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B. Allá en el Norte Grande

La democracia exige aprendizajes e impone proporcionalidad en derechos y deberes. Pero, una vez situados en el contexto de la historia —hecho que motivó notables páginas de Frei Montalva—, con aportes en pro de la democracia, también conlleva riesgos y, según sus palabras de 1952, “En el fondo, el riesgo de la democracia está en un mundo en el que todo acicatea al pueblo hacia nuevas peticiones: la radio, la prensa y la televisión —especi có entonces— muestran al hombre de hoy las perspectivas de una vida mejor, mientras la velocidad de la economía no es su ciente para satisfacerlo integralmente. Reducirlo a la razón y mantener su derecho a exigir, es caminar por el lo de un abismo. Ese es el riesgo.” y al paso del tiempo, parece que se ha acentuado.

B. Allá en el Norte Grande...

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Floreal regresa a Antofagasta el año 1954 y, paralelamente a su desempeño como profesor en el Liceo de Hombres, se integra al trabajo partidista, hasta darse a conocer como un militante disciplinado, consecuente y laborioso. La fecha se presta para un comentario. En el Liceo, su rector, recién nombrado y con veinte años de experiencia profesional, era Mario Bahamonde Silva. La ciudad aún comentaba sus declaraciones a la prensa del domingo 21 de febrero: “Tengo veinte años en el Liceo de Hombres de esta ciudad y pienso que la educación implica un principio de respeto mutuo. Este respeto debe ser la pauta para convertir al niño en hombre paulatinamente y para ir descubriendo en él sus propios valores, sus gustos, sus intereses, sus vocaciones y a través de ello, orientarlo en la

vida.” A más de seis décadas de estas palabras, ¿cómo es posible que recién se hable de la necesidad de una pedagogía integral? Este tercer milenio pedagógicamente, si algo necesita, son ideas propias.

A mediados de 1957, los falangistas nacionales se unen con el Partido Conservador Social Cristiano y otros grupos de tendencia Ibañista, militantes del Partido Agrario Laborista y, siguiendo el ejemplo de muchos países europeos de la época, fundan la Democracia Cristiana, a la cual se adscribe Floreal. Políticamente hablando, fue un adelantado a sus tiempos y, muy probablemente, uno de los simpatizantes más antiguos de la Falange primero y militante de la Democracia Cristiana, después.

El regidor Adolfo Bultó Pi, camarada suyo, que era un pequeño comerciante que padecía de una muy persistente tartamudez, le dispensó su amistad y se transformó en una especie de padrino político, sentenciándole: “Tienes que ser regidor cabro”. Lo invitó a acompañarlo en sus salidas a terreno, particularmente a la Población El Ancla, surgida de una toma, donde Bultó tenía una secretaría. Allí le presentó a sus electores y amigos.

Esta primera experiencia de contacto y trato directo con los pobladores, así como el escuchar de primera fuente los problemas que los aquejaban, quedó grabada a fuego en Floreal, y le fue extremadamente útil en los distintos cargos políticos desempeñados durante su vida. Envalentonado por la opinión de ese camarada y los conocimientos recogidos en sus andanzas por los barrios periféricos de Antofagasta, Floreal acepta postularse al cargo de regidor el año 1957 y no sale elegido. De esa elección cuenta una anécdota. Su madre que, por su o cio de practicante, atendía a muchas personas, se convirtió en una gran pro-

motora de la carrera política de su hijo. A cada paciente atendido, le solicitaba que votara por “Pochito”. Luego de la elección, una amiga le contó que había tenido un problema al votar, porque en la papeleta no aparecía Pochito: ¡Voto perdido!

Cuatro años después, en 1960, insiste en su postulación y resulta electo regidor de Antofagasta por el período 1960-1963. En esta oportunidad obtuvo la más alta votación dentro de su partido, que a su vez, había logrado la mayor cantidad de votos, por lo que teóricamente su colectividad tenía una gran oportunidad de elegir al alcalde y Floreal estaba, desde el punto de vista de las preferencias de los electores, a la vanguardia.

En cualquier otra situación el candidato con mayoría de votos habría estado exultante y lleno de entusiasmo. Sin embargo, en el caso de Floreal, este ánimo era muy diferente dado que, el procedimiento para elegir al jefe comunal, consistía en la elección por mayoría de los regidores electos. Ante este hecho legal insoslayable, junto con tener clara conciencia de que una buena parte de los regidores comunistas y radicales, con quienes no mantenía una relación complaciente jamás lo apoyarían, optó por ser el primero en tomar la palabra en la reunión en la cual se elegiría al alcalde y plantear su apoyo a su camarada Santiago Gajardo Peillard, quien había competido por primera vez y mantenía buenas relaciones transversales, para que éste asumiera el cargo (1960-1963). La inesperada proposición, tuvo la aceptación de la mayoría de los regidores. Floreal con dencia que, nalizada la ceremonia, se aproximó a un pilar del salón y explotó en llanto. “Quería que me vieran llorar, no me avergonzaba, porque mi llanto era la expresión de una serie de emociones, entre

ellas de alegría y satisfacción porque había in uido en conseguir el cargo para un DC, aun cuando el partido no contaba con la mayoría de los regidores para ello. También quería expresar mi gratitud a mi colectividad por haberme postulado y, por último, así dejaba una enseñanza a mis camaradas en el sentido que, por sobre los intereses personales, estaban los del partido y los del país”.

El hecho de no haber accedido al sillón municipal, en tanto experiencia y lo aquí detallado, fue un revés para Floreal y tampoco sería el único en su carrera política. En todo caso, estaba seguro de que, esa administración, encabezada por su camarada, realizaría una gran obra para la comunidad. También, dentro de la satisfacción que sentía por la elección de Gajardo como alcalde, estaba el hecho, no menor, de haber sido él quien lo había llevado al partido.

Gajardo era soltero, simpático, desenvuelto, con buena estampa y na caballerosidad. Al asumir como alcalde, el cargo gozaba de una exigua renta, la que no alcanzaba a nanciar los gastos domésticos de la primera autoridad comunal, lo que obligaba a quienes eran elegidos, a continuar con sus trabajos habituales y participar en la gestión municipal según su disponibilidad de tiempo. La función era más bien honorí ca, dejando muchas tareas en manos del Secretario Municipal. Gajardo, por provenir de una familia acomodada pudo dedicarse 100% al trabajo alcaldicio, siendo el iniciador de esta modalidad.

Había recibido la Municipalidad de manos de Osvaldo Mendoza Contreras, en condiciones nancieras complicadas, aun cuando los recursos que generaba la Ley del Cobre comenzaban a llegar en cantidades importantes, los cuales no se podían utilizar en asuntos operacionales.

Las cuentas corrientes municipales yacían embargadas por diversos juicios, entre ellos, con la empresa eléctrica local por el no pago de la electricidad que iluminaba la ciudad, que estuvo a punto de quedar en la oscuridad si no hubiese sido por la rápida y diligente acción de Gajardo, quien logró un buen acuerdo con la empresa acreedora para el pago de la deuda, a un plazo adecuado.

Según Floreal, “Gajardo corría contra el tiempo. Era una máquina con el acelerador a fondo”. Invirtió un alto porcentaje de recursos, vía proyectos de inversión provenientes del cobre, en mejorar la calidad de vida que llevaban los sectores más modestos: sin luz, sin agua, sin vías para llegar a sus hogares.

Cuenta Floreal la estrategia utilizada en este tipo de iniciativas: “Con Santiago íbamos a hablar con las juntas de vecinos para explicarles que debíamos unirnos para mejorarles sus condiciones de vida y les decía: Tenemos que estirar los dineros. Si ustedes hacen los hoyos, yo levanto los postes y si cavan las zanjas yo extiendo las cañerías. Así ahorraremos y muchos más tendrán luz y agua. De esta forma logramos entusiasmarlos para que aportaran, vía trabajos voluntarios, ciertas labores que facilitaban la concreción de la instalación de servicios e incluso generamos áreas verdes a través de nuevas plazas. Asociado con el pueblo fue derrotando la marginalidad. Gajardo debe haber sido uno de los alcaldes iniciadores de un trabajo comunitario compartido”.

Este modelo —toda una novedad para la época—, a pesar de que produjo un buen efecto en la comunidad, pues los pobladores que colaboraban apreciaban mucho más su aporte y se sentían absolutamente involucrados en obras que los favorecerían directamente, no tuvo la misma

valoración entre gente del Partido Comunista, que, alzando la voz, acusaron al municipio de restarle oportunidades laborales y salariales a trabajadores de la construcción. En todo puerto, siempre se ha hablado de “o palos porque bogas, o palos porque no bogas”.

Curiosamente, Floreal logró establecer una muy buena relación con su colega del PC Jacinto Vega, con quien salió muchas veces a terreno. Este tipo de acciones contribuyó para que se conectara con diversos grupos de pobladores y tomara conocimiento de los problemas urbanos de Antofagasta.

Desde que asumió la alcaldía Gajardo, puso especial interés en construir vías estructurantes para solucionar la conexión vial norte sur. El sector sur de la costa, comprendido entre los baños municipales y el puerto, estaba abandonado. Una vieja línea ferroviaria, oxidada y destruida, que en su tiempo sirvió para transportar rocas para el puerto, hacía más lóbrego el paisaje. Guarida de ebrios y ladronzuelos. Tras muchas di cultades se abrió la Costanera, sueño muy deseado por la comunidad.

Hacia el norte era casi imposible movilizarse, por lo que Santiago acometió el desafío de construir la Avenida Pedro Aguirre Cerda y la ex Avenida Cautín (hoy Avenida Rendic), que a la fecha era sólo un intento. Aplaudido por unos e incomprendido por otros. “Lo hace — dijo un regidor — para que el pueblo pierda su dinero en las patas de los caballos”, porque al nal de esa avenida se encontraba el Hipódromo. No obstante, la ex Avenida Cautín fue una realidad.

Gajardo estuvo en todo y con todos. Con él, la Municipalidad se abrió a la comunidad y ésta ingresó planteando problemas y exigiendo soluciones. El incansable

alcalde arreglaba lo que podía y si no, el peticionario se llevaba un atinado consejo. La pequeña sala de espera de la vieja Casa Consistorial era un enjambre de ciudadanos. Su lema era: “si yo no puedo, tal vez otro sí”.

Floreal destaca que “Gajardo o Chaguito —como lo apodaban afectuosamente— dirigió un gran cuerpo de regidores. Lucy Casali que alborotó la cultura. Otras dos damas, Bernardina Barrios y Ester Núñez. Dos opositores constructivos, Víctor Herrera y Ricardo Mora. Dos populares, Jacinto Vega de tierno corazón rojo y su compañero Ramón Muñoz. Y el mismo, su amigo y camarada. Él se atreve a cali car como una gestión municipal revolucionaria, que se convirtió en la esperanza de los más abandonados. Un aire fresco entró al municipio”.

Es pertinente recordar que, en la década del cuarenta en el ambiente ciudadano nortino, venía incubándose una sensación de insatisfacción y de postergación de parte de las autoridades centrales por solucionar los problemas y carencias más urgentes de la zona. Carestía y desabastecimiento de productos de primera necesidad, falta de inversión pública, escasez de agua potable y un servicio de electricidad que dejaba mucho que desear, eran algunos de los problemas que aquejaban a las provincias nortinas. En ese Antofagasta surge el Centro para el Progreso, la organización comunitaria transversal más importante que ha tenido la zona y que bajo el liderazgo de José Papic Radnic, logró mover las voluntades políticas centrales y obtener la promulgación de dos leyes : la Ley N° 10.255, de 1951, llamada también Ley del Cobre, que en el artículo 7° reservaba un 15% de las utilidades de las exportaciones, para invertirlas en las provincias mineras y, posteriormente, en el año 1958, la Ley N° 12.858, llamada

de Frontera Libre Alimenticia, ley que también favoreció a otras provincias mineras. Dos disposiciones legales que habrían de transformarse en potentes herramientas, en el desarrollo y calidad de vida de los habitantes de las provincias favorecidas.

José Papic, hijo de una acomodada familia de origen yugoslavo, que le había permitido estudiar y perfeccionarse en Europa, a su retorno a Antofagasta se hace cargo del negocio familiar, una pani cadora, y comienza a tomar conocimiento y a llamar la atención del ejecutivo respecto del abandono que se apreciaba en la zona norte. Su voz se escuchaba, no tan solo en la ciudad, sino que además, en Santiago adonde viajaba con frecuencia para anexar adeptos a su causa regionalista. Logró sumar al discurso y acciones entre otros, al senador Radomiro Tomic y al diputado Juan de Dios Carmona, quienes se transformaron en verdaderos paladines de la situación antofagastina en el Parlamento.

Su motivación, absolutamente alejada de intereses personales, fue representar ante las más altas autoridades políticas del momento, las di cultades y aspiraciones de la zona. Adquirió tal preeminencia local por su pertinaz posición regionalista que, por un lado, le valió la consideración de varias tiendas políticas para que postulara al parlamento mientras que, por otro, tuvo diversos problemas con los gobernantes de turno. Comenta Floreal una anécdota poco conocida de José Papic: “él se había transformado en una molestia para el gobierno, dada su permanente actitud de denuncia y el presidente Ibáñez, mal aconsejado por un asesor, pretendió expulsarlo del país creyendo que era extranjero, siendo que había nacido en esta tierra”.

Aunque Floreal, sólo tuvo una marginal participación al nal de la existencia de este referente ciudadano, de todos modos, es interesante poder contextualizar las causas, las iniciativas y los protagonistas de una época de Antofagasta, en la cual toda una comunidad alzó su voz y ésta se escuchó, como nunca se ha repetido con atención, en los más altos niveles políticos centrales.

Para la historia quedó ese 14 de febrero de 1958, cuando Enrique Agullo Bastías escribió estas palabras: “Papic, a la cabeza del Comando Pro Frontera Libre Alimenticia y Presidente del Centro para el Progreso, con la unidad del pueblo antofagastino logró el más brillante triunfo que recuerda la historia económica del norte: se entregó de lleno a una lucha sin cuartel, sin importarle los perjuicios sociales, políticos y económicos que le acarrearía y puso, como sabemos, su decidida voluntad en orden de levantar al norte contra la incomprensión de los hombres del sur. Después de este triunfo, sabemos a ciencia cierta, hasta dónde el norte puede llegar en defensa de los intereses que le corresponden como parte integrante de una gran nación democrática.”

No obstante, la exitosa gestión del Centro para el Progreso, éste comenzó a debilitar su peso ciudadano y no logró permanecer en el tiempo. Ya conseguidas las leyes antes señaladas, éste se habría quedado sin las banderas de lucha que, en las décadas pasadas, se habían transformado en su leit motiv.

Según Floreal, el punto de in exión entre el auge y el ocaso del Centro para el Progreso, habría ocurrido durante el período alcaldicio de Santiago Gajardo, quien con su e ciente gestión, sustituyó a Papic en el liderazgo local.

En resumen, el primer período de Floreal como regidor fue de una rica experiencia, ya que al trabajar con

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