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LA MALA NOCHE

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EL AMIGO SECRETO

EL AMIGO SECRETO

Un lunes cualquiera del 2020 el paraíso y el purgatorio abrieron sus puertas, podías entrar, salir, aprender o ignorar. Era decisión de cada quién, y con todo a merced de todos, del alma afloró el verdadero “ser”.

Dante llegó con todo y sus círculos del infierno. También el lugar perfecto y utópico que llaman cielo estaba disponible. Nosotros, como es usual, estábamos frente a una decisión binaria, “esto” o “aquello”, “si” o “no”, “bien” y “mal”.

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Y aunque parece sacado de una mítica historia o de los libretos de una película de suspenso, es real.

Cuando me atragantaba con las 12 uvas el 31 de diciembre y escribía mi lista de deseos y propósitos para el nuevo año, jamás contemplé una pandemia mundial y aun así aquí voy sobreviviendo a ella.

Un virus, al mejor estilo de Hollywood, se esparció por todo el mundo, cerró fronteras, encerró a las personas, colapsó economías, canceló viajes y eventos. Acabó con la vida de millones y millones, separó familias, demostró el “valor” del dinero y le dio un respiro a la madre naturaleza. Lo más particular, no se detiene.

Había que elegir: creer o no creer, cuidarse o no hacerlo. Sin embargo y a pesar del libre albedrio la situación colmó hospitales y los gobiernos tuvieron que “pensar” por todos sus gobernados.

En medio de la zozobra, del drama y la incertidumbre el verdadero ser de los habitantes del planeta tierra empezó a emerger. Ese “Yo” camuflado por el maquillaje, la etiqueta y protocolos. Esa esencia que muchos desconocían porque se habían dedicado a copiar y replicar.

En la esquina del ring, cuando no había a dónde huir, ahí y solo ahí pudimos ver la realidad del otro y la realidad propia. Empresas muy sólidas colapsaron, personas aparentemente fuertes a punto de enloquecer. La verdad tomó la palabra.

Un panorama global, ahora ¿qué pasa en los universos particulares? ¿qué pasó en cada uno de los hogares? Allí, en esas cuatro paredes, fue donde el cielo y el infierno hicieron de las suyas.

Los números, como suele suceder en Colombia, son alarmantes, por ejemplo 1.221 llamadas se recibieron durante el periodo de aislamiento en la línea 155 reportando maltrato intrafamiliar, un incremento del 103%, comparado con el mismo periodo del año pasado; 38.331 casos de violencia intrafamiliar tienen reportados la Fiscalía entre el 20 de marzo y el 30 de agosto; la violencia entre parejas aumentó en el trimestre un 0,4 %, 36 casos más, para un total de 10.220.

Muchas veces, durante la cuarentena, me quedé con la mirada perdida en el infinito pensando en esas mujeres que se resguardaban en el trabajo, que huían al supermercado, ahora encerradas 24/7 con el mismísimo demonio. Admiro su tenacidad. De un tiempo para acá decidí eliminar el prejuicio, decidí no juzgarlas, cada una es un mundo y tendrán sus razones para estar allí, para permanecer.

También pensé en aquellos solitarios, con hambre de aprobación social, con vacíos y miedos, los vi encerrados y solos, huyéndole al espejo, callando su propia voz con música, series y redes sociales. Sentí pena, era una oportunidad de lujo para sanar, pero estaban en un contexto muy extremo y en soledad.

A mi hogar llegó la cola del diablo y un abrazo de Dios. No fuimos ajenos. Mi papá llevaba mucho sin compartir 24 horas seguidas con nosotros, por el trabajo, el ocio o los afanes, no me malinterpreten, es un excelente padre y siempre nos dedicó tiempo de calidad, solo que no así, no tan “de lleno” ¡oh sorpresa la que se llevó! Al descubrir las locuras de sus hijos y las estupideces cotidianas con las que sale su familia.

Los juegos y travesuras se acrecentaron, alimentados también con las aventuras y aprendizajes de Agustín (el bebé de la casa). Un festín de carcajadas y suspiros. Y es que el día que me convertí en mamá no me imaginé que iba a ser tan divertido acompañarlo a descubrir el mundo y menos que una pandemia me daría la oportunidad de estar a su lado sin límite ni horarios.

Agustín fue un faro en medio de la pandemia. Cada que nos sentíamos ahogados, abatidos o desesperados, él llegaba con alguna ocurrencia y “nos hacía el día”. Ser su cómplice y enseñarle nuevas hazañas hizo que las horas y los días pasaran sin drama.

Fuimos presas de una telenovela, “Chepe Fortuna”. Nos atrapó un sábado donde no había “nada para ver” y con la nostalgia del recuerdo nos quedamos lelos. Esa novela develó y sanó grandes heridas, la cola del diablo queriendo “dañar el parche”.

Recordamos a la abuela y sus consejos, sanamos la falta de tiempo, curamos las ausencias por las largas jornadas laborales. Fue tanto el “engome” que descargamos todos los episodios, hacíamos todos los quehaceres temprano para sentarnos desde las 2:00 pm a disfrutar la novelita. Al mejor estilo de los fans de La Casa de Papel, la familia Morales Cuartas se devoraba 8 y 12 capítulos diarios.

A nosotros también, el encierro, nos sacó los dotes de chef. Nos arriesgamos con recetas y la mejor hora del día era esa donde todos sentados en la mesa compartíamos y “criticábamos” el menú. Fue tanto lo que aprendimos, sanamos y reconfirmamos, que al final del encierro mis padres decidieron renovar sus votos matrimoniales. Renovar su promesa de amor e incondicionalidad eterna. El abrazo de Dios.

Sé que nadie tenía en sus planes afrontar una pandemia, sé que nuestros propósitos dieron mil vueltas y aunque seguimos inmersos en la zozobra porque el virus “no cede”, este respiro y esta pausa obligada que nos dio el 2020 nos mostró el interior del cielo y el infierno.

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