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Trece cartas
Trece cartas
Pablo Núñez
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Primera carta
Querida Silvia, (o quizá ya no deba llamarte así):
He dado orden al banco para que traspase a tu cuenta el dinero que invertimos en esa vivienda que tan solo quedará en un proyecto. Creo que recogí todas mis cosas de tu casa, pero si se me olvidó algo, házmelo saber, o llegar.
Gracias.
Manuel
Segunda carta
Hola, Manuel. Me acabo de mudar a esta casa y he encontrado su carta en el buzón. Soy curiosa por naturaleza y la he abierto. No puedo decirle nada sobre la tal Silvia (¿su exnovia quizá?), pues no dejó ninguna dirección para enviarle el correo. Si encuentro algo que no es mío se lo haré llegar.
Reciba un cordial saludo. Elena
P.D. Debe ser todo un clásico utilizando aún cartas en estos tiempos. Me agrada. Y me gusta su letra.
Tercera carta
Señorita Elena:
No sabe cómo le agradezco que me haya contestado. Si Silvia ha desaparecido, mejor así. Era mi novia, pero creo que nunca nos entendimos. Nuestra relación era más bien de conveniencia: odiábamos estar solos, nos caíamos bien y decidimos pasar de una buena amistad a un noviazgo frío y distante. Luego, el amor, o sería más acertado decir su total ausencia, nos abrió los ojos y nos puso a cada uno en nuestro sitio.
En cuanto a lo de enviar cartas, tengo varias razones: me gusta escribir a mano, seguir practicando para que mi letra no se convierta en un garabato ilegible y, además, tengo un vecino cartero al que no soporto. Es una forma de poner mi granito de arena para que no le falte trabajo y esté todo el día lejos de mi casa.
Reciba un cordial saludo.
Manuel
Cuarta carta
Manuel (llevo un buen rato delante del papel pensado si ponerle estimado, señor, querido... pero no le conozco lo suficiente):
No tenía por qué contarme tantas cosas de usted, pero se lo agradezco, pues mi vida tiene pocos alicientes desde que me marché de casa de mis padres, que en paz descansen. Se les ocurrió morirse casi a la par. No me fui de casa porque me sintiera sola, que también, sino porque me llegó una carta diciendo que tenía que pagar un dineral por vivir allí, ¿lo puede creer? Al final la vendí y alquilé este apartamento que es más de lo que necesito.
Sus cartas se han convertido en un entretenimiento y, he de admitirlo, será un aliciente tener la esperanza de que me llegue otra. Estaré atenta al buzón. Le aseguro que las dos que me ha enviado, aunque técnicamente una no era para mí, han sentado muy mal a la soledad que tanto me acompaña últimamente.
Reciba un cordial saludo y espero que hasta muy pronto.
Elena
P.D. Le prometo que si me vuelve a escribir, en la próxima carta pondré un flamante «Querido» delante de su nombre.
Quinta carta
Querida Elena (y con esto espero haberme ganado el «Querido» que me promete):
Es un placer seguir escribiéndote. Creo que ya podemos tutearnos, ¿no crees?
Me hablas de la soledad y he de confesarte que también vive en mi casa y cada vez empuja más las paredes. Hasta pienso que es ella la que hace crujir la madera de los armarios por las noches para llamar mi atención y que siempre tenga presente su continua presencia. Siento la muerte de tus padres y lo que quiso hacerte el ayuntamiento, supongo, con ese robo al que llaman plusvalía.
Yo me escapé de casa muy joven. Vivía en un pueblo pequeño y ayudaba a mis padres con las vacas y repartiendo leche. Me dejaron bien claro que lo único que debía aprender en la vida era ordeñar y no equivocar las cuentas a la hora de cobrar. Sin embargo, a mí me gustaba vivir en la ciudad. En las sesiones matinales de los domingos me quedaba entusiasmado viendo el NODO antes de las películas. Me daba igual de qué hablasen. Lo que quería era ver planos de Madrid llenos de vida y de coches. Me escapé y mis padres no hicieron nada por encontrarme. Desde que llegué he pasado por todo tipo de oficios y ahora paso las horas como conserje en un oscuro edificio de oficinas dando los buenos días, inclinando la cabeza, abriendo puertas, mirando el reloj y ejerciendo de hombre ignorado e invisible. Los sueños de mi juventud se fueron desplomando y no me quedan ni recuerdos para crear, en este ambiente gris que me rodea, una pizca de nostalgia. Creí que Silvia iba a ser mi salvación, pero lo único bueno que me proporcionó fue el conocerte.
Un saludo cordial y un beso, si me lo permites.
Manuel
Sexta carta
Mi querido Manuel (te lo has ganado con creces):
Veo que hemos coincidido dos solitarios que no son precisamente la alegría de la huerta.
Nunca me ha gustado contar desgracias pero te resumo que mi pareja me dejó tirada en el altar. Luego me escondí en casa de mis padres y lo demás ya lo sabes.
Sólo he vuelto a tener interés (sería excesivo decir que me he enamorado y parecería una quinceañera) por alguien hace poco, mas es un desconocido que apenas me mira y me impide cada noche culminar algo que llevo intentando hacer algún tiempo.
Si tu trabajo te parece aburrido, el mío no es mucho más divertido. Paso las mañanas en una pequeña mesa arrinconada en la redacción de un periódico escribiendo necrológicas (como antes te dije, la alegría de la huerta). Tengo que reconocer que me salen muy bien. Las adorno de muchos pesares y docenas de familiares que, seguramente, apenas conocen al difunto. Cada día hago la mía para practicar. Me invento primos, cuñados y sobrinos que no tengo y la misa que nunca dirán por mi alma. La habría publicado hace tiempo. Quizá lo haga si algún día desaparece el desconocido del que te hablé. No dudes en dejarme encargada la tuya antes de que sea tarde. No te arrepentirás.
Elena
Séptima carta
Mi queridísima Elena:
Será un placer encargarte mi necrológica. También deberás inventarte a los familiares, pero confío en que tendrás buen criterio a la hora de engordar el listado de personas que nunca rezarán por mi eterno descanso. Morirme es algo que no me asusta. Quizá sea una forma de liberación para los individuos como yo. Pienso que mientras hay alguna esperanza a la que agarrarse, por nimia que sea, encuentras una pequeña rendija en la que depositar alguna ilusión para seguir en este mundo; mas cuando desaparece, la muerte puede convertirse en una solución a esta vida de madrugones, vacío y tristeza.
Quizá te parezca una tontería, pero continúo despertando cada día por una persona a la que no conozco. Antes me fastidiaba, ahora, desde que nos carteamos, hasta espero que siga en el mismo sitio para evitar lo que algún día será inevitable.
Creo que me he puesto algo filosófico. Intentaré ser más divertido la próxima vez, si la hay.
Un beso.
Manuel
Octava carta
Mi querido Manuel:
Yo tampoco temo a la muerte, e incluso la busco. No sabes cómo te entiendo cuando hablas de ella y de la esperanza perdida. Pero bueno, acabamos de conocernos y no es cuestión ahora de estirar la pata, ¿verdad?
Ayer diseñé tu necrológica y me salió divina. Era tan solo un ensayo, y puse mi nombre antes del «no te olvidará». Espero que no te importe, pero estás resultando una bocanada de aire fresco en mi vida y, sinceramente, creo que jamás te olvidaré.
Anoche fui a mi lugar de retiro y me encontré al desconocido de siempre. Lo observé más detenidamente que otras veces. Él pareció algo confundido y se subió el cuello de su gabardina, como escondiéndose de mis miradas. Debe ser muy tímido. Y también apuesto, de esto estoy segura. Como todos los días, llegó el encargado de cerrar el mirador y tuvimos que marcharnos. Después de tanto tiempo debe pensar que somos pareja, eso sí, algo extraña, pues cada uno bajamos por diferentes ascensores. Algún día te contaré la historia de nuestros continuos encuentros.
Un beso, mi querido Manuel.
Elena
Novena carta
Mi querida Elena:
Estoy seguro de que si nos hubiéramos conocido cara a cara no tendríamos tanta confianza como ahora. Me gustaría saber qué buscas cada noche en el mirador. ¿Quizá el encontrarte una y otra vez con ese hombre? ¿Esperas que rompa el hielo alguna vez? ¿Lo persigues por algún tipo de misterio? ¿Eres en tus ratos libres detective privado? Y tengo que hacerte una pregunta que no puedo quitarme de la cabeza. ¿También subes los lunes a aquel lugar?
Tu Manuel
Décima carta
Mi querido Manuel:
¿Realmente eres mío o es una errata? Sí que has cogido confianza (ahora vendría bien uno de esos emoticonos con una cara sonriente que aparecen en los móviles). No te preocupes, que me ha gustado. Es cierto que hemos intimado por escrito a pasos agigantados. Si nos hubiéramos conocido en persona no hubiéramos cruzado ni media palabra. Para que te hagas una idea, no hablo ni del tiempo en los ascensores.
Me haces muchas preguntas y yo también quiero hacerte alguna. En una de tus cartas me dijiste que por culpa de una persona desconocida seguías despertando cada día. Esto tiene muchas interpretaciones, ¿no crees? ¿Podrías ser menos enigmático?
Elena
Undécima carta
Mi querida Elena:
Te diré que esa persona es una mujer a la que llegué a odiar las primeras veces que la vi y ahora me agrada encontrármela. Nunca hemos hablado y nos miramos de soslayo, como con miedo a ser descubiertos el uno por el otro. Reconozco que me gusta ese juego, y que siento algo por ella que no podría explicarte. ¿Amor? No creo que sea para tanto, pero debe parecerse. Y no pienso contarte nada más, de momento.
Manuel
Duodécima carta
Mi querido Manuel:
Veo que eres todo un romántico, y un bobo. ¿Cómo se te ocurre sentir algo por esa mujer y no acercarte a entablar una conversación? Empieza por un «¡Hola!». Ánimo, tampoco es tan difícil. Supongo que la experiencia con Silvia no te ayudará a dar ese paso, pero, ¿acaso crees que se te va a caer el cielo encima por saludar a una desconocida? Hazlo y date otra oportunidad.
Y ahora, intentaré contestar tus preguntas.
Una noche tomé la decisión de suicidarme. Odio las armas y tampoco sería capaz de tirarme delante de un coche o un autobús para que el conductor lleve en su conciencia una muerte el resto de sus días. Siempre me gustaron las vistas de la ciudad desde un mirador, que no te voy a decir cuál es, y lo escogí para acabar con mi vida, lanzándome al vacío mientras observaba tan maravilloso paisaje. La primera vez esperé a estar sola, pero un hombre se quedó hasta que subieron a cerrar. Y así ha ocurrido hasta hoy. Aquel enigmático hombre me impidió saltar, pero últimamente ha sido nuestra correspondencia el bálsamo que ha retrasado ese último paso. He decidido contártelo pues ya ha llegado la hora de que termine de una vez con esto, aunque tenga un espectador en primera fila. Dudo incluso que me vea y quizá no se dé cuenta hasta que mi cuerpo repose sobre el asfalto. Para no romper de sopetón nuestra amistad, esperaré a recibir tu última carta. Te advierto que la haré trizas si me pides que no de el gran salto porque la vida merece la pena. Sería absurdo y ambos hemos dejado claro lo que pensamos de nuestras existencias.
Yo sí te voy a pedir algo: habla con esa mujer. Estoy segura de que tras ella se esconde la felicidad que, sin duda, mereces.
Un beso.
Elena
P.D. ¿Por qué me preguntaste si los lunes subo a aquel lugar? Ese día descanso de emociones fuertes y me quedo en casa.
Última carta
Mi querida Elena, te aseguro que no intentaré convencerte de nada. Me alegro de que me hayas dado la oportunidad de escribirte por última vez.
También me alegro de que los lunes no vayas al mirador. ¿Puede ser que te quedas en casa porque está cerrado? El de Cibeles no abre ese día.
Para que veas lo que aprecio tus consejos, esta noche voy a acercarme a esa mujer y le hablaré, así que puedes quedarte tranquila. Me ha animado mucho el que me digas que tras ella se esconde mi felicidad. Supongo que, estés donde estés, acabarás enterándote si llevabas razón.
Me voy a quedar con las ganas de saber qué pretende ese hombre al que encuentras cada noche. He imaginado que, quizá, sube allí para hacer lo mismo que tú y se lo impides, ¿quién sabe? Cosas más raras se han visto. A lo mejor le haces un favor si por fin te tiras. Será curioso leer en los periódicos que hubo dos suicidas la misma noche y en el mismo lugar. Eso dará pie a diferentes interpretaciones y acabarán buscando alguna relación oscura entre vosotros dos. Será divertido ver lo que inventan.
Espero que dejes escrita tu necrológica; sería un bonito recuerdo.
Finalmente, echa una última mirada a tu desconocido antes de dar, como tú dices, el gran salto. Si por casualidad se diera la vuelta, se acercase a ti, te dijera un «¡Hola!», se presentara formalmente y te pidiera que bajarais juntos, esta vez, en el mismo ascensor, acompáñalo y date una segunda oportunidad. Estoy seguro de que tras él se esconde tu felicidad.
Manuel
Pablo Núñez (España)