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PARA NOSOTRO, PAPÁ
No estoy solo, junto a mi están dos de mis compañeros, uno de ellos que tras recibir el impacto de una roca en su cabeza quedó inconsciente y así lleva un tiempo, intentamos ponerlo lo más cómodo posible y reanimarlo en este húmedo y frío piso, pero no hay mucho que podamos hacer por él en este espacio tan pequeño a la vez.
Tras el suceso, mi compañero y yo no hacemos otra cosa más que buscar una forma de salir, rezándole a Dios y a la Virgen del Chiquinquirá para que nos saquen de este lugar con vida, pero tras mover unas rocas nos dimos cuenta de que entre más cavemos agravamos nuestra situación, y con temor de sufrir la misma suerte que nuestro herido compañero decidimos detener nuestra operación. Y aquí estamos sentados uno al frente del otro, escuchando nada más que las oraciones del otro.
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Desde entonces no tengo la certeza de cuánto tiempo ha pasado, si ha sido un día, seis horas o unos minutos, sé que nos queda poca agua que hemos tratado de racionar lo mejor que hemos podido, nuestras linternas todavía tienen batería suficiente para aguantar dos semanas más, pero sabemos que no sobreviviremos más de eso si no tenemos agua. Además, sabemos por protocolo e instinto que lo que menos debemos hacer es entrar en pánico, pero es difícil cuando vives una situación así.
Trato de no pensar en ello, tengo esperanza de que no tardaran mucho en rescatarnos y que podremos volver a casa con nuestras familias, pero sé que esa posibilidad es escasa dado que soy pobre y vivo lejos de la mina, a veces suelo tardar tres días en volver a mi hogar, y en tan solo tres días podría ya estar muerto, nuestro capataz a su vez podría darnos por muertos dada la magnitud del accidente y no mandar ninguna ayuda, al fin al cabo para él solo somos un par de empleados y el rescate le puede salir más caro que buscar un reemplazo.
El compañero herido no se ha movido, temo que ya está muerto y mientras lo contemplo pienso en la forma en que pasó de este mundo al otro, entonces me puse a pensar en cuál sería la forma más dulce de morir, si esperar a que mi sangre se contaminara de tanto monóxido de carbono, que en este momento estoy respirando, o ser víctima de una explosión espontanea generada por el metano y los gases que aquí se acumulan, quedarme sin agua o morir de inanición haciendo que eventualmente todos mis órganos fallen, de frío dada la distancia que estamos bajo tierra, o como he venido sospechando por la manera tan extraña y siniestra en que me observa mi compañero que sea él quien acabe conmigo para aguantar más aquí abajo.
No quiero tampoco pensar en el peor escenario donde me vea en la necesidad de tener que deshacerme de mi compañero, ambos nos conocemos desde hace más de diez años y es eso lo que me hace recordar que me trajo aquí en primer lugar. De este trabajo subsiste mi familia, y a pesar de que no es el mejor nunca me detuve a detallar lo peligroso que es para mí, y sobre todo para mi familia si llegase a morir, se quedarían sin dinero y es por eso que cuando se me presentó la oportunidad no la pensé ni dos veces para aceptar aun sabiendo que es una mina
Ahora, no sé qué es lo que más me molesta, si es el hecho de estar incomodo en este duro y frío piso, el hambre que me invade, el fuerte olor que despide el cadáver de mi compañero, o la intensa mirada del que sigue vivo frente a mí. Si él me matara y fuera rescatado nadie le cuestionaría, el mismo diría que morí de puro miedo, no habría investigación, y si el llegase a consumir mi cuerpo para mantenerse fuerte, no sería repudiado, más bien alabado por tener tanta determinación para sobrevivir en un entorno tan lamentable. El infame seria recibido por su familia y seguramente se haría ver como un héroe ante sus ojos, la mía por otro lado, le imploraría saber cómo fueron mis últimos momentos ante de sucumbir a la muerte. Y entonces lo supe, si quería por lo menos quitarme esa molestia de encima tenía que matarlo yo primero.
Evalué las opciones que tenía a la mano, bien podría tomar mi pico y atacarlo mientras este desprevenido, pero este me sigue mirando de una manera muy extraña, no me queda tiempo, debo actuar rápido, pensé en arrojarle un pedazo de carbón para confundirlo un momento y después acabar con él, no tenía muchas fuerzas pero algo tengo que hacer, así que lo hice, le arrojé lo primero de pude agarrar con mis manos y con un grito que inundó el lugar me abalancé a su cuello, él también lo hizo y ambos empezamos a forcejear, podía sentir su fétido aliento en mi cara y veía, a pesar de todo, sus ojos llenos de ira y de rencor. En el fondo siempre lo he odiado y si voy a morir me niego
a que sea a manos de él.
En un momento las dos luces se apagaron y quedamos en la más absoluta oscuridad, peleando, el intentaba llevarme contra las rocas y golpearme hasta matarme, tropezamos con el cadáver de nuestro otro compañero y aproveche la oportunidad, saque fuerzas de donde pude y lo estrangule, pude ver que la fuerza que el ejercía sobre mi disminuía y no me detuve. Cuando sentí que su agarre ya era minúsculo me tranquilice un poco, controlando mi respiración, me dolía la cabeza, pero me concentre en escuchar, él ya no respiraba.
Lentamente lo solté, atento a cualquier posible movimiento, pero nada, me di cuenta de que estaba sobre él, y me fui deslizando para alejarme de su cuerpo, estaba por tomarle el pulso cuando escuché un ruido, pero no venía de mi compañero, venia de la pila de rocas y tierra que obstruía nuestra salida, apareció una luz cegadora y la voz de un hombre; al fin había sido rescatado.
El hombre se presentó y me dio unas gafas oscuras y unas cuantas instrucciones, pero no recuerdo muy bien su nombre, tampoco tengo muy claro lo que pasó después, para mi todo era difuso, recuerdo el saludo de mi capataz y uno que otro compañero sorprendido por saber que estaba con vida. No preste atención a nada de eso, estaba feliz por haber sido el vencedor de esa pelea.
Con el tiempo supe dos cosas, me habían rescatado por pura suerte ya que donde estaba yo, era de donde más carbón estaban obteniendo, al enterarme me reí, estuve a punto de morir por la avaricia de estos malditos y me salvé gracias a lo mismo. Lo segundo hizo que mi corazón se detuviera y un frío recorriera mi cuerpo, al sacar los cuerpos de mis dos compañeros pudieron constatar que ambos llevaban más de tres días muertos, al parecer el mismo día del accidente. Atribuyeron sus muertes al accidente y a la respiración de monóxido de carbono. Yo había sobrevivido aparentemente gracias a un “milagro”.
Ahora, ni yo mismo sé que lo que paso ahí abajo, si lo que sentí y pensé vivir fue producto de la oscuridad y del miedo jugando con mi cabeza, o una alucinación causada también por la respiración del gas. Si fui yo el responsable de la muerte de mis dos compañeros no lo sé con certeza. A veces me pregunto si acaso me peleé con la Muerte allí abajo y lo que viví fue una ilusión resultado de mi convicción de salir de allí con vida. Ya no estoy seguro de absolutamente nada de lo que viví esos tres días que para mí fueron una eternidad.
Lo único que sé es que cuando muera, no deseo que me entierren, quemen mi cuerpo y arrojen las cenizas al aire, porque enterrado vivo ya estuve, y les aseguro que es el peor infierno que alguien puede experimentar.
Texto: Edgar Leonardo Silva Tafur
Estudiante Comunicación Social - Periodismo Universidad de Ibagué
Ilustración: Iván Ramírez
Para nosotros, Papá
AEdgar le digo que no olvide aquel gol. En mitad de cancha le arrebató el balón al contrario y lo envió al palo derecho del portero. A ese arco, años atrás, llegaron 6 goles. Edgar era el cuidapalos y el modelo. Hay que aclarar: su madre lo fotografiaba en pleno partido. A causa de ello, un hombre no olvidó aquella fatídica mañana. En una ocasión, ese hombre y su pareja, aprovecharon que Edgar ingresó a casa y dieron rienda suelta a la malicia: escondieron su bicicleta.
Luego, dicha mujer se encargaría de arreglar su ropa, incluso, la del colegio. Allí, entre otras cosas, empezaría a notar un movimiento de caderas rudimentario.
Hablando de cosas rudimentarias, a cientos de kilómetros de distancia se hallaban varios artefactos de esa clase.
Contra la madera yacía un tarro de talco empleado para ubicar las “flechitas” y agarrar señal. Unos cuantos metros a la izquierda estaba la ventana.
Edgar solía encajar una puntilla para cerrarle el paso a la noche y lograr dormir.
Todo esto me lo digo a mí mismo. Y lo hago para recordar que papá y yo, tenemos muchas cosas en común, además del nombre.
Él llegó a jugar cerca de uno de los volcanes más peligrosos del mundo. Él nunca se pudo parar en los pedales de la bicicleta. Él no aprendió a bailar.
Pero, compartió sus historias conmigo. Por eso, escuchando a Piero, puedo decir: ¡Qué lindo es sentarse en cualquier lugar y ver los relatos de papá, pasar y pasar!