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C. Sus orígenes
transmite de modo contagioso y admirable. Esto y más, da para pensar en la analogía que funde vida y jardín. Toda vida resplandece según sea el valor de sus circunstancias. Todo jardín, sin distingos, ha de acoger la belleza de múltiples ores.
C. Sus orígenes.
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Juan Floreal Recabarren Rojas vino al mundo en la maternidad del Hospital de Antofagasta, el 21 de abril de 1927. Hijo mayor de Juan Bautista Recabarren Manosalva, chillanejo de 25 años y de María Inés Rojas Callejas, iquiqueña, de 28, que se habían casado en 1926.
“Juan”, por el padre. Era la costumbre de entonces. Lo de “Floreal” tiene su historia. Cuando su progenitor supo del embarazo de su esposa, acudió a su hermano mayor, Luis, preguntándole por el nombre que podía colocarle al hijo que venía. Luis, profesor, masón, anticlerical y admirador de la revolución francesa, propuso que al “Juan” se agregara “Floreal”, pues ese término había designado al octavo mes del año y al segundo de la primavera que iba del 22 de abril al 19 de mayo, según el calendario utilizado por los revolucionarios franceses, entre 1792 y 1806. Coincidencia o premonición para un hombre que ha dedicado su vida a los grandes acontecimientos de la Historia, es el interrogante que alguien podría hacerse.
Las circunstancias de vida, como las vetas minerales, asoman súbitas. Quienes logran percibirlas, suelen seguirlas pensando en la fortuna. En el contexto familiar, según dicen, es conveniente mirar hacia los antepasados para que las cosas se entiendan a cabalidad.
Doña Dolores Callejas, abuela de Floreal, más de algo tiene que decir en esta historia. Nacida en Panulcillo, cerca de Ovalle, como muchos de sus coterráneos, se dejó ganar por la idea —aventurera idea— de un Norte lejano, ese que pregonaban los “enganchadores salitreros”, donde la vida podía ser algo más llevadera. Cuando aún era una niña, decide abandonar su hogar y casi descalza se embarca en Coquimbo y recala en el puerto de Iquique.
En el Iquique de nes del siglo XIX y, como era habitual en esos días, aumentándose la edad, pudo ocuparse como cuidadora de los niños de la familia Mitrovic, vinculada a la industria salitrera. Luego, por cosas de la vida, conoció —según sus palabras— a “un tal Rojas” y esas mismas cosas, lo llevaron al olvido (ella nunca reveló el nombre de este personaje). De esta relación nació María Inés. Con posterioridad, Dolores fue pareja de José Quiñones, con quien tendría tres hijos: Ester, Raúl y José.
Dos décadas y algo más fue la vida familiar de María Inés en Iquique. Luego se trasladó a Antofagasta con su madre. Ester, su hermanastra, ya se encontraba radicada en esta ciudad. Antofagasta acogió a María Inés y al poco tiempo, trabajaba en el Hospital del Salvador que era administrado por religiosas. Se desempeñó como enrolladora de vendas, tarea común en recintos hospitalarios donde muchas vendas usadas, se sanitizaban y enrollaban para ser utilizadas nuevamente. Su siguiente paso fue un curso del Ministerio de Salud como Practicante. Económicamente logró bene cios y, en el futuro tendrá un papel importante en la tranquilidad económica familiar.
Cuando le solicitaban sus servicios para algún enfermo a altas horas de la noche, Floreal recuerda que su madre salía a la calle solitaria entonando, casi en un murmullo,