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pensamiento político

A. Consideraciones para entender su pensamiento político.

El intento de referirse a las razones de una persona, para asumir determinada posición política en su vida, no es tema trivial. Las decisiones primordiales, obligan a analizar, compatibilizar y contextualizar las in uencias de los entornos en que se ha desarrollado el individuo: familia, amistades, profesores, compañeros de estudio, vivencias, situación nacional, etc., que para el caso, tienen una gravitación importante.

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Todo lo anterior contribuye a la formación de principios y valores, elementos que, en de nitiva, pesan para la concepción del pensamiento político que se reconoce como propio. Éste, por lo general, comienza a cimentarse en la juventud, época en que el joven muestra disposición a escuchar, conocer, re exionar y vincularse con una u otra ideología, siempre y cuando, se estimara necesario asumir una posición al respecto.

Aun cuando la trayectoria política de Floreal, que lo llevó hasta el Congreso Nacional, es su cientemente conocida, sus orígenes y vaivenes iniciales no lo son para una considerable mayoría. Un ejemplo es que a la edad de 14 o 15 años, inicios de la segunda guerra mundial, lo entusiasmó el discurso nacionalsocialista. En su juvenil

conciencia, los ideales nacionalistas le permitieron soñar con un mundo mejor y entrever en esa corriente sociopolítica, movido por la propaganda, un modelo distinto, que bien podía satisfacer sus aspiraciones, ya que, para su peculiar apreciación, aquella doctrina propendía a la creación de un país libre de arbitrariedades laborales que abundaban en todas partes y que él repudiaba, dado su conocimiento de la realidad socioeconómica y cultural vivida en las o cinas salitreras.

Su tenue pensamiento se impresionó con las noticias del cambio social e industrial de Alemania después de la Gran Guerra. Esta, a pesar de las restricciones leoninas que le había impuesto el Tratado de Versalles, bajo el liderazgo de Hitler, era mostrada como una potencia que resurgía con un fuerte énfasis nacionalista, anticomunista y anticapitalista. Sin profundizar demasiado en la concepción ideológica del régimen nazi, aunque había leído “Mi lucha”, le producía un ruido atractivo. Aprobó medidas como la fabricación del auto y la radio del pueblo, Volkswagen y Volksempfänger, y que éstos estuvieran al alcance de todos. Para él y algunos más, en esa época, Alemania representaba un paradigma de nación esforzada y libre, moderna y justa. Pocos, entonces, repararon en el lastre populista de las medidas ofrecidas por la propaganda, de un régimen totalitario para fortalecer el espíritu germánico.

Por esas rústicas re exiones, en los primeros años de la Segunda Guerra Mundial, se mantuvo cercano a la causa alemana. En muchos aspectos del con icto bélico, se mostraba más interiorizado en su desarrollo que los propios profesores, al extremo que sus compañeros le consultaban sobre las últimas maniobras de tropas y

acontecimientos en los campos de batalla. Tenía mapas para explicar las posiciones y avances estratégicos, comentaba acerca de enfrentamientos navales, etc., todo ello en el bien entendido que sus palabras eran ni más ni menos que un tenue re ejo de lo ofrecido en los medios de comunicación de un pequeño país situado en el n del mundo.

Una de sus fuentes de información —según recuerda—, era la radio, especí camente el programa “La voz de Alemania”, que escuchaba cada noche. A su vez era asiduo lector del periódico “La Semana Internacional”, editado en Valparaíso por el exiliado intelectual catalán Juan Bardina, quién a pesar de sus raíces, era un furibundo germanó lo. El epígrafe de este periódico era un pensamiento de H.G. Wells que decía “Quien ama la democracia, luchará por extirparle los vicios con que la han esterilizado los demócratas”. Esa re exión, intentaba reproducir lo sucedido a otros países en el mundo con sistemas de gobierno, donde la corrupción campeaba hasta desprestigiarlos.

Floreal, como muchos, estaba convencido que lo negativo que se divulgaba de los alemanes, era sólo el habitual resultado de la propaganda yanqui. La simpatía por el nazismo le duró hasta que comenzaron a conocerse, en las postrimerías de la guerra, las condiciones inhumanas y exterminio de los judíos en los campos de concentración y no podía haber sido de otra manera, para quien ya estaba construyendo, internamente, un pensamiento humanista cristiano y solidario.

El joven Floreal, más de algo supo del Partido Obrero Alemán. Se informó de la existencia de Anton Drexler, Gottfried Feder y Dietrich Eckart y también supo del papel de Hitler para crear el National Sozialistiche Deustsche

Arbeiter Partei —el N.S.D.A.P.— abreviado “Nazi”, el tristemente famoso Partido Nacional Socialista Alemán de Trabajadores. Lo demás quedó en la Historia para tranquilizar las conciencias. ¿Mucho se habrá aprendido de las atrocidades de esos años? Los tiempos cambian. Las mentalidades, dicen, que al paso de los años, también. ¿Imaginaría Floreal, en esos lejanos días que alguna vez llegaría a Alemania (1966 y 1990)? ¿Qué pensaría Floreal, siendo todavía Alcalde de Antofagasta (1964-1967), cuando falleció el norteamericano George Lincoln Rockwell? En 1957 Rockwell fundó en Arlington, Virginia, el Partido Nazista Norteamericano. Respecto de la sociedad, Rockwell sostuvo: “Nosotros creemos que lo que se ve ahora es una predominancia no natural de los judíos que verdaderamente son “untermenschen”, la escoria de la tierra. Creemos que Hitler fue el hombre más grande que haya vivido en aproximadamente dos mil años. Él es nuestro guía espiritual. Nosotros creemos que la historia del hombre blanco demuestra su clara superioridad sobre otras razas”. Rockwell fue asesinado en agosto de 1967 por un ex miembro del partido que, en su momento, fue “el cuarto en la línea de sucesión”. El hombre aún, en cuanto a ideologías, deja entrever tanto como un libro con las páginas en blanco.

El tiempo y las costumbres anquean al hombre para que cambie. Luego de ese despertar y dentro de sus ambigüedades (¿en la juventud quién no las tiene?), hubo un lapso en que también se sintió motivado por el comunismo. Tal como lo había hecho ante la situación de Alemania, el progreso que experimentaba Rusia lo conmovió tanto, como la proclama respecto de su lucha contra las inequidades que sufrían los trabajadores. Por esos días,

el ruso Alexandr Solzhenitsin de unos treinta años y que llegaría a ser gran escritor, ni siquiera soñaba con “Un día en la vida de Iván Denisovich” (1962) o “Archipiélago de Gulag” (1973), libros que pudieron haber orientado las ideas de Floreal. Sin embargo, esta inclinación tuvo una fugaz permanencia en su mente, ya que el ateísmo propalado por la ideología de la hoz y el martillo, con su consigna que la religión era “el opio de los pueblos”, se contraponía radicalmente a su convencida religiosidad de base cristiana.

Aclaradas, de algún modo, sus dudas, inquietudes y opciones, se convenció que la corriente social cristiana, era el pensamiento político que más elmente lo interpretaba. Reconoce que, a esta certeza llegó por su propia iniciativa. Más allá de la convivencia social y la del ámbito educacional, no hubo guía, in uencia ni intermediación de persona alguna. Sólo se debió a su temprana inquietud por contribuir, de alguna forma, en la sociedad a la que aspiraba. Incluso sus progenitores no moldearon su pensamiento. Su padre votaba por los radicales, aunque no era del partido y su madre se mostraba en total neutralidad, porque según Floreal, “no entendía de política”. Con esa que el pensamiento humanista cristiano del lósofo francés Jacques Maritain, quien sostenía que la persona estaba por sobre el mercado y que el Estado debía asegurar la justicia y el bien común, fue uno de los soportes que abonaron su decisión de interesarse tempranamente en la política.

Dentro de su interés social y su orientación cristiana, hubo un tiempo en que cuestionaba la postura adoptada por la Iglesia. Aclaró esta discrepancia gracias a su estudio de la historia del siglo XIX, cuando conoció la encíclica

Rerum Novarum del Papa León XIII, de 1891, donde se analizaban las relaciones entre el gobierno, empresas, trabajadores e iglesia, llegando a proponer una organización socioeconómica que, con el tiempo, se reconocería como “corporativismo”. Por primera vez un Papa, entraba de lleno a postular los principios de la Doctrina Social de la Iglesia.

La citada encíclica se acepta como pieza clave e inspiradora, sobre la cual se funda la Falange Nacional, entonces un grupo de estudiantes de la Universidad Católica, adscritos al Partido Conservador, entre los que se contaban Alejandro Silva Bascuñán, Bernardo Leighton, Ignacio Palma, Manuel Garretón, Ricardo Boizard, Radomiro Tomic y Eduardo Frei Montalva. Éstos comienzan a manifestar su preocupación e insatisfacción ante la pobreza que afectaba a la mayoría de los trabajadores del país. Con el ímpetu propio de la juventud y evidentes sesgos de rebeldía, procuran que el partido acoja sus puntos de vista y oriente su accionar hacia políticas con más sentido social. Sin embargo, el Partido Conservador de la época, no estuvo dispuesto a realizar un cambio tan radical. Finalmente, el grupo se escinde del conservadurismo y funda la Falange Nacional, en el año 1938, la antítesis de la Falange Española, de orientación fascista y que luchaba por establecer un Estado totalitario. Esos jóvenes chilenos, al formar la Falange, tuvieron como referente español al partido Acción Popular, liderado por José María Gil Robles, que sostenía la doctrina social de la iglesia y propugnaba una organización corporativa.

El movimiento chileno, que se inicia tenuemente, al poco tiempo conseguiría cierta adhesión en los jóvenes de la época con una clara conciencia social, una sólida orientación democrática y arraigados valores cristianos,

reconocen en el nuevo partido, una doctrina adecuada y realista para abordar los problemas que aquejaban al país. A la memoria asoma, a modo de ejemplo, el joven Eduardo Frei Montalva que, por esos días y tras ser director del diario “El Tarapacá” de Iquique, alguna vez escribió “...porque conozco el Norte y en algo he vivido la experiencia del salitre y he visto en Tarapacá más de 60 o cinas paralizadas como resultado de la gran crisis del año 1931. Éstas para mí no sólo son cifras sino imágenes de hechos vivos, de ciudades muertas, de zonas enteras sumidas en el silencio y en el desamparo y de la gran la de los desamparados, con su cortejo de miseria y sufrimiento”. La juventud de esos días estuvo llamada a asumir lo que su conciencia le imponía con absoluta claridad.

Es preciso acotar que, en sus inicios, la Falange chilena no fue aceptada por cierta jerarquía eclesiástica. Fue cali cada de seudo marxista, incluso se amenazó —dicen por ahí— a sus seguidores, con la excomunión. No se llegó a tal extremo, puesto que la corriente concitó el apoyo de muchos representantes del clero.

Los postulados del naciente partido calan hondo en el joven espíritu de Floreal e ingresa a la Falange Nacional en 1944, a la edad de 17 años. Para la época, debe haber sido muy extraño que un estudiante de tercero de humanidades militara en un partido político. Recuerda que algunos compañeros de curso, bastante alejados del acontecer nacional, le consultaban sobre la coyuntura política del país, ante lo cual él intentaba aclararles desde su perspectiva y los antecedentes que obtenía de sus lecturas. Los jóvenes de la época, aprovechando que cada partido contaba con papeletas informales con los nombres de sus candidatos, jugaban a las elecciones, votando

por los candidatos que les tincaban, sin importarles mucho a qué partidos pertenecían.

A su ingreso al Instituto Pedagógico, ese centro universitario vivía una gran efervescencia política, en la cual coexistían, entre otras, dos corrientes cristianas en permanente antagonismo: una juventud conservadora, la Unión Católica del Pedagógico, liderada por el sacerdote Óscar Larson, muy inteligente y tradicionalista y la otra, de pensamiento católico más de avanzada, respaldada por el Padre Hurtado, con la cual Floreal se identi caba y concordaba plenamente. Si bien él no participó directamente de la obra del Santo, asistió a varias reuniones donde predicaba su apostolado.

Aunque en el Pedagógico se respiraba un ambiente de confrontación ideológica, el paraje en el cual estaban ubicadas las diferentes escuelas invitaba a la re exión y al intercambio de ideas y opiniones, algunas de ellas defendidas con la pasión propia de una juventud que aspiraba a provocar cambios en la conducción del país.

Floreal, estudiante provinciano, un pajarito nuevo en la capital y sin contactos políticos previos, en su primer año, se limitó a asistir a reuniones para escuchar a políticos de la talla de Frei Montalva, Leighton, Tomic, Castillo y, especialmente, a Carmona que era antofagastino como él.

En 1948, habiendo logrado ya cierta guración entre el estudiantado falangista, se decide a participar en las elecciones de dirigentes estudiantiles. El Centro de Alumnos del Pedagógico, estaba compuesto por varios subcentros de las distintas carreras que allí se impartían (Historia, Biología, Filosofía, Matemáticas, etc.), logrando ser elegido presidente del Sub Centro de Historia.

En agosto del año 1949, Floreal recuerda que los estudiantes secundarios y universitarios fueron los primeros en salir a la calle, a protestar por el centro de Santiago en contra del alza de la movilización colectiva. El valor del pasaje subió de un peso cuarenta a un peso sesenta, o sea, veinte centavos o una “chaucha” en su equivalencia. Al movimiento, la comunidad y la prensa le llamó “la huelga o la revolución de la chaucha”.

Gabriel González Videla, presidente de la época, quiso facultades extraordinarias para manejar esta situación. Uno de los que votaron en contra fue Eduardo Frei. Fundamentó su posición, diciendo: “El alza de veinte centavos es sólo la gota que desbordó el vaso. En todos los hogares de Chile hemos visto cómo sucesivamente se alza el precio de la leche, del gas, de la luz, del agua, de la carne. La angustia va estrechando el cuello de todos los que viven de un salario. Si vemos que los presupuestos de los miles de hogares son cada vez más escasos, entonces, señor presidente, ¿cómo se puede ahogar la protesta que nace en el corazón del pobre?”.

A comienzo de los años cincuenta, Floreal asumió el cargo de vicepresidente del Centro de Alumnos del Pedagógico. Desde este nuevo sitial sostuvo fuertes controversias con los representantes comunistas, que constituían una signi cativa fuerza estudiantil. Cabe recordar que el 3 de septiembre de 1948, Gabriel González Videla dictó la Ley Maldita, que proscribió la participación política del Partido Comunista.

Floreal participó también en una dura disputa con el decano Juan Gómez Millas, por agregarle al título de Profesor de Historia y Geografía, el de Educación Cívica y Economía Política. Contienda que nalizó exitosamente para los estudiantes.

En ese tiempo, a comienzos de la guerra fría, estaba vigente el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca o Tratado de Río, (TIAR), de 1947, pacto que planteaba la defensa mutua interamericana el cual, para los comunistas, se trataba de un acuerdo político-militar encubierto, destinado a garantizar la ascendencia de Estados Unidos en el hemisferio, en momentos en que se estaba en pugna con la Unión Soviética, por la hegemonía mundial.

En aquel contexto de cooperación, el gobierno norteamericano ponía a disposición de los países latinoamericanos, programas de asistencia en diversas áreas. En el caso de Chile, uno de los aportes estaba especí camente orientado a la educación, el que era rechazado a ultranza por los comunistas. En este tema, dado su representación del Centro de Alumnos del Pedagógico, Floreal tuvo mucho contacto con “El hermano” Bernardo Leighton, cuando éste ejercía el de Ministro de Educación en el gobierno de Carlos Ibáñez.

Floreal también recuerda, con lucidez, su participación en los consejos de la Falange, como representante de la juventud de ésta. Especial atención le otorgaba a Eduardo Frei Montalva, quien, mientras otros dirigentes tomaban la palabra y declamaban ante la asamblea, él con los ojos cerrados, parecía dormir. Pero, no lo estaba en absoluto. De repente, abría los ojos. Tomaba la palabra y ponti caba, con argumentos y posturas tan sólidas y contundentes, que eran imposibles rebatir. Parecían clases magistrales de análisis de la coyuntura política y de la ideología social cristiana. “En esos consejos aprendí muchas cosas que fueron un gran puntal en mi formación política. En ellos logré apreciar las diferencias entre el comunismo, el capitalismo y el comunitarismo, que era la corriente por la que abogaba la Falange chilena”.

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