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Aquellos que no quieren fumar
(El fumador pasivo)
Todos los que hemos padecido y compartido durante unas pocas horas un ambiente con fumadores, tuvimos oportunidad de comprobar cómo nuestras ropas quedaban impregnadas de un fuerte olor a cigarrillo –el mismo pestilente olor que solían comentar los antiguos–, especialmente si son de lana. Algo similar, pero con olor a grasa, nos sucedía cuando concurríamos a una de esas pizzerías de antaño. Ya se trate del olor a tabaco o a pizza, en ambos casos se delataba nuestro derrotero.
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En el caso del tabaco el daño ocasionado permanecerá durante mucho tiempo en el organismo; es incuestionable asimismo la irritación que produce en las mucosas nasales y oculares, sobre todo en las personas más sensibles. Hoy sabemos que el problema no es tan simple, no se limita al olor o a una simple irritación, los nuevos conocimientos exponen a un cuadro patológico –la mayoría de las veces irreversible– a quienes no quieren fumar pero se ven obligados a aspirar el humo de los que desaprensivamente actúan como envenenadores, propios y ajenos, llámense cónyuge , hermano, amiga, hijo, o toda otra relación.
Nos referimos al “fumador pasivo”.
En 1997, el Consejo de Epidemiología y Prevención Cardiovascular de la Sociedad Argentina de Cardiología realizó un trabajo (el primero en Latinoamérica y el decimocuarto a nivel mundial)
con una cohorte de 2131 pacientes en 35 hospitales argentinos y a nivel país (1).
Uno de los autores, Herman Schargrodsky, opinó: “Ahora los fumadores pasivos pueden demostrar científicamente que inhalar el humo hace daño. Esto generará un debate político: antes, prohibir fumar podría interpretarse como un límite a los derechos individuales y ahora se sabe con certeza que perjudica al prójimo”.
La palabra “científicamente” utilizada por el entrevistado, estaba indicando que nadie dudaba de los perjuicios que sobre los demás causaba el fumador. Sin embargo, la resistencia del adicto para admitirlo, era tenaz.
En ese mismo artículo se destacaba que la relación entre el humo del tabaco en el hogar y en los fumadores pasivos, se venía estudiando desde noviembre de 1991 y agosto de 1994. Dos grupos de individuos, hombres y mujeres (estadísticamente importante porque en ambos casos superaban los mil), unos que habían sufrido infarto de miocardio y otros sin afección, fueron estudiados desde un punto de vista social.
Mario Ciruzzi, Jefe de la Unidad de Cardiología del Hospital Italiano, explicó que la convivencia con un fumador aumentaba en un 70 % el riesgo de sufrir un infarto. Este porcentaje se incrementaba cuando uno de los cónyuges fumaba más de 20 cigarrillos diarios.
Se informó que 5000 personas morían anualmente en Estados Unidos y alrededor de 1000 en Inglaterra por ser “fumadores pasivos”. Si bien cabían dudas acerca de la veracidad de dichas cifras –por lo difícil de su comprobación–, no obstante, es indudable que el fumador provoca molestias a sus ocasionales
acompañantes, en especial en la mucosa, como se dijo anteriormente.
Estas conclusiones formaron parte del desprendimiento de otro trabajo titulado “Factores de riesgo coronario en América del Sur” (Fricas), cuya mayor envergadura demostró cabalmente la importancia de este hábito en el curso de las afecciones del aparato cardiovascular.
La médica Palmira Pramparo, que dirige el consultorio de Cardiología y Menopausia del Hospital Posadas, informó que un enfermo diabético aumenta su riesgo de enfermedad cardiovascular en una proporción de cinco veces, si además es fumador pasivo.
“Día tras día aumenta la evidencia de que las personas que respiran regularmente el denominado humo de segunda mano en los lugares de trabajo, restaurantes, transportes y otros sitios públicos cerrados, tienen más probabilidades de padecer cáncer, asma y otros trastornos pulmonares y respiratorios, así como problemas cardíacos, que los que inhalan un aire no tabaquizado” (2).
Es interesante reflexionar sobre la calificación: segunda mano. Tal vez no sea el más dañino el humo que ha pasado a través del filtro pulmonar (o ¿traqueal?) del fumador. Allí ha dejado una buena parte de los compuestos del tabaco en ignición. Pero la costumbre ha hecho que el cigarrillo o el cigarro, permanezcan sobre el cenicero o entre los dedos del fumador quemándose lentamente y permitiendo que –papel por medio– se difunda un humo acre y pesado, que es mucho más dañino para el fumador pasivo.
La contaminación del aire, problema que desvela a los ecologistas, se estudia desde hace mucho más
de medio siglo, aunque las sospechas de sus efectos dañinos sobre la salud humana se extiendan muchos años más.
Los investigadores ingleses tenían motivos para hacerlo, porque tanto Londres como otras ciudades de la isla, sufren los efectos del smog. En este sentido, fueron clásicos los trabajos de Ernest L. Kennaway y sus colaboradores, quienes aislaron sustancias cancerígenas –como lo hizo Angel H. Roffo en nuestro país– en el alquitrán de hulla y que surgían de pincelar con esta sustancia la oreja de animales de laboratorio.
Toda la culpa del aumento real y sostenido del cáncer de pulmòn en el hombre, a partir de 1939 y algo después en la mujer, se atribuía a la combustión de carbón de hulla, de las cocinas y los mecanismos de calefacción e, inclusive, del adicto al hábito de fumar. Hoy sabemos que la padecen aquellos que no quieren fumar, los “fumadores pasivos”.
Pero existe aún otro tipo de “fumador pasivo”, más inerme; aquel que no puede abandonar el ámbito donde se fuma, aquel que depende enteramente del adicto y que debe esperar un tiempo para “desprenderse”.
Nos referimos al producto de la concepción, el individuo en gestación. Se conoce científicamente que los hijos de madres que fumaron durante el embarazo tienen menos peso corporal que los que gestan las mujeres no fumadoras.
Por su parte, Hillary Klonoff Cohen (3), epidemióloga de la ciudad de California, Estados Unidos, vincula la muerte súbita del lactante con la exposición de éste al cigarrillo, aunque no establece taxativamente que exista una relación de causa-efecto: “El nuevo estudio que involucra a 200 bebés que murieron del síndrome entre 1989 y 1992, y otros 200 que viven y
están sanos, mostró que la muerte súbita se convierte en amenaza cuando la madre fuma durante el período de amamantamiento y cuando el padre y otras personas fuman en la misma habitación donde se encuentra el bebé”. Según la prestigiosa revista médica estadounidense The Journal of the American Medical Association, la exposición pasiva al humo del cigarrillo incrementa en tres veces y media el riesgo de muerte súbita en el lactante. “El riesgo más alto aparece cuando la gente fuma habitualmente en la misma habitación del bebé. Por ejemplo, el hecho de que el padre fume en la misma habitación, incrementa 8,5 veces el riesgo de muerte súbita”.
El Centro Médico de la Universidad de Duke, Estados Unidos, llegó a conclusiones gravísimas con respecto al hábito de fumar. En efecto, concluyeron que la ingestión crónica de nicotina por parte de mujeres embarazadas, produce más daño que la cocaína (si esta se consume no con tanta asiduidad, tal como ocurre en la mayor parte de los casos). Aseguran, además, que cada año mueren cientos de miles de niños en el útero materno porque la madre fumó durante el embarazo. Confirma la seriedad de estas afirmaciones la aparición del trabajo aludido en el Journal of Pharmacology and Experimental Therapeutics. Por su parte, Theodore Slotkin, profesor de Farmacología de esa misma facultad, dijo: “Estos datos están relacionados también con la cantidad cada vez mayor de niños con problemas de aprendizaje, con déficit de atención, con hiperactividad y con otros problemas de comportamiento que sabemos ahora que tienen que ver con la adicción de la madre a la nicotina”.
Asimismo, recomienda que se investigue mejor al tabaquismo: “Tanto desde la consulta del médico
como desde los medios de comunicación, siempre hace referencia al tabaco como algo separado y menos serio que las drogas ilegales de abuso”. La mayor parte de los fumadores consuetudinarios, adictos pertinaces al tabaco, aducen que nunca el médico les prohibió el cigarrillo; siempre la culpa es del otro.
En 1998, una investigación médica publicada en el AMA’s Archives of Pediatrics & Adolescent Medicine atribuia, a los niños cuyas madres fumaban más de 10 cigarrillos diarios, un 68 % más de riesgo de padecer infecciones del oído medio.
La estadística reina en Estados Unidos y a veces comete excesos. La nota prosique diciendo que: “Aparte de la exposición después del nacimiento, el riesgo de muerte súbita se triplica cuando el padre fuma cerca de la mujer embarazada, aunque ella no fume”. En este caso, es como [“si la madre misma hubiera fumado durante el embarazo”. Descreemos de esta crítica tan taxativa en procesos difíciles de cuantificar por su escaso número y la gran cantidad de variables sociales que intervienen. No obstante, interpretamos que el hecho existe y es real: el humo del cigarrillo es pernicioso para la salud del bebé, y del adulto.
Hay médicos que encuentran otras vías para inculpar al tabaco. John Warner (4), profesor de pediatría de la Universidad de Southampton, Gran Bretaña, en ocasión de visitar Buenos Aires con motivo del XVI Congreso Mundial de Asma (1999), expresaba: “Tenemos evidencia de que la sensibilización alérgica que dará lugar al asma ocurre durante el embarazo”. Para agregar luego: “Desde la duodécima semana y hasta la mitad del embarazo, el feto reacciona a sustancias que la madre puede comer o inhalar”.
En conclusión: “Cuando la madre fuma durante el embarazo se producen factores que interfieren en el desarrollo del pulmón”.
Newcomb y colaboradores (5) ofrecen un panorama que no permite resquicios o dudas cuando se trata de comprobar la incidencia de cáncer en los fumadores. El tabaquismo aumenta el riesgo, en algunos casos, hasta en un 90 % de formas atipicas de pulmón, laringe, cavidad bucal, esófago, páncreas, vejiga, riñón, estómago y cuello de útero.
El fumador pasivo merece una protección frente a la desaprensiva actitud de los adictos, que no reparan en mantener egoístamente su hábito en cualquier medio.
Estados Unidos y la comunidad europea se pusieron a la cabeza de las prohibiciones de fumar en lugares públicos: oficinas, restaurantes, universidades, hospitales, etc.
Actualmente, la prohibición de fumar se ha extendido a la mayor parte del edificio pero, fue dable observar cuando esos ceniceros fueron obsoletos, devastados por personas que destrozan todo lo que los ciudadanos pagan, un tapiz de colillas (vulgo: puchos) de cigarrillos tapizó los pasillos del hospital.
En un afán de proteger la salud de los otros, desde el 20 de junio de 1999, Aerolíneas Argentinas eliminó los asientos para fumadores en todos los vuelos internacionales. Ya en 1998, oficialmente se había decretado la prohibición de fumar tabaco, en cualquiera de sus formas, en todos los sectores de las aeronaves que realizan servicios de transporte aéreo comercial doméstico de pasajeros. En los vuelos de cabotaje se habían decretado anteriormente prohibiciones parciales (a determinado país).
Paradójicamente, en diversos restaurantes se trató
de aislar espacios reservados para fumadores, de otros que no lo eran. Lo absurdo de la medida, es que no tal aislamiento era inexistente ya que los clientes compartían un espacio común.
A fines de 1998, se suscitó en la Facultad de Arquitectura de la U.B.A., un problema con una alumna que reclamaba por aulas con aire puro. Debido a que no se escucharon sus justas reclamaciones, finalmente abandonó sus estudios. Demás está decir que no hubo respeto –por parte de algunos alumnos y profesores– por la resolución emanada del Consejo Directivo de dicha facultad en el que se prohibía fumar en clase.
El fumador es un adicto y es sabido que esta adicción no responde a las resoluciones, provengan de donde provinieren.
La lucha por erradicar este vicio mortal no tiene fin. En Estados Unidos (6) “algunas empresas justifican su renuencia a emplear fumadores alegando que ´huelen mal´ o que son ´sustanciodependientes´ (un eufemismo por drogadictos)”. Agrega el articulista que dichas empresas han comprobado que “los gastos por enfermedades vinculadas con el cigarrillo crecen por miles de millones de dólares cada año, lo que coloca a los fumadores en la categoría de empleados de alto riesgo”.
BIBLIOGRAFÍA:
1. Andalo P, “Convivir con alguien que fuma aumenta el riesgo de infarto en un 70 %”, Clarín. Buenos Aires, 31 de mayo de 1997. 2. La Nación (Suplemento de Salud), Buenos Aires, 29 de marzo de 1995. 3. Vasallo M, “ El humo del cigarrillo causaría la muerte súbita en los bebés”, Buenos Aires, Clarín. 9 de marzo de 1995. 4. Lipcovich P, “El cigarrillo durante el embarazo puede derivar en un niño asmático”, Página 12, Buenos Aires, 20
de octubre de 1999. 5. Newcomb PA, Carbone PP, “The health consequences of smoking: cancer”. En Fiore MC. Ed. Cigarrette smoking: a clinical guide to assessment and treatment Medical clinics of North America, Filadelfia: WB Saunders, 1992. 6. Diament M, “Fumar ya no es sensual”, La Nación, Buenos
Aires, 27 de febrero de 1999.
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