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Las “hierbas malditas” de América
Pocos grupos lingüístico-culturales escaparon a una inveterada costumbre: el uso de estimulantes –de mayor o menor intensidad– que propiciaban, con sus efectos, coraje durante las luchas tribales, saciaban el hambre, despertaban sensaciones alucinógenas durante las ceremonias religiosas, muchas de ellas destinadas a paliar una sequía o lograr el beneficio de cosechas pródigas. El alcohol, el opio y la marihuana, eran conocidas por los europeos mucho antes del arribo de Colón a las nuevas tierras por él descubiertas.
América fue pródiga en el aporte de las llamadas, con posterioridad, drogas malditas. El intercambio cultural, donde tuvieron importancia fundamental la fauna y la flora de ambos lugares, generó una suerte de “venganza” por los atropellos de los conquistadores: de estas tierras partieron la nicotina, la cocaína, la mescalina, entre otras. Escohotado (1) dice: “En el capítulo de las drogas visionarias, el Nuevo Mundo es una fuente inagotada. Si las dividimos en dos grandes líneas –una afín con la mescalina (con su anillo bencénico) y otra afín con la LSD 25 (con su anillo indólico)– veremos que ambos tipos están generosamente representados a nivel botánico […] En Mesoamérica la primera droga de esta familia que llamó poderosamente la atención fue el teonanácatl (en lengua náhuatl: <seta maravillosa>), nombre que abarca varias especies de hongos psilocibios”.
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Prosigue este autor mencionando las semillas de
dos plantas trepadoras (para los indígenas ololiuhqui), el peyote, el polvo de cohoba (cuyo principio activo es la dimetiltriptamina), la coca, la yerba mate (prohibida por Orden Real hasta principios del siglo XVII), el guaraná (Paulinia cupana) y, finalmente, el tabaco.
Demonio con vaso y calabaza de cal para el uso de la coca (cultura Chimu).
Pardal (2) intenta una clasificación de los numerosos fármacos estimulantes que proporcionan los vegetales. Comienza por los cafeicos, donde estudia la yerba mate, el chocolate y el guaraná; luego continúa con la coca y el peyote con su alcaloide, la mescalina; prosigue con una liana que produce estados oníricos, el ayahuasca, caapí o yajé; más adelante, lo hace con las daturas y otras
solanáceas, donde se ocupa del chamico (Datura ferox), cuyo cocimiento da lugar a la escopolamina y, en menor proporción, a la hioscina y a la atropina; y finaliza con las piptadenias, cuyo polvo, el de sus semillas, junto con el tabaco, fueron las primeras conocidas por Colón como alucinógenos de los indoamericanos. A esta última familia pertenecía la cohoba. El mismo Pané vio como la fumaban o aspiraraban en forma de polvo color canela, y pudo apreciar los violentos efectos que causaba en los humanos. También de este tipo eran el curupá de los omaguas y los guaraníes.
Pese a toda esta variedad de sustancias que, evidentemente, diferían en sus propiedades y capacidad de adicción, fue la coca y su alcaloide, la cocaína –por la importancia que adquirió en el siglo XX– las más difundidas de las drogas americanas, junto con el tabaco. Este auge se incrementó en la segunda mitad del siglo mencionado, porque en 1946, Bühler (3) expresaba que la coca “no ha alcanzado nunca la importancia universal que tiene, por ejemplo, el tabaco, y su propagación ha quedado limitada esencialmente a América del Sud”.
Hoy sabemos que no es así.
Se registran aproximadamente diez especies de cocas capaces de suministrar diversos alcaloides, de los que la cocaína es la más importante. La variedad más usual es el Erythroxylon coca Lamarck y, según se desprende de las crónicas, fue cultivada desde tiempo antiquísimo.
Fue Joseph de Jussie (1704-1779) quien llevó este vegetal a Europa. Sin embargo, los suelos feraces y el clima caluroso de América del Sur han sido y siguen siendo, el complemento adecuado para su cultivo.
“Las primeras noticias españolas acerca de la
coca revelan ya que esta planta desempeñaba un papel importantísimo en muchas poblaciones indias de América del Sur como artículo de disfrute y medicamento, así como en las costumbres sociales y ceremonias religiosas de las más diversas clases” (4).
El “coquismo” utilizado por los aborígenes, es decir la costumbre de mascar hojas de coca, fue y es un hábito que muchos investigadores supusieron tenía el objetivo primordial de disminuir, además de los efectos del hambre, tales como el dolor epigástrico, y a esta misma, también el agotamiento. Para Romano (5) esta apreciación “ha pasado totalmente de moda. Como hace notar finalmente Burchard, los campesinos de los Andes clasifican a la coca como un medicamento, no como un sustituto de la alimentación [...] si el uso cotidiano de la coca puede ser considerado como un procedimiento médico del que los aborígenes hacen uso sin tener una conciencia científica, existen numerosos casos en que las hojas de coca son empleadas conscientemente como medicamento. Esto ocurre desde los tiempos más remotos: casos de dolores de dientes, de estómago, reumatismo, luxaciones o diarreas, heridas; y la modalidad puede ser tanto infusiones como cataplasmas o polvo. En suma, las hojas de coca están en el corazón de una medicina popular en un mundo donde la ‘medicina/ medicina’ es casi inexistente, y constituyen todavía hoy uno de los puntales de la salud pública”.
El Padre Pedro de Montenegro, en la recopilación de datos sobre plantas medicinales de fines del siglo XVIII, bautizada posteriormente por Trelles como Materia Médica Misionera, no menciona la coca, demostrando la proyección andina –en el sur del continente– de este cultivo.
No obstante, volviendo a reflexionar sobre si el
cocaísmo (es decir, la masticación de las hojas de coca asociada con sustancias alcalinas, como la cal viva o las cenizas para extraer sus alcaloides) fue considerado un problema médico o un hábito tendiente a paliar el hambre, nos inclinamos por la opinión de Pardal: “Por lo común, el indio no usa las drogas para aumentar el placer o para olvidar preocupaciones, sino con un concepto o fin místico”.
Este concepto nada tiene que ver con la cocainomanía actual, donde sus efectos adictivos y la destrucción de la personalidad del individuo consumidor, constituyen un flagelo que aún los médicos y las autoridades estatales no han podido frenar. El empleo de la cocaína, superados los 400 años del acercamiento del hombre europeo a las Américas, ha constituido –como hemos expresado– una forma sutil, perversa, de contramoneda de la brutal conquista de estas tierras por parte de los extranjeros.
La cocaína produce dependencia psicológica y todavía se discute si también física. Mientras los indígenas sudamericanos utilizaron la masticación de las hojas de coca, los adictos fuman la pasta de coca, aspiran por la nariz (esnifado) el polvo de cocaína, se inyectan en forma intravenosa el clorhidrato de cocaína, o bien fuman, en una “pipa de agua”, el crack (cocaína disuelta en agua destilada con el agregado de bicarbonato de sodio).
La cocaína produce complicaciones psiquiátricas (dentro de las neurológicas, convulsiones) y en el orden general, cardiopulmonares.
Otro de los tóxicos paradigmáticos que acompaña al tabaco y es de origen americano, es la mescalina. Este alcaloide se obtiene del peyote (Echinocactus o Anhalonium lewinii). “En las regiones montañosas
de México, algunos indios descendientes de las razas precolombinas han conservado el culto de un cactus, el <Peyote>, que según ellos, ha sido traído por un dios a la Tierra, para permitir que sus hijos se comuniquen con él. El <Peyote>, es un pequeño cactus desprovisto de espinas que crece espontáneamente en las zonas áridas y estribaciones rocosas de las zonas septentrional y central de México.
“Conocido desde hace muchos siglos por los indígenas, no ha sido estudiado a fondo en Europa hasta principios del siglo XIX. No obstante, los antiguos autores de la época colonial española, como P. de Sahagún, Hernández, conde de Gálvez, Nicolás de León, etc., lo conocían bien, aun cuando sus estudios acerca de ella (se refiere a la mescalina) tuvieron más bien un carácter botánico y folclórico. En cuanto al estudio de las propiedades fisiológicas del <Peyote> y de los alcaloides que contiene, principalmente la mescalina, fue Lewin el primero que en 1888 logró aislarlos; posteriormente Hefter y Cauder ampliaron considerablemente sus conocimientos químicos acerca de estos alcaloides. Como punto de partida de estos estudios deben considerarse, sin embargo, los trabajos emprendidos después de la conquista de México y que datan de 1591”(6).
Los indígenas consumían pequeños trocitos del cactus desecado, de sabor amargo, con mala tolerancia gástrica, que ingerido en grandes dosis, provocaba una excitación subconciente con alucinaciones visuales en forma de esotéricas imágenes coloreadas, como pudo apreciar un médico de la Universidad John Hopkins, llamado Cairnes. La borrachera que produce el peyote, en las ceremonias rituales de los indígenas mejicanos, duraba toda una noche, en medio de danzas frenéticas, productos de
la excitación mescalínica.
En la actualidad, la mescalina está clasificada como un alucinógeno (también denominado psicodisléptico, psicomimético o psicodélico) del grupo de las feniletilaminas, con efectos sobre los procesos mentales de sensopercepción, el pensamiento y la afectividad. Al mismo grupo de los alucinógenos (entre las indolalquilaminas) se encuentra la dietilamina del ácido lisérgico (LSD), cuyos importantes efectos sobre la conducta humana han trascendido del cuerpo médico a los mass-media.
La mescalina produce dependencia psicológica y un curioso fenómeno denominado flashback, que consiste en una repetición breve, recurrente, de dicha dependencia, luego de un consumo anterior causante de trastornos mentales agudos. Este efecto fue a menudo aprovechado por la industria cinematográfica.
El uso crónico de mescalina puede producir psicosis esquizofrenoide.
BIBLIOGRAFÍA:
1. Escohotado A, Las drogas, de los orígenes a la prohibición,
Alianza, España, 1994. 2. Pardal R, Medicina aborigen americana, José Anasi, Buenos
Aires, Sin fecha. 3. Bühler A, “Acerca del cultivo y utilización de la planta de coca”, Actas Ciba, 4: 83-90, Buenos Aires, 1946. 4. Bühler A, “La coca entre los indios de América del Sur”, Actas
Ciba, 4: 91-106, Buenos Aires, 1946. 5. Romano R, “Historia, coca y cocaína”, Todo es Historia, Nº 176, pp. 8-20, Buenos Aires, enero de 1982. 6. “Orígenes e historia de la mescalina”, Actas Ciba. 8: 245-251,
Buenos Aires, agosto de 1935.
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EL TABACO Y SUS GLUCÓSIDOS (Estudios químicos y biológicos)
El tabaco, o mejor dicho, sus hojas desecadas para preparar cigarrillos o polvo, es el producto de gran número de variedades de la Nicotiana tabacum. Luego del procedimiento del “curado” de estas hojas, mientras el agua representa el 18 % de su peso, hallamos entre un 75 y un 89 % de materia seca o ceniza y un 11 a un 25 % de sustancias inorgánicas. Uno de los alcaloides contenido en las hojas de tabaco, nos referimos a la nicotina, es el mayor tóxico de los conocidos en la naturaleza. No lo es por calidad sino por cantidad. La adicción que provoca ha llevado al hombre a su producción masiva. Calculando una cantidad media de 2 % de nicotina pura en las hojas de tabaco, a mediados del siglo XX, su cantidad alcanzaba a las 40 000 toneladas. Esta impresionante cifra se deduce de la elaboración de hojas de tabaco. En esta misma época se obtenían de 50 a 100 toneladas de quinina, que era la droga que ocupaba el segundo lugar en producción.
Conocidas las propiedades adictivas del tabaco, la atención de los químicos se concentró en la posibilidad de posibilidad de aislar sus alcaloides.
En 1809, un profesor de química de la Facultad de Medicina de París, el francés Luis Nicolás Vauquelín (1763-1829), publicó un trabajo sobre las sustancias contenidas en las hojas del tabaco. Veinte años después, Carlos Ludwig Reimann y Guillermo Enrique
Posselt, de la Universidad de Heidelberg, Alemania, dieron a luz su trabajo en latín De Nicotiana respectu ad chemian et physiologian habito, donde se ocupan del aislamiento de la nicotina. Poco tiempo después, con las investigaciones de Carlos Huber, Hugo Weidel, Ricardo Laiblin, Federico Blau y Adolfo Pinner se pudo hallar la constitución química de la nicotina (C H N ) (1). 10 14 2
Del lilbro Enemigos de la humanidad (Dr. Jorge Thomason) Prólogo del Dr. Ángel H. Roffo. Casa Editora Sudamericana, Buenos Aires, 10 de octubre de 1949
El producto de desintegración más importante de la nicotina es el ácido nicotínico (ácido piridín-betacarboxílico), que constituye la vitamina antipelagrosa. Otros alcaloides propios de la hoja de tabaco son: la pirina, la anabasina y la N-metilpirrolina.
La mayor preocupación para el fumador es el humo del tabaco. El 92 % de éste es un aerosol, un pequeño
brasero, producto de la combustión incompleta de sus hojas secas. El humo que se desprende tiene cerca de 2.000 tipos diversos de gases y vapores. El 8 % que resta de la combustión comprende partículas y gotas dispersas. Cada cigarrillo produce alrededor de 500 mg. de humo.
La industria tabacalera se encargó de hacer múltiples combinaciones para diversificar el tipo de tabaco. De esto resulta que la composición del humo de la combustión es, por demás, variable.
Otros elementos que alteran esta composición son: la longitud de los cigarrillos, el papel que envuelve el tabaco y la presencia –o no– de filtro. En este último tiempo, las campañas contra el tabaquismo hicieron que la industria tratara de disminuir la cantidad de nicotina y, especialmente, un producto residual desde largo tiempo inculpado como cancerígeno: el alquitrán.
El tabaco para pipa y cigarros es más irritante y más alcalino, por lo cual el fumador tiende, porque lo sabe, a inhalarlo en menor proporción. Quien inhala el humo de un solo cigarrillo absorbe 2 mg. de nicotina y entre 10 y 28 mg. de alquitrán. Se las considera sustancias carcinogénicas o coadyuvantes para ello, teniendo en cuenta los hidrocarburos aromáticos, el benzopireno, el benzoantraceno, el fenol, el indol, el cresol, el carbazol, ciertos metales y las nitrosaminas, irritan las mucosas de las vías aéreas superior e inferior, así como el monóxido de carbono, el óxido de nitrógeno, el amonio, el acetaldehído y la acroleína.
BIBLIOGRAFÍA:
1. Schlittler E: “Las sustancias contenidas en las hojas de tabaco”. Buenos Aires, Actas Ciba. 12: 415-427,1939.
Leoplán N° 48 (11 de noviembre de 1935).
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Correo de la Unesco (mayo 1970).