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¿Agua pasa por mi casa?

Imágenes cortesía Cortesía Comisión Nacional del Agua

El agua es el recurso más importante con el que cuenta el ser humano. Todo es agua; es el principio de todas las cosas. Cuando una población no tiene acceso al agua potable tampoco puede ejercer otros derechos, como salud, acceder a una vivienda digna o incluso educación. Además afecta el desarrollo de la industria y, por lo tanto, las fuentes de empleo, pues es uno de los insumos elementales de cualquier actividad económica, mientras que en el ámbito político, la escasez de agua se ha convertido en una fuente de conflictos entre comunidades alrededor del mundo.

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Es bien sabido que México se encuentra en una situación crítica en cuanto al uso de sus recursos hídricos a causa de la sobreexplotación, contaminación y mal uso de las fuentes de agua. La mala calidad en que se encuentran los acuíferos ha ocasionado que el agua corriente se contamine y aún al estar limpia, la población desconfía y recurre al consumo de agua filtrada y en el peor de los casos embotellada.

Aunque en 2012 se reformó el Artículo 4º constitucional para incluir el derecho humano al acceso, disposición y saneamiento de agua, la realidad es distinta. Según cifras contenidas en el libro El agua en México. Actores, sectores y paradigmas para una transformación socialecológica, publicado por la Fundación FriedrichEbert-Stiftung, 12 millones de mexicanos no tienen acceso al agua potable y el 80 % de los cuerpos de aucíferos está contaminado con descargas industriales.

La doctora Judith Domínguez Serrano, coordinadora académica del doctorado en estudios urbanos y ambientales de El Colegio de México, indicó que existen varios problemas, incluidos los legales, por lo que enfatizó la necesidad de contar con una ley que indique cómo y en qué periodo hará válido el derecho humano al agua. Además las instituciones tienen que definir si esta nueva ley sustituirá o no a la Ley de Aguas Nacionales. Y claro, quienes están frente al organismo encargado de la distribución del vital líquido (conagua), debieran ser funcionarios con conocimiento de causa e interesados en las ciencias hidráulicas y sociales.

Si bien las cifras oficiales del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (inegi) indican que en el país la mayoría de la población tiene acceso al agua potable, no reflejan la realidad de muchas personas, pues no es lo mismo que el agua llegue a ellas por medio de pipas, a que el agua de calidad esté disponible las 24 horas en los hogares.

A pesar de la escasez en el territorio nacional, en Ciudad de México los habitantes gastan (léase desperdician) un promedio de ¡366 litros diariamente por persona! En zonas de alta actividad económica, como la colonia Polanco, el gasto promedio diario oscila entre los 500 litros, mientras que en la alcaldía Iztapalapa, el promedio baja de 100 a 50 litros diarios. El Dr. Carlos López Morales, investigador del Centro de Estudios Demográficos, Urbanos y Ambientales de El colmex, refirió que en 2016, del total de la demanda nacional, 33 % ocurre en el Valle de México y en la región norte del país y 57 % en la región centro, mientras que el sur demanda solo el 9 %. Los usos del agua se distribuyen en 76 % a los campos agrícolas, el 14 % para el uso doméstico y público, el 4.4 % para la industria autoabastecida y finalmente, el 4.7 % se destina a la generación de energía termoeléctrica.

DE UN TERRITORIO FÉRTIL A UN PAÍS CON SED

Entre los primeros habitantes que poblaron América, y particularmente el territorio del México actual, la relación con el agua siguió caminos similares a los del resto de la humanidad. La primera domesticación de una planta y el inicio del cultivo tuvo lugar hace 10 mil años. Más tarde, en una época aún no determinada, pero que seguramente coincidió con la actividad agrícola, los incipientes cultivadores ensayaron y perfeccionaron los métodos y técnicas para asegurar el suministro de agua.

Las civilizaciones mesoamericanas gozaron de gran ingenio y sofisticación en la construcción de obras hidráulicas, cuyas principales funciones eran:

• Captación, conducción, almacenamiento y distribución de agua pluvial, ya fuera en recipientes en depósitos subterráneos, o a cielo abierto. para uso doméstico. • Conducción, control y drenaje de aguas pluviales para evitar inundaciones. • Conducción y drenaje de aguas de desecho o “negras” tanto de las poblaciones rurales como en las urbanas. • Provisión de agua para la irrigación agrícola. • Control, aprovechamiento y desagüe de zonas lacustres y pantanosas. • Ritualidad. • Recreación.

El agua se captaba mediante canales y zanjas para aprovecharla en patios y casas, o en el campo, en jagüeyes, mediante bordos o bien, al conducirla desde los techos de las viviendas y edificios por medio de canoas o canjilones de madera o pencas o canalitos, a los depósitos. Señala la investigadora Teresa Rojas Rabiela que en las viviendas, el agua se almacenó en recipientes de barro, enterrados o no, así como en pilas o piletas de barro, cal y canto, piedra. Entre los almacenes subterráneos domésticos de mayor antigüedad se encuentran los de San José Mogote (1000 a. C.) y Tierras Largas (1000-900 a. C.), ambos en Oaxaca. Otros depósitos subterráneos son los chultunes o cisternas mayas, que se cuentan por cientos de miles en la península de Yucatán, que fueron vitales para los asentamientos prehispánicos desde el preclásico y que persisten hasta la actualidad.

Es importante precisar que los jagüeyes fueron muy comunes en el centro y el sur de México, en especial en las zonas áridas y semiáridas donde el nivel freático estaba muy bajo o el suelo era rocoso y resultaba de difícil acceso mediante la excavación de pozos someros. Aquellos realizados artificialmente o acondicionados para aprovechar hondonadas naturales, se situaban en terrenos cercanos a cerros y lomeríos, para canalizar el agua de las pequeñas corrientes pluviales o de los escurrimientos de los cerros y techos aledaños. Otro tipo de depósito pluvial prehispánico, recientemente identificado por el arqueólogo Lorenzo Ochoa en la Huasteca meridional, fue el recubierto con piedra basáltica columnar. Se trata de al menos cuatro grandes depósitos situados en la antigua población-mercado de Tzicoac-Cacahuatenco, Veracruz. La construcción de acueductos en el México antiguo pasó por tres etapas: acueductos de tierra, bajos y cortos (como el de Loma La Coyotera, Oaxaca); acueductos hechos de varas y troncos entretejidos con piedras, tierra y céspedes, que servían para rellenar y atravesar algunos barrancos y, acueductos sobre taludes hechos de cal y canto y estucados.

Los tres acueductos mesoamericanos mejor documentados por las fuentes históricas y por la arqueología son: del Posclásico, en la cuenca de México, sobre taludes se encuentran el de Chapultepec, Acuecuexco (Coyoacán) y Tetzcotzinco (Acolhuacan). Los dos primeros abastecieron a la gran urbe insular de Tenochtitlán, mientras que el tercero, conocido popularmente como los baños de Nezahualcóyotl, combinó varias funciones: irrigación, recreación y agua para usos domésticos.

Existió también la perforación de pozos verticales para “alumbrar aguas”, un procedimiento común para surtir a las poblaciones y en ocasiones también para irrigar. Sin embargo, se conoce poco sobre sus características, antigüedad y distribución, con la excepción del de San Marcos Necoxtla, Puebla, fechado cerca de 7900 a.C., que tiene 4.7 metros de profundidad.

Por otro lado, lo ocurrido en materia hidráulica a partir de la Conquista fue más allá de un mero “cambio técnico” en el que los españoles sustituyeran madera y piedra por metal. Introdujeron máquinas y especies como las anorias y los molinos así como animales de trabajo como bueyes, caballos y burros. Esto significó una verdadera “revolución tecnológica” acompañada de un nuevo sistema sociopolítico y cultural. Esto permitió excavar los pozos y los depósitos de agua a mayor profundidad: la rueda hidráullica, la palanca, el torno y la polea, aligeraron el trabajo de extraer y elevar las aguas. Los tamemes o cargadores humanos se desplazaron ante el arco en acueductos que permitieron conducir el agua a mayores distancias y conectar los caminos con mayor eficiencia.

Los cambios de fondo, aquellos que revolucionaron el estado de cosas en materia técnica, se dieron en los ámbitos sociopolítico, económico y cultural. Así, en el terreno jurídico, una de las transformaciones más profundas se dio en los derechos sobre el agua. El sistema virreinal convivió con el coatequitl (corveé) o sistema de trabajo colectivo y obligatorio de los llamados pueblos de indios, lo que produjo infinidad de conflictos judiciales y cotidianos. Los molineros y dueños de trapiches, ingenios y batanes, dotados con mercedes reales adquirieron la propiedad de la tierra y el derecho de uso del agua para mover su maquinaria o irrigar sus campos. En términos llanos se privatizó el agua. En el México independiente a partir de la segunda mitad del siglo xix, las poblaciones urbanas tuvieron un incremento y el uso del agua fue en aumento. Las deficiencias en el servicio junto con las nuevas ideas sobre salubridad, higiene y modernización urbana impulsadas por el crecimiento económico, provocaron una febril actividad para mejorar la fisonomía de los servicios.

En materia hidráulica, los ingenieros consideraban que el sistema antiguo no garantizaba el suministro de agua para una creciente población. Así pues, propusieron y modernizaron el sistema de agua potable. Se elevó el consumo per cápita de 5-10 litros a entre 250 y 300 litros diarios por habitante. Del mismo modo, el uso de la red a partir de tuberías interconectadas, posibilitó la generalización del servicio de calidad controlable. Creado y aplicado originalmente en Londres, a mediados del siglo xviii, el sistema en red se perfeccionó con el uso de la tubería de hierro que facilitó las reparaciones, permitió mantener el agua a alta presión para que llegara a los pisos superiores de las casas y mejorar también las condiciones higiénicas.

En México, frente a la insolvencia económica para la construcción de los nuevos sistemas de agua potable entre 1887 y 1930, la mayoría de las ciudades y poblaciones en el país optó por arrendar o ceder los derechos de agua a empresas privadas o semipúblicas. Así se crearon compañías dedicadas al ramo de agua potable y que controlaban el sistema de drenaje, frente aquellas que vendían el agua para usos urbanos, industriales y agrícolas.

Cabe recordar que las obras más modernas se habían construido en las postrimerías del porfiriato como el aprovechamiento de los manantiales de Los Colomos en Guadalajara, la presa Chuvíscar para dotar de agua a Chihuahua (1908), la captación de agua subterránea para Monterrey (1909) o el aprovechamiento de las de Xochimilco en Ciudad de México (1913).

Hasta antes de 1933, el manejo del ramo de agua potable había estado exclusivamente en manos de los gobiernos estatales y de los ayuntamientos que habían construido o concesionado la administración de la infraestructura hidráulica con resultados poco satisfactorios.

La situación en México comenzó a cambiar a partir de la intervención del Gobierno Federal en el ramo de agua potable y saneamiento. Parte importante de esta intervención fue la creación del Banco Nacional Hipotecario Urbano y de Obras Públicas fundado en febrero de 1933, con el propósito de impulsar la construcción de obras de equipamiento urbano: agua, alcantarillado, mercados y rastros.

A partir de la década de 1940, cuando la dotación de servicios de agua potable y alcantarillado se incrementó en México, la política de industrialización, vía sustitución de importaciones aplicada en el país, y el paulatino proceso de urbanización, producto de la migración rural, aumentaron las demandas de agua que no podían ser cubiertas. Más trascendente fue el hecho de que la Secretaría de Recursos Hidráulicos (srh), creada en 1947 para sustituir a la Comisión Nacional de Irrigación, concentró esfuerzos y recursos económicos por medio de la Dirección de Pequeñas Obras de Agua Potable. Para el periodo de 1946 a 1952, la srh informó que las obras construidas en 310 poblaciones habían beneficiado a 2 143 860 habitantes en todo el país, y que en otras 79 poblaciones con 1 898 041 habitantes se estaban ejecutando obras de agua potable. El informe de la propia Secretaría correspondiente al año 1959-1960 es más detallado en lo tocante a la campaña emprendida para dotar del servicio de agua potable y alcantarillado a las poblaciones del país. De acuerdo con sus cifras, se había introducido agua potable para abastecer a 2 074 000 habitantes y esperaban ese beneficio otros 637 000. En cuanto al alcantarillado, se habían iniciado 22 obras y se continuaba la construcción de otras 26 para favorecer a un total de 1 210 000 habitantes.

La cobertura de agua potable y alcantarillado en el país para finales del siglo xx y principios del xxi de acuerdo con el censo de 1990 registró que el 89.4 % de la población urbana y 51.2 % de la rural tenían cobertura de agua potable. Quince años después, en el conteo de 2005, la cifra se había elevado a 95 % y 70.7 %, respectivamente.

En las dos últimas décadas han surgido nuevas tendencias en el ámbito mundial para analizar los modelos de desarrollo que han provocado el deterioro ambiental. El agotamiento de los recursos se refleja en las problemáticas que enfrentan las diversas poblaciones del planeta. Sin embargo, todavía no se aprecia la medida en que el aprovechamiento de los recursos hídricos contribuye a la productividad económica y al bienestar social, aunque todas las actividades sociales y económicas descansan sobre el suministro y la calidad del agua potable.

Además, en el caso mexicano, la mayor parte del agua que se consume en las áreas urbanas de todo el país proviene de aguas subterráneas, pero en las zonas centro y norte es muy común que se sobrepase la capacidad de los acuíferos. En el Valle de México este problema ha ocasionado que se tenga que extraer agua de mayores profundidades, agravando la solidez del terreno. Las ciudades del Bajío también se ven en la necesidad de bombear agua profunda con importantes concentraciones de fluoruro y arsénico. El fluoruro puede provocar fluorosis dental y esquelética, además de disminución de las capacidades cognitivas en niños, mientras que el arsénico tiene efectos cancerígenos, neurotóxicos y de prevalencia de diabetes. VENENO EN EL AGUA

La Norma Oficial Mexicana nom127-ssa1-1994 referente al agua para uso y consumo indica las concentraciones máximas de sustancias, y en su modificación de 2010, los límites permisibles de fluoruros no pueden rebasar los 1.50 microgramos por litro, mientras que el de arsénico debe de restringirse a 0.025 microgramos por litro.

Uno de los problemas al que nos enfrentamos es que el tratamiento y reúso de aguas no ha sido prioritario en las políticas públicas. El agua residual es aquella que ha entrado en contacto con actividades humanas y contiene residuos sólidos disueltos, suspendidos o coloidales, es decir, partículas con diámetro menor a un micrómetro (10 mil veces más pequeñas que un centímetro).

Los contaminantes que se encuentran en las aguas son muy variados e incluyen excrementos humanos, metales pesados, microorganismos patógenos, combustibles, plásticos, cianuro, sustancias alcalinas, sustancias ácidas, sales disueltas, amoníaco, nitratos, sulfatos y aguas a bajas y altas temperaturas, consideradas como fuentes de contaminación térmica.

En adición a esas sustancias se encuentran los contaminantes emergentes, que básicamente son aquellos organismos, químicos sintéticos o naturales que no se encuentran comúnmente en el ambiente, tales como los fertilizantes, pesticidas, herbicidas, farmacéuticos, hormonas, productos de cuidado personal y aditivos industriales, por mencionar algunos, que se combinan con el agua y se infiltran en los humedales.

El tratamiento de aguas residuales es una valiosa alternativa para disminuir el impacto que sufren los acuíferos y puede destinarse al riego de campos de cultivo o de áreas verdes, para la obtención de recarga de cuerpos de agua, como fertilizante y acondicionador de suelos, y para la generación de energía a través de biogás o biomasa, e incluso para el consumo doméstico.

En México contamos con dos mil 536 plantas de tratamiento de aguas residuales municipales; sin embargo, la cantidad de aguas procesadas es muy baja.

Además de la necesidad de una ley que ayude al cumplimiento del derecho humano al agua, los científicos destacan la necesidad de reformar los programas de estudio para incentivar la investigación y dar apoyos para la capacitación de recursos humanos en materia de agua, de modo que podamos mejorar la situación crítica de los recursos hídricos de México. Es necesario que el tema del agua esté más presente en las agendas públicas, mediáticas y políticas para que se reforme la manera en que nos relacionamos con el líquido vital, pues de no cambiar el rumbo, para 2030 la situación escalará a grado de emergencia.

Ya lo dijo Tales de Mileto: el agua es alfa y omega, principio y fin de todas las cosas. Sin ella no hay desarrollo, sociedad, cultura... ¿Estamos a tiempo para revertir el paradigma? Exijamos a nuestros gobiernos una agenda sostenible, transversal y verde.

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