AQUELLOS QUE NO QUIEREN FUMAR (El fumador pasivo)
Todos los que hemos padecido y compartido durante unas pocas horas un ambiente con fumadores, tuvimos oportunidad de comprobar cómo nuestras ropas quedaban impregnadas de un fuerte olor a cigarrillo –el mismo pestilente olor que solían comentar los antiguos–, especialmente si son de lana. Algo similar, pero con olor a grasa, nos sucedía cuando concurríamos a una de esas pizzerías de antaño. Ya se trate del olor a tabaco o a pizza, en ambos casos se delataba nuestro derrotero. En el caso del tabaco el daño ocasionado permanecerá durante mucho tiempo en el organismo; es incuestionable asimismo la irritación que produce en las mucosas nasales y oculares, sobre todo en las personas más sensibles. Hoy sabemos que el problema no es tan simple, no se limita al olor o a una simple irritación, los nuevos conocimientos exponen a un cuadro patológico –la mayoría de las veces irreversible– a quienes no quieren fumar pero se ven obligados a aspirar el humo de los que desaprensivamente actúan como envenenadores, propios y ajenos, llámense cónyuge , hermano, amiga, hijo, o toda otra relación. Nos referimos al “fumador pasivo”. En 1997, el Consejo de Epidemiología y Prevención Cardiovascular de la Sociedad Argentina de Cardiología realizó un trabajo (el primero en Latinoamérica y el decimocuarto a nivel mundial) 215