Chuquicamata es el último. Se ve y no se ve, pero no se esfuma. Hay chuquicamatinos, ¡sí!, aún responden eufóricos... Pero, ya algunos sospechan que, documentalmente, pasarán a ser calameños. En este inmenso escenario del Norte chileno, tierra donde todo es posible con la magia de cien derroteros y donde la imaginación se permitió la existencia de un copiapino como Don Cayetano Vallejo, el famoso Tile Vallejo, pícaro redomado que fascinó al pueblo entero mostrándole unas cabras de Nantoco, pues, según sus palabras, “debemos pensar en lo que es un animal como éste: ¡Caga oro!.” La ingenuidad popular, porque el pueblo sí le creyó, sigue pura, como el niño interior de todo nortino.

La vastedad nortina da para todo y, en razón de ello, cuenta con individuos de singular idiosincrasia. Unos, anónimos en medio de las colectividades, pero como todos acatan a su corazoncito, en la intimidad disfrutan de

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