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De los acontecimientos ocurridos tras la muerte del señor Rivera
De los acontecimientos ocurridos tras la muerte del señor Rivera
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Juan Sergio Díaz
ANTES DE INICIAR EL RELATO de lo acontecido al señor Rivera tras su partida material de este mundo, debo prevenirle, lector, de que tratar de comprender la situación y la interacción de los personajes, así como el lugar en donde se desarrollan dichos sucesos, puede ser lo más cercano a lo inefable para las mentes terrenales que únicamente creen en lo que ven y observaban. Si usted es de aquellos que miran más allá de las cosas que existen y se ven, y cuestiona hasta el cansancio el lineal curso de la existencia natural, y crea, y escribe, dibuja e imagina, tal vez lo que relato sobre los sucesos que experimentó el señor Rivera le prevengan de seguir urgando en las cosas que no existieron desde siempre, así sean las que el hombre ha creado.
En medio de la nada (como sea que usted lo imagine) lo que ahora es el señor Rivera espera tras una puerta de madera sólida, que, más que tallada, parece haber brotado del suelo del planeta que ha abandonado. No podría haber nacido aquí —se cuestiona—, ya que no existe arriba ni abajo, ni dirección alguna en el «ningún lugar» donde se encuentra; sólo está ahí, esperando.
La enorme puerta sólida se abre con un crujir de remoto envejecimiento. Un tigre enorme aparece de ella. Majestuoso espécimen, orgulloso e indomable, que viene de la puerta ya que no hay nada del otro lado, el mismo vacío que alberga a Rivera rodea la puerta y existe tras ella.
No siente miedo por la bestia que le pasa al lado fingiendo no verlo, caminando indiferente. En su existir le habría causado gran fascinación y tal vez algo de miedo ver a aquel maravilloso ejemplar tan cerca; pero sabía ahora que no le causaría daño alguno. Porque no le interesaba… porque ahora no podría…
Sintió el instinto de atravesar la puerta, algo sin voz lo llamaba por su nombre, algo sin sonido se adentró en su existir y le pidió amablemente que se acercara. Y Rivera cruzó la puerta.
Lo que observó no existe en realidad, pero maneja mucho de la realidad que existe o que existió. Lo que será no le concierne porque le compete a algo más. Se encontraba en un cuarto oval sin paredes, techo o suelo. No lo adornaban muebles ni candelabros; caminaba o creía hacerlo, en un frío aire irregular. Mientras avanzaba, la voz sin sonido crecía en intensidad y le ordenó detener su recorrido.
Lo que lo llamaba apareció frente a él. Una sombra de vapor que se dividía en tres personas le dio la bienvenida (para continuar debo instruir al lector sobre la forma en que el ente se comunica: cada frase dicha la inicia el ser del centro con una voz gutural y grave, continúa el de la derecha con una voz meliflua, infantil, femenina y delicada, y termina una autoritaria voz materna. Nunca cambian el orden, son una misma mente). El ser triple preguntó su
nombre, su edad y las fechas de su nacimiento y muerte. Después de contestar a todas ellas un silencio reparó los huecos en sus memorias, para que pudiera contestar a cualquier cuestionamiento sin errores.
—¿Sabe usted que no es la primera vez que se encuentra aquí?, señor… llamado en esta última: Rivera. En cada aparición incumple las mismas normas y viola las mismas leyes. No fuimos nosotros quienes creamos las reglas del existir, a nosotros nos toca dictar sentencia a las cosas que tuercen la naturaleza. Usted no recuerda sus juicios anteriores porque se borra todo su conocimiento al regresar a la vida. De no ser así un individuo actuaría en su infancia y juventud con el conocimiento de su vida pasada y tendría ventaja sobre los otros individuos. Pero hay algo malo en su existencia, señor Rivera. Siempre recae en las mismas situaciones. Una tras otra busca expandir lo que existe creando ficticias situaciones. No podemos decirle sus nombres pasados, pero siempre ha sido humano; a excepción de una vez que intentó ser gorrión, y aun en esta, buscó torcer los parámetros establecidos de su existencia. Temo que no comprenda lo severo y serio de la situación en la que se encuentra y las consecuencias que le traerán sus palabras próximas.
Las dudas taladraron la conciencia. Vaya sueño tan extravagante que vivía en este momento. Despertar ahora, sería sin duda alguna una catastrófica desdicha; una gran calamidad, no descubrir el desenlace de este episodio. Dejar el curso de los eventos podría llevarlo a crear cosas nuevas con la pluma entre sus dedos, cuando despertara. Y el asombro de ver materializado en un sueño algo más allá de su imaginario personal le excitó el ego. Un ser dividido en tres y con poder incalculable, ¿sería aquel el dios de la trinidad de la que hablan los católicos? ¿De verdad miraba al creador a la cara o a lo que se suponía debía serlo? La incertidumbre le devolvió la duda sobre el sueño o realidad que estaba viviendo. Un solo modo existía para vaporizar toda duda.
—¿Eres tú, Dios?... ¿Eres Aquel que creó el universo y el mundo?
—No soy el dios del que se habla en tu planeta, en ninguna de sus formas, en ninguno de sus tiempos; poco tengo de aquellos a los que se refieren en tu mundo como «Todopoderosos». No soy Dios, pero soy parte de ello. No creé el universo, pero aporté parte de mi esencia a su existencia. Soy el dios que crees, y también lo son otros. Siempre han padecido el mal de creer ustedes que lo inexplicable viene de un único ser omnipotente similar en apariencia a ustedes en proporciones iguales o parecidas. No estás aquí para que te sea revelado el conocimiento del creador de lo que existe y lo que no existe, pero no me molestará revelarte que no es un Único sino varios de ellos. Y revelarte de dónde provenimos, antes de que el universo y el existir de todo se iniciara, te sería en demasía incomprensible al grado de llevarte a una locura eterna. ¡Ahora guarda silencio, que esto es un juicio universal! Usted, señor, en la última vida llamado Rivera, es acusado de torcer los parámetros naturales de las leyes del universo, de crear paradojas y desestabilizar las ya existentes… una vez más. ¿Cómo se declara?
—¡Me enjuician!... ¡No hay aquí jurado, abogado ni testigos! ¿Qué broma se supone que es este sueño ridículo?
—Yo soy su juez, su abogado y verdugo; yo soy su jurado, su acusador y su testigo… soy Todopoderoso y lo sé y veo todo en cuanto a las cosas que me corresponden. Y usted, señor Rivera, ha hecho todas estas atrocidades al nacer humano, al desarrollar habilidades que cuestionan y dividen la idea en una creación sincronizada, estable y perfecta. ¿Usted escribió sobre el miedo, creó música y cantó invenciones, pintó en muros y papeles, habló sobre lo extraño…? Usted creó en su mente cosas, y todo lo que el hombre imagina lo crea; no siempre se materializa, pero se crea. Una idea desarrollada al convertirse en pensamiento origina pequeños universos dentro del mismo cosmos original. Realidades artificiales y temporales, no eternas como la realidad original y única. Existe un equilibrio.
—No tengo yo la culpa de utilizar la inteligencia que se me ha dado.
—No; es verdad. No tiene la culpa de utilizar la inteligencia que se le dio a su especie para subsistir en el mundo que se les creó. Pero sí de usarla para cuestiones que no son acordes a su naturaleza.
—¡Esa es mi naturaleza!
—El tigre que usted vio es uno de los más cumplidos seres que existen en el universo. Vida tras vida sigue el sendero que debe transitar la especie en la que ha regresado, nunca se desvía, nunca se cuestiona; y por esa razón se le ha permitido volver a la vida eternamente y decidir en qué forma de vida quiere regresar, sin importar el tiempo en el que se encuentre. Siempre y cuando siga cumpliendo como hasta ahora. Para ser más especifico, no se le permitió al hombre crear en ningún momento. Su ingenio es parte de la rebeldía que crearon por su curiosidad, y han cambiado su entorno, y han cambiado su mundo; y, si se lo permitimos, cambiarán la vida de otros mundos. Al parecer no comprende la delicada situación de las cosas «sin importancia», como las está catalogando en sus pensamientos; y no, señor Rivera, esto no es un sueño. Sus derechos se han agotado y se ha tomado una decisión sobre lo que se hará contra usted. ¿Es usted conocido como Rivera? ¿Escribió, cantó, creó, usted, sobre cosas y situaciones que imaginó, al grado de plasmarlas en materiales, sonidos y palabras para compartirlas con sus similares? ¿Nació y pensó toda su última vida terrestre como humano al grado de vivir y buscar el progreso personal aun en las cosas más simples que la naturaleza le otorgó? —Tras la respuesta afirmativa a cada pregunta por parte de Rivera, el ente continuó su discurso—. En vidas anteriores ha renunciado repetidas veces al descanso eterno que ustedes catalogan como paraíso; por esta razón no podemos dárselo. Su derecho a volver a la vida, ya sea en forma humana o cualquier otra, ha sido revocado por su necedad de insistir en violar las leyes universales. Y por ello, lo que nos queda por dictar como sentencia es la fusión con el origen.
Si esto no era un sueño, si la verdad oculta se revelaba frente a él en ese momento, su existencia corría grave peligro, lo presentía, pero no había tenido la oportunidad de defenderse, de alegar a su favor. Le dolía el existir profundamente y experimentó el temor original. Y ahí, acorralado por el pánico, enfrentando la situación inimaginable, tomó valor, levantó la voz de la forma más autoritaria que sus pulmones le permitieron.
—Me están enjuiciando por vidas que no recuerdo, por decisiones que tomé siendo otras peronas. No he podido alegar palabra alguna a mi favor, ni defenderme, ni dar testimonio de mis actos.
—Ni lo hará, señor Rivera. Ya fue declarado culpable desde que atravesó el marco de la puerta. Cualquier argumento a su favor, lo conocemos; entiéndalo, cualquier posible desenlace a este asunto ha sido considerado mientras hablamos. Es culpable, señor, y cumplirá su sentencia una vez terminemos esto.
—Pero…
—Señor Rivera… Ha sido sentenciado a la fusión con el origen, su esencia o espíritu se irá de vuelta a la materia de donde todo ha salido, a la energía elemental. Perderá toda individualidad, toda conciencia de la existencia. Pero regocíjese, conocerá a lo que ha denominado Dios, aunque no será consciente ya de ello. ¡Se ha dictado su futuro! ¡Cumpla cuanto antes su sentencia!
Un estrepitoso ruido retumbó en la inmensidad de la nada, el hombre vivió la paz que muchos mortales en vida buscan con años de meditación. Al momento siguiente la paz de la transición se fue. Aún no desaparecía su esencia cuando lo vio. La materia primera, la energía natural. El dios que esperaba ver, todopoderoso, era una sombra líquida que flotaba en la no existencia, tragando mundos y realidades para seguir creciendo. Creaba universos mientras devoraba otros; en su asquerosa fisionomía no vio forma alguna ni parentesco con algo familiar. Ahí es a donde iría a parar, a fusionarse con aquella porquería; olvidaría todo lo que había aprendido en vida, en varias vidas; pero qué más daba… todos iremos a parar ahí, a ser parte de ella porque de ella salimos.
Y se perdió eternamente.
Nada podría regresarlo jamás, tragado y diluido en el mismo destino que sufre un grano de sal en los alimentos, con su insignificante existencia desconocida para el comensal.
El ente que sentenció al hombre sintió dentro de sí la absorción del alma del escritor de terror. Se regocijó por un momento y llamó a uno más de otro tiempo y de otra realidad a cumplir su sentencia. A darle gusto al origen.
Juan Sergio Díaz (México)