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Predestinación

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Equilibrio

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Predestinación

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Damaris Gassón

USÉ PARTE de lo que me pagaron para comprar esta soga con la que me voy a ahorcar, cuidando de hacer un nudo corredizo que no me permita tratar de respirar al último momento en el que posiblemente el pánico me inunde, pues estoy decidido. Si me tocó hacer el papel del traidor, al menos conservaré la dignidad de quitarme la vida con mis propias manos.

Sin embargo, en este juicio en el que resulto culpable y verdugo considero que de ningún modo se me hizo justicia. Lo que hice debía ser hecho, ninguno de los otros habría podido, no tenían el valor, y él no confiaba lo suficiente en ellos como para encargárselo. «Está escrito» la frase y explicación que se me dio una y otra vez para todos los acontecimientos extraños e inauditos en el tiempo en que acompañé al Hijo del Hombre por pueblos y caminos. Lo que no saben es que era yo el que procuraba el hospedaje y los alimentos mientras él y los otros se entregaban a sus arrebatos, yo el que trataba de conseguir información para que el Maestro no se expusiera a represalias o burlas, yo el que le imploraba no entrar en antros de perdición, ahí donde precisamente él quería buscar a las ovejas extraviadas, yo el que mejor entendía sus parábolas, y el que temblaba de miedo ante el porvenir de ese hombre al que amaba con todo mi corazón.

Dudaba y tenía miedo, como el resto de nosotros, como en esa ocasión en que la tormenta nos hizo naufragar o como en esa otra en que casi una multitud lo escuchó y anocheció sin que tuvieran nada que comer; me preguntaron y apenas sí tenía un pescado y un pan, y él sacó y sacó comida y los alimentó a todos. Dudé porque los maestros de la ley no negaban que hiciera milagros y hasta que fuese un profeta, lo que no sabían era de dónde venía su poder. Los contradijo, les llamó hipócritas y esto les molestaba cada vez más. Se me acusó de ser avaro aun antes de la cena de pascua, cuando la mujer aquella derramó el aceite de nardos sobre su cabeza y le secó los pies con su cabellera. Mi molestia no era lo costoso del aceite, era que estaba ungiéndolo como se unge a los cadáveres antes de su entierro y la predestinación de este acto llenó de tinieblas mi alma. Se acercaba esa hora odiada y temida por mí, y a partir de ese momento los acontecimientos se precipitaron.

Me dijo lo que debía hacer y cuánto sería odiado por ello. Me resistí, no podía ser yo el que le entregara a su martirio. ¿Y todo por qué? Porque yo entendía que él era el Cordero que lavaría con su sangre nuestros pecados, el holocausto de grato olor al Padre, la prenda por el rescate de nuestras almas, y lo peor de todo es que no podía compartir esto con nadie.

Compartimos el pan y el vino, mis compañeros no entendieron sus palabras, como era costumbre, y partí hacia lo que debía ser hecho. Me acerqué a él con los guardias romanos y los maestros de la ley. Lo besé… sí, pero no solo era para indicar a sus captores que él era Jesús de Nazareth, era para manifestarle mi amor y para sellar así lo que las escrituras predijeron, lo que debía suceder porque quiero que conste que en este suceso el libre albedrío no prevaleció, no había escapatoria ante esto, no tenía elección.

Soy Judas Iscariote y todos pensarán que fui el gran traidor, mas nunca actué a espaldas de mi Maestro, ambos sabíamos que las cosas debían suceder así, la traición se funda sobre la deslealtad y el engaño y yo lo seguí amando, tanto que ese amor se me convirtió en un trago amargo y salado, como el de estas lágrimas que derramo.

Si me voy a quitar la vida no es por vergüenza o arrepentimiento, es por esta inmensa rabia que me inunda al saber el triste papel que la predestinación me reservó desde que nací. Y muy en el fondo me invade el miedo, el miedo a que no vuelva y que su sangre y la culpa me cubran por el resto de mis días, sangre de un inocente que no hizo más que amar a la humanidad y suicidarse por ella.

Damaris Gassón Pacheco (Venezuela)

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