4 minute read

75 AÑOS del Nazareno de Cartagena

En su imagen de Jesús Nazareno entregada a la Cofradía de los Marrajos en 1945, se aparta José Capuz de la composición más tradicional utilizada en sus dos anteriores nazarenos – para la misma cofradía, en 1931, y para Cuenca, en 1942 -, claramente direccionales, en una reafirmación del eje marcado por la cruz. Lo que hubiera podido ser un condicionante para su creación, la necesidad de adaptar la imagen a su función en la representación teatralizada del Encuentro con la Virgen Dolorosa en la calle de la Amargura, lo convierte el escultor en una oportunidad para variar el arquetipo tradicional, haciendo levantar la mirada del Nazareno y girar el rostro hacia un lado, mostrándolo claramente -altivamente, se podría decir- y creando una composición más abierta, en la que la cruz ya no es el elemento principal de la composición sino el fondo que realza la mirada sobrecogedora de Jesús, confiriéndole ese aura de dignitas tan propia de la estatuaria antigua, referencia constante en la obra de Capuz. Esta composición abierta respecto al eje del madero redundará en el éxito de una imagen itinerante, en la que los puntos de vista van variando a medida que se desplaza andando – triunfando- sobre su trono. Y es que Capuz nos muestra a Cristo como un héroe trágico, triunfante en su sufrimiento, portando la cruz no ya como instrumento de martirio sino como atributo de triunfo final. Este discurso de la cruz enlazaría perfectamente con su presencia a modo de altar en el Descendimiento (1930) y como

emblema de victoria en su Resucitado para Málaga (1946), corroborando ese desarrollo continuado de una misma idea en toda su creación procesional.

Advertisement

Según el pensamiento humanista, el principal atributo del héroe era la virtú, entendida como la capacidad de dominar las fuerzas adversas de lo natural o fortuna. Cristo aparece como el nuevo héroe, soportando con entereza (dignitas) el martirio, superando como nuevo Hércules la adversidad máxima de la muerte con la resurrección. Este carácter trágicamente heroico lo desarrolla Capuz sin recurrir a la retórica exacerbada barroca, buscando, por el contrario, conseguir lo más con lo menos: la boca entreabierta, el cuello en tensión y las veladuras pictóricas que consiguen una mirada a un tiempo firme y serena.

Participa de este modo la imagen de la misma dualidad de lenguajes presente en la procesión de la madrugada del Viernes Santo cartagenero, puesto que si la mirada de Cristo se adapta a la perfección a los requerimientos teatrales de la escenificación del Encuentro, también su recorrido procesional de la vía Dolorosa reviste todo el carácter mayestático de las entradas triunfales. Es la majestuosidad de la imagen aislada que, arropada por todo el aditamento procesional, adquiere los caracteres del héroe. Cristo aparece como rey, y como tal se le representa. Se ha señalado que en la cultura del Barroco, la imagen del rey debía brillar entre su corte, y esa teatralidad barroca se aplicará tanto al ámbito profano como a la retórica de la imagen sacra. A tal fin contribuye el uso de la riqueza, de los bordados o el aislamiento majestuoso de la imagen de devoción. Se trata de elementos retóricos que vienen a completar y reforzar el mensaje de la obra escultórica. Y, en este caso, Capuz hace suyos los elementos aportados por los cofrades para completar la imagen de vestir, en un modo análogo a cómo utilizaba el contraste con la talla abrupta de las vestiduras de tonalidades violáceas en su obra para Cuenca. La dualidad de autoría, que en cierto modo es posible señalar en las imágenes de vestir, les confiere una suerte de ánima vital a estas esculturas, mediante la renovación e incremento del ajuar. Elementos llenos de significación, como los lirios bordados en oro sobre el terciopelo morado. El oro, tan presente en la imaginería de Capuz como sustanciación de la luz, de la promesa de la redención, presente ahora, no bruñido sobre la talla sino bordado sobre el terciopelo, pero significando, de cualquier modo, la luz de Cristo.

De esta manera, el Nazareno de los Marrajos se puede considerar como la difícil y acertada conjunción entre la nobleza y dignidad de la escultura de un artista tan personal como Capuz, con la majestuosidad aportada por todo el aparato del exorno proce-

sional, donde la imagen aislada, ensalzada por el trono de estilo cartagenero, logra el efecto de aparición divina en el escenario de la cotidianeidad, de manera similar a aquella imagen literaria evocada por el cronista Federico Casal refiriéndose a las procesiones del siglo XVII, y que, por su plena vigencia, no nos resistimos a recordar una vez más: “Profunda emoción religiosa, respeto y veneración imponía el Jesús Nazareno en la procesión de la madrugada del Viernes Santo cuando […] como un rey y señor pasa por las calles de la urbe entre nubes de incienso y los salmos del miserere y el pueblo cartagenero que, los ojos bajos, sin atreverse a mirar, caía de rodillas”.

José Francisco López Martínez

De “La imagen del Héroe. La renovación iconográfica del Nazareno por el escultor Capuz”. En Ecos del Nazareno. Cartagena, Semana Santa 2020.

This article is from: