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B. Regreso a casa
había logrado cimentar una situación económica holgada para un joven de su edad, y, desde el punto de vista político, había consolidado un espíritu libertario y democrático, asociado a un pensamiento social cristiano, el que desarrollaba con fuerza y certeza, gracias al conocimiento que había logrado de varios líderes de su partido, la Falange. Pero, a su vez, existía otro argumento que para él era el más relevante de todos. Se sentía comprometido de volver a su ciudad de origen, dado que la salud de su madre estaba evidenciando un deterioro importante.
La oportunidad para el regreso se presentó cuando el Liceo de Hombres de Antofagasta llamó a concurso para llenar una vacante de profesor y a su inmediata decisión de postular al cargo, no la ensombreció ningún atisbo de duda. La seguridad de su posición fue premiada con la obtención del cargo al que postulaba y se dispuso con un claro optimismo retornar a su ciudad natal.
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B. Regreso a casa.
En 1954, ya instalado nuevamente en Antofagasta, en la casa materna ubicada en 14 de febrero, entre Orella y Uribe, Floreal se apronta a enfrentar la reinserción en su comunidad con una gran fortaleza: la práctica adquirida en seis años de hacer clases en Santiago que, de alguna forma, le otorgaba la certeza necesaria para proyectar su carrera docente sin mayores sobresaltos. Además, políticamente, los siete años en la capital, le habían legado su cientes experiencias que, rápidamente, le permitieron sobresalir entre los militantes antofagastinos y, proyectarse como una promesa del partido, augurándole un futuro
auspicioso. No podía sentirse más satisfecho. La vida le sonreía. Volvía a su tierra, a su casa junto a su madre. Además, se incorporaba, pleno de con anza, a su Liceo de Hombres (ahora como profesor) y sentimentalmente equilibrado en su relación con Eloísa.
Al poco andar, Floreal se da cuenta que, en Antofagasta, la comunidad está más empoderada que cuando él partió a Santiago. Se había creado el Centro para el Progreso, que ha sido, sin lugar a duda, la iniciativa ciudadana más importante surgida en Antofagasta en toda su historia republicana, dada la transversalidad, cobertura, representatividad y resultados obtenidos en bene cio de la región. Él no participó en la génesis del Centro, ya que cuando comienza a germinar este movimiento él era un joven estudiante y, luego, durante su período de mayor actividad, tendiente a llamar la atención de las autoridades centrales, por el abandono que se apreciaba en la zona norte, tampoco estuvo presente, debido a que se encontraba estudiando en el Pedagógico en Santiago. Por lo tanto su arribo a Antofagasta, ocurre cuando ya el Centro para el Progreso, había conseguido que el parlamento aprobara y dictara un par de leyes que fueron emblemáticas para el desarrollo y mejoría de la calidad de vida de los habitantes de la zona.
Se integra con mucho entusiasmo y consecuencia a la Falange, en cuyo partido no lo ven como un advenedizo ni menos como un joven inexperto. Muy por el contrario, él llega al partido precedido de una interesante trayectoria como dirigente universitario, habiendo tenido estrechos contactos con verdaderos íconos de la Falange en la capital y, por sobre todo, exhibiendo una amistad con uno de los próceres locales del partido: Juan de Dios Carmona,
quien ejercía una gran in uencia nacional en el citado conglomerado político. La directiva antofagastina de la Falange, ve con buenos ojos su integración al trabajo partidista de un joven preparado, dispuesto y trabajador y ponen sus chas en el futuro de Floreal.
Al tiempo de estar haciendo clases en el Liceo de Hombres, tuvo la oportunidad de comprarse su primer auto, un Chevrolet coupé, del año treinta y tantos, que no estaba en muy buenas condiciones y que se encargó de repararlo, sin saber nada de mecánica, pero teniendo la gran ayuda del maestro mecánico González, a quien el vecindario llamaba el “Viejo mugriento”. Este, apasionado de su o cio, hacía honor a dicho apelativo: prácticamente desconocía el baño y no tenía centímetro cuadrado de piel y vestimenta que no estuviera con grasa o aceite de motor. González, tenía un garage en 14 de febrero y fue quien lo guió con una enorme paciencia y cachativa, hasta arreglar el auto. Con el maestro González, Floreal logró establecer una muy estrecha relación, al extremo que éste le solicitó ser padrino de un nieto suyo.
Sus clases en el Liceo de Hombres no podían desarrollarse de mejor forma. El modo directo, teatral y demostrativo de Floreal, venía precedido por una entusiasta aceptación en los distintos establecimientos en que lo había experimentado en Santiago. Su forma de enseñar había calado hondo en sus alumnos, quienes lo cali caban como uno de los profesores más didácticos y populares del liceo. A propósito de su estilo, es pertinente citar una entrevista de Héctor Ardiles Vega titulada “Floreal Recabarren, profesor, hombre público e historiador”, en la cual Floreal expresa: “A mí me gusta mucho lo que hacen los jóvenes y siento cariño por ellos. De
tal manera que mi primera opción fue hacer el esfuerzo por conquistar a mis alumnos. Creo haberlo logrado con clases graciosas que inventaba, por ejemplo les pedía a los más grandes que se pusieran de frente y les decía ustedes son la cordillera de Los Andes, luego situaba a los más pequeños adelante y a ellos los señalaba como la cordillera de la Costa. Después les indicaba que se tomaran de las manos entre cada la para explicarles que estaban generando la depresión intermedia, en el espacio entre ambas cordilleras. Era didáctico demostrativo, siempre recreando o improvisando en el momento”. Luego Héctor interviene: “Esa técnica servía para la geografía y en el caso de enseñar Historia” ¿Cómo lo hacía? Responde Floreal: “Les hacía representaciones de muchos personajes, según la etapa histórica que correspondiese, desde Napoleón hasta Hitler. En ocasiones exponía errores, pero les advertía... yo soy mentiroso... y les preguntaba si tal o cual suceso era cierto, nunca faltó el alumno que me corrigiera. Utilicé siempre la mayéutica, es la mejor metodología que hay. La gente cree que hay que pasar la Historia ¡no! Lo que hay que hacer es conversar con los estudiantes de Historia”.
Esta notoriedad, le signi có que, en el año 1958, lo llamaran del Instituto Santa María, ISM, ofreciéndole un horario de clases para cursos de cuarto a sexto año de humanidades. Las 34 horas de clases que tenía comprometidas con el Liceo de Hombres, le dejaban tiempo para coordinar y cumplir con lo que exigía el ISM. Este colegio estaba muy cerca del Liceo lo que facilitaba su traslado, por lo que aceptó con entusiasmo la propuesta, que, por lo demás, a anzaba bastante su bolsillo. No obstante, al tiempo de estar haciendo clases, recibió de las monjas
una reconvención, dado que en sus clases se escuchaba, frecuentemente, una especie de algarabía, desorden y fuertes risotadas, que alteraban la política de prudencia y respetuoso silencio que en otras aulas se apreciaba. Había que considerar que el Instituto representaba, una especie de santuario. Floreal intentó explicar a las monjas que el estilo de sus clases era interactivo y demostrativo para, de esta forma, acercar más la materia a los estudiantes. La Madre Superiora intentando asumir una posición ecuánime determinó que una de sus religiosas, fuera testigo de una clase de Floreal y luego emitiera un informe pedagógico al respecto y del ambiente que se producía en el aula. La monja evaluadora que se designó era una colega alemana de Floreal. Llegó la hora de la verdad y Floreal asumió la clase sin variar en un ápice su método, salpicando con situaciones jocosas, teatralidad y afectación, varias situaciones relacionadas con los episodios de la materia en desarrollo y provocando la hilaridad y aceptación de todo el curso, incluida la monja inspectora designada.
El método de enseñar de Floreal se centraba en no darle tanta importancia a las fechas y otros antecedentes áridos, con el propósito de difundir una Historia cercana y entretenida, la que transmitía con mímica, lenguaje corporal y todo tipo de piruetas ad hoc a los eventos tratados.
Por cierto, que el informe elaborado por la colega fue favorable a Floreal, cosa que la directiva del ISM, aceptó de buen grado. Con el tiempo, logró establecer una muy buena y positiva relación con la monja alemana que lo inspeccionó, a quien alimentaba con episodios de historia chilena y recibía de ella, reciprocidad de la historia europea.
En la época en que Mario Bahamonde era rector del Liceo de Hombres se produjo una pugna al interior de éste, entre profesores católicos y masones. La controversia suscitada se manejó con discreción y concluyó en el éxodo de algunos de los inicialmente nombrados que consiguieron formar el primer Liceo Nocturno de Antofagasta. La rectoría de éste correspondió a Floreal. El liceo funcionó en las instalaciones de la Escuela Femenina N° 2, ubicada en Condell con Baquedano.
A pesar de este positivo retorno a Antofagasta, dos íntimos sucesos empañaron su ánimo y optimismo. El primero, a meses de su llegada a la ciudad, la negativa de su polola, Eloísa, de casarse con él y el segundo, al pasar unos años de su regreso, fue la imprevista muerte de su madre a nes de la década del cincuenta. Esta pérdida, sin duda alguna, fue el acontecimiento más doloroso que haya experimentado en su vida, hasta ese momento. Los hechos se sucedieron muy de prisa. Ella comenzó a sentir frecuentes malestares estomacales. Floreal la envió con su tía Ester a Santiago a consultar un médico, que luego de examinarla recomendó operarla en forma urgente. Lamentablemente la enfermedad estaba en un estado muy avanzado y no resistió la operación falleciendo en el quirófano. En ese momento a Floreal, aparte del inmenso e intempestivo impacto que abrumó su espíritu, debió afrontar un problema práctico: llevar a su madre a Antofagasta.
En LAN le dijeron que no había problema en trasladar el féretro, siempre y cuando éste fuera dentro de otro cajón y se entregara en el aeropuerto a las 5:00 AM, de tal modo que ningún pasajero pudiera enterarse que se estaba transportando un cadáver. Aquí surgió otra di -
cultad: ubicar un lugar donde realizar dicho trabajo. La solución fue, el patio de la parroquia cercana a la casa de los Puebla Leeson, que consiguió Floreal con su párroco. En todo momento contó con la compañía y ayuda de su amigo Gonzalo.
Floreal reconoce que la muerte de su madre fue un golpe terrible, porque ella fue una especie de faro guía, lo más respetado que tenía en su vida, todo un ejemplo de superación y perseverancia. Fue, en muchos aspectos madre y padre, y su desaparición la sintió como el término de un ciclo madre-hijo, violento, frío y desgarrador. El viaje a Antofagasta, lo hizo en el mismo vuelo que trasladaba el féretro que transportaba a su madre, la que fue sepultada en el Cementerio General.
Continuó viviendo con su tía Ester y su hermana, en la misma casa que compartía con su madre en calle 14 de febrero. Luego se cambiarían a una casona de dos pisos ubicada en calle Matta con Uribe. Su tía estuvo sus últimos años en el asilo de ancianos de monjas de calle Iquique, donde falleció de muerte natural a una edad sobre los noventa años.
Los años 50 y 60 del siglo pasado tienen un valor especí co para Floreal. Etapa de madurez y de grandes decisiones de cara al futuro. La vida provinciana de Antofagasta ofrecía alternativas que, en su caso, se revelaban auspiciosas. La ciudadanía local estaba en un proceso de cambios cuyas raíces se prolongaban a las décadas de la gran crisis del salitre chileno. Más de algo se había aprendido de ese Norte que se despobló pasando a ser, en el recuerdo de muchos, un escenario que se redujo a la nada. Una nueva mentalidad localista luchaba por crear su cientes condiciones de progreso para la ciudad