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El tabaco en Buenos Aires, en el siglo XIX
Los primeros intentos de estudio de mercado (marketing, tal cual lo manifestamos cuando nos referimos a los efectos nocivos del tabaco, quedaron reflejados en la actitud de la Real Renta, al distribuir muestras en el Virreinato con el objeto de auscultar el gusto de los consumidores. Esta conducta comercial, insinuaba los principios que sustentarían las grandes campañas propagandísticas que cobrarían fuerza inusitada en el siglo siguiente.
En los comienzos del periodismo en el Río de la Plata, el Telégrafo Mercantil del 18 de abril de 1801(1) aporta datos sobre la actividad comercial en este rubro: “Tabaco en oja á 2 ps. arr. De pito á 11 rs.” (sic). Respecto a la cantidad recolectada: “Desde el día 9 al 19 que principió la recolección de Tabacos quedaban acopiadas 70 400 arrs. La mayor parte de Oja” (sic).
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Las personas vinculadas al negocio del tabaco, respondiendo a una conducta habitual de la época, también comerciaban seres humanos. Un aviso evidencia esa conducta: “En casa del Contador de Tabacos se vende una Mulata de 15 a 20 años de edad, que sabe coser y bordar acribáo en 350 ps.”.
Como contrapartida de lo anterior, en el ejemplar del 26 de agosto de 1801, un comerciante aconseja a su hijo: “El exercicio del Comercio tiene por base la buena fe, procura conservarte en él con pureza y honradez”.
¿Actuaron con pureza y honradez quienes estaban al tanto del daño que hace el tabaco?
En un principio, no eran muchas las tabaquerías existentes en Buenos Aires. Consultando el Almanaque político y de comercio de la ciudad de Buenos Aires para el año de 1826, redactado por J. J. M. Blondell en 1825 (2), entre la lista de comerciantes de diversas áreas, nos encontramos con el rubro: MercaderesMarchands-Tobacconists. De tabaco. De tabacs, que incluye a quienes se dedicaban a su comercialización. La siguiente es una transcripción literal:
Bienbenido, Pantaleón (Plata 56) Brasi, José (Plata 138) María, José (Victoria 24) Martínez, Manuel (Corrientes 141) Oromi, José (Potosí 151)
De acuerdo con esta información, nuestra ciudad contaba con cinco comerciantes en tabaco. Curiosamente, una cantidad similar a la de librerías. Como se pudo comprobar con posterioridad, la cultura quedaría notablemente rezagada no solo en el terreno económico sino, también, en materia de difusión.
Quien dedica un jugoso capítulo a las cigarrerías y las cigarreras, es José Antonio Wilde, en su libro Buenos Aires, desde 70 años atrás que comprende el período 1810-1880 (3). Según nos informa, las cigarrerías continuaban siendo escasas en Buenos Aires, hasta mucho después de 1850. No ocurría lo mismo en Montevideo, ciudad donde existían “con profusión en 1842”. Los cigarros se expendían antiguamente en almacenes y pulperías, así como en los negocios en los cuales se vendía tabaco en
forma de cigarrillos. Los almaceneros contaban con un “picador de tabaco”.
Otro dato interesante lo brinda Wilde cuando describe la fabricación de cigarrillos y su comercialización: “Este ramo de la industria estaba, puede decirse, exclusivamente en manos de la mujer, y muchas familias pobres se sostenían bien con solo la fabricación de cigarros de hoja. Toda la familia, o la mayor parte de ella, por lo menos, tenía participación en la operación de abrir tabaco y separar la tripa de la hoja; una de las más prolijas se ocupaba de remojar, luego abrir y apilar hoja sobre hoja, las que más tarde se empleaban para la capa externa o envoltura del cigarro; la niña, o las niñas eran las fabricantes”.
Una costumbre de los negros, fumar (...) “chamico (Datura Stramonium) que ellos llamaban Pango; bien pronto sentían su efecto estupefaciente: dormitaban, contemplando, sin duda, visiones de la madre patria, olvidando, por algunos instantes, su triste situación”.
“Para los esclavos o la gente pobre, en el siglo XVIII –a fines y principios del XIX– no era tan accesible el consumo de tabaco, ya que no disponían fácilmente de “1½ real para comprar media libra o juntarse dos o tres para obtenerlo”. Para la Real Hacienda, representaban un serio problema los que fabricaban en sus casas y vendían (...) “cigarros de todas clases y muchos, entre ellos soldados, se dedicaban a este negocio clandestino”.
Las autoridades intentaron eliminar esta fabricación clandestina denominada “las polillas del erario”, porque causaba un serio perjudicio a la economía (4).
Las negras lavaban la ropa a orillas del río y era común verlas (...) “provistas de un pito o cachimbo (pipa de fumar, ordinaria y tosca que usan particularmente los negros viejos)”. Pero no solo las
negras fumaban Wilde se pregunta: “¿Fumaban las señoras en aquellos tiempos? No se ruboricen ni se enojen nuestras bellas lectoras... Sí; ¡y mucho! En la clase baja era sin recato; veíanse mujeres fumando con toda desenvoltura en las puertas de calle. En la clase media se empleaba siempre algún disimulo, pero no era raro sorprender a la señora de la casa y aun a sus amigas, sentadas en el patio, en una tarde de verano, medio encubiertas por alguna frondosa planta, con un enorme cigarro, que trataban de ocultar a la entrada súbita o inesperada de algún inoportuno, quien aparentaba no haberlo notado, a pesar de estar ellas envueltas en una densa nube de humo. Las de más alta jerarquía lo hacían con todas las precauciones del caso. En otras provincias, el hábito de fumar estaba mucho más arraigado en la mujer y se fumaba con menos reserva. Aún no se ha extinguido por completo en la nuestra, aunque es ya mucho más raro”.
Después de 1950, esta situación se revirtió por completo y a fines de siglo la mujer se ha equiparado al hombre en el consumo de cigarrillos, superándolo en muchos casos según la región del planeta.
Continúa Wilde: “El cigarro que se usa es el de hoja, de tabaco paraguayo, correntino, etc., y hecho en el país”.
Los comerciantes, prontamente aprendieron la lección y comenzaron a participar en forma masiva de un negocio, cuyo principal objetivo era utilizar las debilidades humanas en provecho propio. Los diarios y posteriormente las revistas, no se mantuvieron al margen de una actividad que prometía ingentes beneficios. Comenzó entonces, la profusión de avisos recomendando tal o cual marca y los publicistas se las ingeniaron para estimular el consumo de cigarrillos.
Los fabricantes utilizaron todos los medios disponibles para promocionar sus productos. Como ejemplo, transcribimos tres avisos aparecidos en La Nación, en los años 1898 y 1899.
“Avisos - “La Popular” fabrica los mejores cigarrillos, vende más barato y pone premios de relojes y cadenas en todos los artículos de su fabricación. Desarmar las marquillas y paquetes para encontrar las suertes” (12/8/1898).
“Avisos - “La mejor lotería - Cigarrillos Tómbola con premios en todos los atados, 10 centavos (17/8/1898). “Aviso - ¡Buena noticia! La cigarrería de Londres regala todos los sábados un ejemplar de CARAS Y CARETAS, a todo comprador de dos atados de cigarrillos TELEFONO O PIERROT. Revísense los paquetes para ver si tienen vales por suscripción á domicilio. Florida esq. Rivadavia y Buen Orden 413. En venta en todas partes (16/10/1899)”.
Pero, es en el siglo XX donde la publicidad adquiere un papel protagónico en la difusión de las ventajas que otorga el tener un cigarrillo entre los labios; imagen de éxito y bienestar.
BIBLIOGRAFÍA:
1. Telégrafo Mercantil, Rural, Político, Económico e Historiógrafo, del Río de la Plata, Junta de Historia y Numismática
Americana, Buenos Aires, 1914. 2. Blondel Juan José María, Almanaque Político y de Comercio de la Ciudad de Buenos Aires para el año de 1826, Buenos
Aires, Ediciones La Flor, 1968. 3. Wilde José Antonio, Buenos Aires desde 70 años atrás,
Buenos Aires, Eudeba, 1960. 4. Arias Divito Juan Carlos, “Auge y decadencia de la renta del tabaco en Buenos Aires”, Nuestra Historia, Nº 22, Buenos Aires 1978.
Pastillas Bonald
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PBT, N° 77 (10 de marzo de 1906)