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Presentación

PRESENTACIÓN

Floreal Recabarren Rojas, personaje antofagastino.

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“Escribir: lanzar un mensaje en la botella, para que, de alguna forma, aquello en lo que se creía o que nos parecía hermoso, pueda ser creído o parezca hermoso a quienes vengan después.” Umberto Eco. 1996.

Una gentil invitación me sorprendió: participar en un homenaje a Juan Floreal Recabarren Rojas, personaje de la vida pública antofagastina. Fue un honor que agradecí. Pero, lejos de mí el oportunismo. Refrán o verdad, ¿qué más da?: cada cual debe calzarse a su medida. Lo creo y así lo digo. Sin embargo, más de algún interrogante y la responsabilidad me perturbaron. Con sobresaltos y dubitaciones, opté por el silencio. Luego, nada hubo que hacer ni que decir. Así explico, aquí y ahora, el tenor de mis palabras.

Un día, redacté estos párrafos...

Toda semblanza proyecta hacia el ámbito de lo relativo. ¿Alguien se atribuiría un real conocimiento de otra persona? En principio, un hombre acaso sea la suma de sus verdades. Varias de ellas y una que otra de arcana naturaleza, aparecerán aquí o explícitas o tácitas. La tarea

es compleja. Imposible recurrir a ese:”Porque es un buen compañeerooo... ¡Y nadie lo puede negar!”

La persona que es Floreal Recabarren tiene su propia complejidad y, en opinión de muchos, su per l espiritual resulta irrepetible. La poesía se ha hecho presente. ¿No les parece? Floreal se deleita con la poesía. (Tal vez pensé en García Lorca. Él resaltó, como único, el per l de Antoñito el Camborio, al decir eso de “Viva moneda que nunca / se volverá a repetir.”)

Hablamos de un personaje singular. Por eso, intentaremos sugerir unas ideas desde el ámbito de la Historia. Ese ámbito (alguien ya dijo: “hace años que debiéramos tenerlo en la Academia...”) podría aportar el título que más le honre. Floreal es hoy un gran “analista” de la Historia Regional Nortina. El concepto “analista” se asocia, en estas tierras, con análisis mineralógicos, geomorfológicos, calorimétricos, etc. Pero “analista”, en primera acepción, signi ca “escritor de Anales” y los “analistas clásicos” siempre han sido, ni más ni menos que, los padres de la historiografía latina.

Los antiguos Anales Romanos, detalladas actas con los fastos o “hechos memorables” de la administración pública, desaparecieron. Pero, 130 años antes de nuestra era, se publicaron los Annales maximi. Ochenta libros con vestigios de esas antiguas tablas o actas; el fundamento para los primeros historiadores romanos, los analistas. Nuestro colega, buen archivista, se dedica a serios y documentados trabajos.

Otro pilar advertible desde su juventud, en el plano profesional, fue Heródoto con su volumen Nueve libros de la historia. El Libro II. Euterpe, autoriza para decir que, como él, Recabarren se complace, en cada aproximación

a los hechos históricos, no sólo a partir de la visión de otros y la certi cación de sus actores, sino que, normalmente, incorpora en sus narraciones, algo de lo que, por sí mismo, ha observado. Así, sus planteamientos, representan un paso adelante, sin el sello frío de ciertos datos eruditos, sino con la calidad de ideas elaboradas e integradoras, capaces de generar nuevos conocimientos. ¿Quién, alguna vez, no se ha detenido en uno de sus escritos? En el interrogante no hay ingenuidad. Las cualidades aquí registradas, le permiten escribir con propiedad y cierta soltura, casi de coloquio. Pero, esta llaneza, un rasgo de memorialistas, suele asimilarse a la simplicidad y es, con frecuencia, motivo de discrepancias. Lectores inteligentes requieren sus escritos. De aquí, en última instancia, surge la adhesión que consigue con ellos. En este detalle, varios advierten un auténtico sello que perdura en el tiempo.

Sus investigaciones de problemáticas sociolaborales nortinas le permiten ser uno de entre los escritores más citados y al que con mayor frecuencia se ha recurrido. (Citarlo, es un hecho. Recurrir a él, es algo diferente.) Historia del proletariado de las provincias de Tarapacá y Antofagasta (1884-1913), su Memoria de Título Profesional, escrita en 1954, no se ha publicado. Si durante los 66 años recientes, esos usuarios hubieran adquirido su ejemplar, ya habrían agotado una edición. El tiempo uye, estamos en el tercer milenio. Alguien podría pensar en editar ese volumen. Ya no apareció para el bicentenario nacional. Este hecho resulta paradojal. No se advierte, en ese especí co contexto, una utilización responsable y profesional.

Ese volumen de titulación tiene su distintivo. La Comisión Revisora certi có que está “Hecho con indisimulada

simpatía hacia las clases laboriosas.” Palabras sencillas, requieren las verdades. Hernán Ramírez Necochea, Guillermo Feliú Cruz y Olga Poblete de Espinoza, suscribieron esa conclusión, el auténtico sello para cada uno de los escritos de Floreal.

Ante cualquier suspicacia de parcialidad, nos limitaremos a glosar la conclusión expuesta por esa Comisión: Trabajo serio y objetivo, redactado con lógico y adecuado diseño investigativo para adentrarse y agotar las más signi cativas fuentes historiográ cas. Cualitativamente, la bibliografía utilizada permite la exposición de abundantes hechos concretos. Éstos progresan de modo armónico en una monografía novedosa e importante que debe juzgarse un valioso aporte para el mejor conocimiento de la historia social de Chile entre 1884 y 1913. En síntesis, “El trabajo del señor Recabarren es excelente.”

Antofagasta es tierra de intelectuales altruistas. Elogiable la dadivosidad de Isaac Arce R. con sus Narraciones históricas de Antofagasta. Floreal reitera el caso. Sus libros, entre otros, La matanza de San Gregorio 1921: Crisis y tragedia, Coloso: una aventura histórica, Episodios de la vida regional y, además, sus frecuentes artículos y crónicas, avalan algo sabido por la conciencia colectiva regional: todos corroboran la esencia de un Antofagasta que, año a año, se ha ido valorando.

Los tiempos contemporáneos imponen peculiares exigencias a los desempeños profesionales. ¿Qué se espera hoy de un historiador? Este interrogante realzó su valor primordial una vez que Francis Fukuyama publicara El n de la historia y el último hombre (1992). Recabarren nunca ha sido ajeno a las variadas preocupaciones del académico Fukuyama. Las ideas de éste que interrelacionan

“Ciencia moderna — Tecnología — Desarrollo económico” o “Crecimiento económico — Democracia — Paz”, se tambalean ante la que fuera impensada correlación que ha violentado al mundo:

“Globalización — Desarrollo — Crisis nanciera”. ¡He ahí la catástrofe para medir la e ciencia del mundo contemporáneo! Pero, a veces, lo “nuevo” en la Historia, requiere precisiones. En 1887, aquí en Chile, Pedro Balmaceda Toro, citaba al madrileño Manuel de la Revilla quien hablando de “los cambios históricos”, había dicho: “Hay una ley in exible que rige la historia entera y con arreglo a la cual todo apogeo es seguido de decadencia: toda institución y toda manifestación de la actividad humana decaen cuando se agota el ideal histórico en que por algún tiempo se inspiran, y a toda acción corresponde una reacción en sentido contrario.” El péndulo de la historia, por estos días, llega al punto más lejano de uno de sus extremos.

Las realidades de la Historia son transitivas y, el tiempo, las ubica en absoluta secuencia. ¿Quién no haría la relación entre estas ideas y los altibajos de nuestra pequeña historia nortina? Mucho de esto uye, no sólo en años recientes (si lo asociamos con Fukuyama), sino desde siempre, en los escritos de Recabarren. Y así debe ser, porque entiende que cuando Marco Tulio Cicerón en De oratore (“Libro Segundo”) caracterizó la Historia, lo hizo para precisar su quid como el testimonio de los tiempos, vida de la memoria y mensajera de la antigüedad (“testis temporum, vita memoriae, nuntia vetustatis”), pero señalándole también sus atributos: la Historia únicamente será tal, a la luz de la verdad y como maestra de la vida (“Lux veritatis, magistra vitae”). Nadie aquí eludirá el pensar en estas contingencias: la Historia puede ser luz de

la verdad, sin embargo suelen escribirla hombres aferrados a sus pequeñas y, a veces, poco luminosas verdades. La Historia quizás sea maestra de la vida; pero, ¿cuántas lecciones ha aprendido la Humanidad de la Historia? Al respecto, abundan interrogantes. Llegado el momento de escribir historias, éste se lo debemos a Cicerón: “¿Quién ignora que la primera ley de la historia es que el escritor no diga nada falso, que no oculte nada verdadero, que no haya sospecha de pasión y de aborrecimiento?”

Hay un instante para advertir que cada hombre tiene su rmamento. ¿Cuál es y qué encontramos en el de nuestro amigo? En ese dombo relumbran constelaciones de acontecimientos y hasta niquitan su temporalidad, determinando la unicidad de la Historia.

Su toma de conciencia de la Historia acontece, entre muchos sucesos de capital importancia, cuando aún resuenan las secuelas de la primera Guerra Mundial y en tanto la vieja madre Rusia oscilaba entre mencheviques y bolcheviques deslumbrados por el maximalismo. En lo más inmediato, vive el ocaso de la recia pampa salitrera aniquilada por la Gran Depresión Económica. Se sobrecoge con la Guerra Civil y el Franquismo español. Allí, la Alemania hitleriana y la hecatombe de la Segunda Guerra Mundial. Más allá, la desintegración de los imperios coloniales, la India; así como los problemas del África que fuera protectorados, colonias y posesiones europeas. Al otro lado del mundo, la China comunista y, en el corazón euroasiático, el inevitable proceso que abatió a la URSS. En ese rmamento es lógico que las transformaciones socio políticas tanto chilenas como latinoamericanas, debieran darse por sabidas. No es el caso del Oriente próximo desde que se declaró la fundación del Estado de

Israel, ni tampoco puede serlo la división y el con icto en el mundo árabe petrolero cuyas consecuencias no dejan de asombrar.

Sin exhaustividad, pues aquí no es necesaria, así e incluso de mayor diversidad es el rmamento que motivó y aún incentiva la vocación por la Historia de nuestro amigo. ¿Habrá alguna explicación para esto? A menudo, al dialogar con él, pareciera que sólo aspira a que el gran protagonista de la Historia sea nada más que un hombre... uno capaz de ser leal con los hombres. Lo dijo Paulo VI: es el respeto del orden moral el medio para que triunfe la libertad sobre el libertinaje. El tema quede allí. La respuesta atraviesa más de una disciplina que, obviamente, me son ajenas.

Floreal, en su contexto vital, es un demócrata que, por serlo, valida la democracia. Más allá de los argumentos propios del caso, a la postre se vuelve un problema de vieja dialéctica, verdadero zapato chino y, según dicen... ese sí que aprieta.

Este demócrata se formó en el entorno de un ideal de progreso con base cientí ca y tecnológica. Un ideal deslumbrante para muchos, al extremo de relegar parte importante de la axiología que, de modo gradual, se desgastaba en las conciencias ciudadanas. Para Neruda ese “Fue el siglo comunicativo / de las incomunicaciones”. Los hitos materiales del progreso de entonces, así como las funestas consecuencias de dos problemas universales: el holocausto judío y la bomba atómica, sólo en su condición de ejemplos, revelan que los avances del hombre, deben correlacionarse con su progreso moral. La pobreza axiológica lleva a ese remedo de progreso que, si con una mano otorga y hasta parece saciar, con la otra despliega el

bárbaro y subyugante manto del capitalismo neoliberal. ¡Cuánto de ese “progreso” fue determinante para el calentamiento planetario!

“¡Siglo veinte, cambalache / problemático y febril...!”, lo dijo Enrique Santos Discépolo. Nuestro amigo gusta del tango. Sin embargo reniega del “despliegue / de maldad insolente” que permitió ese “Vivimos revolcados en un merengue / y en el mismo lodo / todos manoseaos...!” Él, desde siempre, vibra en rebeldía frente al equívoco “¡Todo es igual! ¡Nada es mejor! / Lo mismo es un burro / que un gran profesor!”

Juntos, pero no revueltos decían los abuelos. En el servicio público, o sea, en la auténtica política, hace rato que pasó su medio siglo y sigue siendo él. Así avala su diaria singularidad. Con ella, en 1960, fue Regidor del Municipio antofagastino. Idéntico cargo ejerció en 1967. Alcalde fue en los períodos de 1964 y 1990. Son los tiempos del político apasionado que defendía las contingencias regionales. Años del gran impulso y de la fuerza o vigor, pero respecto de estas voces, él prefería hablar de “ñeque”. Y con ñeque, precisamente, fue Diputado por la Provincia de Antofagasta, entre 1969 y 1973. Aquella fue una época de “batallitas”; cada cual con las suyas y ¡vaya si Floreal las tuvo! Muchas de ellas quedaron en periódicos, en documentos de su partido, en Actas Municipales y en las del antiguo Congreso Nacional.

De ese tiempo, por liación política y convicciones que cada cual creyó lícito esgrimir, fueron dichas y hechas muchas cosas (estudiante menesteroso, entonces, residía con mi familia en Europa), pero, de un suceso estoy, absolutamente, convencido: Recabarren, no fue ese chileno que, en septiembre de 1972, para una concentración

ciudadana, des laba por La Alameda santiaguina con ese cartel, tan comentado políticamente, que decía “Este es un gobierno de mierda, pero es mi gobierno...” Esos días fueron de tragos amargos para Floreal. Lo que vino a continuación, es de todos conocido.

Cual complemento al demócrata, surge el profesor. Gran educador de empatía. Nada de docencia impositiva para la repetición. Nunca se ha tentado con ese rol. Es el pedagogo que guía y obtiene lo mejor desde el discípulo hasta revelar sus potencialidades de persona singular. Maestro de ideas generosamente ofrecidas, porque la grandeza de los pensamientos radica en el corazón. En este plano, Floreal obliga a recordar al griego Polibio en su Historia de Roma y su “historiografía pragmática”. Este autor señalaba que no se ha de “permitir que en materia de historia la mentira pese lo mismo que la verdad”, pues en cada planteamiento es necesario “atender a las lecciones de utilidad que son precisamente el n propio de la historia. (...) La historia debe enseñar y saciar los deseos de instrucción siempre mediante acciones y discursos realmente ocurridos (pues) en ésta manda la verdad y las lecciones de utilidad que por su medio instruyen a los lectores.”

Profesor en establecimientos de Educación Media y Universidades locales. También se dio tiempo para ejercer, en la ciudad de sus amores, como Rector del Liceo Nocturno y Director del Centro de Estudios Académicos (C.E.A.). Después de todo, en su concepto, la cátedra no es privativa del aula; para él, hasta la calle es cátedra.

Educador formado al amparo y con el respaldo del casi olvidado Estatuto administrativo que, entonces, legislaba respecto de los personales scales, semi scales y del Magisterio nacional. La docencia es en él, la más permanente,

dinámica y ética actitud frente a la vida y, además, un férreo compromiso de leal superación profesional, en los diferentes niveles del sistema educacional. Serias opiniones de alumnos, anécdotas o sucedidos en sus clases, como patrimonios de la oralidad, comienzan a adornarse con ribetes de cosas legendarias.

Pero, así como la vida tiene reveses, también fue en su condición de profesor que un día el amor llegó a su corazón. La felicidad siempre nos ronda y a ella debemos aproximarnos. Allí encontró a su alma gemela y bastó una frase. Sí, igual que en el tango “Siga el corso”, de F. García Jiménez, en un resplandor del carnaval de la vida..., para el amor, fue su ciente decir: “Yo soy la misteriosa mujercita de tu afán.” Un gran amor. Una bella familia. Y si alguien dijo que tras un hombre hay una gran mujer, se quedó corto. Aurora Magaly, su gran esposa, lo cuidó por los cuatro costados.

Los años han transcurrido para este nortino. La miel y la hiel legaron sus sabores. La vida es así. Hoy que hasta el corazón se encarga de recordar el sutil paso de los días, porque para algunos “la vida es un tango”, al avanzar, desde cualquier vuelta del camino, es Enrique P. Maroni quien tiende su mano amiga diciendo:

“Tango, que me hiciste mal y sin embargo te quiero porque sos el mensajero del alma del arrabal...”

Floreal, superando años, mantiene su valioso fondo de humanidad que “el alma del arrabal”, su mundo de infancia y adolescencia, se ha encargado de depurar. Ese

mundo sin aminorar su encanto sentimental, ha sido preservado por él como reducto jamás vulnerado por las mudanzas de la vida. Somos según hemos sido. Su existencia le ha puesto e impone pruebas. Todas las asume con la fe del cristiano esencial. Hoy, en edad respetable, ya entendió esta estrofa de Pedro Antonio González:

“La roca secular se bambolea al recio embate con que el mar la labra: es roca el dogma; pero es mar la idea, y es ola sin riberas la palabra.”

Los auténticos valores son en él, espléndidas gemas. Espléndidas gemas, pues en cuanto a valores, dispone de un puñado de diamantes de na y primorosa talla. Allí está su riqueza: la axiológica. No la que se ostenta, sino esa que le permitió llegar hasta aquí, como amigo entrañable y mejor cristiano que, día a día, tiene dispuesta y pronta esa palabra de aliento que ofrece al prójimo con la serenidad otorgada por los años.

¿Qué más debiera destacar en este amigo? Muchos rasgos suyos merecen un recuento. Hoy, con sencillez, pretendí referirme a algunos de ellos; supongo que a Floreal, así le gustan estas cosas. Por eso, en nombre de todos, con fraterna lealtad, sólo le diré “gracias”.

Osvaldo Maya Cortés.

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