Narraciones Extraordinaras - Revista El Rollo - Edición 25

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Narraciones Extraordinarias #25

No estoy solo, junto a mi están dos de mis compañeros, uno de ellos que tras recibir el impacto de una roca en su cabeza quedó inconsciente y así lleva un tiempo, intentamos ponerlo lo más cómodo posible y reanimarlo en este húmedo y frío piso, pero no hay mucho que podamos hacer por él en este espacio tan pequeño a la vez. Tras el suceso, mi compañero y yo no hacemos otra cosa más que buscar una forma de salir, rezándole a Dios y a la Virgen del Chiquinquirá para que nos saquen de este lugar con vida, pero tras mover unas rocas nos dimos cuenta de que entre más cavemos agravamos nuestra situación, y con temor de sufrir la misma suerte que nuestro herido compañero decidimos detener nuestra operación. Y aquí estamos sentados uno al frente del otro, escuchando nada más que las oraciones del otro.

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Desde entonces no tengo la certeza de cuánto tiempo ha pasado, si ha sido un día, seis horas o unos minutos, sé que nos queda poca agua que hemos tratado de racionar lo mejor que hemos podido, nuestras linternas todavía tienen batería suficiente para aguantar dos semanas más, pero sabemos que no sobreviviremos más de eso si no tenemos agua. Además, sabemos por protocolo e instinto que lo que menos debemos hacer es entrar en pánico, pero es difícil cuando vives una situación así.

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Trato de no pensar en ello, tengo esperanza de que no tardaran mucho en rescatarnos y que podremos volver a casa con nuestras familias, pero sé que esa posibilidad es escasa dado que soy pobre y vivo lejos de la mina, a veces suelo tar-

dar tres días en volver a mi hogar, y en tan solo tres días podría ya estar muerto, nuestro capataz a su vez podría darnos por muertos dada la magnitud del accidente y no mandar ninguna ayuda, al fin al cabo para él solo somos un par de empleados y el rescate le puede salir más caro que buscar un reemplazo. El compañero herido no se ha movido, temo que ya está muerto y mientras lo contemplo pienso en la forma en que pasó de este mundo al otro, entonces me puse a pensar en cuál sería la forma más dulce de morir, si esperar a que mi sangre se contaminara de tanto monóxido de carbono, que en este momento estoy respirando, o ser víctima de una explosión espontanea generada por el metano y los gases que aquí se acumulan, quedarme sin agua o morir de inanición haciendo que eventualmente todos mis órganos fallen, de frío dada la distancia que estamos bajo tierra, o como he venido sospechando por la manera tan extraña y siniestra en que me observa mi compañero que sea él quien acabe conmigo para aguantar más aquí abajo. No quiero tampoco pensar en el peor escenario donde me vea en la necesidad de tener que deshacerme de mi compañero, ambos nos conocemos desde hace más de diez años y es eso lo que me hace recordar que me trajo aquí en primer lugar. De este trabajo subsiste mi familia, y a pesar de que no es el mejor nunca me detuve a detallar lo peligroso que es para mí, y sobre todo para mi familia si llegase a morir, se quedarían sin dinero y es por eso que cuando se me presentó la oportunidad no la pensé ni dos veces para aceptar aun sabiendo que es una mina


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