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Los hombres del poder
from El Taquito
Mi padre recordaba la Casa del Estudiante, situada frente a la célebre plaza del mismo nombre, cuya primera piedra fue colocada el 6 de julio de 1910 por el ministro de Hacienda de Porfirio Díaz, José Yves Limantour.
Me contaba que por ese lugar, casi centenario que tiene ya categoría de Monumento Histórico, discurrieron jóvenes artistas, intelectuales y políticos, que más tarde ocuparían importantes cargos, entre otros el afable veracruzano Miguel Alemán Valdés, con quien México inició la marcha hacia la modernidad y dejó atrás los regímenes militaristas que habían perdurado como garantes de los logros revolucionarios, siempre amenazados por caudillos inconformes; los tiempos de la transición de una sociedad rural a otra urbana, en la cual El Taquito se erigía como símbolo de esa confluencia cultural, con su toque de antaño y hogaño, que lo convirtió en punto de encuentro de los notables y poderosos.
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La Casa del Estudiante albergó personajes de la talla de José Vasconcelos, Fidel Castro, Ernesto Ché Guevara, Carlos Madrazo y Emilio Portes Gil, quien desde el 30 de noviembre de 1928, durante 14 meses, gobernaría al país de manera provisional, durante el Maximato.
“El Taquito”: una historia que contar
Quizá por ese recuerdo tan grato de su paso por las calles de El Carmen, que hoy forman parte del Centro Histórico, Portes Gil, autor de Autobiografía de la Revolución Mexicana, gustaba saborear nuestros platillos, generalmente los miércoles.
“En el ámbito político no faltan detalles curiosos como el acaecido a un joven que se hospedaba en la Casa del Estudiante. Un día que recibió visitas, éste no tenía nada que ofrecerles, así que corrió al restaurante de don Marcos Guillén a pedirle que le hiciera fuerte con la comida para sus invitados.
“Años más tarde, el otrora joven Emilio Portes Gil, regresó al lugar en calidad de primer mandatario de la nación para saldar su cuenta
con Marquitos -como llamaba respetuosamente al dueño- y éste le respondió bromista: -Señor presidente, olvide la cuenta. Lo que necesito son los réditos”.
Esta anécdota surgió durante una charla de mi padre con la periodista Eunice Ladeguet.
En infinidad de ocasiones, muchas de ellas sin previo aviso, el tamaulipeco egresado de la Escuela Libre de Derecho, franqueó las puertas de El Taquito y con sus más cercanos amigos realizó algunas reuniones informales de trabajo, donde seguramente discutían los asuntos más importantes del país.
Sin lugar a dudas, el presidente Adolfo López Mateos ocupa un lugar especial en El Taquito, porque además de que muchas veces concurrió al restaurante, acompañado de sus más cercanos colaboradores, fue un gran amigo de la casa, al que en infinidad de ocasiones se le sirvieron desayunos o comidas en su residencia de San Jerónimo.
En tanto, fueron escasísimas las apariciones de Gustavo Díaz Ordaz, generalmente de carácter muy seco, aunque algunos aseguran que en corto daba rienda a su sentido del humor.
Aunque el compañero Luis Echeverría era un adicto al trabajo y vivía en la prisa permanente, encabezando reuniones maratónicas y desahogando una agenda propia de titanes, también se dio sus escapadas para degustar las
El presidente Emilio Portes Gil fue un asiduo concurrente, antes, durante y después de su mandato
“El Taquito”: una historia que contar
La gran relación con el presidente López Mateos se mantuvo inalterable. En la imagen de la página anterior, el mandatario y David Guillén. Arriba, durante una de sus frecuentes visitas al restaurante. A la izquierda, durante un banquete servido por El Taquito, bajo la estricta supervisión de David, situado muy cerca del mandatario
viandas. Franco, abierto, pero siempre inquisitivo, Echeverría era un observador agudo y ningún detalle sobre la composición de los platillos le pasaba desapercibido.
Sus visitas a El Carmen 69 le servían de paso para darse sus baños de pueblo, al saludar de mano, cual su costumbre, a decenas de ciudadanos que se aglomeraban afuera del restaurante.
José López Portillo, abogado de carrera y creador de frases controversiales, también fue un amante de la cocina mexicana, no obstante su ascendente peninsular, pues su infancia y juventud transcurrieron en el seno de una familia de clase media.
El Taquito fue uno de sus restaurantes preferidos desde que se desempeñaba como Secretario de Hacienda y más tarde como primer mandatario. Aún hoy algunos recuerdan los servicios de banquetes
“El Taquito”: una historia que contar
que ordenaba para sus reuniones en Los Pinos.
Amigo de la casa desde antes de ocupar la poderosa Secretaría de Programación y Presupuesto, siempre de talante circunspecto en el cual la sonrisa franca rara vez asomaba en su rostro, Miguel de la Madrid visitó de vez en vez los salones de El Taquito.
A su llegada, era recibido en medio de aplausos de los vecinos del lugar y una turba de curiosos acostumbrados a ver a los notables subir las escalinatas del restaurante; días felices que tras el terremoto del 19 de septiembre 1985 se tornaron aciagos -por cuanto a que a De la Madrid no se le perdona haberse mostrado insensible en medio de la tragedia-. El Taquito permaneció en pie, si bien rodeado de campamentos de damnificados.
Carlos Salinas de Gortari no fue la excepción en El Taquito, aunque su asistencia no se circunscribió al ritual que se instituyó desde que el presidente Lázaro Cárdenas acudió como comensal, para deleitarse con el sabor de las carnitas que le recordaban las mejores de Michoacán, su tierra natal.
Muy a su estilo, desde su importante cargo en la Secretaría de programación y Presupuesto, de la que era titular, Salinas era afecto a una buena sopa de nopales y a las clásicas costillitas de puerco, preparadas con mucha sazón en la cocina del restaurante.
En la imagen superior, Lola Olmedo, Chamín Correa, el presidente Miguel de la Madrid, don Rafael y Marcos Guillén. Abajo, Caridad y Rafael Guillén, el presidente Carlos Salinas y Jacobo Zabludovsky
Pagina opuesta: José López Portillo acompañado de varios comunicadores, entre los que destacan don Pedro Ferriz y Pancho Ligouri. Con ellos, David Guillén. Arriba, don Miguel Alemán en El Taquito
una boTaniTa Para el PresiDenTe ZeDillo
Fue en el mes de diciembre de 1997. Un martes llegaron muy temprano a El Taquito dos hombres vestidos con traje negro, preguntándome en qué salón iba a comer el licenciado Jacobo Zabludovsky.
Los conduje al Salón Cantinflas y sin decir más, literalmente pusieron de cabeza todo lo que veían. Mesas y sillas quedaron patas pa’ arriba. Les pregunté que con quién vendría el licenciado y no respondieron. Al contrario, dieron media vuelta y me preguntaron cuántas salidas tenía el lugar y el número de ventanas. Luego desaparecieron y ya no los volví a ver, sino hasta después de la comida.
Aproximadamente a las 2 y media de la tarde, llamó el licenciado al restaurante. Habló con mi padre para decirle: -Rafael, vamos para allá. Estamos saliendo de Palacio Nacional.
Así entendimos que vendría a comer con el presidente. Los hombres vestidos de negro, eran gente del Estado Mayor y, según ellos, nadie sabía quién era el invitado estrella. Teóricamente esta comida había sido clasificada como privada y los periodistas de la fuente de Presidencia no habían sido informados de ella.
Zedillo había salido de Palacio Nacional por una puerta lateral. En compañía de su secretario particular Liébano Sáenz y Jacobo Zabludovsky caminó entonces por Correo Mayor y cruzó entre puestos de vendedores ambulantes. Los reporteros, siempre a caza de la nota, recorrieron en medio de empellones, la misma ruta de Zedillo, entre Palacio Nacional
“El Taquito”: una historia que contar
y El Taquito. Al notar la presurosa persecución, los comerciantes les gritaban a los periodistas que cargaban cámaras y grabadoras: -Órale, güevones. -Ya se les hizo tarde. -Ya los dejó papi.
La chanzas de la vox populi no hicieron mella en los periodistas, preocupados más que nada en no perder detalle del hecho, que desde ese momento -vía radio o televisión-, o al otro día en los periódicos, fue reseñado a detalle.
“El presidente come en este momento en el restaurante El Taquito, y podemos decirles que han llevado a su mesa una entrada de antojitos mexicanos, y desde luego -de aperitivo-, el infaltable tequila para el mandatario”, informaba esa tarde, vía celular, la reportera del IMER, Mercedes Carrillo.
El auditorio, al escucharla, pudo imaginarse apenas el enorme esfuerzo que hicimos para atenderlo, al igual que a sus invitados.
La inolvidable periodista Rita Ganem, gran amiga de la casa, fallecida en septiembre del 2008, recreó este pasaje en su libro Desde Los Pinos, una crónica del poder; el adiós al PRI, que escribió con Juan Arvizu Arrioja y fue presentado en los salones de El Taquito. El presidente Zedillo cazado por los reporteros luego de su comida en el Taquito. En la página anterior, le acompañan en la mesa don Rafael Guillén, Jacobo Zabludovsky, Rafael Guillén Jr. y Liébano Sáenz
Vicente Fox, con Marcos Guillén
vicenTe fox en el TaquiTo De Holbein
Dicharachero, locuaz y a veces sin pleno dominio de lo que quería decir, Vicente Fox era amante de las viejas tradiciones campiranas, entre ellas, claro está, la de la buena cocina mexicana, que en su natal Guanajuato tiene algunas de sus mejores expresiones.
Fox era de los que gustaba probar directo de la cazuela y la olla, como se hace al pie del surco: tortilla en mano y cuchara de madera en ristre.
Una sola vez acudió Fox a El Taquito de Holbein, poco antes de asumir su cargo, rodeado de su séquito de colaboradores y en medio del habitual aspaviento que lo rodeaba y que ya prefiguraba lo que sería para México.
Fox fue invitado por una asociación de personas discapacitadas que buscaba un acercamiento con su gobierno en beneficio de ese sector.
En el ambiente de gran euforia que rodeaba su triunfo electoral de meses atrás y en medio de la confianza que despertaba, el guanajuatense se comportó muy relajado, saludador y estridente como era habitual, aunque el Estado Mayor, según su costumbre, barrió el lugar antes de su llegada e impuso las medidas de seguridad de rigor.
Sin la compañía de su futura esposa Marta Sahagún, Vicente Fox dijo que le daba mucho gusto acudir a este lugar porque sabía que era uno de los restaurantes de mayor tradición en México. Luego degustó de los antojitos, comentando que le encantaban, y al final saludó a todo el personal y repartió sillas de ruedas y muletas a los miembros de la organización de discapacitados.
Sin duda, era un hombre carismático, el compadre que todos quisieran tener, aunque pocos imaginaban que a la postre, no cumpliría con las expectativas en que muchos mexicanos fincaban sus esperanzas.