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E. Un romance de otro tiempo

Coquimbo. Él, íntimamente, pretendió viajar con toda su familia. María Inés se opuso de modo terminante. Ante esta decisión, no le quedó otra alternativa que irse solo, lo que en la práctica marcó con carácter de nitivo la separación con su esposa.

Según Floreal entre sus padres ya no existía amor. Tal vez algo de cariño y amistad, pero no un sentimiento profundo que les permitiera continuar la relación matrimonial. Además, su madre no estaba dispuesta a desarraigarse otra vez y acarrear a sus hijos a una ciudad desconocida ni a dejar su trabajo, ante una ilusión que no garantizaba una perspectiva positiva y concreta. Juan Bautista ansiaba cambiar de ambiente. Esta oportunidad era irrenunciable. La aprovechó y, luego de una silenciosa despedida, jamás regresó a Antofagasta.

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E. Un romance de otro tiempo.

Eloísa Yáñez Araya, agraciada jovencita de unos 16 años, hermana de un amigo, fue la primera polola formal de Floreal cuando éste frisaba los 18. Era de baja estatura, con vistosos ojos claros, inteligente, independiente y de gran personalidad. Su familia vivía en Antofagasta y como ella estudiaba secretariado en el Colegio Inglés de Iquique, sólo podían compartir durante vacaciones de verano e invierno, mientras que, en el resto del tiempo, el intercambio epistolar era la única forma de expresar sus sentimientos.

Esta situación duró un par de años, hasta que Floreal egresó de humanidades. Ya bachiller, viajó a Santiago para ingresar a la universidad. Por su parte Eloísa también se

trasladó a la capital (aparentemente, eludía un hecho que la avergonzaba). Su padre, empleado del Club Hípico, se habría involucrado en unos turbios manejos monetarios, y en un fallido intento de suicidio se disparó quedando ciego. Este suceso, constituyó un escándalo en la pequeña comunidad antofagastina de la época y Eloísa lo evitó con su alejamiento de Antofagasta.

El pololeo continuó y se mantuvo los siete años que Floreal estuvo en Santiago. A pesar de sentirse enamorados, la con ictividad era la tónica de esa relación. Discutían por tonteras, por niñerías, y el temperamento de Eloísa incrementaba arti cialmente cada tropiezo. Hubo una época en que estuvieron separados por cerca de un año. Luego se reencontraron y reanudaron el vínculo.

A Eloísa, por capacidad y preparación —aparte de su título de secretaria hablaba perfectamente inglés— le comenzó a ir muy bien en su trabajo. Al corto tiempo adquirió un departamento y accedió a un nivel mayor de independencia y libertad a una edad muy temprana para la época. Esto, quizás propicio para conducir la relación a un nivel de mayor intimidad, no se produjo. En su base hubo un involucramiento sentimental y emocional, un compartir la ilusión, un amor de los conocidos como platónicos, una mera epifanía espiritual y nada, absolutamente nada más. “Nunca la toqué ni con el pétalo de una rosa” (sic), al respecto Floreal acota: “eran tiempos muy diferentes a los actuales, la polola era sagrada y se le trataba con mucho respeto“.

En 1954, con el título de profesor en sus manos, postuló a una vacante en Antofagasta. Floreal ingresa a la docencia estatal por concurso público. Ya instalado

nuevamente en su ciudad natal dio en pensar que su vida debía complementarse con una compañera. Se decidió, viajó a Santiago y le propuso matrimonio a Eloísa. Ella aceptó de buen grado. Todo caminaba bien, hasta que surgió un problema. Su propuesta implicaba jar residencia en Antofagasta, asunto que Eloísa no aceptó por ningún motivo. Era entendible su posición. La situación relacionada con su padre, estaba aún fresca como para enfrentarla sin que le provocara dolor y vergüenza. Por su parte, Floreal no dejaría sola a su madre, ni tampoco iba a proponerle un traslado a Santiago ya que anticipaba, con certeza, su negativa.

Hasta aquí llegaron los planes de Floreal por formar un hogar. Regresó a Antofagasta sin pan ni pedazo, luego de no salir airoso en una de las decisiones más difíciles que se le presentan al hombre: “una propuesta matrimonial”. “Nos despedimos amistosamente, con mucho cariño, pero, a su vez, mucho dolor” Aunque Eloísa no era muy expresiva, mantuvo con Floreal los saludos de n de año y una que otra carta, hasta que esa correspondencia se cortó de nitivamente. Al paso del tiempo, por una vecina que mantenía contacto con ella, supo que había contraído matrimonio en Santiago.

Años después, cuando Floreal ya estaba casado, se encontró casualmente en una calle santiaguina, con Eloísa. Estaba separada y lo invitó a un café en su nuevo domicilio. Atrás había quedado el pequeño departamento, testigo del amor platónico que los uniera por casi siete años. Ella le con denció que nunca logró avenirse con su marido, pero que esa adversidad la superaba con el amor y orgullo que sentía por su hija. Esa fue la última vez que supo de Eloísa.

En cosas de amor, cuánta razón tenía Machado al decir:

“¿Qué es amor?”, me preguntaba una niña. Contesté: “Verte una vez y pensar haberte visto otra vez”.

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