Avenida María Elena Moyano, Torre 2, Departamento 802, Habitación C* escribe: Manuel Forno Castro Pozo**
Iniciaré mi relato diciendo «los afectos me traicionaron». El 26 de julio empecé a darme cuenta de que algo estaba pasando con mi cuerpo y no podía identificar qué pasaba, recordaba qué había hecho los días anteriores y cuáles eran las posibilidades de contagiarme. Yo cumplía todos los protocolos para evitar el contagio. Pero también estaba el miedo de que si me contagiaba me pondría muy mal, ya que soy hipertenso, diabético, tengo glaucoma, he sido operado de artrosis en la cadera, en el año 2019 he tenido una neumonía con derrame pleural y, finalmente, tengo 66 años. El 31 de julio llamé primero al 411800, teléfono de EsSalud y me derivaron a su línea 107. Ahí pude explicar mis temores, sentires corporales y actividades realizadas, casi de inmediato me informan que soy un probable COVID-19, y me invitan a pasar mi etapa de 15 días de aislamiento en la Villa Panamericana en Villa El Salvador. En ese momento me vinieron a la mente mis recuerdos de todo lo vivido durante el final de la década de los 80 y los inicios del VIH en el Perú. Recordé los miedos, la culpa, la muerte, pero también la fuerza, la resistencia, la calma y la oportunidad para tomar decisiones adecuadas sobre mí y mi mundo. Respondí que sí iría, que llegaría alrededor de las 3 de la tarde, pero tenía que tener alguna certeza sobre mi condición de COVID-19. Logramos comunicarnos con una empresa que aceptó realizarnos la prueba rápida a mi novio, esposo, compañero, de 26 años de convivencia, pero nuestra unión no es reconocida por el Estado peruano. Llegaron a nuestro departamento con todo su equipo de protección para evitar contagiarse. Sacan las pruebas, entrego mi dedo, obtienen una gota de sangre, la ponen en el blíster, todos en silencio esperábamos el resultado. Luego de unos momentos eternos dice «ya salió el resultado: es positivo. Tiene las dos líneas, IGM e IGG, está contagiado». Sentí que me caía un balde de agua fría. «Lucharé hasta el final de mis días, no me dejaré, esta es la oportunidad de insertarme en el sistema EsSalud hasta el final» pensé. Mi sobrino me llama y le dije «si me pasa algo, quiero que se cumpla lo siguiente: ...». Mi novio salió negativo, me miró y me dijo «alista todo para llevarte». Todo había cambiado en un instante, ya no podía acercarme, tampoco abrazarlo, ni darle un beso, solo mirarlo a los ojos y decirle «espero verte luego de la etapa de aislamiento». Bajamos a la cochera, subimos al carro, él manejaba, yo en el asiento de atrás, con la ventana abierta, sentía el aire en mi cara, podía ser la última vez, había un poco de sol, empecé a mirar la calle y recordar los momentos vividos por ahí. Llegamos a Villa El Salvador. Empiezo a recordar los inicios, el arenal, la llegada por la «Curva del Diablo», las organizaciones de mujeres, las organizaciones de adolescentes y jóvenes, la Chanchería, los grupos de teatro, mis amigas Kiara, Samantha, Christofer, la Pichicha, Bardo, Jersson, Tyra, el Centro de Salud San Martín, la Casa Alternativa Joven, la Casa de los Talentos. Llegamos a la Avenida El Sol y la entrada de la Villa Panamericana. Doy mi nombre y número de DNI, me dicen que tengo que esperar. Me angustio, pero luego de un momento me llaman y nos dicen que ya podemos pasar. Había como una fila de alrededor de siete automóviles, incluidos una cúster y un micro. Luego de unos 15 minutos llegamos. Le dicen a Martín que no baje del carro, era alrededor de las 4 de la tarde. Bajo con mis cosas, me sientan en una silla de ruedas, miro que Martín se va en su camioneta, pensé que era la última vez que lo miraba, trataba de fijar en mi cerebro su rostro para recordarlo siempre.
* Testimonio publicado en el libro Súper Amigues. Cómics contra el COVID, aparecido en octubre de 2020. ** Presidente Dignidades Salud Derecho y Educación para el Desarrollo.
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