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Don Marcos Guillén y Conchita Rioja, los pioneros
from El Taquito
“El Taquito”: una historia que contar
Mi abuelo don Marcos Guillén González, llegó con sus padres y hermanos -Anselmo y Juan-, a la ciudad de México, a finales del siglo XIX, procedente de Guadalajara. Su familia se instaló en una pequeña y modesta casa, en los rumbos de Tres Cruces y Correo Mayor en el Centro Histórico. Era un hombre de gran personalidad, no muy alto, recio e impecable en su arreglo personal. Usaba el clásico bigote de aquellos tiempos. Por su forma de vestir y caminar, proyectaba una imagen de gran seriedad.
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Solían mirarlo con respeto. Sin embargo, gracias a su cálido trato, de todo un caballero, inspiraba confianza y daba gusto hablar con él. Por eso, al paso del tiempo, se ganó la amistad de mucha gente.
Hombre de trabajo, su forma de ser le permitió, sin mucho esfuerzo, encontrar en Conchita, la compañera de su vida, una mujer que habría de inspirarlo para realizar un sueño en forma conjunta, comenzando prácticamente desde cero.
Los abuelos, un domingo en Chapultepec
En 1895, el general Porfirio Díaz, 4 veces presidente de México, bajo el lema Orden y Progreso, deseaba que el país se integrara a como diera lugar al desarrollo.
Las butacas de los teatros capitalinos más famosos se atestaban con personalidades del mundo artístico, intelectual y político, quienes acudían a ovacionar a María Conesa, Virginia Fábregas, Mimi Derba, Adelina Patti Tamagno o Andrea Maggi.
Durante los fines de semana, don Marcos acostumbraba ir a la Plaza Mayor, donde algunos coches eran jalados por mulitas, y recorrían airosos las calles de la capital.
En una tarde soleada, saliendo de Catedral, se cruzó en su camino una joven muy guapa, Conchita Rioja Chavarría, quien respondió a su atento saludo.
Así inició una amistad que se convertiría en un breve noviazgo, para dar entrada a la unión de dos seres cuyo objetivo era abrirse camino en la vida y progresar.
Esta joven pareja demostró talento y gusto excepcional para preparar tacos. No se imaginarían don Marcos y doña Conchita, que, 100 años después, éstos se seguirían vendiendo como desde el primer día.
Mi abuela Conchita -originaria de Tlaltenco, pequeña población ubicada en lo que hoy es la delegación de Tláhuac-, creció en una casa con grandes espacios, techos muy altos, y un extenso patio. Siempre
“El Taquito”: una historia que contar
mostró un talento muy especial por la cocina; se le veía casi siempre dedicada a ayudar a su madre en los quehaceres domésticos.
Muy temprano acudía al pequeño mercado a comprar la carne más fresca, las verduras más tiernas y la mejores harinas y semillas. Posteriormente elaboraba la masa para hacer unas tortillas suavecitas, que acompañaran el guisado del día. Luego, se daba tiempo para preparar una picosa, pero exquisita salsa de molcajete.
Los granos de frijol se desparramaban en una pequeña mesa y eran separados uno por uno, para limpiarlos de impurezas; más tarde los cocía en una sólida cazuela de barro, donde hervían despidiendo un atrayente efluvio de epazote.
Se aderezaban con cebolla, chile verde y cilantro, bien picadito. Así era y sigue siendo hasta hoy, nuestra tradicional receta para preparar los frijoles, que figuran en la carta del restaurante, que por méritos propios se ha convertido en uno de los más antiguos y prestigiados de la ciudad de México.
la familia y la voZ Del barrio
La familia Guillén Rioja se instaló en las La esquina de siempre. El Carmen y República de Bolivia. calles de Florida número 60, en el barrio de Tepito, en una vecindad donde todos sus habitantes se conocían familiarmente, en un ambiente de convivencia. La portera se encargaba de cobrar la renta.
En esta vecindad vivían un músico, un escritor, un comerciante y mis abuelos.
Dada su simpatía, espíritu humilde y gran corazón, la pareja se fue ganando el cariño de sus vecinos y así conoció a la familia García, con quien hizo gran amistad.
De esta relación surgió más adelante, un cariño de verdaderos hermanos entre mi padre y Arnulfo García, hasta llegar al compadrazgo. Él, se desarrolló como un importante colaborador del periódico Esto, diario al que dedicó toda su vida.
De acuerdo a una conversación sostenida entre Rafael, mi padre y la periodista Lupita Appendini, desde 1920 mis abuelos colocaban muy temprano su modesto puesto de tacos en la famosa esquina de El Carmen y Bolivia.
“Era sólo una mesita y vendían tacos de cuajar, machitos y lengua, los que acompañaban con tepache que hacía don Marcos en un vitrolero, que ofrecía en tarros de cristal.
“El puesto siempre estuvo lleno de gente; los tacos eran muy sabrosos y limpios, ya que
mi padre personalmente iba al rastro, escogía
“El Taquito”: una historia que contar
la carne; los carniceros eran sus amigos y ellos mismos sus clientes.
“Por las noches, el puesto estaba rodeado de gente que hablaba de toros. Los carniceros eran muy taurófilos y entre ellos existía mucha relación con la fiesta brava.
“Don Rafael -indica Appendini-, relata que su tío Juan Guillén era monosabio; tenía mucha relación con los novilleros. Él era dueño de una pulquería y por las noches llevaba una garrafa. Se hablaba, claro, de toros. Ahí asistían Juan Silveti y Eulalio Procuna -padre de Luis y Ángel-, y así empezó a acreditarse el lugar.
“Fue en 1923, cuando los Guillén vieron la necesidad de agrandar el negocio y alquilaron una accesoria en la esquina. Entonces ya se vendía también pozole, tostadas y tortas. El negocio iba para arriba”, comenta.
Auxiliaban a doña Conchita tres cocineras originarias de Jalisco, Oaxaca y Puebla. Los años pasaron rápidamente y ese pequeño negocio se fue acreditando poco a poco, con mucho trabajo. Al mismo tiempo, los hijos crecían.
El año de 1923 se toma como nacimiento del restaurante, porque en una plática de padre-hijo y de hijo-nieto, don Marcos dejó muy claro que en esa fecha El Taquito se incorporó a un local ya establecido. Además, decía Don Marcos y sus tres pequeños. David, Enrique y Rafael que mientras uno moría, otro nacía, haciendo referencia a la muerte de Francisco Villa.
En los años 40, con muchos esfuerzos, el abuelo logró hacerse de esa pequeña propiedad, y la familia se cambió a vivir a la planta alta. Lo que hoy es el despacho, fue la recámara principal de la pareja y las habitaciones -hoy salones-, se asignaron a cada uno de sus hijos.
Cuando se fundó el restaurante, David tenía diez años, Enrique, ocho y Rafael, cinco. El hermano mayor, empezó a agarrar al toro por los cuernos.
Esa cualidad de trabajador que David traía desde chamaco hizo que su padre lo tomara en cuenta como pieza clave para hacer del negocio el mejor lugar de comida mexicana.
Quién diría que de este matrimonio de don Marcos y Conchita, estos tres muchachos formarían grandes familias.
David, el mayor, uniría su vida con doña María Luisa Bribiesca. Sus hijos son Francisco, Conchita y Carmelita. Enrique haría lo propio con doña Aurora Abasolo y sumaría a la familia a Conchita, David, Queta y Lula, como les llamamos cariñosamente.
Y por último, Rafael y doña Caridad Hernández de Guillén, con sus cinco mujeres: Conchita, Tere, Jose, Martha y Marcela,
y dos varones: Marcos y Rafael.