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Greenwich Mean Time
Greenwich Mean Time
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Héctor Daniel Olivera Campos
6:00 G.M.T.
—¿Qué hora debe ser en España?
—Según el reloj ese de la pared, el que pone abajo London, si allí son ahora las seis, en España han de ser las siete.
—No sé cómo te aclaras.
—Es fácil. Londres se rige por el huso horario del G.M.T.
—¿?
—El Greenwich Mean Time. El horario de invierno en España es el G.M.T más una hora. Y el de Hong Kong es el G.M.T más ocho horas.
—¡Joder! Y todavía nos falta al menos una hora para el embarque. De Hong Kong a Dubai y allí transbordo para Madrid. Desde luego Alberto, no sé cómo tienes bemoles de venir dos veces al año a China. Es mi primera vez y estoy baldao.
—¿Pero a que ha valido la pena?
—No lo dudes. Estos chinos son unos cabrones negociando, pero con todo y con eso, los costes laborales son tan escandalosamente bajos comparados con los que tenemos en España, que aunque tuviéramos que untar al mismísimo Fu Man Chú, aun así, la compañía ganará millones con la deslocalización. Me relamo pensando en la comisión que nos vamos a embolsar. No me explico cómo pueden tener una mano de obra tan barata.
—Aunque parezca un chiste, en China sobran chinos. Tienen un excedente laboral que migra del campo a la ciudad de decenas de millones de personas. Los inmigrantes que llegaron a España tiraron para abajo los salarios y la crisis hizo el resto; pero no es suficiente, no se puede competir con los chinos.
6:15 G.M.T.
—Rubén, acábate ya el Nesquí o llegarás tarde al insti.
—Ya voy…
—A ver, niño, ¿qué te pasa, que estás apollardao?
—Es qué está enamorado.
—¡Mamá!
—¿Ah, sí? ¿Y ya le has visto el chochete a la niña?
—¡Papá!
—No le digas esas cosas al niño.
—¡Coño, María! Que tiene dieciséis años ya, que los niños de ahora están muy espabilaos. Tú haz lo que tengas que hacer, pero ponte un globito, que con la que está cayendo nada más nos faltaría que nos hicieras abuelos. ¿Y cómo se llama la moza?
—Hilda.
—¿Qué nombre es ese?
—Es latina. Va a su misma clase.
—¡No me jodas! Tú, niño, con esas sal para divertirte y nada más. Que esas extranjeras son muy largas y muy liantas.
9:06 G.M.T.
—¡Qué majadero es usted, señor Anselmo! —Adela, ¿se puede saber que le está diciendo usted a mi padre?
—Hija, esta sudaca me quiere engañar. —Papá, te he dicho mil veces que no la llames sudaca, que es peyorativo.
—Dice que el café es dulce, y el café es amargo de toda la vida.
—Señora, lo de majadero se lo desía en broma. Y no le engaño, es que no me ha entendido bien. El café que bebemos es amargo, lo que es algo dulse es la pulpa que recubre el granito del café. En mi tierra la llamamos rojito, porque cuando madura el fruto se pone coloradito. Si lo sabré yo, que desde niña he recogido café. —¡Ah, sí! ¡Qué curioso! Y el café, ¿dónde nace? ¿en un árbol?
—No, señora, en un arbusto, y necesita de sombra para creser. No hay máquinas para cosecharlo, hay que recogerlo a mano, frutica a frutica.
—No consigo imaginármelo. Debe ser muy trabajoso, ¿verdad?
—Señora, es lo más agotador y aburrido que existe, y los latifundistas de mi país lo pagan con salarios de hambre.
—Adela, yo cuando oigo historias de países como el suyo no me explico cómo no se rebelan. Yo protestaría.
—Y protestamos, señora, lo que pasa es que nos matan. A mi marido lo asesinaron los escuadrones de la muerte por denunsiar esos abusos.
—Adela, por favor, no llore.
—Perdone, señora, es que me acuerdo y no puedo evitarlo.
—Vamos, vamos, tenga un pañuelo. Repóngase, Adela, que en esta casa la queremos mucho, es como de la familia.
9:17 G.M.T.
—¿Sí, Ramírez?
—Disculpe, hay una cosa de este crédito que no tengo clara.
—Déjeme ver. No veo el problema. Según esta documentación, este crédito es correcto. Es una empresa exportadora que ya tiene aprobada por el ministerio la subvención por exportar, y mientras no la cobra, nosotros le adelantamos la cantidad para que tengan circulante.
—Es que es una empresa de armamento que exporta armas ligeras a un país africano en conflicto.
—¿Y qué? ¿No tendrá usted escrúpulos ideológicos, verdad? A mí todas las ideologías me parecen respetables, pero hay que dejarlas en la puerta del banco antes de entrar a trabajar.
—No, no, yo soy completamente apolítico. Lo que me preguntaba era si la exportación es legal. Porque leí en la prensa que este tipo de exportaciones violaban un código…
—…deontológico, Ramírez, código deontológico; un código de buenas prácticas que en la práctica no obliga a nada. Son exportaciones totalmente legales y a esta firma, en concreto, estamos aburridos de respaldarla con nuestros créditos. ¡Ah!, por cierto, ya que está usted aquí, tráigame el contrato del préstamo que hemos aprobado para esa empresa que quiere trasladar su producción a China.
9:45 G.M.T.
—¡Que no, hombre, que no! Que al precio que me vendes el café no me sale a cuenta, que me da igual que sea del comercio justo ese de las narices. Si acepto tu propuesta, para seguir ganando lo mismo tengo que subir al menos quince céntimos cada café y eso me supone perder clientela.
—Buen día.
—Buenos días, Ibrahim. Mira, este chico pasa cada día por el bar para vender películas piratas a los clientes y mientras tanto se toma un cortado. Ibrahim, si mañana te subo el cortado quince céntimos, ¿qué opinas?
—Malo.
—¿Ves lo que te digo?
—Bueno, pues nada, adiós.
—Adiós. ¿Qué novedades traes, Ibrahim? Mira, la última del Di Caprio. Esto me recuerda un chiste. Esto es la frontera de Algeciras y pasa un moreno como tú con un pasaporte falso con la foto del Leonardo Di Caprio. Y el guardia civil que está en la aduana mira la foto y mira al negro, mira la foto y mira al negro. Y le dice: «Espérese aquí un momento». Entra el picoleto pa dentro del puesto y dice: «Mi sargento, usted que es un hombre de mundo: ¿El Titanic se hundió o se quemó?».
—… —¡Coño, Ibrahim! No pongas esa cara, que es una broma, que sabes que yo no soy racista.
—Yo, hoy triste. No quiero bromas.
—¿Qué te pasa? —
No sé si mi hermano pequeño está vivo o muerto. —
¡Coño, Ibrahim! No sabía nada. ¿Qué le pasa a tu hermano?
—Antiayer él debía irse en cayuco. Yo quería hablar y decirle que no fuera. Esto no vale la pena, mucho trabajo, mucho gasto de alquiler por vivir todos juntos en piso como sardinas, siempre mirando que no te coja policía. Yo me gano nada más que treinta céntimos por película que me da el chino. Muy poco, no vale la pena.
—Perdona, Ibrahim, pero lo que no entiendo es por qué arriesgáis la vida en esas travesías. Debéis pasar mucha hambre en vuestro país.
—Mucha pobreza. Mi país rico, tiene diamantes, petróleo, madera, de todo. Pero los políticos, malos, corrupción, guerra.
—Escucha, al cortado te invita hoy la casa.
9:47 G.M.T.
—Adela, tenga, esta ropa, ya no la uso y he pensado que le podía ir bien a usted. —Muchas grasias, señora. Es usted muy amable.
9:52 G.M.T.
—Aquí tienes el café. ¿Azúcar o sacarina? —Azúcar.
—Lo que no comprendo es por qué siguen jugándose la vida para venir a España. —Los inmigrantes quieren lo mismo que tú y que yo: conseguir un trabajo, poder vivir de él, atender a su familia, prosperar…
—Sí, pero ahora mismo en España no hay trabajo ni para los españoles.
—Piensa que aquí hay Seguridad Social, sólo por eso les vale la pena. Si yo viviera en un país en el que se me puede morir un hijo por no poder pagar al médico, supongo que también cogería el cayuco.
10:39 G.M.T.
—¿Por qué tu mamá te llama cholita?
—Lo dice cariñosamente.
—¿Entonces, yo te puedo llamar cholita? —No, tú no.
11:20 G.M.T.
—¿Ramírez? —¿Sí?, López. —Ayer me acordé de ti, fui a ver una obra de teatro que se llamaba «La importancia de llamarse Ernesto». —No la he visto. Mis padres me pusieron Ernesto en homenaje al Ché Guevara.
13:09 G.M.T.
—No, no me des la lista del menú. Hazme un bocadillo de chorizo y ya está. No tengo ganas ni de comer.
—Juan, haces mala cara.
—Se me nota, ¿verdad? Pues en casa lo disimulo; esta mañana incluso he bromeado con mi hijo que se ha echado una novieta.
—¿Qué te pasa?
—Todavía no es oficial, pero los rumores indican que van a cerrar la planta para trasladarla a China y dejarnos a todos en la puta calle. Es que lo pienso y me entran escalofríos. Dieciocho años currando en esa fábrica y tener que empezar de nuevo. Con cuarenta y ocho años uno es demasiado joven para jubilarse y demasiado viejo para que te contraten en otro lado. Si cierran, me joden la vida.
—Pero, Juan, si eso pasa, algo se tendrá que poder hacer. Digo yo que os recolocarán en otra parte.
—No te creas. Eso mismo le pregunté al abogado del sindicato, y me dijo que desde el sindicato lucharían por nosotros. Y yo le dije, vale, pero si se ponen cabezones y cierran la factoría de todas formas, ¿qué alternativas hay? Y me dice que ninguna, que si conseguimos que nos paguen por el despido lo que señala la ley será todo un éxito. Que no se puede hacer nada, que la culpa la tiene la globalización. Y yo que le pregunto, ¿eso de la globalización qué es? Y el tío capullo se pone a darme una conferencia: «La globalización es un concepto…». Y yo le respondo: «Pues va a ser la primera vez que un concepto me da por culo».
16:08 G.M.T.
—Señor Ramírez, aquí tiene el anillo que encargó.
—Es precioso.
—A su esposa le va a encantar. No podía haber elegido mejor. Es esperanzador comprobar que todavía queda romanticismo en el mundo. No todo está perdido.
17:12 G.M.T.
—Cholita, ¿dónde vas?
—A la calle.
—Yo sé a dónde vas cholita. Vas a ver al españolito.
—Es sólo un amigo. No hacemos nada malo.
—Ni que yo me entere.
—¿Por qué no te gusta Rubén?
—Wilson quiere salir contigo.
—Wilson es latin king.
—Sí, pero al menos es de tu país.
—Mi país es este.
—No empieses, cholita. Tú sabes que un día tendremos que virar, que, en cuanto ahorre sufisiente para hasernos la casita y montar el negosio, regresaremos.
—No sé por qué hemos de volver. —Porque allá están mis hermanas y tus primos.
—Yo casi no me acuerdo de ellos. Además, tú siempre me cuentas que allí pasaste mil trabajos.
—¿Y qué te crees, que acá no los paso? Hoy ese viejo tronado que cuido estaba insoportable. Además, aquella es nuestra tierra, a mí esto no me gusta. Acá la gente es fría, todo el mundo vive enserrado en su casa, no puedes pedirle nada al vesino. Extraño las noches de verano en mi tierra en que sacábamos las sillas y nos poníamos a conversar sentados frente a las puertas de la casas. El otro día una vieja, vesina y conosida del señor Anselmo, se murió y hasta que no pasó un mes y olía a podrido, nadie la echó de menos.
—Mamá, yo te comprendo, pero tú no me comprendes a mí. Yo llegué a España cuando tenía siete años. Soy española.
—Tú te piensas que porque has ido a la misma escuela que los españoles y hablas con ese asentito gachupín que se te ha puesto, ya eres española, pero te equivocas, Hilda, los españoles nos despresian.
—No todos.
—Fíjate que hasta los gitanos nos llaman payo-ponys. A los españoles les interesa que estemos acá para que hagamos los trabajos que ellos ya no quieren haser y pagarnos una miseria. Desengáñate, corasón, ningún español se casará nunca contigo.
17:20 G.M.T.
—Cariño, ya estoy en casa. ¡Tachán, tachán! ¡Feliz aniversario!
—¡Te has acordado! —¿Cómo me iba a olvidar?
—¿Qué me traes aquí…? ¡Oh, oh! ¡Dios! ¡Es una maravilla! La piedra del anillo, ¿qué es?
—Un diamante, pequeñito, pero auténtico. —Te habrá costado un dineral.
—Eso es lo de menos, no todos los días se cumplen diez años de casado.
—Sí…, pero un diamante. ¿Nos lo podemos permitir?
—Hay un secretito que no te he contado: gané una suculenta prima por ser el empleado que más obligaciones preferentes conseguí endosar a los clientes.
—¿El campeón de la sucursal?
—¡Qué va! El número uno a nivel provincial.
—Deja que te bese, ¡campeón! (¡Muaaaaac!). Eres el hombre más bueno del mundo. Ya verás cuando se lo enseñe a Chabeli, se va a morir de envidia, qué te apuestas a que la cacho puta dice que es falso.
—Espera, que esto lo venden con certificado de autenticidad. Aquí está. ¡Qué casualidad!
—¿El qué?
—Pues que hoy mismo he gestionado un préstamo para una empresa que exporta armas al país del que procede el diamante. —Tienen una economía un poco rara, ¿no? —Aquello debe ser una merienda de negros.
—Dame el certificado, lo guardaré en el bolso por si acaso.
—He contratado una escapadita romántica para este fin de semana, pensaba regalártelo entonces, pero me he dicho, ¡qué coño!, el aniversario es hoy.
—Has hecho muy bien.
—Dile a Adela que no haga planes para el domingo, se tendrá que quedar con tu padre.
—Hoy Adela estaba triste.
—¿Qué tenía?
—Me ha contado que a su marido lo mataron por meterse a sindicalista o algo por el estilo.
—Es posible, en esos países tercermundistas la gente es muy salvaje, es un problema cultural; para ellos la violencia es algo normal.
—Adela me da pena. Tendríamos que hacer algo más por ella.
—¿El qué?
—Darla de alta en la Seguridad Social.
—Ni hablar. Sabes que no soy tacaño, pero no hay nada que me joda más en esta vida que pagar más por algo que puedo conseguir por menos, es de primos.
—Pero lo que hacemos no es legal.
—Por eso no te preocupes, te aseguro que no va a visitarnos ningún inspector de Trabajo, que no van ni a donde tienen que ir. Ninguno de los que trabajan en mi banco, que tienen chicas, las tienen contratadas legalmente; es más, las tienen internas y sólo les dejan libres los domingos. Nosotros tratamos a Adela exquisitamente; no sólo le damos fiesta el domingo, sino que le dejamos que vaya tres horas todas las tardes al bochinche ese que tiene alquilado para que pueda atender a su hija adolescente.
—Pero…
—Mi vida, ¿quieres cagarla? Es fácil: contrátala legalmente. ¿Sabes lo primero que nos exigirá? Pues las cuarenta horas semanales. Anselmo necesita cuidados constantes, así que ya te veo dejando tu trabajo en la galería de arte y quedándote en casa para limpiarle el culo a tu padre. ¿Es eso lo que quieres?
17:49 G.M.T.
—Tenga, caballero.
—No quiero publicidad.
—No es publicidad. Es una convocatoria para una manifestación.
—¡Ah, sí! Vosotros sois esos de extrema derecha.
—Que no le manipulen, caballero. Defendemos a España y a los españoles. —¿Y por qué es la manifestación? —Queremos que expulsen a todos los inmigrantes maleantes ilegales que están degradando el barrio. Exigimos la clausura de los pisos-patera y más policía en el distrito.
—¿Vuestro partido está contra la deslocalización de empresas? Porque la fábrica en la trabajo se la llevan para China.
—Nuestro partido es el único que se opone a la deslocalización. Proponemos recuperar la soberanía económica nacional. En nuestra web lo explicamos todo.
—Apúntame la web en la hoja.
18:23 G.M.T.
—¿Me quieres?
—Mucho.
—Júrame que cuando seamos mayores te casarás conmigo.
—¿Por qué?
—Tú di: juro que me casaré con Hilda o que me muera ahora mismo.
—Vale, me casaré contigo.
—Ojalá pudiera oírte mi mamá.
—¿Y eso?
—Dice que los españoles sois racistas y que no se casan con las latinas.
—Tu mamá está tonta.
—¡Rubén!
—Tú mamá es tonta y mi padre gilipollas. Nuestros padres no saben nada, son de otra época. Todo está cambiando.
Héctor Daniel Olivera Campos (España) Blog: hectoroliveracampos.blogspot.com.es