6 minute read
El tabaco en el Viejo Mundo
Cristóbal Colón no fue un cronista, mucho menos un científico o un sociólogo. Su objetivo primordial eran las riquezas o el comercio con las tierras que él consideraba el otro extremo de Catay, como denominaban a la milenaria China. Su espíritu mercantilista fue denostado, aún por sus contemporáneos, y los que no lo fueron, se encargaron de zaherirlo todavía más por su oportunismo y su afán de aumentar sus estipendios a toda costa y, sobre todo, abusando de la ignorancia de los pobladores del continente americano.
El interés de los indígenas para ofrecerle las grandes hojas de tabaco, tal vez presumiendo que el Almirante tenía conocimiento de sus poderes teúrgicos, no provocaron en él ninguna emoción. No le conmovían en absoluto los atributos ceremoniales de los autóctonos de estas tierras. Era lógico y comprensible; en ese simple gesto se estaban cruzando dos mundos extraños con sus floras y faunas particulares. Los informes favorables sobre el tabaco y sus presuntos efectos estuvieron a cargo del explorador ermitaño español Ramón Pané (1). En su obra escrita en 1497, titulada De insularium ritibus, traducida al castellano como Relación acerca de las antigüedades de los indios, donde se explayó sobre el folclore americano cayendo en una ingenua apreciación acerca de algunas creencias.
Advertisement
Mayor efecto tuvo, en cuanto a beneficio para la adicción, el libro de Gonzalo Fernando de Oviedo y
Valdés publicado en 1535 y titulado Historia general de las Indias (2). El autor era un hombre de avanzada edad para la época, ya que gozó de una prolongada vida que se extendió entre 1478 y 1557; cuando dio a luz esta obra, se acercaba a la séptima década.
Son numerosas las anécdotas que existen sobre la práctica del tabaquismo, aunque creemos que actitudes similares (fumar opio) deben haber sido conocidas por buena parte de los europeos. Una de ellas menciona que Rodrigo de Jerez, del que ya nos ocupamos, tuvo esa ocurrencia (o necesidad) de fumar en España. Se cuenta que cuando sus compañeros (no serían los del viaje por América) lo vieron sacar humo por boca y nariz, lo creyeron
poseído por el demonio. El corolario lo hemos relatado: fue a parar a una celda de la Inquisición. No obstante, para los futuros adictos, la suerte estaba echada.
España estuvo muy interesada en obtener plantas medicinales de las tierras descubiertas. Los reyes españoles a menudo encomendaron a sus médicos de cámara a que viajaran e hicieran las averiguaciones tendientes a lograr este propósito (3). Existían necesidad y avidez por descubrir elementos vegetales que pudieran utilizarse como eventuales panaceas.
Grabado del libro de Simón Paulli (1603-1680), Commentarius de abusu tabuci (1681).
En 1559, Felipe II le recomendó a su médico Francisco Hernández, que se dirigiera a México con ese fin. Hernández estudió y describió 1200 plantas, entre las
que se encontraba la del tabaco, y posiblemente fue el primero en sembrarla en Europa. Sin embargo, por razones puramente cronológicas, el primero de los cronistas herbolarios fue Nicolás Bautista Monardes, un sevillano que nació un año después del descubrimiento de América. Fue él quien ofreció a la ciencia europea las primeras descripciones detalladas y correctas de las características de muchos vegetales. Su trabajo sobre el tabaco es considerado un clásico en su género. Le correspondió también el mérito de haber sido el primero en publicar grabados sobre el tabaco y los bálsamos medicinales más importantes de la época: el llamado del Perú y el de Tolú.
Es posible también que, con anterioridad, Ramón Pané y Fernández de Oviedo hayan llevado ejemplares de tabaco a Europa.
Gesualdo4 es categórico cuando afirma que: “El viajero y cronista italiano Gerolamo Benzoni (15191573), milanés, se embarcó en Sevilla en 1514 y durante diez años recorrió las Antillas, Cuba, Guatemala, Puerto Rico y el Perú, circunstancia que le pemitió presenciar la conquista española de estas tierras. A su regreso a Italia, publicó la Storia del Mondo Nuovo, en Venecia, en 1565; Este libro alcanzó treinta y tres ediciones en latín, italiano, francés, inglés y alemán. En España fue prohibido pues describió con total realismo las crueldades de los conquistadores con los indígenas. Benzoni fue el primero en anoticiar sobre el tabaco que fumaban los aborígenes en América Central, diciendo en su libro [...] “despiden un humo pestífero del demonio de unos yuyos que queman y luego aspiran...”. El ensayo de Monardes está fechado en 1571, lo cual prueba que la obra del italiano fue anterior.
Es interesante la observación de Corominas (5) que,
aunque le asigna como fecha de nacimiento a la palabra tabaco el año 1535, expresa: “Consta que tabacco, atabaco y formas análogas (procedentes del ár. tabbâ o tubbâq, S. IX) se emplearon en España y en Italia, desde1410, mucho antes del descubrimiento del Nuevo Mundo, como nombre de la olivarda, del eupatorio y de otras hierbas medicinales, entre ellas, algunas que mareaban o adormecían. Es verosímil que los españoles transmitieran a la planta americana este nombre europeo, porque con aquella se emborrachaban los indígenas antillanos. Aunque ya cronistas de Indias del siglo XVI afirmaron que era palabra aborigen de Haití, no es este el único caso en que incurren en tales confusiones”. Las palabras tabacal, tabacalero, tabaquera, tabaquería y tabaquismo son posteriores.
Tabaquera de marfil(180180). Capítulo Médico, N° 2, abril de 1992.
No hemos podido verificar una nota que publicó la revista Leoplán (6), en la cual se habla de una profecía (atribuida a Mahoma e incluida en el Corán), y que
se refiere al tabaco, mil años antes de que éste fuera introducido en Arabia: “...en esos últimos días habrá hombres que llevarán el nombre de musulmanes, pero que en verdad no lo serán, y ellos fumarán una planta que se llamará tabaco”.
Tratamiento de enfermos entre los indios de Florida. Derecha: tratamiento con humo. Grabado en cobre de las memorias de viaje por América de Theodor de Bry, Francfort, 1603 (ACTAS CIBA 3-4, 1949).
Por su parte, De Miguel y el Marqués de Morante (7) nos aportan datos sobre el término fumar, del latín, que evidentemente se origina en la forma primitiva de humo, o como ellos dicen, del muy clásico fumus. El verbo fümare, tiene el significado de humear, arrojar humo. Estos mismos autores fundamentan la acepción con versos del propio Virgilio: Fumantes pulvere campi (campos cubiertos con una densa nube de polvo) o la mucho más dramática: Fumabat cruor ad aras (humeaba la sangre en los altares). Atribuyen una acepción similar, la de echar o arrojar humo, a las voces latinas micus, fümidus y fümifer.
BIBLIOGRAFÍA:
1. Pané R, Relación acerca de las antigüedades de los indios,
La Habana, Cuba, Ed. de Ciencias Sociales. 1990. 2. Bühler-Oppenheim K, “Datos históricos sobre el tabaco”,
Buenos Aires, Actas Ciba. Nº 3/4: 34-41, marzo-abril de 1949. 3. Pérgola F, “Sobre yerbas y herbolarios”, Buenos Aires, Todo es
Historia, Nº 324, pp. 50-64, julio de 1994. 4. Gesualdo V, “De cigarros, cigarrillos, charutas, tagarminas y cachimbos”, Todo es Historia, Nº 237, pp. 26-34, febrero de 1987. 5. Corominas J, Breve Diccionario Etimológico de la Lengua
Castellana, Madrid, España, Gredos,1990. 6. “Pipa, ¡Cómo se fuma!”, Buenos Aires, Leoplán, Nº 94 -
Buenos Aires, 17 de agosto 1938. 7. De Miguel R y Morante, Marqués de, Nuevo Diccionario
Latino-Español Etimológico, Madrid España Sáenz de Jubera,
Hnos. 1919.
Cuarto soberano inca Mayta Capac. Dibujode una Crónica manuscrita del indio peruano Felipe Guaman Poma de Ayala, escrita alrededor de 1613.
Historia y Vida, N° 68, Barcelona, 1973.