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D. De la familia y los familiares

amistad. Floreal rememora que su suegro siempre se ponía a su lado, llegando incluso a retar a Magaly, cuando discutía con él.

D. De la familia y los familiares.

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La vida es un uir hacia la plenitud cuya expresión social se asocia, en principio, a la familia y a los familiares. En esa uencia se enlazan días, semanas, meses y años. Las generaciones se suceden y los ejemplos se repiten incrementando valores que garantizan un acervo cultural que se reconoce como valioso. La familia, en principio, actúa por presencia y vale en tanto se perfecciona como ejemplo. La vinculación familiar al mismo tiempo que cohesiona, conlleva la idea de un futuro mejor.

Por experiencias vitales Floreal dio cabida tempranamente a la idea de familia. Todo lo concerniente al hecho, aún lo llena de una emoción que lo enternece. Para el caso, del hombre público, polemista y contestatario, poco es lo que resta porque el Floreal de esos instantes, es un ser que vibra y, como en años de infancia, hasta tartamudea.

Al conversar de estas preocupaciones con Osvaldo, su respuesta fue: “—Floreal es pura ternura. Un terrón de azúcar en cosas de familia. A poco de conocerlo en el plano profesional, por ejemplo, le conté qué entre mis papeles, conservaba un documento donde aparezco asumiendo unas horas de clases a las que había renunciado su hermana María Eugenia. Esa simple mención fue su ciente. Floreal creo que se emocionó y, por experiencia de años, hasta me atrevo a decir que, por ese sólo hecho, su actitud cambió. El saberme vinculado por ese diminuto

detalle con alguien de su familia, me signi có un trato que el tiempo consolidó. Hoy, quizás ni siquiera recuerde este hecho. Lo importante del caso es que ¡Floreal sigue siendo así!

Hacia nes de la década del treinta, el núcleo familiar de Floreal lo componían sus padres, Juan Bautista y María Inés, y su tía Ester. La familia se incrementa el año 1938 con una nueva integrante, María Eugenia, quien a juicio de Floreal, de inmediato se transforma en la integrante más preciada de la familia y objeto de su cuidado y preocupación.

Ya instalados de vuelta en Antofagasta, María Inés, consintió en que su hijo cumpliera el rol de páter familias. Por necesidades de su desempeño en extensas jornadas laborales, esa era una manera de ejercer el control de la vida familiar.

María Eugenia, a la fecha, se reconoce con pocos recuerdos de su primera infancia y que sólo comienza a tener noción de su vida, a partir de alrededor de los 8 a 10 años, viviendo en Antofagasta.

Estudió preparatoria en la Escuela Estados Unidos, ubicada en Condell entre Maipú y Uribe. Ella, al revés de Floreal, poseía una personalidad extrovertida y participativa, con una tendencia natural a socializar. De hecho, como estudiante tuvo activa participación en los números artísticos de diversos actos o ciales que se desarrollaban en fechas especiales, en la que destacaba el 4 de julio día de la independencia del país del norte. Una curiosidad de ese colegio era que, en los recreos los alumnos salían a calle Condell, puesto que carecía de un patio adecuado para permitir a los estudiantes departir en condiciones normales.

Las humanidades las estudió en el Liceo de Niñas. Fue desde joven una muy buena lectora y a pesar de que no estudiaba mucho, le bastó con poner atención de las materias en clases, para obtener notas su cientes para no repetir curso alguno.

Con esa María Eugenia, que Floreal le restringía al máximo el horario para asistir a los “malones” (aquellas estas juveniles de antaño), aunque ella tenía un aliado: el Guatón Mandaleris, quien siempre abogaba porque el permiso no fuera tan limitado y lograba exibilizar un poco las exigencias de su hermano. Obviamente Floreal la sometía a un previo y exhaustivo interrogatorio: ¿Dónde es el malón? ¿Quiénes son los dueños de casa? ¿Los conozco? ¿Quiénes irán?, etc. Nunca el permiso superaba las doce de la noche y tanto el ir a dejarla y buscarla en su coupé verde, era algo que no se discutía. María Eugenia gustaba del cine y Floreal no le ponía ninguna di cultad, siempre que fuera al Rex. El problema consistía en que en dicho cine, la programación estaba orientada a un público mayor y por ende no concitaba el gusto de la juventud de la época. Ante esta situación, María Eugenia se las ingenió para burlar la imposición. Estableció un trato con el boletero del cine Rex para que le diera permiso sólo para simular que entraba a la sala de proyección y cuando veía que Floreal se había ido, ella salía y se iba al cine Imperio a juntarse con el pololo de turno que la esperaba allá. Sin embargo, este ardid duró solo un tiempo, ya que Floreal descubrió el engaño y hacía proyectar en la pantalla del Imperio un aviso que decía “Se necesita urgente a la señorita María Eugenia Recabarren en la entrada”. Todo el público, mayoritariamente compuesto de juventud, gritaba y coreaba el nombre

de María Eugenia, mientras esta salía avergonzada de la sala a enfrentar la reprimenda del hermano mayor y su regreso a casa.

María Eugenia reconoce que en su juventud fue bien polola. Este asunto a Floreal lo sacaba de las casillas y no trepidaba de recriminarla frente a su madre con cuestionamientos tales como “Mamá, no puede ser que María Eugenia tenga dos pololos”.

Heredó similar capacidad verbal que tiene su hermano, pero su actitud es distinta, mientras Floreal evita la polémica, ella nunca le sacó el bulto a algo que le pareciera mal. Una temprana situación re eja esta característica de muchacha pará en la hilacha. Ocurrió cuando cursaba el sexto de humanidades, con una profesora de Castellano, quien antes de comenzar su clase, sacaba de su bolso una estatuilla de la virgen y la colocaba sobre su mesa, como una deidad guardiana. Ella se cansó de este rito y enfrentó a la maestra argumentando que estaban en un colegio público laico, donde debían respetarse todas las creencias. A partir de este evento la profesora, al entrar a la sala, con irónico liberalismo, preguntaba “Recabarren, voy a sacar la virgen ¿te quedas o te vas?” María Eugenia con esa que prácticamente no asistió más a esa clase y preparó el examen gracias a la materia que consiguió con una compañera.

Sumando y restando, María Eugenia acepta que la actitud de protección que Floreal ejerció sobre ella, aunque en ciertas circunstancias le resultaron molestas y hasta injustas, en el fondo fueron bien intencionadas, orientadas a que dirigiera sus pasos por el camino correcto. Reconoce a Floreal como su guía y mentor, al extremo de confesar hoy que “si no hubiera sido por él, quizás qué

habría sido de mí; siento una enorme deuda y gratitud por mi hermano”.

Sin duda que Floreal, tal vez sin una clara intención, con sus esfuerzos y preocupación, fue sembrando en la juvenil alma de su hermana, semillas valóricas, éticas, humanistas y políticas que forjaron en María Eugenia un espíritu libertario, consecuente y solidario. Tal in uencia, en el tiempo, se tradujo en un profundo cariño, respeto y admiración por su hermano, al extremo que, al terminar las humanidades y obtener un buen puntaje en el bachillerato decidió seguir el mismo camino de él. Estudió en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, obteniendo el título de Profesora de Historia y Geografía con especialización en Historia.

El espíritu festivo que ha caracterizado a Floreal lo acompaña hasta estos días y una de las bromas que le hacía a María Eugenia también. Como ella nació en el Hospital de Chillán Viejo, él la molesta diciéndole que ella es Monumento Nacional.

Al regresar a Antofagasta conoce a Luis Humberto Cortés Marín con quien contrae matrimonio el año 1963. Luis Humberto tuvo una infancia y juventud bastante azarosa, ya que, a la temprana edad de tres años, quedó sin padres ni hermano. Luis creció bajo la protección de una abuela. Comenzó muy joven a trabajar en las salitreras en el área administrativa, experiencia que luego le sirvió para ingresar al Banco de Crédito e Inversiones y luego al Banco Central, donde desarrolló una dilatada y e ciente carrera que duró alrededor de 25 años.

En el año 1978 el matrimonio se traslada a Santiago, donde María Eugenia comienza a participar en política bajo el alero demócrata cristiano.

Regresan a Antofagasta en el año 1992 luego de un periplo por Santiago, Talca y Arica. Tanto en Talca como en Arica fue dirigenta del colegio de profesores. En Antofagasta ingresó a trabajar en la UCN bajo la rectoría de Alberto Alarcón Johnson (el primer rector designado por el gobierno militar). Luego, al regreso de la democracia, bajo el gobierno de Patricio Aylwin, ocupó el cargo de Directora Regional de la Fundación para la Promoción y Desarrollo de la Mujer, PRODEMU.

Reconoce que algunas veces en diferentes postulaciones a trabajos, el llevar el apellido Recabarren la perseguía, porque, siendo nortina, de inmediato la vinculaban con el histórico líder Luis Emilio Recabarren, emblemática gura política de los partidos comunista y socialista, de las primeras décadas del siglo XX.

Su familia, compuesta por su marido y sus tres hijos, José Luis, abogado, Rodrigo, constructor civil y Marcelo, sonidista, y 8 nietos, ha sido un ejemplo de unión, afecto y compañerismo.

Al dar vuelta esta página podemos decir que la intrahistoria familiar de Floreal se forjó en la diaria circunstancia de una vida que aún da para pensar. Lo que aquí se ha insinuado es el pórtico para que se pueda hablar de su más preciado tesoro: “La familia Recabarren Raby”. Al Matrimonio no les fue fácil tener descendencia. Magaly adolecía de un problema que le impedía embarazarse y qué, a pesar de haber iniciado un peregrinaje, consultando especialistas en Antofagasta, Santiago y Valparaíso, los médicos no lograban descubrir la causa de su imposibilidad de procrear.

Al cuarto año de casados, luego de un viaje a las Termas de Mamiña, Magaly descubrió que había quedado

embarazada. Floreal rememora el feliz instante, como el momento más hermoso y emotivo de su vida. El saber que había un ser nuevo creado por el amor que ambos sentían y que cada día se apuraba por nacer los entusiasmaba enormemente. Según Floreal, Magaly engordaba y engordaba. Cuando llegó el momento de las contracciones, Floreal se preguntó ¿y qué hago ahora? Se sentía inútil e ignorante y solo atinó llamar a la matrona, quien le aconsejó que debía llevar a su esposa de inmediato a la maternidad del hospital. Todo lo posterior resultó sin problemas y el 22 de octubre de 1965 nació María Claudia. En el momento que Floreal conoce a su hija, Magaly, con la ternura que la caracterizaba, le dice “mira Papá —era su trato habitual— lo linda que es nuestra hija”, a lo que él contestó, como padre primerizo que probablemente nunca había visto a un recién nacido: “si, es hermosa”, aunque por dentro no estaba convencido. Claudia, como así la llamaron siempre, comenzó a crecer saludablemente, para la alegría y felicidad de sus padres.

Aproximadamente un año después nació Cecilia Alejandra, el 15 de diciembre de 1966. Sin ninguna di cultad y con un Floreal con más experiencia y menos temores. Finalmente, el 6 de marzo de 1968, llega Gonzalo Floreal, el único varón, quien desde su nacimiento se convierte en el regalón de Magaly. Los tres hijos del matrimonio nacieron de parto normal en la maternidad Ismael Larraín Mancheño, del Hospital de Antofagasta.

A medida que su familia iba creciendo fue Magaly, la que en muchos aspectos cumplió el doble rol de madre-padre, llegando incluso, en algunos periodos, a transformarse en la principal proveedora del hogar.

Floreal con esa que debido a su trabajo en los colegios en los que impartía clases y a sus distintas responsabilidades comunitarias y políticas que fue asumiendo mientras sus hijos crecían, fue un padre ausente. Lo anterior le impidió tener mayor cercanía con ellos y haber participado más en su desarrollo integral. Es categórico y honesto al destacar que, sin Magaly a su lado, jamás habría podido dedicarle el tiempo y energía a las distintas actividades extra laborales, que en el transcurso de su vida, fue asumiendo.

Esta situación, más de un comentario crítico, le valió de parte de sus hijas. Sin embargo, la realidad la compensó con la certeza que le cabe a Floreal, de haber tenido a su lado a una mujer ejemplar, Magaly, que entendiendo a cabalidad la disposición de servicio que anidaba en él desde muy joven, supo asumir, en diversas etapas de la vida conyugal, el papel de quien debía rebuscárselas para parar la olla, educar a sus hijos y mantener siempre una cohesión familiar admirable. En todo caso sus hijas, en la medida que crecieron, también lograron entender la íntima vocación pública con la cual vibraba su padre y comprendieron que el tiempo que no les dedicó a ellas no fue malgastado en trivialidades, sino orientado a trabajar por el bien social que lo inspiraba: lo mejor para su ciudad y sus habitantes.

“Yo fui muy querendón con las niñas, más expresivo diría yo. Las niñas son mis ojos. Con Cecilia nos entendíamos mejor, debe haber sido porque ella es más parecida a su madre. Con Claudia a pesar de llevarnos muy bien, discutimos más, esto yo lo atribuyo a que siempre hemos estado más cerca, mientras que con Cecilia nos vemos solo de vez en cuando. Es algo natural que las

hijas sean más regalonas con el padre que con la madre, es como de química diría yo, mientras que Gonzalo fue el preferido de la madre. Con mi hijo, tuvimos una relación un poco más distante, pero igual lo quería mucho”.

Las hermanas peleaban tupido y parejo, como cualquier par de niñas con poca diferencia de dad. En una oportunidad su pelea se tradujo en que sacaron la ventana de su dormitorio del segundo piso y se les fue abajo, por poco no cayó sobre el parabrisas del auto familiar que estaba estacionado allí.

Floreal acota que las dos niñas nunca dieron problema con sus estudios, a los que le dedicaban el tiempo su ciente como para, normalmente, sacarse buenas notas. Claudia era la intelectual de las dos, mientras Cecilia la deportista, practicaba muy bien el volleyball. Gonzalo, el menor y el regalón de su madre y sus hermanas, fue excelente deportista, sobre todo en el rugby (que más de una lesión le produjo), buen amigo, bueno para la talla, con él era imposible aburrirse. Floreal le alaba la capacidad de argumentación que poseía ya que cuando tenía una prueba y le preguntaba ¿Cómo te fue? El simplemente respondía “no sé, tengo que hablar con el profesor”. Los profesores siempre lo escuchaban y como él era simpático y agradable, lo más probable es que estos aceptaran sus argumentos y al nal lograra subir alguna nota. Floreal especula, que su hijo, por la forma empática de relacionarse, habría tenido una buena carrera en el área de la diplomacia.

Durante el año 1981, entre Magaly y sus hijas, surgió la idea de poder acceder a un intercambio estudiantil en el extranjero. Postularon y quedaron seleccionadas. Alemania fue el país elegido. El viaje se inició a comienzos

del año 1982. Claudia tuvo como destino el pueblo de Nortorf, al norte de Hamburgo y Cecilia la localidad de Köngsbach-Stein, cerca de la frontera con Francia. Al nalizar el año de intercambio, en 1983, regresan a Antofagasta a terminar la enseñanza media.

Claudia, que primeramente se matriculó en Sicología en Santiago, en la Universidad Diego Portales, lamentablemente se confundió con la carrera, se estresó, y decidió abandonarla. A su regreso a Antofagasta, estudió Educadora de Párvulos, en la Universidad de Antofagasta y luego ingresó a trabajar a la Universidad del Norte.

Por su parte Cecilia, cuenta Floreal, “cuando terminó el cuarto medio no quería seguir estudiando y aspiraba, tal vez in uenciada por lo que había visto en su madre, que le instaláramos un puesto para fabricar tortas, ante lo cual Magaly, echando mano a su sicología, no se espantó con la propuesta de su hija y le dijo “no tengo ningún problema en ponerte el puesto que tú quieres, pero con una condición, primero tráeme un título y ahí conversamos”. Llegaron a un acuerdo y Cecilia se fue a Santiago a estudiar secretariado trilingüe en Manpower, olvidando su sueño pastelero”.

Floreal destaca que tanto Claudia como Cecilia lograron obtener otro título cada una de ellas. En efecto, Claudia retomó su inicial vocación por la Sicología, carrera de la cual se tituló en la Universidad del Norte, lo que le permitió asumir la jefatura de un área encargada de coordinar la capacitación a docentes de dicha Universidad. En la actualidad trabaja en la Universidad de Antofagasta. Se casó con Raúl Pastén, ingeniero mecánico, quien se ha desempeñado en diversas empresas mineras locales y ha hecho clases en la UA y la UCN. Es un buen hombre,

esposo y padre. Sus motivaciones son el emprender, escenario en el que hasta ahora ha tenido éxitos y fracasos, pero no desiste en sus propósitos. El matrimonio tiene tres hijos: Camilo, Licenciado y Profesor de Filosofía de la Universidad de Chile, Nicolás que estudia Licenciatura y Composición en Música también en la Universidad de Chile y Fernanda que actualmente estudia Sicología en la Universidad Padre Hurtado.

Cecilia, en Santiago conoció, pololeó y se casó con Manuel Inostroza, mientras éste estudiaba medicina en la Universidad de Chile. Él fue dirigente estudiantil, llegando a ocupar la presidencia de la FECH en el período 1990-1991. Cecilia por un buen tiempo fue la proveedora del matrimonio, puesto que Manuel aún no terminaba sus estudios cuando se casaron. Éste, desde joven mostró interés por la política, adhiriendo a los postulados demócrata cristianos, se especializó en salud pública y llegó a ocupar los cargos de superintendente de Isapre (2003-04) y de Salud (2005-10), en los gobiernos de Ricardo Lagos y de Michelle Bachelet.

El matrimonio tiene cuatro hijos: Manuel, egresado de Ingeniería Comercial de la Universidad Adolfo Ibáñez, Sebastián que cursa Leyes en la Universidad de Chile, Joaquín estudia Pedagogía en Matemáticas y Física en la Universidad de Chile y Tomás que está en enseñanza media.

Floreal alcanzó a saberse bisabuelo, ya que su nieto Manuel con su esposa Daniela Poblete Pavez, ingeniera comercial y estudiante de sicología, le dieron esa gran alegría con el nacimiento de Facundo Maximiliano, a quien conoció virtualmente.

Cecilia, quien hizo una muy buena carrera como secretaria trilingüe en Santiago, después de tener su fami-

lia consolidada, dio la PSU e ingresó a estudiar Leyes en la Universidad de Chile, carrera que sacó en cinco años. Hoy tiene una o cina particular en su especialidad, que es el Derecho Laboral.

Gonzalo por su parte, también se fue a Santiago a estudiar Diseño Grá co. Laboralmente se desempeñó en el área de la minería. De su hijo dice Floreal: “Es ordenado, trabajador, buen gallo, bueno para el chiste, cocinero y deportista. Muy buen padre y buen marido”. Se casó con María Carolina Velastín Torres, Sicopedagoga, con quien tiene tres hijos, Antonia Paz, egresada de Nutrición de la Universidad del Desarrollo, Sofía Paz, que cursa Ingeniería Civil en Minas en la Universidad Adolfo Ibáñez y Domingo, estudiante de enseñanza media. Actualmente el matrimonio, residente en Iquique, tiene un colegio para niños con problemas especiales que marcha muy bien.

De sus tres hijos Floreal, exhibe un gran orgullo de padre, reconociéndoles, como una de sus características más notables, el hecho de persistir hasta la porfía, por encontrar el camino vocacional que cada uno anhelaba. Esta característica, según Floreal, fue heredada de Magaly, que poseía un tesón sin límites y un punch admirable, rasgos que a oraron con nitidez en momentos familiares álgidos. A su vez, Floreal reconoce que, aparte de no haber sido la gura más in uyente en su hogar, tampoco fue el más inteligente, cetro que no tiene ningún complejo en asignárselo a su esposa.

“Siempre fui muy bromista con Magaly. Ella se levantaba entre 8 y 9 de la mañana, yo siempre más temprano y en algunas oportunidades se me perdían los calcetines y comenzaba a hablar solo ¿dónde estarán los calcetines?

¡Magaly, se me perdieron los calcetines! Magaly dormía ¡Pucha no encuentro los calcetines!... Magaly no daba señales de vida... Luego Floreal, tomaba su celular y marcaba el número telefónico de la casa y como el aparato estaba en el velador del lado de Magaly, ésta, con el ring del llamado, despertaba de un salto y yo ¡aló Magalita! ¿dónde estarán mis calcetines...? ¡Plop! Cualquier persona se habría encabritado, pero ella, ya despierta, no hacía otra cosa que reírse de la broma mía”

Otra situación que se repitió en muchas ocasiones fue con la chequera del banco. Esta la manejaba exclusivamente Magaly y cuando Floreal tenía o quería hacerle un regalo, cuyo costo era mayor de lo que él mantenía en efectivo, tenía que ingeniárselas para “robarle” un cheque para la compra. Luego Magaly exclamaba inocente “¡que raro! ¿quién me sacaría un cheque?”. Según la versión de Floreal estas bromas eran frecuentes. Sin embargo, lo más probable es que Magaly, con lo ordenada y cuidadosa que era, ya se había percatado de la “broma” de su marido y ngía incredulidad para no echarle a perder la sorpresa que había planeado.

“Llevábamos una relación liviana, distendida, pero a su vez comprometida, éramos muy compinches. Nunca establecimos un vínculo demasiado serio, siempre alejados de peleas y de discusiones sin sentido. Aun cuando nos queríamos mucho, nos sentimos impulsados a cultivar una especie de complicidad, la que nunca nos cansó, ni nos aburrió”.

Después del fallecimiento de Magaly Floreal vivió cerca de cuatro años solo acompañado con una nana, la señora Gloria, quien estuvo treinta años a cargo de la casa. Luego Claudia con su familia se fueron a vivir con él y a la

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