EL TABACO EN EL VIEJO MUNDO Cristóbal Colón no fue un cronista, mucho menos un científico o un sociólogo. Su objetivo primordial eran las riquezas o el comercio con las tierras que él consideraba el otro extremo de Catay, como denominaban a la milenaria China. Su espíritu mercantilista fue denostado, aún por sus contemporáneos, y los que no lo fueron, se encargaron de zaherirlo todavía más por su oportunismo y su afán de aumentar sus estipendios a toda costa y, sobre todo, abusando de la ignorancia de los pobladores del continente americano. El interés de los indígenas para ofrecerle las grandes hojas de tabaco, tal vez presumiendo que el Almirante tenía conocimiento de sus poderes teúrgicos, no provocaron en él ninguna emoción. No le conmovían en absoluto los atributos ceremoniales de los autóctonos de estas tierras. Era lógico y comprensible; en ese simple gesto se estaban cruzando dos mundos extraños con sus floras y faunas particulares. Los informes favorables sobre el tabaco y sus presuntos efectos estuvieron a cargo del explorador ermitaño español Ramón Pané (1). En su obra escrita en 1497, titulada De insularium ritibus, traducida al castellano como Relación acerca de las antigüedades de los indios, donde se explayó sobre el folclore americano cayendo en una ingenua apreciación acerca de algunas creencias. Mayor efecto tuvo, en cuanto a beneficio para la adicción, el libro de Gonzalo Fernando de Oviedo y 31