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F. Magaly
trascienden para quienes se desempeñan en la cosa pública, son expresados con prescindencia de bajas pasiones. Bien sabía de estas maquinaciones el orentino Nicolás Maquiavelo al escribir en 1513 su tratado “El Príncipe”. Las verdades concernientes a “la cosa pública”, o sea, a “la res pública”, valen para la memoria del hombre como el agua uyente: siempre una y nunca la misma, porque ¿alguien pondría en duda que de algo, siempre algo ha de quedar?
F. Magaly.
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Al paso de los tiempos la vida es tal y logra su plenitud, si hay motivos su cientes para idealizarla. Ese es el momento de las grandes verdades. Floreal sabe de estas cosas y, como gusta de la poesía, alguna vez leyó el romance anónimo español titulado “Amor más poderoso que la muerte”. A él lo mueve y lo conmueve el amor. El amor por Magaly. Por la mente pasan los personajes del romance, “Conde Olinos y Albaniña”, y dado que ambos ya supieron que las cosas mundanas tienen un nal, perduran en las conciencias superando el tiempo en estos sencillos versos:
“De ella nació un rosal blanco; del nació un espino albar; crece el uno, crece el otro, los dos se van a juntar; las ramitas que se alcanzan fuertes abrazos se dan y las que no se alcanzaban no dejan de suspirar.”
La vida de Floreal estuvo iluminada por la gura de su esposa. Ella, joven con un dejo de timidez y silenciosamente acogedora; él, en plena madurez, para que al paso de los años y, por muy categórica que parezca la a rmación, la enalteciera como “la gura más relevante de su existencia”.
Esa presencia femenina moldeó varias facetas de un personaje que estaba llamado a representar a parte importante de la sociedad regional. Los detalles que lo caracterizaban, por tacto y desenvoltura frente a sus conciudadanos, de algún modo fueron perfeccionados por las oportunas observaciones de quien siempre estuvo a su lado.
Cada día trae su afán, dicen las Escrituras, y en esa complementación, él asumía desafíos y participaba de diversas iniciativas, en tanto que ella, por femenil y superior designio procuraba no sólo el apoyo a su esposo, sino que también aportaba la cohesión familiar.
Hablar de grandes mujeres y de grandes hombres dio para refranes: “Detrás de un gran hombre hay siempre una gran mujer” Es cierto. Pero, Floreal no la vio nunca detrás, porque siempre tuvo a Magaly a su lado. Dado que el matrimonio es cosa de dos, Magaly dispuso de su ciente voluntad para que el suyo se mostrara en todo su esplendor.
Magaly... motivos hubo para empezar hablando de Albaniña y, más aún, Francisco Rojas Zorrilla, le asignó al amor un mérito superlativo,
“Porque es mi amor tan grande, que a tu nombre, como a cosa divina construyera
aras donde adorarte; y no te asombre, porque si el ser de Dios no conociera, dejará de adorarte como hombre y por Dios te adorara y te tuviera.”
Magaly inició sus estudios en su pueblo natal. Los secundarios fueron, en calidad de interna, en el Instituto Santa María de Antofagasta. Magaly, niña, se situaba en un mundo de rasgos cambiantes que caracterizaron la segunda mitad del siglo pasado. Sus aspiraciones sólo eran comparables a su profundo sentido de familia. Ya joven universitaria de 18 años, encaminaba sus pasos hacia un futuro promisorio. Pero de improviso, la enfermedad de su madre puso a prueba su temple. Retornó a Taltal. Fue, a la par, dueña de casa, enfermera e hija diligente preocupada de cada una de las circunstancias que aquejaban a su madre.
En carta a Floreal (febrero de 1961) le detalla que: “a mis hermanos, pobrecitos, los tengo también con remedios para los nervios, porque pasan llorando y se desesperan los chiquititos. Yo me voy a quedar en Taltal a cuidar a mi “mamy”, quizás pierda este año, Dios quiera que no, pero estaré con ella todo el tiempo. No sé qué va a ser de mí, estoy con una confusión tan grande que no logro ordenar mis ideas. La gente piensa que estoy ausente, quizás sea verdad, pero en esa ausencia pienso y pienso y llego a la conclusión de que todo está en manos de Dios.” La fe de Magaly por “el Patrón”, era evidente. Con aba en Él encomendándose en cada situación difícil del diario vivir.
El fallecimiento de doña Dominanda cierra un ciclo de vida para quienes fueron su prójimo. Las relaciones
familiares siempre van al compás de las circunstancias. Los lazos fraternos de Magaly se refuerzan e incluso la ancianidad de su padre la compromete. En ese hogar, varios necesitaban del apoyo de esa joven que, con gentileza y criterio, se sabía no sólo hermana mayor, sino también madre y hasta consuelo para los días nales de su progenitor. Para Floreal, aquellos acontecimientos lo llevaron a entender que el amor se acrecienta cuando la proximidad y la comprensión de la persona amada es la única oportunidad de darle el temple que corresponde al verdadero amor.
La vida continuó. Los primeros años del matrimonio estuvieron solventados por el sueldo de un profesor de Estado, cuyo idealismo de servicio público lo llevó a tomar una decisión insólita, como renunciar a sus clases y por consiguiente a sus ingresos para aceptar el cargo de alcalde y ejercerlo a tiempo completo.
Magaly, puso en primer plano ese espíritu emprendedor que siempre la caracterizó. Había que superar ese momento. La cocina fue el medio. Ella poseía habilidades para la repostería y quiso sacarles provecho para contribuir económicamente, a la que preveía como una difícil situación presupuestaria hogareña. La elaboración de una torta o un kuchen para una festividad familiar estaba lejos de una actividad comercial y con nes de lucro. Se necesitaba experiencia y conocimientos, pero ella no se desmotivó. Su reacción fue interiorizarse en cada una de las exigencias de una gestión comercial e ciente. Como primera y voluntariosa experiencia, todo fue exitoso e íntimamente ella obtuvo esa con anza que la capacitaba frente a otros desafíos que, de modo circunstancial, le habría de presentar el diario vivir.
Las tortas y dulces los hizo ella y aunque no se habló de días de vino y de rosas, sí fueron días que entre torta y torta que era vendida, prepararon los ánimos para días mejores. Magaly demostró su capacidad. 1964 y 1967 fue ese período alcaldicio. Floreal fue conocido como el alcalde del centenario de Antofagasta y hasta es posible que en su fuero íntimo entendiera que, como dijo el poeta, si estar enamorado “Es ir leyendo lo que escriben en el espacio las primeras golondrinas”, también “Es empezar a decir “siempre”, y en adelante no volver a decir “nunca”.
Todo aprendizaje es una actualización de cara al futuro, por eso Floreal en más de una ocasión declaró “Yo creo que Magaly tuvo un sistema de enseñanza que mezclaba lo tradicional con lo moderno. En el cuidado de sus hermanos, por ejemplo, exigía responsabilidad, revisaba cuadernos y tareas. Fue una madre que imponía disciplina y respeto en una época en que la educación tenía características peculiares. La juventud de esos días iniciaba una búsqueda con verdaderas constelaciones de quimeras. La educación, el arte, la música, las más novedosas expresiones cientí cas, incluso la política, estaban sujetas a revolucionarios cambios. Las mentalidades diversi caban sus centros de interés y la idea del desarrollo en pugna con el subdesarrollo de los pueblos obligaba a reparar en las problemáticas sexuales que los medios de comunicación difundían ampliamente, con la sana aspiración de una era en que ningún tabú limitante se dejara sentir. Formar una familia en esos días, fue la secreta alegría del día a día de Magaly que siempre esperaba concluir su jornada de buena manera con cada uno de sus hijos, aun cuando, previamente, hubieran tenido alguna discusión o desacuerdo.
Las aspiraciones de servicio público de Floreal seguían adelante y es elegido diputado, en 1969. Para ejercer con mejor disponibilidad de tiempo su cargo parlamentario, Floreal tenía claro que trasladándose a Santiago su labor sería más fructífera. Conversado el tema con Magaly, ésta se mostró absolutamente de acuerdo, pero con la condición de que toda la familia se radicara en la capital, de tal modo de mantenerse unidos y aprovechar de tener al patriarca, con absoluta seguridad los nes de semana, realizar una convivencia familiar normal y poder desarrollar actividades en conjunto.
La vida tiene sus altibajos, Floreal cesa como diputado en 1973 al perder la reelección. Intentó sin éxito trabajar en Santiago, ante lo cual regresa con su familia a Antofagasta, donde la Universidad del Norte lo acoge como docente. En medio de esas vicisitudes, Floreal, con los años, reitera su profundo reconocimiento a la fortaleza de su esposa, a quien siempre vio como la gran artí ce de la formación de sus hijos. Esta buena disposición, según Floreal, no era exclusiva hacia su familia, “también respetaba mucho a la única pariente que me quedaba, la tía Ester, hermana de mi madre.” Esos viejos recuerdos lo emocionan: “Magaly fue tremendamente solidaria con mi tía que tenía un genio, a menudo explosivo, pero supo ganársela, llegando a sentir un real aprecio por ella. Por hábito y responsabilidad, siempre me interrogaba: ¿Fuiste a ver a tu tía?
En 1982 Floreal fue despedido de la Universidad de Antofagasta y coincidió con el viaje de intercambio de estudios de sus dos hijas, Claudia y Cecilia. La beca ya aceptada les signi caba un año de estudios en Alemania. Ante la imprevista cesantía que comenzaba a vivir, la in-
certidumbre se apoderó de su mente y se atrevió a plantearle a Magaly ¿y si suspendemos el viaje de las niñas?, la respuesta inmediata y categórica de ésta, no se hizo esperar ¡ni se te ocurra! Al escuchar a su esposa; Floreal entendió que cualquier argumento que esgrimiera, no cambiaría su decisión. A mediados de ese año ambas estaban en Europa y aquí, dejando de lado viejas aprensiones y supuestas di cultades, Floreal se congratulaba de tener a su lado una mujer cuyas iniciativas, silenciosamente facilitaban el futuro de sus hijos. Si a Floreal le preocupaba el año de ausencia de las hijas, Magaly sabía que ellas, por edad y formación debían asomarse al mundo y Alemania podía contribuir con su cultura y desarrollo. La madurez de sus hijas era garantía su ciente y todo fue una interesante aventura cultural. Pero, también había una diferencia: Floreal con su “Dios provee”, era padre de gran espiritualidad, pero por muchos indicios bíblicos que allí se insinuaran, lo cierto es que a Magaly esa bienaventurada frase le sacaba los choros del canasto. Su esposa, según las necesidades familiares de ese momento, amplió la cocina de su casa y con sus tortas ganó fama en la repostería.
Por su personalidad cálida y discreta Magaly siempre fue bien acogida en los círculos que frecuentaba. Dama de especial prestancia, disponía de un singular buen gusto y como algo natural, se sentía bien luciendo impecable. Su capacidad organizativa se notaba en detalles. En cada iniciativa desplegaba disciplina y prolijidad. Sus álbumes fotográ cos de viajes son un buen ejemplo. En ellos, aparte de indicar fecha, destino y acompañantes, incluía un mapa señalando la ruta en países y ciudades recorridas
y, según el caso, al pie de las fotos colocaba comentarios adecuados a la escena captada.
Contactos esporádicos había tenido con Floreal a través de Corporación Pro Antofagasta, PROA, por lo tanto, al designársele como alcalde, al retorno de la democracia, no podía considerarme su amigo y, a Magaly, aún no la conocía. A mediados de la década de los 90, coincidimos con el matrimonio Recabarren Raby y los Mella Guiroux en clases de tango del Club Alfredo D´Angelis. A partir de ese momento a anzamos una amistad que con mi esposa valoramos hasta hoy. La postura, giros y ritmo rioplatense del 2 X 4 motivan a muchos, pero las habilidades corporales no siempre favorecen, por mucho entusiasmo que se ponga al salir a la pista. Magaly, con facilidad asimiló desplazamientos y pasos imprimiéndoles una elegancia muy suya que la destacaban en el grupo de alumnos bailarines. Floreal, en cambio, “auto convencido”, sólo bailó su propio tango y hasta el día de hoy es feliz ya que “se graduó” en su primer nivel de bailarín. Algunos —y es necesario admitirlo—, seguimos convencidos que lo hizo por secretaría y quizás como un íntimo reconocimiento para su esposa a quien este curso le satis zo plenamente. Lo que pocos saben es que Floreal, no obstante los años, a la luz mortecina de cualquier farol, aún siente arrabaleros impulsos. Envuelto en la silenciosa y romántica penumbra se detiene y, en el fondo de su corazón, hasta cree escuchar eso de Gardel y Le Pera:
“El farolito de la calle en que nací fue el centinela de mis promesas de amor bajo su quieta lucecita yo la vi
a mi pebeta luminosa como el sol. Hoy que la suerte quiere que te vuelva a ver ciudad porteña de mi único querer y oigo la queja de un bandoneón dentro del pecho pide rienda el corazón.”
Magaly disfrutaba con la buena lectura. Como una curiosidad, por la imposibilidad de cuanti carla, la memoria de Floreal registra este caso: “ella me decía, Papá lee este libro y después lo comentamos. Por ser buena lectora y, además, seguidora de temas que le interesaban, ya había acumulado su cientes argumentos para que yo no pudiera rebatir sus posiciones. Distinto era el caso si el tema analizado era producto de una novela histórica donde mis puntos de vista se imponían”.
Magaly, por años, se dedicó a manualidades como cerámica y el bordado de tapices que le enseñó su hija Cecilia. Esta técnica la dominó y llegó a decorar algunos muros del hogar. Sin embargo, según se ha dicho, su gran pasión fue la cocina que la llevó a escribir “Las cosas que a la familia le gustan”, bello libro de recetas con platos cocinados en casa y que se transformaron en los favoritos de su familia. Sergio, su hermano, diseñó el recetario con dibujos alusivos a la cocina. La edición fue sólo de tres ejemplares: uno para cada hijo.
Floreal ha escrito páginas memorables y gran parte de ellas se deben a la insistencia de su esposa. “Ella era mi instigadora, siempre lo fue. A diario, alrededor de las 15.00 horas, me decía: ¡Ya papá, a trabajar...! Se sentaba al frente de la máquina de escribir para que le dictara mis ideas. Años después, ante el computador le exponía los
temas que estaba trabajando. Me colaboraba en todo ya fuera una columna periodística, un texto de investigación histórica o las páginas para una exposición”.
Con voz bien timbrada, con serenidad, admite que “fuimos una pareja muy unida por el amor. Compartíamos los mismos objetivos como familia y nos apoyábamos mutuamente. Cuando decidió emprender algo, jamás tuve una actitud de intromisión; por el contrario, siempre existió en mí, la mejor disposición hacia ella. De igual modo actuó ella cuando yo debía tomar una decisión concerniente a una participación política. Al respecto, nunca me comprometí políticamente, sin haber tenido su anuencia y cuando ella se mostró dubitativa, tuve los argumentos necesarios para convencerla honestamente”.
A inicios de 1990, la Compañía Cervecerías Unidas tenía di cultades con el casino del personal. Magaly y dos nutricionistas amigas decidieron ofrecer sus servicios profesionales para administrarlo y solucionar los problemas de su funcionamiento. La reunión con la gerencia empresarial fue muy auspiciosa. El gerente, ante la claridad de sus planteamientos y luego de escucharlas atentamente, las sorprendió con una muy seria y especí ca respuesta: “Es cierto, estamos complicados con el casino y requerimos un nuevo concesionario... Acepto vuestra oferta de servicios y, concluyó con un ¿cuándo comienzan?” Sin salir de la grata sorpresa y carentes de una respuesta para tan apremiante y especí ca petición, un silencio total se apoderó de la o cina.
Una de las tres amigas se sobrepuso y con timidez respondió: “hoy no disponemos de capital para adquirir cuanto requerimos para un correcto funcionamiento”.
Finalmente, en tono dubitativo, preguntó: ¿Usted podría otorgarnos un adelanto? La respuesta, para el total asombro de las socias, fue un espontáneo ¿Cuánto necesitan? ¡Tres millones! Respondieron a coro. Floreal recuerda que acompañó a Magaly a Santiago, a comprar todos los elementos que requerían para habilitar el casino de acuerdo con la propuesta que le habían hecho al gerente. De esta manera se inició Magaly en una actividad comercial de envergadura. Floreal re exiona un momento para especi car que: “Era un trabajo bastante exigente que otorgaba compensaciones. Gracias a él, Magaly obtuvo valiosas experiencias y una merecida utilidad con la que un día me sorprendió al decirme ¡Papá, nos vamos a Europa!”
Por varios años la concesión del casino de la CCU fue un excelente negocio. Luego, circunstancias económicas le restaron atractivos y las socias decidieron no continuar con el contrato y pusieron término a la sociedad.
Un sueño de Magaly fue la “Cafetería Viena”. Recién iniciada la década del 90 pudo inaugurarla en la galería comercial Plaza Prat. Su ubicación en un segundo piso fue un impedimento para atraer a los degustadores del café. Mantenerla operativa no fue fácil y esto obligó a su cierre antes del tiempo esperado. Años después fue la ocasión de insistir con un “Salón de té”. Su nombre “Viena”, llamaba la atención en la esquina de Baquedano con Latorre, pero tampoco prosperó y cerró sus puertas anticipadamente. En una oportunidad le ofrecieron a su yerno Raúl que instalara un café en la Casa de la Cultura. Magaly, esta vez previsora y por experiencia, opinó que ese café no era conveniente por el escaso número de personas que visitaban el recinto.
La oportunidad de comprobar la seriedad de Magaly cuando asumía compromisos se me presentó a nes de 2008 al organizar una comida para Floreal. La idea era ofrecerle un reconocimiento ciudadano a su labor y trayectoria en favor de la comunidad. Al proponerle la idea, de inmediato la aprobó convirtiéndose en una socia-cómplice de la iniciativa. La velada fue un absoluto secreto para Floreal hasta que se realizó. Entre los concurrentes se hablaba de la “Cena de la Amistad” y logró reunir un numeroso y variado grupo de personas vinculadas a la extensa participación en actividades ciudadanas de Floreal. Emocionadas palabras en esa ocasión resaltaron los valores y principios del homenajeado, así como la contribución que de él habían recibido o sus múltiples aportes comunitarios. El éxito del evento, en gran medida se debió al comprometido esfuerzo desplegado por Magaly, sin cuya participación habría sido imposible el resultado obtenido.
En el año 2003, su yerno Raúl supo que el local donde funcionaba un pequeño café en calle Prat a la entrada del Pasaje López, se arrendaba. Su idea fue instalar allí no cualquier café, sino uno que se distinguiera en la ciudad. Le participó de su idea a Magaly que se entusiasmó de inmediato. El local se arrendó formándose una empresa entre Magaly y su hija Claudia, quienes fueron propietarias del “Café del Centro”. Raúl a su vez fue el artí ce del ambiente que caracterizaría al local. Él había trabajado en la pampa y quiso rescatar el pasado salitrero aportando para la decoración del local una serie de elementos de época como relojes, libros viejos, balanzas y otros artefactos que había coleccionado. También aprovechó de invitar a dos artesanos locales para que colaboraran en la
decoración con su arte: al maestro forjador Juan Bravo y al artesano del cobre Julio Morales. A su vez, le encomendó al joven pintor, Luis Núñez unos cuadros que realzaron la decoración del local. Desde su inauguración e inicialmente bajo la administración de Magaly, el Café del Centro, se constituyó en el mejor de su tipo en la ciudad, congregando de lunes a sábado, a una atractiva clientela, entre la que se destacaban políticos, autoridades, empresarios, ejecutivos, intelectuales, etc. El café gozó de prestigio y el sueño de Magaly se coronó con éxito personal y comercial. A nes del año 2017, el Café del Centro, cerró sus puertas.
Magaly fue una persona que, en general, gozó de buena salud. Una vez al año acostumbraba a hacerse los típicos chequeos femeninos. En una ocasión le detectaron unos nódulos en un pecho. Tras los exámenes y análisis, vino una operación para extirparlos y luego varias sesiones de quimioterapia con consecuencias que rápidamente se notaron. Según Floreal, esta situación ella la percibió como un panorama oscuro y difícil. No más de un año después de su operación, entre otras di cultades, le comenzaron a aparecer moretones en su piel.
Con esperanza e ilusiones, organizó un viaje familiar a La Serena. El deseo era que, como en otros años, la familia Recabarren Raby se reuniera en su totalidad. Magaly se mostraba entusiasmada al verse, ella y Floreal, rodeados de sus hijos y nietos. Arrendó una amplia casa que acogió cómodamente a toda la familia.
La estadía en La Serena no fue la esperada. La primera noche fue estupenda, en un ambienta cálido, compartiendo estrechamente con toda su familia, tal como ella lo había imaginado. Días después comenzó a sentir-
se mal. Su yerno, Manuel, se preocupó, al extremo de decidir trasladarla de urgencia a la clínica INDISA en Santiago. El primer pronóstico no fue tan negativo, pero al someterla a exámenes especí cos se le diagnosticó trombosis cerebral. La opción era operarla, pero con altas probabilidades de quedar con secuelas y una mala calidad de vida. La perspectiva de una Magaly desmejorada o con sus facultades limitadas, gatillaron en Floreal su indiscutible don de la fe y decidió dejarla en las manos de Dios.
Días antes del adiós, cuando ella aún estaba consciente, Floreal quiso darle un beso. Magaly, con la sabiduría de la mujer que lo amó toda su vida, no se lo aceptó diciéndole: “Papá lo siento, tengo la boca muy amarga para besarte”. Siempre es posible vivir de recuerdos. Floreal se quedó con el sabor de ese beso ausente. A partir de ese día, Magaly cayó en coma, estado del cual no se recuperó, falleciendo el 27 de febrero de 2009.
Para Floreal la decisión de realizar ese viaje a La Serena obedeció a una premonición de Magaly. Pudo haber intuido que esa sería la última reunión familiar en la cual participaría. Se podría especular que su fuerza interna, a anzada por su sentido de la realidad y su fe religiosa la podrían haber empujado a “preparar” una despedida que veía venir inminente.
La muerte de Magaly ha sido el golpe más fuerte recibido por Floreal en su vida y aun cuando lo enfrentó con buena disposición y positivismo, quienes logran establecer un contacto estrecho con él, perciben la nostalgia, la indeleble huella de su amada ausente y la profundidad de un amor inagotable.