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Cacería de dragones

Persiguiendo al Dragon

En el legendario noreste de Brasil es posible hacer vuelos de distancia increíbles para aquellos que se atrevan. ¿Pero lo harías? ¿Podrías? Craig Morgan revela cómo es en realidad la cacería de dragones en Sudamérica. Ilustraciones: Steve Ham

Bien. Sabemos que muchos pilotos de alto nivel van al noreste de Brasil a cazar récords mundiales con torno preparados para vuelos de distancia extremos. Pero, ¿qué hay de ti? ¿Lo harías? ¿Deberías? A continuación, un abrebocas.

El noreste de Brasil es caluroso, árido y extenso. Tiene reputación por su poca infraestructura, comunidades pobres, pero bienvenidas calurosas. El sertón o sertão, en portugués, es mitad monte, mitad desierto y con zonas enormes con arbustos por las que “preocupa” volar. Las condiciones son fuertes y el vuelo exige compromiso. Las carreteras asfaltadas poco frecuentes alivian y las carreteras de tierra ocasionales reavivan la confianza.

Es un reto enorme, pero el potencial para volar lejos pareciera ilimitado y ofrece ese toque de adrenalina que buscamos los pilotos de parapente. Para los inexpertos, el lugar es árido e inhóspito, pero para aquellos que “sabemos” es el paraíso de las térmicas y los cielos épicos lo confirman.

Como piloto que vuela “con regularidad”, fui a los cielos brasileros a finales de octubre con mis amigos Guy Anderson (piloto de alto nivel de la PWC y selección británica), Sebas Ospina (campeón colombiano y as de los biplazas profesionales), Harry Bloxham (campeón británico y gurú de la tecnología) y Charles Norwood (figura paternal). Mi récord personal anterior eran 187km en Reino Unido, así que supuse que volar 300 sería espléndido, 400 sería una locura y bueno, ¡500 sería fuera de serie!

Reservamos con Simon Penz, un austriaco que lleva Flight Connections Arleberg (fca.at) y su socio suizo Martin Portman. Juntos ofrecen una infraestructura excelente con tornos eslovenos, recogida y coordinación mediante FlyTrack con sede en Assu en el estado de Ceará. Nos sacaban a volar en este terreno de juego épico, pero era un tipo de vuelo de resistencia como nunca antes había experimentado.

Las instrucciones básicas eran levantarse a las 5am para desayunar y después ir hasta el lecho de un lago seco a las 6am para organizar los equipos. Cincuenta minutos después, nos conectábamos al extremo de un carrete de 2000m de Dyneema atada a un torno instalado en la parte trasera de una Toyota Hilux. En las rachas térmicas, había que confiar que los asistentes sonrientes aseguraran el ala inflada.

A la cuenta de, “três, dois, um” soltaban y salías disparado por la línea del torno. Sube rápido hasta 1.000m, suéltate, vuela todo el día, quiero decir TODO EL DÍA, come, navega y orina, aterriza antes de la puesta de sol para que tanto esfuerzo pueda ser validado. Y por si no fuera suficiente - hazlo con viento huracanado. ¡Podría ser más sencillo!

Despegue rodeo

Mi primer despegue de práctica se sintió como un rodeo - el ala se infló de forma explosiva y despegué inmediatamente, alerta y haciendo todo lo posible por mantener la simetría. Simón era el coordinador del despegue y sostenía la línea para asistirte de ser necesario y amortiguar cualquier carga repentina. Salí a volar, la Hilux aceleró, el torno soltó cuerda y me alejé - ¡listo listo!

Fue abrumador para mis sentidos: tenía la Enzo atrás - cabeceaba y estaba sobrecargada. La línea de Dyneema hacía ruidos desconcertantes y hacía que la cinta de remolque temblara y crujiera, chirriando con los cambios de ángulo.

Por precaución, cerré los ojos hasta que fuera seguro abrir uno por uno. También había amarrado la trenza de mi zapato derecho al tubo del catéter en caso de que se soltara mi pierna postiza - ¡no quería perderla! Seguí volando recto con toquecitos en las B y no frenaba cuando había demasiada tensión.

Y así fue que, un par de minutos emocionantes después, me solté a 950m a la calma, volé un poco y me tranquilicé. Después luché brevemente contra el viento y terminé con un primer aterrizaje en retroceso en la lona del despegue. Nada parecido a los vuelos en torno que he hecho en Reino Unido ¡y se sintió claramente que subí de categoría en la escala de despegues intensos!

Durante mis primeros vuelos de calentamiento, me familiaricé con las diversas etapas del día, y después de un par de “pianos” a 225km y 285km, respectivamente, hice 350km y 390km y me estaba emocionando. Sin embargo, la recogida de FlyTrack era igual de impresionante. Cada vez que aterrizaba a más de 250km, llegaba un chófer simpático apenas minutos después y me ayudaba a plegar.

Me impresionó no haber tenido que esperar ni caminar demasiado bajo el sol abrasador. Pero sí que regresábamos rápido a casa. A veces sentía que estaba dentro de un juego de video - quizás Grand Theft Auto. El chico estaba metido de lleno, cambiaba rápido de velocidad y golpeábamos la cabeza del techo cuando pasábamos por badenes, a toda velocidad por las carreteras rectas del desierto, en estado de alerta listo para los autos y motos imprudentes que circulaban de noche ¡sin luces!

Después de un regreso a las 2am, durante una recogida en particular, le pregunté al conductor si era piloto profesional y simplemente rió y contestó, “No. ¡Motocross!”

El gran día

El siguiente gran día había tomado forma en los modelos meteorológicos que habíamos visto la noche anterior. Mitch Riley (guía profesional en EEUU) y Alex Robé (campeón austriaco de distancia) me dieron buena información y recursos mientras planificamos la ruta. En la lona del despegue, desbordaba de emoción nerviosa mientras encendía mi Garmin inReach, probaba la cinta de remolque y guardaba la comida para el vuelo. Mis compañeros organizaron sus equipos e instrumentos, después observamos y esperamos.

06:45, empezaron a formarse cúmulos pequeños hacia el sur mientras la convección se acercaba lentamente en la luz del alba. Las aves empezaron a girar en vez de aletear y una ligera brisa contrarrestaba el calor agobiante. Se me erizaron los pelos del cuello cuando sentí un cambio en el aire.

06:55, estaba térmico y era hora de despegar. Los siempre ansiosos Mitch y Seb despegaron de primeros y después el resto nos amontonamos en las filas de los dos tornos. Con rotaciones de siete minutos, la mayoría estábamos en el aire a las 07:30. Que empiece el juego.

Cada día, tenía una relación amor-odio con la primera hora mientras volaba en modo supervivencia. Las térmicas débiles y rotas derivaban de forma errática con el viento. Las sacadas del suelo ansiosas eran la norma pero los buitres también estaban ansiosos por subir y nos daban buenas pistas. Mis “receptores sensoriales” estaban en alerta máxima ante cualquier indicio de ascendencia. Son momentos difíciles. Si los dominas, vas camino al estrellato del vuelo de distancia.

Generalmente, la primera hora se vuela con tu compañero de remolque, quienquiera que sea. La buena técnica es un patrón de búsqueda amplio, que requería valentía y confianza en uno mismo. Sin embargo, no siempre era así durante el día y a los que se “chuleaban” a los demás se les ridiculizaba por radio.

Fue un alivio cuando los 0,5 se convertían en +2 y +3 una hora después mientras rodeaba el espacio aéreo de Mossoró, un río servía siempre de disparador donde otros pilotos esperaban y algunos nos alcanzaron, como planificamos, para formar un supergrupo.

El techo había subido a 1.500m, pero rara vez lo tocábamos porque los pilotos más rápidos seguían avanzando para cubrir distancia. No había descanso. Subíamos rápido y seguíamos. Siempre viento de cola, acelerando a 100% - es en serio.

Rebasar era genial, así como perseguir al que iba adelante y bajo - esa era su contribución. A veces perdía el ciclo, maldecía mi propia suerte y seguía adelante buscando que el destripador me pusiera alto de nuevo y con el resto. La separación fue inevitable ya que los pilotos de más nivel se distanciaron y trabajaron nubes diferentes, pero el cielo era enorme, la comunicación era buena y el plan era intentar volar juntos. Lograba distinguir a Mitch o a Seb a 5km y, como profesionales generosos, a veces se tomaban un descanso y volvían a reunir nuestra bandada fracturada.

A veces éramos diez, pero no todos estaban de acuerdo. Las transiciones generalmente salían bien porque prestábamos atención a las zonas de convergencia de la previsión cuando planificamos la ruta. Hay mucho por aprender si se es intuitivo. Alex Robé, calculador y analítico; Cazaux, valiente y eficaz; Anderson, constante; y Bloxman, le apuntaba siempre a la mejor parte de la nube, gracias a su experiencia en planeador - quizás el aspecto refinado del que más haya aprendido.

El primer objetivo era un pueblo llamado Quixadá, donde se alzaban montañas impresionantes en forma de domo que sobresalían de la llanura previa a la meseta desolada. Está a unos 260km y había que decidir si ir al norte o al sur del paisaje lunar. Este pueblo fue uno de los destinos pioneros de vuelo en la zona y tiene una reputación aterradora por sus despegues casi verticales con viento demasiado fuerte - ¡puede que ya hayas visto los videos!

Sin embargo, la primera regla en esta zona montañosa era NO ir a los sotaventos. El rotor es suicida con viento de 30-40 nudos. Así que nos acercamos con cuidado. Como si las seis horas anteriores de seudocarrera no hubieran bastado, mis sentidos ahora tenían que absorber esta topografía extravagante. ¿Cómo suceden este tipo de cosas?

Sentí como si entrara a la prehistoria y me reí mientras pensaba en otra experiencia que no podría explicar a mis amigos que no vuelan. ¡Bum! No hubo tiempo de ponerse filosófico. ¡Las rocas estaban ardiendo, estábamos sobrevolándolas y estaba a punto de salir disparado! Sabes que estás en una térmica de esas cuando las alas cerca de ti deciden no girar y desaparecen bieeeen abajo. ¡Pero estás adentro, subiendo a la velocidad de la luz, está fuerte y no te atreves a salirte hasta que dejes de gritar!

No sé tú, pero yo tengo una relación rítmica y emocional con mi ala. Al igual que mi esposa, cuando está abierta y perfecta es elegante y hermosa. Soy galés, ella es mi dragón y bailamos juntos.

En Brasil, bailamos al ritmo de samba. Ritmos potentes. Le hablé con una melodía conocida, le grité cuando el tempo se puso demasiado intenso, pero de vez en cuando, no siempre, volvió a sonar una melodía loca, malinterpretamos las cosas y nos salimos de la pista de baile. ¡No le gustaba cuando sucedía y se molestaba! Me gritaba cual Medusa y se deformaba. Alerta máxima. Así que cambiaba de tono y de paso. La persuadía y alentaba a volver a la pista de baile, tratando desesperadamente de no derramar los tragos antes de que nos sacaran de la disco. Entiendes mi punto.

La sección de Quixadá fue rápida. Condiciones de mediodía - térmicas fuertes se desprendían de picos boscosos, viento constante que parecía suavizar las térmicas, a diferencia de los días con poco viento en los que las térmicas eran más turbulentas, y transiciones a 85km/h devoraban distancia - íbamos a toda máquina. Pero el terreno se hizo más montañoso y era importante escoger la ruta. Mis decisiones iban de la mano de la seguridad y opciones de recogidas. Con montañas había convergencia, en la que el viento divergente se encontraba y creaba ascendencias mágicas. No había mejor lugar para estar a 350km, volando en línea recta durante 10 o 15km haciendo lo mío y conversando con mis amigos.

Los diez días anteriores, le hice unas 40 horas a mi equipo en condiciones calurosas y polvorientas. Mi arnés parecía una sandalia de camello y la que una vez fue un ala hermosa estaba tan sucia que parecía un trapo de una pocilga subsahariana. Rompí y reemplacé el acelerador y además, una de mis líneas A parecía una cuerda de lana deshilachada. Como si no fuera suficiente, un par de catéteres mal colocados habían explotado e impregnado mi chaqueta de olor a “usado” - ¡Definitivamente me estaba acostumbrando!

Desde las montañas de Quixadá, aparecieron lagos enormes, relucientes debajo de nosotros, haciendo que se desprendieran térmicas aun más gloriosas y amplias, con los omnipresentes buitres que nos ayudaban a centrarlas. El día había cambiado nuevamente y las sombras enormes de las nubes cortaban el cielo a la diagonal. El sol estaba bajo y descendía rápido - creo que tiene que ver con que el ecuador está más perpendicular al sol a esta latitud. Se acercaba el crepúsculo y el paisaje y el horizonte se tornaron grises. Gris pero cálido - incluso alto.

Pero Ceará todavía no había terminado con nosotros. Algunos la llaman restitución, pero el sertón respiraba hondo por última vez. Cual recompensa por haber luchado todo el día y haber legado tan lejos, los últimos cien kilómetros fueron como una ofrenda tranquila y generosa de los dioses para nosotros, los motociclistas intrépidos del cielo. ¡Grité sin vergüenza cuando mis instrumentos pasaron los 400km por primera vez y seguía a 3.000m! Durante el largo planeo final, el vario pitó pero no me atreví a explorar porque teníamos que aterrizar antes de las 17:57, puesta del sol en Ceará, para que el vuelo fuera válido.

El aterrizaje un clásico. Las opciones eran dejar atrás una carretera asfaltada para exprimir un par de kilómetros más en medio de la nada o aterrizar en un lugar fácil para la recogida. No había nada que pensar. Pero cuando íbamos en final a una carretera vacía, un autobús viejo apareció y giró bruscamente hacia nosotros, intentando no atrasarse - ¡ni siquiera tocó la bocina!

Había volado 455km - ¡una distancia exorbitante para cualquier piloto y la emoción en ese asfalto ardiente era similar al éxtasis poscoital! Volé 10h16min. - un gran logro que nunca pensé posible y que no podré repetir sino en un par de años.

Como siempre, el conductor sonriente Sandro llegó a los cinco minutos de haber aterrizado después de haber conducido 650km todo el día persiguiéndonos. Le contamos nuestros altibajos y simplemente rió y dijo, “Eso es Brasil, amigo. ¡No es para principiantes!”

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